martes, 28 de enero de 2014

Kafka y los cabarets de Berlín _ William Ospina.



El Espectador. Enero 25 de 2014.

Esta nave espacial, el planeta, siempre estuvo expuesta al peligro de un cataclismo cósmico, pero ahora ese accidente podría ocurrir como consecuencia de nuestra presencia y de nuestro saber.

Es preciso formular una inquietud abierta al debate: en un mundo al que no gobiernan la prudencia ni la moderación sino la arrogancia y la codicia, ¿no podría resultar más peligroso nuestro saber que nuestra ignorancia?

Nuestro saber se va haciendo más grande que nosotros, y también en eso se distingue de la ignorancia: ésta suele limitar de una manera patética nuestra capacidad de sobrevivir, pero también nuestra capacidad de destruir. Las hordas de Gengis Kahn por el Asia produjeron una gran destrucción, pero era una destrucción proporcional al tamaño de sus ejércitos. Ahora una sola bomba puede matar más personas que todos los ejércitos de Gengis Kahn.

Si algo les dio trascendencia a las guerras del siglo XX fue la capacidad de destrucción que en ellas llegó a tener no sólo cada ejército sino cada soldado. Borges prefería los combates ingenuos de los cuchilleros del suburbio, donde un compadrito sólo era capaz de matar a otro compadrito, porque corría los mismos riesgos y porque estaban en juego el honor y la destreza. Nunca negó que aquello fuera barbarie, pero respetaba el pequeño código de honor que presidía esos duelos rudimentarios, y dijo con ironía hablando de un malevo: No era un científico de esos/ que usan arma de gatillo.

Nuestro conocimiento puede magnificar hasta lo aterrador esa capacidad destructiva, y quienes creen en el progreso inexorable, quienes creen que toda novedad comporta un progreso, deberían admitir que están llamando progreso no sólo a todo lo benéfico que logra nuestro saber, sino también al incremento de la capacidad destructiva de la especie.

No podemos llamar progreso lo mismo a la proliferación de inventos que hacen la vida más confortable (no todos lo logran: algunos son apenas señuelos comerciales) que a los agroquímicos que a la vez fertilizan y contaminan, a los pesticidas que para combatir un cultivo ilícito destruyen toda la vida silvestre alrededor, o a la producción de armas que hacen más abrumador el exterminio.

Si hoy participan más niños que antes en las guerras del mundo es porque antes, cuando sólo se medían las fuerzas físicas, un niño no era un guerrero eficaz: ahora hasta un niño puede manipular armas muy destructivas. Sé que es preocupante decirlo, pero más preocupante es callarlo.

El tema es que muchos logros físicos y técnicos no comportan un progreso moral: a menudo representan moralmente un retroceso. La discusión es compleja y los meros adoradores de la actualidad deberían optar por una mirada más prudente, porque no se trata de oponer la calculadora a las viejas tablas de multiplicar, o el procesador de palabras a la vieja pluma de ganso, sino de admitir que así como abundan los ejemplos de conquistas que nos llenan de gratitud, esta época es profusa en conquistas que nos llenan de incertidumbre e incluso de angustia.

La discusión no gira sobre el mejoramiento posible de los instrumentos que utiliza nuestra especie, sino sobre la perfectibilidad moral de los seres humanos; sobre si somos capaces de derrotar, o al menos de controlar en nosotros mismos, el mal, la crueldad, la capacidad aniquiladora, la agresividad y la tendencia autodestructiva.

Hay quienes piensan que se acusa a la industria de cosas de las que no es responsable la industria, sino la gente que la tiene en sus manos; que se acusa a la ciencia de cosas de las que no son responsables los científicos, sino los empresarios o los políticos que utilizan sus conocimientos; que se acusa a la técnica de cosas de las que no es responsable la técnica, sino los poderes que no la utilizan para beneficio de la especie.

Pero cada vez es más difícil separar a la industria de quienes la manejan, a la ciencia de quienes la hacen y la utilizan, a la técnica de quienes taladran el mundo con ella. Porque si bien la ciencia en otro tiempo pudo hacerse en el pequeño gabinete de Galileo, en el jardín de Newton o en el cerebro de Einstein, de una manera creciente está en manos de grandes poderes económicos que no suelen caracterizarse por su generosidad. Y los científicos no son sólo talentos notables en sus respectivos campos sino con frecuencia empleados tan dóciles como cualquier otro, defensores interesados de los poderes que los contratan, y la ciencia ficción se ha atrevido a mostrarlos incluso como esclavos de las corporaciones para las que trabajan.
A medida que aumenta el saber, aumenta el poder de quienes lo administran. El saber y el poderío técnico no están en manos de la humanidad, sino de unos sectores de la humanidad.

