sábado, 29 de abril de 2017

Frases de Milan Kundera que nunca debes olvidar…

Las historias de Kundera han marcado a toda una generación y han moldeado la forma en que ésta percibe el mundo. Desde La broma (1967) hasta La ignorancia (2000), pasando por La insoportable levedad del ser (1984) y La inmortalidad (1988), este checo, crítico del comunismo, ha sido un guía invaluable para nuestro paso por el mundo.
1. “Los amores son como los imperios: cuando desaparece la idea sobre la cual han sido construidos, perecen ellos también.”
2. “Las metáforas son peligrosas. Con las metáforas no se juega. El amor puede nacer de una metáfora.”
3. “El hombre atraviesa el presente con los ojos vendados, sólo puede intuir y adivinar lo que de verdad está viviendo; y después, cuando le quitan la venda de los ojos, puede mirar al pasado y comprobar qué es lo que ha vivido y cuál era su sentido.”
4. “La juventud es terrible: es un escenario por el cual, calzados con altos coturnos y vistiendo los más diversos disfraces, los niños andan y pronuncian palabras aprendidas, que comprenden sólo a medias, pero a las que se entregan con fanatismo. Y la historia es terrible porque con frecuencia se convierte en un escenario para el jovencito Napoleón, un escenario para masas fantizadas de niños, cuyas pasiones copiadas y cuyos papeles primitivos se convierten de repente en una realidad catastrófica real.” (La broma).
5. “La belleza es más que la justicia, la belleza es más que la verdad, es más real, más indudable y hasta más alcanzable, la belleza está por encima de todo, y en este momento ya está definitivamente perdida para él. Sólo había venido para mostrársele en el último momento, para que no pensase que lo había conocido todo y que había vivido su vida hasta el fondo de todas sus posibilidades…” (La despedida).
6. “El ansia de orden pretende convertir el mundo de los hombres en el reino de lo inorgánico, en el que todo marcha, funciona, sometido a un orden suprapersonal. El ansia de orden es al mismo tiempo ansia de muerte, porque la vida es una permanente alteración del orden.” (La despedida).
7. “Las mujeres no buscan hombres hermosos. Las mujeres buscan hombres que han tenido mujeres hermosas. Por eso, tener una amante fea, es un error fatal.” (El libro de la risa y el olvido).
8. “La verdadera bondad humana, con toda su pureza y libertad, puede ponerse en primer plano sólo cuando su recipiente no tiene poder. El verdadero examen moral de la humanidad, su examen fundamental (que yace enterrado profundamente lejos de la vista) consiste en su actitud ante esos que están a su merced: los animales. Y en este sentido la humanidad ha sufrido una derrota. Una derrota tan fundamental que todas las demás provienen de ahí.” (La insoportable levedad del ser).
9. “La cultura sucumbe bajo el volumen de la producción, la avalancha de letras, la locura de la cantidad. Por ese motivo te digo que un libro prohibido en tu país significa infinitamente más que los millones de palabras que vomitan nuestras universidades”.
10. “Nunca sabremos por qué irritamos a la gente, que es lo que nos hace simpáticos, qué es lo que nos hace ridículos; nuestra propio imagen es nuestro mayor misterio” (La inmortalidad)
11. “Lo que había entre ellos no era amor, era inmortalidad.” (La inmortalidad).
12. “La fuente del miedo está en el porvenir, y el que se libera del porvenir no tiene nada que temer” (La lentitud)
13. “Los recuerdos se van si dejan de evocarse una y otra vez en las conversaciones entre amigos.” (La ignorancia)
14. “Pienso luego existo, lo dijo un intelectual que subestimaba el dolor de muelas.”
Fuente: http://planetadelibrosmexico.com/14-frases-de-milan-kundera-que-nunca-debes-olvidar/

sábado, 15 de abril de 2017

Rubem Fonseca, el escritor al que no quieren los políticos ni los ricos

El escritor brasileño anuncia un nuevo libro a sus casi 92 años. Semblanza de uno de los grandes de la literatura latinoamericana de todos los tiempos.
 
