sábado, 18 de julio de 2020

Guapetón

Escuchando Boleros de Sarita Montiel _ Emiro Álvarez

Cuando hablamos no siempre hablamos.
Una expresión que dice mucho y nada. 
Puede ser y no ser.
Puede ser un saludo, una invitación, una pregunta, un reclamo, una advertencia o un adiós. 

Un decir que sirve para empezar o concluir una conversa. A veces se acompaña con un tinto, otras con una cerveza. 
Se quedan en el Alma con un vino y se las lleva u  torrente cuando la amenizamos con un aguardiente.

Puede ser mucho o nada.
No es fácil habla entre un barullo
Un concierto musical lo inhibe
Un evento religioso lo disuelve
¡Y hay tanto qué hacer en la intimidad de una habitación que muchas veces hablar sobra!

Hablar sobre la cuarentena 
Ya no tiene sentido
Hoy le cedo la voz al viento
Que converse con el día y con la noche que se confiesen sus cuitas
Mientras me retozo con tus dulces recuerdos...
Ve, nunca me dijiste como llamarte ¿Cuándo hablamos? 


El Librero _ Emiro Álvarez

A finales de febrero del 2012 conocí a Don Orlando Urquijo, un vendedor ambulante de libros técnicos entre Tunja, Villavicencio, Arauca y Yopal. Hicimos buenas migas. Le gustaba la historia y algo de filosofía. Me dijo que no entendía la poesía.

Cada mes le fui comprando libros desde bibliotecología, a quienes nos veía muy estirados y sin enjundia, hasta historia, algo de política, y aunque no entendía la poesía, olfatió algunas joyas.

Un roble, no le recuerdo gripas y me hablaba de esta tierra mejor que de Mesitas del Colegio o de los pueblos  de Cundinamarca. Un día me dijo que creía que los paisas éramos como el innombrable. Le pedía a Dios vivir para ver el final de "ese" y me hacia hablar de los otros Uribes, de los que la historia se admira, él, que no entendía de poesía.

Te resumo Gladis, Don Urquijo fue como Adriana Gómez de Simsalabim allá en esa Medellin del Alma mía. Estando aquí supe que un cáncer se alzó la humanidad de Adriana y el norte de una librería donde iba como a mi casa. Don Urquijo me traía de Bogotá o me enviaba libros de Paulo Freire, Ernesto Cardenal, Carlos Fuentes, Carmos Ruiz Zafón, Alfonsina Storni, Jaime Jaramillo Escobar,  Walt Whitman. También de caricatura y Vladdo y los clásicos de Osina y me entusiasmó con los libros de Juan Gabriel Vasquez. E insistía que no sabía de poesía.

Me pensaba aportar económicamente si me decidía a publicar el libro de los gatos, algo así cómo los encantos de la magia felina. Los adoraba. Su hija me dijo esta mañana que se despidió de su gato, que en ese momento supo que la pandemia le cobraba su impuesto. Don Urquijo en agosto cumplía un año de transplante de hígado y todo iba muy bien pero el catorce de este mes le llegó el turno. Sabia que le escribí a la Virgen del Carmen y me dijo que era una errata el no publicarlo. Y no entendía de poesía.

Heredero del librero alemán Karl  Buchholz, al cierre de esta, su ayudante se quedó en la séptima y de vez en vez aprendió que en los llanos orientales y la tierra de labanza también se lee.

Desde el 4 de Julio no me contestaba ni al teléfono ni al correo ni al whatsApp. A la hora del taller hablaba con Cindy del poeta de su papá. Cuando llegué al taller Jaime leía Instantes del ex alcalde poeta que tuvo Medellín. 

Gladis, se van los libreros como se me fueron las tías y mi mama (hoy sin tilde) como se fue fue William Álvarez, colega, el 1 de Julio del 2010. No sé si lo conociste. Con él aprendí a leer a José Manuel Arango y sus Cantigas. Pido al cielo por una Bonita tarde para los que seguimos aquí al paso de la poesía, poco importa sino la entendemos.