Eso es la realidad, dirán algunos, ¿de qué sirve quejarse de lo que no se puede remediar? Pero si yo veo un monstruo en acción, aunque vaya a destruirme, tengo al menos el derecho a decir que me parece un monstruo. Y hay una diferencia moral entre ser destruido de pie y ser destruido de rodillas.
El progreso es posible, pero tal vez no consista en tener cada vez cosas más sofisticadas y costosas, juguetes para el ocio y máquinas que amenacen nuestra libertad, sino en que la humanidad pueda tener un poco más de conciencia, de responsabilidad. Más irónico, Franz Kafka escribió en sus diarios: “Creer en el progreso no significa creer que haya habido ya un progreso, eso no sería una fe”.

lunes, 20 de enero de 2014

ANTONIO PORCHIA _ 3


*El misterio apacigua mis ojos, no los ciega.

*¿Y si llegaras a hombre, a que más podrías llegar?

*Una cosa, hasta no ser toda, es ruido, y toda, es silencio.

*Eramos yo y el mar. El mar estaba solo y solo yo. Uno de los dos faltaba.

*Cuando me encuentro con alguna idea que no es de este mundo, siento como si ensanchara el mundo.

*El hombre lo juzga todo desde el minuto presente, sin comprender que sólo juzga un minuto: el minuto presente.

*Sí, trataré de ser. Porque creo que es orgullo no ser.

*Has venido a este mundo que no entiende nada sin palabras, casi sin palabras.

*Y seguiré navegando por mares ajenos, hasta naufragar en mi mar.

*Nada termina sin romperse, porque todo es sin fin.




*La razón se pierde razonando.

*Mirando las nubes he visto que mi pensamiento no tiene su cuerpo solamente en mi cuerpo.

*Cuando todo está echo, las mañanas son tristes.

*El ir derecho acorta las distancias, y también la vida.

*Con algunas personas mi silencio es total: interior y exterior.

*A veces, de noche, enciendo una luz, para no ver.

*Si no has de cambiar la ruta, ¿por qué has de cambiar de guía?

*Cuanto menos uno cree ser, más soporta. Y si cree ser nada, soporta todo.

*Veía yo un hombre muerto. Y yo era pequeño, pequeño, pequeño... ¡Dios mío, qué grande es un hombre muerto!


*Cuando observo este mundo, no soy de este mundo; me asomo a este mundo.

jueves, 16 de enero de 2014

Murió el poeta argentino Juan Gelman_ León Gil

A continuación la noticia; tal como la registró BBC Mundo, y unos videos del recital organizado por la TV Pública Argentina en 1911; titulado “Del amor”, en el que el poeta lee sus poemas acompañado del bandoneón de Rodolfo Mederos. (La noticia de estos videos me llegó; extrañamente, gracias a un email del poeta Juan Manuel Roca, el 6 de enero de 2014).
También van siete poemas; incluido el que – a no ser que no fuera esa la voluntad del poeta-  debería ser su epitafio.
Hoy yo; como tantos aludidos en sus textos y poemas, hago eco de las últimas palabras con que cierra su poemario Carta abierta; haciendo alusión al secuestro y asesinato de su hijo y su nuera: “Jamás lo daré por muerto”.

MURIÓ EL POETA ARGENTINO JUAN GELMAN
BBC MUNDO | ENERO 15 DE 2014
El escritor y periodista falleció este martes a los 83 años en Ciudad de México, donde residía desde hace más de 20 años. Autor de más de 30 libros, recibió importantes reconocimientos literarios, como el Premio Cervantes. 

El poeta, escritor y periodista argentino Juan Gelman falleció este martes a los 83 años en la Ciudad de México, en donde residía desde hace más de 20 años.
Es considerado uno de los más destacados autores sudamericanos del siglo XX.
Desde México, el lugar de su exilio, contribuía habitualmente con una columna para el diario argentino Página 12.
Autor de más de 30 libros, Gelman recibió importantes reconocimentos literarios, como el Premio Cervantes en 2007, el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo (2000), y los premios iberoamericanos de poesía Ramón López Velarde (2003), Pablo Neruda (2005) y Reina Sofía (2005).
En su discurso de aceptación del Premio Cervantes, Gelman hablaba de la influencia de Cervantes en la literatura en castellano. "Se instala en un supuesto pasado de nobleza e hidalguía para criticar las injusticias de su época, que son las mismas de hoy: la pobreza, la opresión, la corrupción arriba y la impotencia abajo, la imposibilidad de mejorar los tiempos de penuria...".
Trágica vida personal
Pero quienes aman los versos de Gelman se sienten igualmente conmovidos por su trágica vida personal.
Activista de izquierda durante el régimen militar argentino, debió enfrentar la desaparición de su hijo y su nuera.
El 24 de agosto de 1976, los militares del régimen de la Junta Militar irrumpieron en su casa, pero él ya se había marchado al exilio.
Sin embargo, allí estaban su hija Nora, su hijo Marcelo y su nuera María Claudia.
María Claudia estaba embarazada de siete meses de un bebé que sería arrebatado de sus manos para ser abandonado luego en la puerta de la casa de la familia de un policía de Uruguay.
Gelman pudo reunirse con su nieta Macarena en 2000, casi 25 años después del secuestro.
Como explica el corresponsal de BBC Mundo en Buenos Aires, Ignacio de los Reyes, el caso fue uno de los de más alto perfil de las decenas que existieron en Argentina sobre robo de bebés que finalmente se reencontraron con sus familias biológicas.
Los restos de su hijo Marcelo aparecieron en 1990 en un río cerca de Buenos Aires dentro de un barril lleno de cemento. Fue asesinado de un tiro en la nuca.
Los restos de su nuera nunca fueron hallados.
"Recuerdos que no necesitan ser llamados"
El poeta argentino se refirió a estas pérdidas, que marcaron su vida y su obra.
"Hay recuerdos que no necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso", reconoció en el mismo discurso de aceptación del Premio Cervantes.
"Es el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron. Pesan en el interior de cada familiar, de cada amigo, de cada compañero de trabajo, alimentan preguntas incesantes: ¿Cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué? ¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad?
La nuestra es la verdad del sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la impunidad de sus crímenes y la convierten en impunidad dos veces".
Este martes, la organización de hijos de desaparecidos durante el régimen militar argentino, Hijos, lamentó la muerte del poeta.
“Allá se va Juan, a contarles a los 30.000 que pudo encontrar a su nieta Macarena. Allá va Juan, a contarles a sus hijos Marcelo y Nora, y a su nuera María Claudia, cómo es Macarena, cómo es esa vida que no pudieron matar”, reza el comunicado de la organización.
"Pasan tantas cosas por delante de la ventana de mi vida... trabajos, redacciones, risas... porque Juan, hasta que pasó lo que pasó (su hijo y nuera desaparecidos) era un tipo con el mejor humor", recuerda por su parte el poeta Horacio Salas en declaraciones a la agencia oficial Telam.
“El único premio que le faltaba era el Nobel y nunca se anquilosó, ni acomodó, cuanto más lo premiaban más áspera y desafiante se volvía su poesía, cada vez buscaba más lejos y más hondo”, añadió el poeta y crítico argentino Daniel Freidemberg.