Nadie sabe mucho de él: qué come, cómo vive, a quién quiere. Si acaso se conocen cosas como que fue abogado, que es guionista, que no da entrevistas, que comenzó a escribir a los 38 años, que está próximo a cumplir 92, el 11 de mayo, y que en un mes publica un nuevo libro de cuentos. Fonseca cree genuinamente que un escritor solo debe hablar por medio de su obra.
Y si habla así, sus novelas y sus cuentos testimonian con crudeza, sin concesiones, los contrastes sociales de su país, que bien pueden ser los del resto de América Latina. En sus historias todos tienen lugar: pobres, ricos, prostitutas, drogadictos, gais, políticos, delincuentes, orates, negros, blancos, perdedores, feos (mejor si no tienen dientes) y bonitos. Pocos se escapan. Una de sus fijaciones es la marginalidad conectada con el poder.
Su dureza atrapa y cada vez tiene más lectores, todos incondicionales, como Luis Fernando Afanador, el crítico literario de SEMANA, que supo de Fonseca por una reseña elogiosa que hizo Mario Vargas Llosa, en 1986, de la novela El gran arte. “En la obra del brasileño –dice Afanador– hay implícita una crítica social y por lo tanto los poderosos son duramente fustigados. Se ve cierta simpatía, cierta ternura, hacia los pobres, los jodidos, los desheredados. Pero ellos también son víctimas de su humor negro: no es un escritor panfletario, no está al servicio de nadie”.
Eso queda claro en novelas como El caso Morel (1973), El gran arte (1983), Buffo & Spallanzani (1986) o Agosto (1990), o en sus libros de cuentos como El collar del perro (1965), Feliz Año Nuevo (1975) o El cobrador (1979). El gobierno de turno censuró varios de ellos: Fonseca molesta e incomoda al que sea, pero su blanco es el poder político.
Y en las pocas veces que ha hablado el autor casi siempre recuerda el episodio con un senador, Dinarte Mariz, que dijo en 1977: “Lo que leí me espantó, me puso los pelos de punta; es pornografía del más bajo nivel, no hay página en que no se vean los rincones más oscuros del país… Además de ser censurado, el autor debería ir preso”. Se refería a Feliz Año Nuevo, recogido casi de inmediato de las librerías. Era la época de la dictadura del general Ernesto Geisel. Fonseca demandó al Estado y 12 años después ganó el pleito.
Si en Brasil sus libros circulaban restringidos en los años setenta y ochenta, en otros países solo lo hacían de mano en mano y encontrar cualquier obra suya era lo más parecido a un milagro.
Rodrigo Argüello, escritor y crítico, recuerda que en esos años exploraba todo lo que tenía que ver con el género negro. Y en la época en la que se vendían libros de segunda en la calle 19 de Bogotá, entre la Séptima y la Caracas, consiguió muy baratas las primeras obras de Rubem Fonseca, El cobrador, publicado por Bruguera, y Feliz Año Nuevo, de Alfaguara. Desde entonces, fue propagando la lectura del brasileño entre sus estudiantes de la Universidad Central y la Javeriana.
El novelista y columnista Esteban Carlos Mejía supo del autor en una librería de viejo cuando llegó a sus manos Agosto, la novela policiaca sobre el suicidio del presidente Getúlio Vargas, y desde entonces cayó bajo su influjo. “Asusta o intimida su estilo directo, categórico, sin rodeos –dice Mejía–. Rubem llama al pan, pan, y al vino, vino. Al sexo, sexo cochino. Al crimen, oscuridad y penuria”.
Porque en el mundo marginal de Fonseca hay dos temas en los que no busca aprobación, sexo y violencia, con los que puede abochornar o agredir. Como muralla aparecen argumentos que exponen que “es violento porque la realidad es violenta” o “demuestra de una manera contundente que existe la violencia”.
Afanador no cree que sus descripciones sexuales sean explícitas y mucho menos pornográficas. “La inminencia del sexo es más erótica que el sexo mismo”, explica. Y evoca a un personaje de Fonseca que dice: “Me gustan tanto las mujeres, que a veces siento deseos de gritar”. El escritor Miguel Mendoza, un autor colombiano, hizo una tesis sobre Fonseca, y sostiene que “como nadie, reconcilia el sexo y la muerte. Es el escritor de los lugares oscuros de la condición humana”.
Pero nada sería de estos temas, de esa visión casi salvaje, si no fuera por un estilo agobiante, frenético, sintético, fluido y de grandes diálogos. Afanador lo describe: “Permanentemente tenemos la ilusión de estar avanzando, de ir a un lugar determinado, concreto. Fonseca hace ver lento el cine de acción”.
La trascendencia de este escritor es universal, de los mejores de América Latina y, sujeto a debate, el gran representante de la literatura brasileña contemporánea. Su obra le ha dado oxígeno a la novela negra y para ello creó a Mandrake, su gran personaje, un abogado investigador (no un detective privado) fiel hasta el final con sus clientes.
Como comenta Miguel Mendoza en la novela negra estadounidense o europea, generalmente el detective le gana al malo, pero con Fonseca no: el villano tiene mil cabezas (manejado desde los hilos del poder) y el asesino es apenas la punta del iceberg. Así ocurre en El gran arte, donde Mandrake figura como nunca.
Esteban Carlos Mejía tiene también su forma de ver el aporte del escritor nonagenario a la novela negra, pues, según él, son la invención y la sublimación de la justicia. Sus historias son tan verosímiles que el lector termina por olvidar que son solo ficción. ¿Y la justicia? “Las novelas –dice Mejía– no se limitan a develar los crímenes, castigar a los criminales y restituir el orden quebrantado, sino que inspiran a anhelar otra justicia menos podrida, una justicia más justiciera”.
No solo sus cada vez más numerosos lectores siguen el rastro de Fonseca. En su país, su influencia en los escritores contemporáneos es evidente y ni hablar de los de la nueva generación como Luiz Ruffato y Patricia Melo.
Su influencia trasciende su nación. El escritor mexicano Antonio Ortuño, autor de La fila india y El buscador de cabezas, entre otros, le confesó a SEMANA que su lectura ha sido fundamental: “Soy un loco obsesivo y tengo todos sus libros: debo haberlos leído entre tres y cinco veces (o más) cada uno. Leerlo fue una de las claves formativas de mi propia estética y mi propia identidad como narrador”.
Y Colombia no es la excepción. El primer libro de Fonseca que circuló en el país fue El gran arte, editado por Oveja Negra, a comienzos de los años noventa. El brasileño ejerce una fuerte influencia por esta novela y por su adaptación cinematográfica –dirigida por Walter Salles, en 1991, y protagonizada por Peter Coyote–. El escritor Antonio García Ángel, que conoció así a Fonseca, lo explica: “Él, como (Raymond) Chandler en su momento, demostró que no hay temas ni géneros menores, y que el gran arte depende del pulso narrativo del escritor más que de los asuntos sobre los que trata su literatura”.
Aun así, sobre Fonseca no solo descienden elogios. Una obra como la suya no genera consenso y se ha ganado calificativos como misógino, enfermo, inconsistente, monotemático y, como a algunos jugadores de fútbol, sobrevalorado. A sus seguidores esto no les importa mucho. Por ahora, esperan ansiosos su próximo libro, el que ojalá no sea el último. Fonseca, a sus casi 92 años, avisa que es incombustible.
Fuente: http://www.semana.com/cultura/articulo/rubem-fonseca-saca-nuevo-libro/519648