Alberto Vélez, el artista picante

Faber Cuervo

Se nos fue el loco lúcido un día del cual él ya tenía el recuerdo. Escogió una jornada de elecciones presidenciales, de esas que siempre matan la esperanza en los corazones de los votantes. Alberto fue lúcido hasta para morir. Fiel a su ley de descreer de cualquier remedio. Tal vez en lo único que creyó el Maestro fue en los movimientos de su pincel que dibujaron cuerpos de negras y de viejos, de niñas y jóvenes, de caballos y geografías exuberantes de selvas y ríos. Contaba los días como velas que se van apagando dejando cenizas y acaso alguna pasión encendida por una idea o una obra. Deslumbró con sus enormes pinturas que nos colmaron de emoción y amor por la naturaleza. Nos hizo mirar las inmensas riquezas de este miserable país que sigue privilegiando a una minoría corrupta ligada al poder político y económico. También nos hizo espantar porque advirtió en sus lienzos cómo los incendios, la minería, la potrerizacion y los sembrados de cultivos ilícitos están arrasando los pulmones de bosques tropicales que aportan agua y oxigeno al planeta.  Su obra refleja sus preocupaciones por la política, la economía, el medio ambiente y la calidad de vida de los seres humanos. Como exhortaba el poeta Fernando Pessoa, Vélez “brilló en cada lago, como la luna entera, porque alta vive”.

Si alguna actividad puede explicar una parcela de la vida de Alberto fue su permanente investigación. Un buen trabajo artístico es el fruto de una buena investigación; no sólo de técnica vive el pan, pudo haber dicho. Investigó la historia del arte universal, las ideas que inspiraron las escuelas artísticas, las principales corrientes filosóficas, la historia de Colombia y de la humanidad. Profundo impacto causaron en él las teorías del historiador israelí Yuval Noah Harari, autor de los libros “De animales a dioses”  y “Homo Deus”. Aumentó su desconcierto, pues el Homo Sapiens es un asesino ecológico en serie, según este escritor. Desde hace 70.000 años no ha parado de extinguir especies animales y de flora. El progreso del hombre, de alguna forma, consiste en cambiar los ataques del tigre y las mordeduras de serpientes a los accidentes de autos y contaminación industrial. Los Estados se han preocupado por ser fuertes, no porque la gente fuera feliz.  Los modelos de desarrollo incrementan el Producto Interno Bruto pero envenenan los mares, socavan los páramos, se engullen los bosques. El éxito de los países no debería medirse por el PIB sino por la FIB: Felicidad Interior Bruta. Los pactos para reducir la emisión de gases de efecto invernadero son pura retórica, nada hacen los países industrializados para detener el deterioro global. La cultura es el sistema de redes que propaga los mitos y las ficciones que determinan la forma de pensar de la gente. A su vez, las ficciones ideológicas reescribirán las cadenas de ADN, mientras los intereses políticos y económicos reescribirán el clima, y la geografía de montañas y ríos dará paso al ciberespacio. Finalmente, la biología se fusionará con la historia. 

El maestro Vélez lo fue de la vida, de las artes y de la reflexión. Quizás lo que más hizo en su vida fue pintar, leer y tertuliar. Fue un devorador de literatura e historia. Hablaba con pasión y conocimiento, nos contagiaba con su peculiar manera de transmitir las ideas. Era un libre pensador, ajeno a discriminaciones religiosas, políticas, de raza y sexo. Se burló de la ola homofóbica que se viene apoderando de las mentes en Colombia. Detestó a personas de doble moral que hacen política con el maltrato a niños y el acoso a mujeres. Alberto no se sentía muy cómodo en este establo de prejuicios e imposturas, en este mundo líquido y virtual. Comulgó con el verso de Jorge Luis Borges, “repito que he perdido solamente la vana superficie de las cosas”.  Su vida oscilaba entre las tensiones del mundo fenoménico que cada vez le importaba menos y su vida interior de intensa energía y meditación. Pero estaba más feliz cuando se encontraba con sus amigos, se regocijaba en la camaradería, desplegaba sus concepciones picantes e irreverentes, sus sarcasmos y humoradas. Sin risa no soportaríamos este infierno de estar vivos, también pudiera haber dicho.

