sábado, 13 de marzo de 2021

Taller de Poesía 2021 03 13_ Colección Poeta Jaime Jaramillo Escobar

 

De VERANO BRISAS

Salgar 1938

 

BARCOS DE VELA

 

Son

barcos

que pulsan

        la fuerza

        del viento

por todos los mares

        del pícaro mundo

        con varios juanetes

y sobrejuanetes,

con mágicas gavias, mayor y cangreja,

        con muchos obenques

y largos trinquetes con sus trinquetillas,

con rígidas vergas, con sus botalones,

palos de mesana con sobremesana,

con velas de foque

y de contrafoque.

Con tanto velamen de distinto nombre, de diverso corte,

fórmase un barullo de los mil demonios

como en la balandra

que navega dentro de mi rojo mar.

PARA ENFRENTAR LA TORMENTA

 

Cuando la energía del cielo

descargue su locura eléctrica.

Cuando la ebriedad de una lluvia sin fronteras

y truenos implacables

desaloje el silencio.

Cuando llamas azules y nubes como sombras

amenacen la tierra,

las aves expectantes,

aléjate de objetos elevados,

no te quedes en el agua.

Arroja el metal y tus zapatos,

si tienen suelas con clavos.

Acuclíllate,

y mete la cabeza entre las piernas

si estás a la intemperie.

Si te encuentras bajo techo

no enciendas la radio ni llames por teléfono.

Refúgiate en el centro de la habitación más baja,

lejos de la chimenea.

Y no olvides

que este bello espectáculo de la naturaleza

protagonizado

por millones de saetas incendiarias

es apenas un tímido reflejo

de esa otra tormenta que nos mata.

 

 

NO ESCRIBIRÉ TU NOMBRE

 

Jamás escribí tu nombre, nunca lo escribiré

al respaldo de las bancas de los buses y parques,

de las sillas de los teatros,

tras la puerta de retretes públicos o privados,

sobre las mesas de las cafeterías,

servilletas y manteles de los restaurantes,

en el manubrio de la bicicleta,

o en la parte superior de los espejos,

contra las paredes y muros de la ciudad,

sobre el cemento fresco de las calles,

entre las páginas de un libro de filosofía,

o en el lomo de los diccionarios,

en el cuaderno de notas de la universidad,

en la pasta del directorio telefónico,

o en la guía de mi agenda personal.

Tampoco en la corteza de los árboles,

y menos aún en la menuda arena

de la pequeña isla con que una vez soñáramos.

Para qué escribirlo en un lugar del mundo,

si está grabado en todo lo que existe.

 

 

JORNADA DE PESCA

 

Suelo levantarme a las cuatro del amanecer,

tomar mis aperos y embarcarme

cuando el alba se asoma sobre las crestas del mar.

Parto solo por ser hombre de poca compañía.

Me adentro en el espejo infinito

mientras crece el tamaño de mi panga.

A medida que me alejo de la costa

mi barca se hace más grande.

Mi barco ya es un buque se bambolea

en las olas que pegan contra el casco.

Bajo cubierta

se nutren y estremecen las máquinas procesadoras

que comparten su escenario de locura.

Mi buque tiene 95 metros de eslora

y su manga

lo exigido por los más avezados constructores.

Émulos de Alemania occidental,

los Estados Unidos y la Unión Soviética,

que vienen de Groenlandia y Labrador,

procesan, según su cuaderno de bitácora,

casi tanto como nosotros(*) ¡180 toneladas por día!

 

Después de la selección inicial,

la pesca accesoria debe limpiarse a mano.

Algunos cantan. Otros gritan y bromean,

o cambian gestos obscenos con sus compañeros.

A las 7:35 suena el sistema de altavoces:

“¡A izar! ¡A izar! ¡Halen a cubierta!”

Dicen los muchachos que ciertos peces, muriendo,

parten con sus dientes los mangos de los remos.

Redes con alas y cabos estabilizadores

se columpian entre garfios y cables

más largos que la embarcación.

Si el contramaestre desempeña su oficio sin destreza,

produce atascamientos y pérdidas humanas.

 

Cuando desciende el barómetro,

fuerzas amenazadoras, hasta de 40 nudos,

avanzan hacia nosotros. Suena la sirena.

La aguja del manómetro vacila y cae a cero.

Las ráfagas aumentan y debe suspenderse la faena.

Tras montañas de agua, en desafío permanente,

vemos otro pesquero, igualmente en apuros.