Epitafio

Un pájaro vivía en mí.
Una flor viajaba en mi sangre.
Mi corazón era un violín.

Quise o no quise. Pero a veces
me quisieron. También a mí
me alegraban: la primavera,
las manos juntas,  lo feliz.

¡Digo que el hombre debe serlo!

(Aquí yace un pájaro.
Una flor.
Un violín).

Oración de un desocupado

Padre,
desde los cielos bájate, he olvidado
las oraciones que me enseñó la abuela,
pobrecita, ella reposa ahora,
no tiene que lavar, limpiar, no tiene
que preocuparse andando el día por la ropa,
no tiene que velar la noche, pena y pena,
rezar, pedirte cosas, rezongarte dulcemente.

Desde los cielos bájate, si estás, bájate entonces,
que me muero de hambre en esta esquina,
que no sé de qué sirve haber nacido,
que me miro las manos rechazadas,
que no hay trabajo, no hay,
bájate un poco, contempla
esto que soy, este zapato roto,
esta angustia, este estómago vacío,
esta ciudad sin pan para mis dientes, la fiebre
cavándome la carne,
este dormir así,
bajo la lluvia, castigado por el frío, perseguido
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
tócame el alma, mírame
el corazón,!
yo no robé, no asesiné, fui niño
y en cambio me golpean y golpean,
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
si estás, que busco
resignación en mí y no tengo y voy
a agarrarme la rabia y a afilarla
para pegar y voy
a gritar a sangre en cuello

María la sirvienta

Se llamaba María todo el tiempo de sus 17 años,
era capaz de tener alma y sonreír con pajaritos,
pero lo importante fue que en la valija le encontraron
un niño muerto de tres días envuelto en diarios de la casa.

Qué manera era esa de pecar de pecar,
decían las señoras acostumbradas a la discreción
y en señal de horror levantaban las cejas con un breve vuelo no desprovisto de encanto.

Los señores meditaron rápidamente sobre los peligros
de la prostitución o de la falta de prostitución,
rememoraban sus hazañas con chiruzas diversas
y decían severos: desde luego querida.

En la comisaría fueron decentes con ella,
sólo la manosearon de sargento para arriba,
pero María se ocupaba de soñar,
los pajaritos se le despintaron bajo la lluvia de lágrimas.

Había mucha gente desagradada con María
por su manera de empaquetar los resultados del amor
y opinaban que la cárcel le devolvería la decencia
o por lo menos francamente la haría menos bruta.

Aquella noche las señoras y señores se perfumaban
con ardor
pero el niño que decía la verdad,
por el niño que era puro,
por el que era tierno,
por el bueno, en fin,
por todos los niños niños muertos que cargaban en las valijas
del alma
y empezaron a heder súbitamente
mientras la gran ciudad cerraba sus ventanas.


Gotán


 Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular,
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.

Atención atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las últimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus manos.

Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.

Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él moverá mi boca por la última vez.
El juego en que andamos
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.

Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.

Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.

Aquí pasa, señores,
que me juego la muerte.

Opiniones

Un hombre deseaba violentamente a una mujer, 
a unas cuantas personas no les parecía bien,
un hombre deseaba locamente volar,
a unas cuantas personas les parecía mal,
un hombre deseaba ardientemente la Revolución
y contra la opinión de la gendarmería
trepó sobre muros secos de lo debido,
abrió el pecho y sacándose
los alrededores de su corazón,
agitaba violentamente a una mujer,
volaba locamente por el techo del mundo
y los pueblos ardían, las banderas.