Fue capaz de vivir del arte, algo impensable en un país que sólo patrocina el atraso. De manera discreta expuso su obra en algunas galerías. Eludió el boato y la vanidad de la farándula y la crítica. Fue un pintor solitario. Tan solo y austero como los apartamentos donde vivió. Le bastaba una cama y un estudio para vivir. Tan sencillo en el trato como la ropa que vestía. Las veces que más se arregló fueron en un par de exposiciones en las que se puso sombrero de paño y gabán.  Para comer, no fueron pocas las ocasiones en que vivió en carne propia el abandono y la pobreza de la mayoría de nuestra población. Hijo de una familia de trabajadores, habitantes de un barrio popular de Itagüí. Se crió en una ciudad que permitió sucumbir a muchos artistas que no podían suplir las necesidades de la subsistencia. Vio cómo los muros ciegos y una atmósfera gris cubría la vida cotidiana. Huyó de la violencia que desató la alianza entre políticos y narcoparamilitares. El barrio San Antonio de la ciudad de Cali fue su tranquilo y fecundo taller donde arrancó la mejor producción de sus manos mágicas. Fue acogido por los artistas del barrio a quienes ayudó económica y artísticamente. Allí engendró a su hija Laura del Mar. Allí se enamoró de la brisa y los colores del cielo valluno. Allí contactó el rio Cauca, el “Patrón Mono” como le llaman los pobladores del Bajo Cauca antioqueño. Y volvería a contactarlo en sus correrías por las rugosidades de Antioquia, en la que también encontró el río Magdalena en cuyas riberas desarrolló un proyecto productivo y cultural con las comunidades. Fue aquí donde arraigó su profunda conciencia ambiental. Pudo ver los hermosos valles, bosques y cañones con sus ricos ecosistemas, biodiversidad y abundancia de agua. Fue aquí donde germinó la futura obra sobre los paisajes amazónicos y chocoanos. Pero, de nuevo, tuvo que huir porque su irreverencia y compromiso con el saber popular no gustó a los paramilitares. 

Contrató luego una expedición por el Amazonas. Convivió con indígenas. Navegó, en una panga, el rio más caudaloso del mundo. Tomó apuntes de los apabullantes parajes de la selva, se extravió en la espesura. Regresó a su Itagüí natal con un cosmos verde girando en su imaginación. Empezó a pintar dípticos y trípticos para armar inmensos cuadros con las imágenes traídas de su excursión. No copió la selva porque un verdadero artista no imita la realidad sino que la vuelve a crear para revelar una verdad envuelta en estética. Sus óleos nos conmueven por su belleza y alta técnica. No queremos zafarnos de sus árboles y aguas. Son tan hermosos que logra confundirnos y creer ciegamente que la selva es así de esplendorosa. Sus manos nigrománticas consiguen engañarnos porque en realidad la selva es intimidatoria, asimétrica, caprichosa y abigarrada. El arte es una bella mentira, dijo Oscar Wilde. Y esto fue lo que hizo Alberto como gran maestro de la paleta. Pintó tan magistralmente que sentíamos el frio de las neblinas en sus lienzos, nos quemaban las lenguas de fuego que devoraban los árboles, nos asustaban los pantanos en los ramales del Amazonas. No tuvo necesidad de pintar ni monos ni guacamayas ni peces; ellos estaban detrás de las cortinas vegetales y de agua. Nos los imaginamos porque la vida irisaba sus cuadros; la energía orgánica impregnaba cada poro de sus telas. Aunque una obra de elevada factura estética, no dejaba de ser una obra muy política que nos habla de los atropellos a la Madre Tierra. Y esto la hace más grande, más profunda, más pertinente para el contexto de calentamiento global.