domingo, 2 de abril de 2017

“Nos falta una buena dosis de modernidad”: María Teresa Uribe

 No se ha aferrado a un solo método o a una sola teoría, eso le ha permitido realizar un trabajo siempre libre, muy profundo, que hace énfasis en la búsqueda de la verdad. FOTO: PABLO ANDRÉS MONSALVE MESA.

Interpretar la realidad desde múltiples perspectivas. Observar, escuchar, investigar. Recorrer los caminos de otros y los propios. Detenerse, devolverse, avanzar. Desde los años sesenta, cuando María Teresa Uribe de Hincapié decidió sumergirse en el mundo de las humanidades con sus estudios en Sociología, abrió una puerta que la condujo por los más complejos senderos. Las viejas y las nuevas guerras, las formas de la injusticia, las razones del desplazamiento y de las masacres; la violencia y el orden, el ser que nos hace actuar de una forma específica, las rupturas, las acciones contra los Derechos Humanos, han sido temas que ha tratado desde un pensamiento donde sensibilidad e intelecto son inseparables para alcanzar el conocimiento. Colombia ha sido su territorio y, específicamente, Antioquia. En sus libros, documentos, publicaciones en revistas, conferencias, conversaciones informales ha trazado una cartografía de la violencia. Sus arriesgadas y valientes hipótesis han alertado, han puesto a mirar desde otros ángulos.

Humanista, con mayúscula, esa es la mejor palabra para definirla. Una lectora incansable que tuvo la suerte de tener unos padres liberales que estimularon en ella el ansia de conocimiento. Tenía una biblioteca inmensa que su padre, el médico y también humanista, Eduardo Uribe Ruiz, le entregó sin egoísmo ni censuras. Ella aprovechó. Comenzó así su primera formación, luego entró a estudiar en la Universidad Pontificia Bolivariana, cuando ya estaba casada y tenía tres hijos, y luego de trasladarse a Medellín, dejando su tierra natal, Pereira. “Esa fue mi primera conexión con las ciencias sociales, con la literatura empezó mi afán por conocer, por interpretar el mundo, por entender la condición humana, por explorar los conflictos, las guerras, la violencia, creo que mi padre y el contacto con la literatura influyeron en la elección”.