Velorio del solo


En la fecha

Solo de ti, lleno de ti,
esta tarde a las 7,
el ciudadano de tu ausencia
se palpaba la cara la voz, los papelitos,
deveras comprobando
que tus ruidos andaban por sus huesos
y en general te habías ido.

Golpeó puertas, teléfonos.
La gran ciudad estaba equivocada sin tu pelo, señora,
y él sentía tirones detrás del corazón.

A lo mejor era el tabaco,
de todos modos yo soy otro:
un pedazo de ti,
alguien a quien castigan puertas, ruidos, teléfonos,
y, andá a saber por qué,
toda la parentela de la muerte. 

Del amor: Juan Gelman y Rodolfo Mederos 22-10-11
(Parte 1):
(Parte 2):
(Parte 3):


Fuente: email al gavieroperiodicoliterario@gmail.com 
Por : León Gil 

miércoles, 15 de enero de 2014

ANTONIO PORCHIA _ 2


*Me hicieron de cien años algunos minutos que se quedaron conmigo, no cien años.


*Cuando me conformo con nada es cuando me conformo con todo.


*El hombre, cuando es solamente lo que parece ser hombre, casi no es nada.


*Sí, es entrando en todo como voy saliendo de todo.


*Hallarás la distancia que te separa de ellos, uniéndote a ellos.


*Cuando lo superficial me cansa, me cansa tanto, que para descansar necesito un abismo.


*El mal no lo hacen todos, pero acusa a todos.


*Porque eres lo mejor, en este mundo, crees que eres lo mejor para este mundo. Nuestras creencias, ¡cómo nos engañan¡



*Lo lejano, lo muy lejano, lo más lejano, sólo lo hallé en mi sangre.

lunes, 13 de enero de 2014

ANTONIO PORCHIA

“La literatura fragmentaria pretende responder a la naturaleza misma de la vida y del mundo interior del hombre.  Fragmentar alude, aun etimológicamente, a ruptura, partición, fractura, quiebra.  El pensar y la realidad no constituyen fluencias homogéneas, sino crispados procesos donde priman las intermitencias, los saltos y los sobresaltos.  En el fondo, toda lógica y todo discurso representan esfuerzos más o menos provocados y hasta artificiosos (…)  el aforismo, que constituye quizá la forma privilegiada de la literatura fragmentaria, ha ocupado siempre un lugar cuantitativamente escaso pero cualitativamente excepcional en el cuadro general de la historia de la literatura. Su ubicación no ha sido entonces marginal o ambigua, sino mas bien central, aunque no abundante(…)Porchia nació en Calabria, Italia, en 1886, pero una serie de difíciles condiciones familiares lo trajeron muy joven, en 1901, a Buenos  Aires, donde vivió hasta su muerte, en 1968. Se desempeño allí como apuntador en el puerto, trabajo luego en una imprenta y en otras modestas ocupaciones”. Roberto Juarroz 


*Quien ha visto vaciarse todo, casi sabe de que se llena todo.


*Antes de recorrer mi camino yo era mi camino.


*Mi padre al irse, regalo medio siglo a mi niñez.



*Sin esa tonta vanidad que es él mostrarnos y que es de todos y de todo, no veríamos nada y no existiría nada.


*El hombre no va a ninguna parte. Todo viene al hombre, como el mañana.


*Se me abre una puerta, entro y me hallo con cien puertas cerradas.


*Si no levantas los ojos, creerás que eres el punto más alto.



*El mal de no creer es creer un poco.


*Se que no tienes nada. Por ello te pido todo. Para que tengas todo.


*Quien perdona todo ha debido perdonarse todo.



viernes, 10 de enero de 2014

“La casa de Resfa”_ Alejandro Garcia Gomez

Desde nod“La casa de Resfa”
Autor: Alejandro Garcia Gomez 
21 de Octubre de 2008


Una mañana, ante el atraso menstrual, el sueño y los mareos disimulados, ella debió admitir que esperaba su primer hijo. Eran los días de la crisis gringo-soviética a causa de los misiles nucleares en la Cuba de Castro; nada importante para ella. Cuando se lo comunicó al hombre que había amado, vio su espalda antes de que desapareciera. Tomó las responsabilidades de madre de 16 años y empezó a criarlo. Pasados 7, se enamoró de otro hombre. Para poder vivir con él, el poetica de 7 años fue a dar a la casa de su abuela Resfa.  



Ella, que también se había embarazado joven y soltera de la melliza madre del poetica, lo tomó y con amor lo matriculó al muy estricto Colegio de los HH de La Salle de Campoamor de Medellín. Para la sazón ya era propietaria del burdel más famoso –junto con el de su amiga Marta Pintuco- de esta ciudad. Allí creció el poetica entre las vocales, las consonantes, la Gramática, la Aritmética, la misa y los rezos de lunes a viernes, y el fin de semana la atención a los clientes trasnochados que le solicitaban mandados de pollo asado, consomé o alkaseltseres con aspirinas. 