El artista había recibido la herencia de la Revolución como propuesta para acabar con la desigualdad social y otras maldiciones. Pero se apartó pronto de dichas doctrinas inciertas. Tomó el camino del arte porque vio en éste una columna más segura para atrincherarse. Desde aquí se dedicó a mirar y plasmar multicolormente el universo, para evitar los reduccionismos, las miradas en blanco y negro, los extremos dañinos. La idea de cambiar el país a punta de balas le pareció tan perniciosa como la idea de la democracia a punta de Estatutos de Seguridad y Seguridad Democrática. Los extremos se tocan y llevan por diversos caminos al sufrimiento y la negación del Estado de Derecho. Mientras Vélez se encerraba a pintar día y noche como una máquina enfebrecida, el país caía cada vez más en un descuartizamiento de cuerpos humanos, de animales, de territorios, de instituciones, de dignidades, de lealtades, de valores. De las ficciones de país semifeudal se pasó a la horrenda realidad de narcoestado dirigido por una caterva de gánsteres vestidos con trajes de políticos. A los ciudadanos que se atrevían a denunciar la corrupción los asesinaban, y a sus asesinos, el presidente de la República los premiaba enviándolos como embajadores y agregados militares al extranjero.

Toda esta mezcla de matadero, manicomio y teatro de marionetas y titiriteros desconciertan a cualquiera; Alberto no fue la excepción. Pero él tenía herramientas de las que muchos carecen para no ser afectado: el picante acerbo, la irreverencia, el escepticismo, el nihilismo, la apostasía. Como libre pensador no se matriculó en ninguno de los múltiples bandos que arruinan a Colombia. Siguió caminando solo, acompañado apenas de sus pinceles y cuadros. Pero tuvo que gritar. Varios de sus amigos escuchamos sus alaridos y vimos sus muecas. Se retorcía en la silla, abría desmesuradamente sus ojos azules. Levantaba su largo cuerpo como una cobra, iba y volvía. Salía a la acera a fumar un cigarrillo. Lo apagaba. Entraba y se encendía de nuevo el verbo vertiginoso y arrollador de su garganta. Recordaba su origen africano, la esclavitud de siglos, los logros culturales de los mexicas, la injusticia que padecen indígenas y negros.

Sin embargo, Vélez no escapó al desencanto que produce el devenir. Sí, el percibir que el tiempo transcurría y los mensajes de sus pinturas a favor de la protección de los santuarios naturales no lograban persuadir a los actores causantes de la destrucción ecológica. Se alarmaba con las crecientes estadísticas de deforestación de los bosques andinos y tropicales. Se fue con la incertidumbre de lo que pudiese ocurrir en la represa Hidroituango. Estaba preocupado. Percibió que allí no se escuchó el saber ancestral de los Nutabes y “cañoneros” que “barequean” en el “Patrón Mono”. Tampoco el clamor de los pescadores y cultivadores ribereños. El Maestro no era un “antidesarrollo”; consideraba que se necesita la hidroeléctrica para cubrir futuras demandas de energía, pero también advertía que el desarrollo no debe hacerse a cualquier precio, más cuando hay impactos sociales y ambientales desastrosos. 

  
Vélez renunció a la vida justo en una coyuntura política. Todas las maquinarias corruptas que han parasitado en torno al presupuesto nacional se han unido en torno al candidato que representa el posible regreso de las fuerzas más oscuras y retardatarias al poder. Toda la maldad y el totalitarismo que ha parido este país de mierda se alinea contra un candidato al que satanizan y proyectan lo deleznable que aquella horda encarna. Y las fuerzas democráticas en lugar de juntarse sin dilación alguna, se dividen, se diluyen en un vacio tibio e irracional. ¿Coincidencia o fatalidad? En esta esquina de América se cumplió la sentencia de Simone de Beauvoir, la filósofa francesa: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos”.