Destapo la botella y doy un trago a mis hombres.

 

Son las dos de la tarde en el océano,

cielo despejado, mar en calma.

Todos contentos. Hay mucho barco a la vista:

británicos, polacos, portugueses, españoles.

Es abrumadora la presencia rusa,

también la japonesa.

Con los prismáticos capturo tanta información

que cualquier capitán la envidiaría.

En los barcos franceses todo es bello.

Me dispongo a regresar. Quiero volver a casa.

Mi buque se reduce, la temperatura es cálida.

A las cuatro menos cinco afianzo rumbo a la costa.

Mi barco sigue achicándose, se divisan las colinas.

Ya es una lancha perdida en el recuerdo.

La tierra está muy cerca,

los perros corretean, jugando con el agua.

Un pequeño atún, reseco por el sol,

es todo mi botín.

 

Allá en el horizonte un buque fábrica se aleja,

como fantasma en busca de la noche.

 

*Dijo que había partido solo.

 

 

BARCOS NEGREROS

 

Hace más de 400 años

los barcos negreros empezaban a zarpar

de los puertos de África hacia América del Sur,

con los que más tarde serían

medio millón de seres, aproximadamente.

Tuve la oportunidad de conocer

en uno de mis frecuentes viajes

el fuerte de San Jorge Elmina,

construido por los portugueses

sobre las costas de Ghana.

y asegurar

que en el húmedo ambiente de las celdas,

donde los prisioneros esperaban

antes de ser embarcados en pataches,

podía respirarse sin esfuerzo

todo el infierno de Dante.

 

Hombres, mujeres y niños,

empacados de seis en seis,

tras una escala en Canarias,

continuaban el viaje entre cadenas,

grillos y argollas a su terrible destino.

Desde lo profundo de las carabelas

su angustia no alcanzaba a estremecer la luna.

Hasta el sol los tenía abandonados.

Una cazuela de harina con un poco de agua

cada 24 horas

era todo su alimento.

Cuando algunas heridas, causadas por azotes,

comenzaban a ulcerarse,

recibían como tópico sólo sulfato de cobre.

Ese vaho de muerte se mezclaba

con plegarias junto a la tripulación.

 

–Sabíamos que la esclavitud había sido infernal,

pero nunca imaginamos que lo hubiera sido tanto–

dijo Granman Gazon,

jefe de los cimarrones o palenqueros diukas.

 

 

diukas: actualmente marca comercial de vestuario.


 

EL HOMBRE QUE VIVIÓ EN EL MAR

 

Aquella noche el viejo Saunderson

no tuvo en quién desalojar su furia

mientras el viento del Este,

taciturno,

traía de la vasta inmensidad

el ronco sonido de las marejadas.

Todo era deslumbrante para el ansioso joven:

la charla de los tripulantes,

el alquitrán y la estopa,

el crujido de las jarcias,

el graznar de las gaviotas.

 

Con el romántico nombre de “Freelove”,

su primer buque

fue un destartalado carbonero, pesado y bullicioso.

Nueva Zelanda, Hawai, Australia,

Estrecho de Bering, Terranova,

Buena Esperanza, Nueva Caledonia,

Tahití…

Casi todo el Pacífico y parte del Atlántico,

entre muchos otros lugares,

dieron testimonio de su tenacidad

como viajero incansable, matemático y astrónomo.

Refutó la existencia de míticos países

y supuestos pasadizos

indicados en los mapas de la época.

Los astros se unieron a su rumbo

cuando Venus cruzó el disco del sol

el 3 de junio de 1769,

suceso irrepetible en lo restante del siglo.

 

Aprendió a conocer el carácter de los hombres,

y el trabajo encalleció su cuerpo,

pro no su corazón.

Practicó la honradez,

las buenas maneras y los altos ideales.

Como grumete su vida fue muy dura.

Luego pasó a ser marinero,

después contramaestre,

finalmente, capitán.

 

Años más tarde, cuando arreció la tormenta,

destruyendo mástiles y haciendo trizas las velas,

los nativos comprendieron que su “dios” era mortal.

Su cúter fue robado para sacarle los clavos,

en tanto el brujo de la tribu

declaraba el distrito como un extenso tabú.

En medio de estampidos de cañones

y atrapado entre lanzas y flechazos,

el gran navegante sucumbió.

Los sobrevivientes arrojaron sus restos

al sitio por él denominado

“las oscuras profundidades de mi hogar”.