Una noche después de los acostumbrados tragos con César Herrera el poeta del barrio Santa María de Itagüí, con Lucho el zapatero poeta, con Carlos Galindo el ingeniero, con Péncil y con algunos de mis amigos que salían y entraban de la tienda-cantina de Oliverio allá en le barrio Santa María de Itagüí, me propuse conocer La Casa de Resfa, que quedaba cercana a una de las vías urbanas entre Itagüí y Medellín. Era tanto lo que mis amigos hablaban de ella que allí fueron a parar mis huesos sin avisarles. A los minutos llegaron en gallada; habían tenido la misma idea pero a esa hora me hacían descansando en mi casa. A la carcajada con ellos siguió el abrazo y después la noche. 


Una tarde llegó el poetica, ya hombre, al taller de aprendices de poetas que regentaba X-504. Con César, La Mona, Everardo y René lo invitamos a continuar la habitual tertulia sentados en las cajas de cerveza vacía de la legumbrería del barrio Carlosérestrepo, aledaño a la Biblioteca Piloto de Medellín. Allí comenzamos a conocer su poesía. A veces mordaz. A veces tierna. Humana siempre. Profunda siempre. Profundamente humana. Pero como la misma vida que junta, separa, no lo volvimos a ver más. 


Otra noche, en la excelente Fiesta del libro de Medellín de este 2008, me lo topé. Era el mismo Carlos Mario Garcés Toro pero más lleno, más ancho. Quizá otro. Estás muy, casi demasiado repuesto, Carlos Mario. Qué va, casi me muero, Alejandro. Estoy convaleciente de unas cirugías. 


Y entre palabra y palabra fue sacando su libro con olor a tinta aún y su periódico El gaviero. 


Yo hice lo propio. 


Esa misma noche empecé a hojear La casa de Resfa, por encima, como hace uno con los libros recién adquiridos. No pude soltarlo esa noche. 


Debí terminarlo para poder acostarme. Si no, sabía que no lograría dormirme. Todo es un solo gran poema. Es una humanidad. Es el mundo donde el carácter fuerte de doña Resfa se pasea por las miradas de Tambar el conductor, de Elena la boquechupo, de Mónica la bella, de Janeth la loca, de Diana la del pubis rubio, de Fabiola la coja, de El Brujo, que las disfrutaba gratis a todas. Pero cada personaje con su propio mundo. Incluso el alma del gato, de los muebles y de las palmeras de la entrada de la casa son la mirada de Resfa a través de la mirada del poeta, su nieto, hoy profesor de un colegio de secundaria de Medellín. Por algún lazo oculto de mi memoría, su lectura me hizo recordar a En la parte alta abajo, del poeta del barrio Castilla, Helí Ramírez, un libro que ya tiene su sitial en la historia de la poesía de Medellín y de Colombia, donde seguramente van a trasladar también La casa de Resfa. 


miércoles, 8 de enero de 2014

Presentación_ La casa de Resfa_Otraparte

Presentación

La casa de Resfa

Septiembre 18 de 2008
"La casa de Resfa" de Carlos Mario Garcés Toro
* * *
Carlos Mario Garcés Toro (Medellín, 1962), “licenciado en Historia y Filosofía, es profesor en San Antonio de Prado, un corregimiento asentado en las montañas al suroccidente del Valle de Aburrá. Tiene inédito ‘Diario de un maestro de escuela’, texto que quizá sea una novela. No muestra afán. Quiere cribarlo, claro está, mientras desmenuza los recuerdos de su insólita adolescencia en el burdel más famoso de Medellín, Antioquia, tierra pródiga en putas y adulterios” (Esteban Carlos Mejía). Obtuvo recientemente el Premio de Poesía Ciudad de Itagüí. “La casa de Resfa” (2008) es su primer libro de poesía.
Presentación del autor y su obra por Jaime Jaramillo Escobar (X-504)
* * *
Era muy corriente que los padres vendieran a sus hijas a ciertos establecimientos de Yoshiwara o “Barrio de las farolas rojas”. El Yoshiwara resulta ser, en cada ciudad japonesa, el barrio más visitado, tanto por los extranjeros como por los del país.
N. KishiLas Geishas.
Por su calidad literaria, este libro constituye una sorpresa en un país donde el arte de la escritura ha venido a menos, a pesar de tantos talleres y festivales de toda clase donde se exhiben los nuevos genios. (...) Excepcional en la poesía colombiana por el tema y el tratamiento, cuenta con minuciosa veracidad la historia de una de las más famosas casas de Medellín. Criado en ella, para el autor es experiencia vivida, no dudoso relato de segunda mano. La emoción en la poesía tiene que ser directa, no herencia de investigadores. (...) Se recorren estas páginas con creciente interés, en un encadenamiento de sorpresas que van de lo anecdótico a lo dramático, de lo cómico a lo trágico, de lo pintoresco a lo escatológico, de lo triste a lo jocoso, de lo fugaz a lo trascendente, en un crescendo de alto impacto sustentado por el estilo. Nunca frívolo, como podría sugerirlo el tema, es por el contrario una obra cuya importancia crecerá con los lectores, con la decantación del tiempo, con la historia. A la calidad nos atenemos. Únicamente a la calidad, aunque el tiempo se demore en reconocerla.
Jaime Jaramillo Escobar
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Nota preliminar

