LA CASA DE RESFA
Poemas de la vida
ALBERTO
LONDOÑO EL GERENTE DE LA EMPRESA TABACALERA
Era
uno de los clientes más selectos del negocio:
alto,
delgado, vestido con costosos trajes.
Llegaba
siempre en la noche acompañado de un grupo de músicos
que
cantaban y complacían a quien él señalara.
Llegada
la hora de marcharse,
se
iba con las muchachas escogidas al motel Las Margaritas en Robledo.
Lo
que él bien les pagaba
debían
invertirlo en medicinas paliatorias.
Su
enorme pene
les
quedaba doliendo en toda el alma.
Cuando
llegó por el periódico la noticia de su muerte,
pensé
muchas cosas, pensé:
Qué
pequeñas alimañas entran por la boca de su glande
y
beben de la linfa rosada que segregan sus glándulas,
y
roen su prepucio,
y
las ratas a mordiscos se reparten
lo
que fuera el estandarte de su placer:
su
gran colmillo de elefante.
FRANK
EL ETERNO SOLTERÓN
Se
refiere el viejo refrán
a
quien no nació para casado.
Yo
pretendí cambiar la inmutable ley de la sabiduría popular,
creyendo
que después de mucho recorrer el mundo,
regresaría
para posesionarme de la empresa de tejidos
que
al cabo del tiempo heredaría de mis mezquinos padres.
Por
eso ya viejo, solterón y con dinero,
venía
todas las noches a la casa de Resfa
en
busca de las más lindas y complacientes mujeres.
La
víspera de casarme
con
la hija menor de mi asociada,
la
más querida, una preciosa niña millonaria,
quise
darme de soltero una buena despedida.
Pero
al bajar la escalera
mi
pie borracho resbaló en el último peldaño,
y
de bruces contra la puerta
me
rompí el cuello como estaba previsto.
MI
PRIMO EL FOTÓGRAFO
Todas
sus fotografías se resumen en una:
inmortalizar
a las más bellas de la casa en un sugestivo escorzo,
la
dorada espalda deslumbrando sus ojos,
para
que la imagen pudiera tomar
lo
sensual y bello de las formas,
como
velloso durazno hendido levemente,
y
deslizarse por las suaves ondulaciones
hasta
detenerse cerca al pliegue, al jeme doblado
de
los labios carnosos y cerrados.
Entre
las estilizadas piernas
la
irresistible belleza.
Cuando
el orgulloso primo fijó en su estudio las fotos,
(una
esplendorosa colección de más de treinta años),
al
pie de cada una se podía leer un nombre:
Amparo,
Gloria, Virginia, Elena, Carmenza...
EMMA
Las pústulas reventaban con sus costras y su materia
pestilente,
que parecía lava volcánica en erupción por mi pelado y
amarillento cuero cabelludo,
por mis brazos, por mi vientre, por las plantas
sangrantes de mis pies.
La medicina ignoraba mi enfermedad,
y como no tenía dinero ni familia que me reconociera,
terminé tirada en el corredor de una vieja casa
abandonada,
muriéndome con mis llagas hediondas
donde las moscas venían a poner sus huevos.
Las muchachas de la casa entre semana me traían
alimento,
y me daban noticias que ya no me importaban.
No faltó quién dijera que fue castigo divino,
por haber dormido con tantos hombres.
¿Sufría yo el mismo mal de Job?
¿Fue acaso Job un fornicador?
Alguien que no recuerdo me dio una Biblia de pasta
azul,
y en ella leí la vida del más grande leproso,
hasta llegar a comprender que Dios
nos dará en la otra vida lo que nos quita en ésta.
Pensando así me enterraron.
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