 

 

CUANDO VAYAS A ESTAMBUL

 

Corría el año de 1453

cuando el sultán Mehmet II arrebató a los cristianos

la ciudad de Constantinopla,

y ordenó destruir, poco después, el Gran Bazar,

hoy famoso en todo el mundo.

Sus enormes puertas y la eterna sonrisa

rodando a flor de labio

en boca de ladinos comerciantes,

capturan al turista

desde las 9 de la mañana hasta las 10 de la noche.

Se puede adquirir un cencerro de bronce

de 15 kilos y medio

ganado en un combate entre camelos

hace 150 años,

lo mismo que una pipa diminuta

para fumadores excéntricos.

También un brazalete de turquesas,

un collar de rubíes,

o unos pantalones de mezclilla.

Amuletos de oro y bandejas de plata,

cuadros al óleo y jarrones de cristal,

son otras de las cosas que almacenan sus tiendas

donde cada transacción es una historia.

Casi todos los artículos son oriundos del país,

como la bella espuma de mar

hallada en las praderas de aluvión

en Anatolia (“Tierra del amanecer”.)

Poca importancia tienen las falsificaciones

entre tantas maravillas.

Cuando vayas a Estambul, tú que puedes hacerlo,

recuerda visitar el más grande mercado bajo techo

y dar gracias al conquistador

que puso motivos indelebles en el mágico libro de los años.

 

 

SINTRA

 

Mi espíritu aún no se ha embriagado

con tus castillos moros repletos de alminares,

torrecillas y cúpulas, como lo hiciera Byron.

Tus verdes escalones, enmohecidos por el tiempo,

no han recreado mis pasos,

ni mis ojos ansiosos de belleza.

En mis libros y en la imaginación

eres juguete extraviado de la recia Lusitania.

Cuánto diera por estar en la Sala de los Cisnes,

escudriñando techos,

paseando en coche por tus calles,

o escrutando manuscritos en la Biblioteca Municipal.

Cuando Francis Cook,

súbdito inglés de riqueza legendaria,

construyó sus jardines para enjoyar Monserrate,

se limitó a cumplir con lo que tenía qué hacer.

Todo a tu alrededor es digno de reyes, poetas y pintores.

A sólo 30 kilómetros de Lisboa,

emerges nítidamente como perla contra el sol.

Tu clima es agradable y la lluvia generosa.

La vieja panadería, cerca del ayuntamiento,

me torna un tanto nostálgico,

vendiendo sus tortillas por más de siete siglos.

Ostentas, sin lugar a dudas, una cultura milenaria.

Lo confirman, según documentos de 1758,

sus doce cofradías,

los siete conventos y las 44 ermitas.

Lord Byron te nombraba como “Mi gloriosa Edén”.

La humedad de tus altos y nudosos árboles,

destilando suaves gotas de agua,

no es más que un homenaje a tu frescura.

Quisiera, oh Sintra, continuar mis descripciones

y devorar pronto, si no muero,

todas las distancias que alejan tus encantos.

 

 

POR TERRITORIOS DE ALÁ

 

Cuando el sol, cada mañana,

riega sus delicados tonos

sobre las dunas y montes de Hedjaz,

tierra de exóticos paisajes entre el Éufrates y el Nilo,

|solitario imagino desde América

las modernas cintas de asfalto que,

partiendo de Medina,

por las rutas de antiguas caravanas,

conducen a Damasco.

En el candente desierto

vislumbro aldeas, oasis y arroyadas,

impregnando con su atmósfera

monolíticos restos preislámicos;

imponentes sepulcros nabateos,

de duros triglifos y pilastras

que invitan al asombro hasta perderse en las rocas.

 

Indómito pueblo de Ismael:

qué bueno es hacer parte de tu historia

con los demás descendientes de Abraham.

 

 

MAHATMA

 

No se olvida tu silueta flaca y cubierta

por un simple taparrabo.

“Agitador en pañales”, te dijeron

los parlamentarios británicos.

Para Churchill fuiste apenas

un sedicioso faquir

cuando humillaste sus tropas

en la Marcha de la Sal, aquel 21 de mayo,

no por la fuerza de las armas,

sino por tu doctrina de “ahimsa”.

Bebiste en el Nuevo Testamento y declaraste

que sus palabras te mordían el corazón.

No tuviste soldados a tu mando,

ni autoridad formal alguna,

pero moviste los cimientos del Imperio

con tu ayuno y tu palabra inaudible.