Por Carlos Mario Garcés Toro
La casa de Resfa abrió sus puertas a mediados del siglo XX, cuando en Medellín se presentaba el fenómeno de las migraciones: transición de lo rural a lo urbano. A la par de la ciudad creció su buen nombre durante más de cincuenta años. Dio origen a la también célebre casa de Marta Pintuco, y durante los últimos treinta estuvo ubicada al frente de la fábrica Inextra, a un paso de El Poblado. Fue el escenario en donde se representó en una u otra forma el acontecer de la ciudad. Trajinaron sus escaleras famosos políticos, deportistas, empresarios, humoristas, curas, contrabandistas y señoras extraviadas en la noche. Los poemas de este volumen son la crónica de aquella casa.
William Faulkner escribió: “Me hubiera gustado desempeñar el nostálgico oficio de portero en un prostíbulo, porque en su interior bulle todo un mundo velado, embozado por la clandestinidad y las sombras que esconden las secretas pasiones de la noche”. No fui el que ejerció de portero. Fui más que eso: fui residente de una casa de citas. Mi madre, que estaba enamorada de un hombre, no podía tenerme con ella y por eso me llevó a vivir desde la infancia con la abuela Resfa, una mujer recia y dominante, no sólo con las mujeres sino también con los hombres y con la situación que se le presentara. En esa casa enorme, de profusos inciensos en la tarde y discretas luces en la noche, habitada por numerosas mujeres, transcurrieron muchos años de mi vida hasta llegar finalmente a comprender que lo que allí se escenificaba era en buena medida la representación del hombre y sus pasiones antagónicas. Todo lo que aquí se escribe parte, no de la ficción, sino de un mundo real, antiguo como el hombre mismo. En la casa de Resfa se resume medio siglo de la verdadera vida de Medellín. El tiempo repite los mismos círculos del ayer.
* * *
Carlos Mario Garcés Toro (Medellín, 1962)
Carlos Mario Garcés Toro (Medellín, 1962)
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Refugio de pecadores

Por Esteban Carlos Mejía
La carátula es blanca, con hirientes letras rojas y precario diseño. Detrás hay una advertencia: “El editor garantiza que este libro no ha recibido ningún premio”.
El editor es El Gaviero, no Maqroll sino otro, inspirado en la penetrante y esquiva criatura de Mutis. Los epígrafes son cuatro, de desusada extensión, y versan sobre lo mismo: la prostitución de las mujeres. Sigue un Pórtico, firmado por Jaime Jaramillo Escobar, el X-504 de toda una vida, y luego La casa de Resfa, escrita (o resucitada, da igual) por su nieto mayor, Carlos Mario Garcés Toro.
La casa de citas de doña Resfa Toro abrió a finales de los 50 en el centro de Medellín, en Carabobo con Vélez, junto al teatro Olympia, un cine de reestreno, en lo que hoy es una congestionada esquina de quincalleros a la vera de una estación del Metro. El negocio prosperó y se trasladó a un callejón al frente de Inextra, una fábrica de detergentes, al pie de El Poblado, el barrio de los ricos. Cerró hará cinco años, derrotada por legiones de estriptiseras, masajistas y chicas prepago. Su antigua ama y señora, reclama con compostura “el epitafio digno de una célebre meretriz: / Verdadera madre, amiga, confidente, refugio de pecadores”.
“En esa casa enorme, de profusos inciensos en la tarde y discretas luces en la noche”, transcurrieron los primeros años de la vida de Carlos Mario. Allí aprendió a leer: novelas de vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía y poemas de Julio Flórez, Epifanio Mejía, Porfirio Barba Jacob. Después se encerró en la Biblioteca Pública Piloto a leer y a jugar ajedrez. Baudelaire. Rimbaud. Verlaine. Saint-John Perse. Jorge Manrique. Quevedo. Fray Luis de León. Robert Frost. Emily Dickinson. Cribó sus lecturas y se aficionó a Álvaro Mutis. De un tirón me declama Canción del este: A la vuelta de la esquina / un ángel invisible espera; / una vaga niebla, un espectro desvaído / te dirá algunas palabras del pasado. Y, ante la mirada atónita de la mesera que nos sirve el desayuno, los ojos se nos encharcan a ambos. “La poesía es un espejo, una respuesta a la existencia, aunque sin explicaciones”, dice. “Hoy no soy nada pero la nada que soy se la debo a la poesía”.
El año pasado, por los lados de la iglesia de La Veracruz, a dos cuadras de las esculturas de Botero, se topó con los restos vivientes de Mónica, la bella, la muchacha a la que amó en casa de su abuela. ¡Qué latigazo, Dios mío! Iluminado por los epitafios de Spoon River, de Edgar Lee Masters, en mes y medio compuso La casa de Resfa, 54 poemas conmovedores y descomplicados, tras la huella de Raúl Gómez Jattin, Víctor Gaviria, Adriana Cote, Elkin Restrepo y Jaime Jaramillo Escobar.
Ahora Carlos Mario, licenciado en Historia y Filosofía, es profesor en San Antonio de Prado, un corregimiento asentado en las montañas al suroccidente del Valle de Aburrá. Tiene inédito Diario de un maestro de escuela, texto que quizá sea una novela. No muestra afán. Quiere cribarlo, claro está, mientras desmenuza los recuerdos de su insólita adolescencia en el burdel más famoso de Medellín, Antioquia, tierra pródiga en putas y adulterios.
Fuente:
Periódico El Espectador, columna de opinión Rabo de paja, agosto 28 de 2008.
* * *
Tres poemas de Carlos Mario Garcés Toro