El artista picante vivió intensamente. Hizo de su vida lo que le dio la gana. Tuvo vida propia, no prestada. No siguió ninguna normatividad esclavizadora. Se acostaba y levantaba cuando le provocaba. Aplicó la consigna de Virginia Woolf, la novelista inglesa: “No hay prisa. No hay necesidad de brillar. No es necesario ser nadie salvo uno mismo”. Tuvo la fortuna de acompañarse en sus últimos años de Érica, su otra hija. Su vida reverdeció con la presencia de ésta quien le sacara su raíz artística. Alberto nos deja lecciones significativas: dudar de todo, replantear los conceptos aprendidos, criticar constructivamente, investigar, dedicarse a algo útil con persistencia, vivir sin temer la muerte. Son otras herramientas que podemos recoger para seguir pintando la vida con palabras u otras posibilidades. Gracias al amigo porque nos alegró la vida, nos hizo reír, nos puso a pensar.  

Envigado, junio 3 de 2018.

Las heridas del medio ambiente _ Cuando la economía relega la salud pública


Faber Cuervo

Colombia, país megadiverso, sigue sumando desastres ambientales que amenazan su potencialidad en agua y oxigeno. Medio siglo de conflicto armado, ganadería extensiva, sembrado de coca y minería,  ha deforestado drásticamente sus selvas. Los proyectos de infraestructura eléctrica y vial también afectaron no sólo la naturaleza sino a las comunidades. La Amazonia y el Chocó pierden biomasa diariamente por cuenta de incendios provocados y los dientes de las motosierras. La tala de árboles maderables, la potrerización y la agricultura, no dan tregua a los bosques tropicales que caen sin dolientes.


La suerte del medio ambiente no es prioridades en la agenda de los gobiernos nacional, regionales y locales. Las preocupaciones de estos entes se centran en atender la economía del día a día. Y la economía es esa espiral de crecimiento “infinito” que demanda energías, alimentos, transporte, tecnología, ropa, vivienda, todo esto dependiente en gran parte de los combustibles fósiles. No se destina ni tiempo, ni recursos suficientes, ni planes eficaces para la protección y sostenimiento de las fuentes de vida, es decir los ecosistemas de conectividad que hacen posible la biodiversidad. Basta citar dos casos recientes entre los múltiples que padece el territorio: el derrame de petróleo del pozo Lizama 158 en Barrancabermeja y la crisis del aire en el Área Metropolitana del Valle de Aburrá.


El afloramiento de crudo y lodo contaminó 30 kilómetros de tres ríos en el Magdalena Medio santandereano, provocó la muerte de miles de animales, quitó la fuente de sustento a cientos de familias pescadoras, generó daños ecosistémicos que tardarán décadas para superarse. Se evidenció una negligencia tanto por parte de la compañía responsable del daño (Ecopetrol), como por las autoridades encargadas de controlar sus intervenciones (el Ministerio de Ambiente, la Agencia Nacional de Licencias Ambientales –ANLA-, la Agencia Nacional de Hidrocarburos –ANHI-). Hay pruebas de que se advirtió ese desastre pero no operó ningún plan de contingencia ni para Lizama ni para otros 38 yacimientos mal abandonados. La economía es la prioridad, no los derechos ambientales de los colombianos.


Estamos respirando veneno en el Área Metropolitana. Aire lleno de micropartículas de carbono azufrado, gases tóxicos y sustancias cancerígenas, productos de la combustión, es inhalado por los más de 4 millones de habitantes del Valle de Aburrá, lo que produce anualmente la muerte de 3.000 personas. De ellas, 500 fallecen por cáncer de pulmón, 1.000 por Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica –Epoc-, y 1.500 por problemas cardiovasculares generados por los gases contaminantes (Dr. Elkin Martínez López. Grupo Epidemiología UdeA. En: Alma Mater No. 674, UdeA, Medellín, abril de 2018). Agrega el Dr. Martínez que el aire sucio produce enfermedad y muerte por exposición lenta y prolongada o aguda de corta duración.