Sufriste la cárcel, que no fue

para ti cárcel sino templo.

Casarte a los 13 años no fue escollo

para estudiar derecho en Londres,

tomar clases de baile y practicar oratoria.

Aprendiste la resistencia pacífica leyendo a Tolstoi,

y demás defensores de la protesta civil.

Elevaste a la categoría de nación

a una colonia que asolada por hambrunas y plagas

vivía bajo la férula de las supersticiones.

Aceptaste a los ateos,

racistas y violentos de todos los pelambres,

porque viste en ellos una gran familia,

incluyendo a los “intocables”.

Asombraste a los occidentales

con tu insólita visión frente a la guerra,

vetando la fabricación de armas.

Sugeriste a los judíos el suicidio colectivo

como repudio al nazismo,

sosteniendo que un acto de tal naturaleza

sería una herencia espiritual tan grande,

que despertaría la conciencia pública

en todos los países.

 

Aunque muchos dudaron de tus métodos,

nadie pudo dudar de tu entereza.

Finalmente, el 15 de agosto de 1947,

el mundo vio nacer un nuevo Estado.

Tus cenizas dispersas

por los ríos sagrados de la India

pagaron el tributo de la inmortalidad.

Dijo Nehrú:

“Se ha ido la luz de nuestra vida”.

 

 

I B M

 

Quien dice tecnología dice herramienta.

Una escalera, o un chip de memoria de silicio,

lo demuestran igualmente.

Ambos facilitan tareas imposibles de otro modo.

 

Ella perfecciona herramientas,

aunque se ocupa más de chips que de escaleras.

Su chip de un millón de bits

tiene una capacidad no conseguida

por otra línea de producción.

Ha desarrollado unidades de disco y cinta

que transfieren millones de signos por segundo.

En sus grandes computadoras

el empaque de componentes electrónicos

es el más denso de la industria.

Pero no se trata sólo de eso:

También se establecen nuevos récords

para seguir en vanguardia.

Esos récords contienen un mensaje.

El mensaje de alguien deseoso

El mensaje de alguien deseoso

de hacer un producto inmejorable.

 

Porque cuenta con caudal humano suficiente

para el difícil arte de la tecnología,

explora ideas con resultados inciertos.

Sigue los dictados de la inspiración

sin olvidar la recompensa

que ofrece lo perfecto a cada paso.

Una compañía que comprende estos asuntos

tiene la capacidad de realizar lo necesario

en el momento oportuno

para usted, su empresa o su país.

 

Por lo demás, no hay que preocuparse.

A un historial así basta con agregarle un hombre

capaz de ver poesía en un anuncio publicitario,

en los avances cibernéticos

o en una guerra interplanetaria.

 

 

CARICATURAS

 

Cuando el puesto de la esquina

donde compro los periódicos

y fascículos semanales

no tenga mi presencia todas las mañanas,

Olafo el Amargado notará el vacío.

 

Tarzán Mandrake El Fantasma

Pepita Pancho Tío Barbas

Justo y Franco

Benitín y Eneas

conocerán la noticia

en las fronteras de la ciencia.

 

Los Picapiedra pararán equipos

para su lector preferido.

Aunque usted no lo crea,

con Daniel el Travieso

guardarán para siempre luto riguroso.

Don Roque, Nieves, Panchita,

llorarán junto al crematorio.

 

Mafalda

Popeye y el Pato Donald,

Los pitufos, Mickey, Carlitos,

sobre mis cenizas grabarán su adiós,

mientras se aprecia en la barroca página

sólo un difícil crucigrama en blanco.

 

 

OLAFO

 

Qué habría sido de mí sin tu presencia,

qué insípidos los años, los meses y los días,

cuánta soledad si no hubieras compartido

tus excursiones a Italia

con una semana de saqueo en Roma.

y una escala en París

para beber y hacer bellaquerías.

¡Siempre soñaste con arrasar a Europa!

Holanda fue tu víctima inocente,

Irlanda sufrió el golpe de tu maza,

Suiza no escapó de tu barbarie,

a Inglaterra la invadiste muchas veces,

como a tantos otros lugares.

En Asia

llegaste al país de las serpientes

que danzan al silbo de la flauta,

a la tierra donde el clima

conserva la carne y las verduras

aún en el verano,

al pueblo donde las mujeres

saben el secreto de los siete velos,

a las islas donde ofrecen guirnaldas al turista.