Dirección de la casa
La casa estaba ubicada al sur de Medellín,
en la calle 8a, número 52-41,
entrando por el antiguo callejón
frente a la fábrica de detergentes Inextra.
Se distinguía por el balcón de azulejos blancos y negros,
y las dos palmas que sobrepasaban por encima del tejado.
Por eso la casa en un tiempo se llamó Las Palmitas.
Sólo después vino a llamarse La casa de Resfa.
Al subir las amplias escaleras
nos encontrábamos con una espaciosa sala bien amoblada,
con dominio de los tonos cálidos y acogedores.
En los divanes conversaban las parejas
bajo alegres lámparas circulares,
en las paredes exóticos gobelinos,
y pinturas de mujeres entre pavos irreales.
Cruzando el pasillo se distribuían
la segunda y tercera salas,
que daban acceso a catorce estancias.
Si se giraba a la derecha,
se encontraban dos habitaciones suplementarias con delgados tabiques.
Por disimulados orificios
se podía mirar a los que dejaban luces encendidas.
Al gordo Juancho le vimos follar:
tenía un culo grande y peludo,
que mecía como una batea.
Le gustaba poner a sus queridas
en la posición de monje.
El atractivo balcón exhibía a las muchachas,
que esperaban como en un puerto, el puerto de la noche,
a ver quién atracaba con sus distintas luces.
En un costado el despacho de la administración,
donde se seleccionaba la música
y las chicas entraban contoneándose,
con sus labios de brandy,
a pedir una canción, o pagar la tarifa.
Por esas escaleras vimos subir desde famosos políticos,
deportistas,
empresarios,
humoristas,
hasta curas y señoras extraviados en la noche.
* * *
Mónica la bella
Tuve la fuerza de la belleza que poco a poco fueron limando
el bar y las horas de trabajo.
Por mi atractiva figura pude elegir con quiénes iba a la cama.
Pero Fabio fue mi único amor.
Lo mataron con otros la noche que robaban en el almacén eléctrico
de Carabobo con Juanambú.
Durante largo tiempo me pareció verlo que llegaba en la noche,
vestido con su pantalón blanco (que tanto me gustaba),
su barba bien afeitada,
y entraba a la sala donde las muchachas esperábamos.
Ahora que estoy vieja y sola
(hijos no tuve),
acostumbro entrar en la tienda de licores
que queda detrás de la iglesia de La Veracruz,
donde las coquetas intentan atraer a los transeúntes
con sus caderas pálidas y sus ojeras de caballo.
Dibujo frente al espejo con el lápiz la raya de mis cejas y salgo a la calle.
La misma calle Boyacá
donde ya nadie me recuerda.
Tres cuadras abajo
hace más de cuarenta años yo era la reina.
Los amigos con los que me gustaría hablar ya están muertos.
* * *
Alfonso
Tenía apenas quince años.
No había conocido hembra,
hasta la noche en que Sandra entró a mi cuarto.
Dicen que cuando una mujer quiere algo, obra
y no hay barranca, cielo raso o muro que la detenga.
Las mujeres siempre están hilvanando
con el hilo, con el ojo húmedo de su aguja.
Si la historia se mirara desde un lecho
se comprenderían mejor las grandes hazañas y derrotas.
Mi derrota fue haber amado a Sandra,
que me contagió la sífilis.
Por inexperiencia y vergüenza guardé silencio,
pudriéndome y quedando casi ciego y estéril.
Fuente:
Garcés Toro, Carlos Mario. La casa de Resfa. El Gaviero Editor, primera edición, Medellín, 2008.

La casa de Resfa_

Doña Resfa
Pasé por el mismo camino
por donde tuvieron que pasar
las muchachas del negocio,
hasta que llegué a Bandera Roja,
la cantina de Manuel Villa en Envigado,
quien no tardó en hacerme su mujer,
y me enseñó los secretos del negocio.
Cuando nos separamos,
él mismo me prestó el dinero y las mujeres,
y monté el negocio en el centro.
Después nos pasamos al callejón de Inextra,
a los pies de El Poblado (el barrio de los ricos),
aunque debo anotar que la famosa casa de
Marta Pintuco
primero fue mía.
Alicia y Rocío,
mis hijas mellizas,
me remplazaron años después.
Poco antes de morir supe
que habían escrito sobre mi vida
en una Historia de la prostitución en Antioquia.
Pero no tuvieron la agudeza de escribir
que esta ciudad me debe más que a cualquier
político mojigato,
cuya estatua cagan las palomas
en algún rincón de Medellín.
Porque si los artistas venden emociones abstractas,
las prostitutas brindan fantasías
que alegran el desolado corazón de los hombres.
Por eso reclamo para mi tumba de rosado mármol
el epitafio digno de una célebre meretriz:
Verdadera madre, amiga, confidente,
refugio de pecadores.
 