Las raíces o causas estructurales del envenenamiento del aire no son abordadas con decisión en los planes preventivos. No se cuestiona la expedición anual de 35.000 nuevas matrículas de autos y motos que se suman a los emisores contaminantes existentes; tampoco se contemplan sanciones pedagógicas para las empresas que impactan negativamente el medio ambiente; tampoco se vislumbra un cambio en la macrocefalia urbana, diseñada para autos y construcciones invasivas; ni se amplían los espacios públicos y zonas verdes que ayudan a optar por las caminatas y bicicletas. En el Valle de Aburrá hay apenas medio árbol por cada 3 habitantes, mientras que se registra un vehículo motorizado por cada 3 habitantes. Una aberración. Según la Organización Mundial de la Salud cada ciudad debería tener al menos un árbol por cada 3 habitantes. Lo que se ve entonces es una equivocada política de saturación gris, de convertir los pisos blandos en duros en todo el Valle de Aburrá. En Envigado pretenden, ¡todavía!, talar más de 130 árboles en el Túnel Verde, un bosque urbano que protege la salud de los estudiantes de 3 colegios ubicados en ese corredor: La Salle, El Teresiano y el Colombo Británico.


El Amva cuenta con planes como el Plan Operacional para enfrentar episodios críticos de contaminación atmosférica –Poeca-, el Plan Integral de Gestión de contaminación del Aire –Pigeca-, y el Pacto por la calidad del aire. Pero este conjunto de medidas son apenas paliativos coyunturales o dependientes de resultados inciertos a mediano plazo, a la situación crítica de mortalidad que genera. Tanto que el Tribunal Administrativo de Antioquia ordenó al Amva adoptar medidas cautelares para evitar nuevas declaratorias de emergencias ambientales que ponen en riesgo la salud de los niños y adultos mayores principalmente. Sin embargo, el Amva ha respondido que no habrá modificaciones en las estrategias implementadas (El Colombiano. Marzo 25 de 2018. P. 18). La prioridad es la economía, no la salud de los antioqueños.


Estos casos de desidia con el medio ambiente se replican en toda la geografía nacional. La desviación del río Rancherías en el Cesar para favorecer intereses particulares; el despilfarro de agua en El Cerrejón para extracción de carbón, lo que ha llevado a la muerte a más de 5.000 niños en La Guajira; el peligro de pérdida de agua potable para las comunidades por posible excavación en busca de oro debajo del páramo de Santurban; el desplazamiento de indígenas, campesinos y pérdida de flora, fauna y sembrados, por las hidroeléctricas HidroItuango y el Quimbo en Antioquia y Huila; el secamiento del río Sambingo en el Cauca; la desertificación de una amplia zona del bajo Cauca antioqueño por minería ilegal; los riesgos de avalanchas en varias regiones por erosión y mal uso de los suelos. La selva talada en el Amazonas equivale al área del Chocó. Colombia es el tercer país del mundo con mayor contaminación de mercurio después de China e Indonesia, 200 toneladas de ese metal líquido son vertidas a los ríos y suelos del país anualmente. Mientras países como Francia, Canadá y Alemania prohíben el uso del fraking, en Colombia se le abren los valles, montañas y acuíferos para que ingrese. No es ciencia ficción que podamos quedarnos sin bosques y sin agua cuando la economía prevalece sobre la salud de los seres vivos y del medio ambiente. “Vayan buscando otros planetas donde trasladar la vida humana porque éste no durará mucho”, fue uno de los últimos llamados del físico Stephen  Hawking poco antes de morir.