Buscaste las esquinas del planeta

convencido de que el mundo era una mesa

repleta de manjares y de vinos.

Luchaste fiera y decididamente contra el basilisco,

ganando confianza y gratitud

de algunas de sus víctimas,

por la flor del olvido “Aura Lotus”

en Idalandia, país del no retorno,

contra el terrible Horacio,

el más duro de todos los guerreros.

Recuerdo, como si fuera ahora,

esas batallas junto a los castillos,

con catapultas bajo nubes de flechas

que dejaban tu escudo perforado,

las enormes calderas de agua hirviendo

o de aceite

derramadas sobre tus ejércitos.

Jamás olvidaré cuando exponías el pellejo

cuerpo a cuerpo contra temibles matones

aún a riesgo de ser estrangulado,

o romperte alguno de tus huesos.

En tu “velera nave” –como dice La Odisea–

zarpabas con tus valientes muchachos

decididos a todo

mientras no fuese posible lo contrario.

Un sentido de orientación particular

y una sed insaciable de pillaje

guiaron tus constantes aventuras.

por mares, bosques, desiertos,

o azarosos precipicios,

confiado en que el whisky y la cerveza

serían amuletos contra la desgracia.

Tus compinches robaban al vencido

mujeres y otras minucias

mientras con pragmática filosofía

raptabas al cocinero.

Jurabas que la madera flotaría

hasta morir los astros en el cielo,

que el futuro sabría de tus guerras,

honores y conquistas,

por los sedosos brocados,

bebidas y quesos deliciosos,

que forzosamente compartías

con el recaudador de impuestos.

Defendiste la gula y la pachanga

como cualquier otro sinvergüenza.

Cuando la suerte no te acompañaba

presionabas los hechos exigiendo vales

pagaderos en la próxima invasión.

Negaste ternura a tu consorte Helga,

pero fuiste generoso en ofrecerle trabajo.

A Hamlet

joven de baño diario

lectura sin descanso

partidario de hacerse motilar,

no lograste comprenderlo.

Astrid, que a sus 16 años continuaba soltera,

a pesar de tantos pretendientes y la duda

entre ser ama de casa o guerrera,

espero más atención de parte tuya.

Chiripa,

primero como segundo de a bordo,

el idiota más afortunado de la historia,

mano derecha de todos tus aprietos,

jamás explicó por qué era zurdo.

el doctor Zocotroco

autoridad sin réplica

inspirado consejero

creador de la sala de espera

famoso en todo el mundo

por sus aportes a la ciencia médica.

Siripo

inteligente, leal,

portador de las mejores cualidades caninas

en la península escandinava.

Lucio, caballero nacido a media noche,

en la edad del oscurantismo,

gobernante de la Selva Negra.

El viejo barco

sin el cual no habrías sido ni bracero,

en el más humilde de los puertos nórdicos.

Tu joven tripulación

dispuesta a las arengas:

“Uno para todos y todos para uno”,

decías en los momentos cruciales,

siempre que ese UNO fueras tú.

 

Menos mal que Dios, en su infinita sabiduría,

dio a la pobre Helga ideas para el desquite:

Cuando el sol de verano se posaba

en la montaña de Thor

y la excitación hacía presa de la gente,

ansiosa por observar la proeza

cada 14 de julio,

ella, refregando tus espaldas,

te dejaba más limpio que la brisa,

y más lustroso que los cerdos,

o te hacía dormir a la intemperie,

después de tus enormes francachelas.

Aunque no aprendiste a leer

fueron suficientes

saco, escudo y maza,

hacha, lanza y espada

para tus desvaríos,

sin descartar los cuernos que nunca te faltaron.

Cuando dijiste a Hamlet que

“En tiempo de los apóstoles

había unos bárbaros que se subían a los árboles

para matar los pájaros,

muchos pensaron

que además de analfabeto eras bruto.

Yo nunca estuve de acuerdo.

Con ello demostrabas

tu refinada calidad poética.

Leí acerca de tus ancestros lapón y finés,

de tus fonemas derivados de las runas,

de la pasmosa habilidad

que tenías para el comercio,

lo mismo que otras muchas cualidades

de tu vida y circunstancias.

Dejo sin embargo a la posteridad

la reseña de tus viajes y diabluras

en el recuerdo de aquellos que vivimos

con humor y buena voluntad,

hasta el día en que La Gran Recaudadora

llegue a cobrar con su guadaña

el más temido de todos los impuestos.