Ilustración Elizabeth Builes
Elizabeth Builes
 

El gato
Miau, miau…
Era el gato manchado de la casa
que abultaba y escurría su lomo elástico
por entre las columnas, sillas y mesas de la sala,
desde donde miraba, con sus ojos salpicados
de destellos de oro.
Las muchachas le acariciaban el pelo
hasta dormirse perezoso entre sus piernas;
otras veces jugaban dando vueltas por la alfombra roja
donde uñas y ojos de gato y de mujer se confundían
con un mismo destello en la sombra.
Parecía conocer todos los secretos de la casa,
porque todo lo miraba desde su rincón:
ver mamar a la Boquechupo,
metérselo a Adelfa por el culo,
mamarle la cuca a Elvia,
follar encerrados en el baño.
Él parecía saberlo todo, y como si no le importara,
a veces pasaba aburrido y de largo.
Una madrugada de octubre, en actitud hierática,
como deidad egipcia en la mesa de centro,
junto al jarrón de cristal negro con verdes pinceladas,
el gato repasaba la eternidad



Ilustración Mónica Betancourt
Mónica Betancourt



Amador
Muchas rameras me recordarán por mis maniobras
y peticiones en la cama.
Me gustaba darles el beso negro y excitarlas
con mi lengua;
me gustaba que al momento de follarlas me metieran
y sacaran con fuerza
un dedo por el culo.
Yo, que era un cliente de élite en la lista del negocio,
me quedaba hasta tres y cuatro días encerrado en la casa,
fumando base y soplando coca.
En medio de estos trances me cagaba
en los rincones y detrás de las cortinas,
donde algunas de las muchachas desnudas
y borrachas me encontraban
y corrían tras de mí gritándome cochino, cochino.
Eso me deleitaba, me causaba placer.
Parecía recordarme la casa grande de la infancia,
con su alta puerta de roble
mirando hacia el jardín de las hortensias y astromelias,
donde se conservaba la serenidad y la belleza
que solo invadía mi madre
al perseguirme con sus gritos estentóreos.
Yo, que tuve haciendas y peones,
que fui dueño de retroexcavadoras y máquinas pesadas
que taladraban el asfalto y levantaban altas torres
en esta ciudad,
un importante hombre de la construcción.

Ilustración Santiago Rodas
Santiago Rodas


Mónica la bella
Tuve la fuerza de la belleza que poco a poco fueron limando
el bar y las horas de trabajo.
Por mi atractiva figura pude elegir con quiénes iba a la cama.
Pero Fabio fue mi único amor.
Lo mataron con otros la noche que robaban en
el almacén eléctrico de Carabobo con Juanambú.
Durante largo tiempo me pareció verlo que llegaba en la noche,
vestido con su pantalón blanco (que tanto me gustaba),
su barba bien afeitada,
y entraba a la sala donde las muchachas esperábamos.
Ahora que estoy vieja y sola
(hijos no tuve),
acostumbro entrar en la tienda de licores
que queda detrás de la iglesia de La Veracruz,
donde las coquetas intentan atraer a los transeúntes
con sus caderas pálidas y sus ojeras de caballo.
Dibujo frente al espejo con el lápiz la raya de mis cejas
y salgo a la calle. La misma calle Boyacá
donde ya nadie me recuerda.
Tres cuadras abajo
hace más de cuarenta años yo era la reina.
Los amigos con los que me gustaría hablar ya están muertos

Ilustración Alejandra Congote
Alejandra Congote


Margarita, la mujer de Willian el mellizo
En el pueblo fui rebelde. Fumaba marihuana.
Cuando llegué a la casa,
desde un comienzo Willian
(el mellizo, el tercer hijo de doña Resfa),
me gustó por guapo y entrón pa lo que fuera.
¿Quién dijo que dos ladrones viciosos de yerba
no podían amarse?
Eso hacíamos él y yo:
amarnos y robarles a los clientes,
a las muchachas y a la "caja verde" de doña Resfa,
y desaparecer después por algún tiempo.
Pero como la dicha no es para siempre,
todo acabó el día en que por celos
me arrojó al suelo y me golpeó,
dejándome de cama.
Ofendida desaparecí de la casa
sin decir nada a nadie,
y me fui a una pensión del centro
de donde salía por las noches a conseguir.
Willian siempre creyó
que había regresado a mi pueblo, pero qué va,
yo llamaba furtivamente y preguntaba por él,
sin que me lo pasaran.
Cuando me enteré con rabia y putería
de que lo habían matado,
caminé detrás del cortejo fúnebre,
llorando desconsolada por el que fue mi único amor.


Ilustración Silvana Giraldo
Silvana Giraldo