LA CASA DE RESFA
MARGARITA, LA MUJER DE WILLIAN EL MELLIZO
En el pueblo fui rebelde. Fumaba marihuana.
Cuando llegué a la casa,
desde un comienzo Willian
(el mellizo, el tercer hijo de doña Resfa),
me gustó por guapo y entrón pa lo que fuera.
¿Quién dijo que dos ladrones viciosos de yerba
no podían amarse?
Eso hacíamos él y yo:
amarnos y robarles a los clientes,
a las muchachas y a la “caja verde” de doña Resfa,
y desaparecer después por algún tiempo.
Pero como la dicha no es para siempre,
todo acabó el día en que por celos
me arrojó al suelo y me golpeó,
dejándome de cama.
Ofendida desaparecí de la casa
sin decir nada a nadie,
y me fui a una pensión del centro
de donde salía por las noches a conseguir.
Willian siempre creyó
que había regresado a mi pueblo, pero qué va,
yo llamaba furtivamente y preguntaba por él,
sin que me lo pasaran.
Cuando me enteré con rabia y putería
de que lo habían matado,
caminé detrás del cortejo fúnebre,
llorando desconsolada por el que fue mi único amor.
HUGO EL MELLIZO
De niño vi a mi madre
haciendo el amor con Rubén.
Mejor que lo hubiera hecho
con un gato negro.
WILSON
Me marché de la casa aquella madrugada
en que hurté el dinero del recaudo de la noche,
que guardaban celosamente en la caja fuerte,
y me vine a vivir en este hotel barato
hasta que el dinero y las alhajas se agotaron.
Salir a la calle a rebuscarme
no me fue difícil al comienzo,
porque en el negocio me había acostumbrado
a robar a los clientes y a las muchachas.
De día y de noche,
en casinos y bares,
me encontraba con miradas profundas
de hombres que me desnudaban.
Terminé subiendo con ellos
a los hoteles y residencias del centro de Medellín.
Cuando entraban en mí, a veces me sentía asqueado,
y me acordaba de mi madre cuando en la casa de citas
me escondía en el cuarto donde ella estaba con un
cliente,
y los veía gemir y revolcarse en la cama con mis ojos
de niño.
EMILIO RESTREPO EL POLÍTICO
Voté por la ley de tierras y ganado
y por la ley de transporte público
que favorecía a mis amigos,
que habían pagado los costos de mi campaña electoral.
Cuando se sancionó el Código de Ética de mi partido,
–algunos fueron expulsados
más por rebatiña política
que por cuestiones éticas o morales–,
yo permanecí incólume en mi sitio.
Entre noches,
solía ir de incógnito a la casa de Resfa con mis
amigos.
Nos instalaban en la sala grande,
junto a las habitaciones del tercer piso,
nosotros solos con las muchachas,
entre bromas y risas compartidas,
bebiendo whisky y yendo con ellas a la cama,
sin contar con que alguna
por debajo del paño de la mesa
tuviera su bombombum.
Todo duró
hasta el desgraciado día del ataque con disparos,
que me costaría la vida.
Sólo en el funeral vine a enterarme
de que la patria había perdido un gran hombre.
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