Generación habló con ella. Estaba en la habitación de su casa, un lugar espacioso con terraza que mira a un jardín con árboles y flores. Biblioteca, mapamundi en una columna, portarretratos, mesa de trabajo, algunos objetos. Una habitación inspiradora. La conversación fluye con esta mujer a quien, estando muy pequeña, le tocó vivir los hechos del 9 de abril de 1948 y, desde entonces, una violencia sin punto final. Por eso sueña con que las conversaciones de paz que el gobierno de Juan Manuel Santos realiza con la guerrilla de las Farc den resultados positivos.

Si mira hacia atrás, ¿cómo ha visto los cambios sociales que hemos tenido?
“Cuando llegué a la universidad, era una época de cambio: en el 68 había una revolución social y sexual, el Mayo Francés, la lucha en Estados Unidos por los derechos civiles, el feminismo, las mujeres luchaban por sus derechos y por su independencia. Los momentos de cambio, con sus traumatismos, son muy ricos para la investigación social, y esto fue bastante importante en mi vida. Fue un tiempo que nos influyó poderosamente. Eso en lo local significó un cambio muy drástico, porque la sociedad antioqueña era una de las más tradicionales de Colombia. Era una sociedad muy cerrada, tradicional, conservadora, y ese cambio fue muy traumático. Importante, pero traumático para muchas personas y familias que no entendían que el tiempo era otro, que el mundo estaba evolucionando. A mí me tocó ese momento, un mundo que se derrumba y un mundo que nace. Y eso tiene sus implicaciones. Para un estudioso de las ciencias sociales es un laboratorio ideal”.

Sigue siendo muy conservadora esta sociedad.
“Me da la impresión de que ha cambiado mucho esta sociedad paisa, aunque sigue siendo el centro de la tradición colombiana, pues quedan algunos sectores todavía muy retardatarios que quieren seguir haciéndonos vivir en el pasado. Es una sociedad a la que todavía le falta abrir puertas y ventanas, ser más proclive a los aires que vienen de afuera”.
Usted hablaba de modernidad y modernización.

“Creo que eso se ha venido rompiendo en lo que tiene que ver con la tecnología, con los emprendimientos, es decir, con la modernización, pero nos hace mucha falta la modernidad. En la modernización económica y tecnológica, Antioquia va un paso adelante de muchas regiones colombianas y creo que de Latinoamérica, sin embargo, en las ideas, las costumbres, las tradiciones, las mentalidades, creo que todavía nos hace mucha falta una buena dosis de modernidad”.

¿Por qué no se ha dado? ¿Qué ha hecho que le dé miedo expandirse?
“Hay una cosa que me preocupa y es que creemos que todo lo hacemos muy bien, seguramente hacemos muchas cosas muy bien, pero hay mucho qué aprender de afuera (...). Hemos sido un poco resistentes y un poco soberbios, porque nos creemos lo máximo. Somos muy importantes y tenemos una historia muy linda, pero, ojo, hay que reflexionar sobre lo que somos y lo que hemos sido y cambiar cosas que definitivamente son más un lastre que una posibilidad de desarrollo”.

¿Hubiéramos avanzado más si hubiéramos soltado ese lastre?
“Hemos avanzado, creo que hemos soltado mucho lastre, eso no quiere decir que no nos quede mucho por soltar. Si uno compara lo que era Medellín en los años sesenta, cuando yo vine a vivir aquí, y lo que es hoy, hay un abismo muy grande, pero eso no quiere decir que las tengamos todas con nosotros. Tenemos muchas cosas por mejorar, sobre todo en lo que tiene que ver con la inclusión social, con el reconocimiento a la diferencia, con el respeto a los Derechos Humanos, con la tolerancia social, que son los elementos constitutivos de la modernidad y que creo que están todavía en buena parte por transformarse”.

Tenemos unas perspectivas limitadas: somos tacita de plata, eterna primavera, los mejores...
“Eso hay que mirarlo con un doble filo porque eso ha producido también efectos positivos que no podemos desconocer: ha generado una fuerte identidad regional, y la identidad es una condición del ser humano fundamental, uno se tiene que saber de alguna parte, saber de dónde viene (...). La identidad es muy importante en los procesos sociales y políticos, lo grave de la identidad es cuando tú la pones encima de otras identidades, cuando te crees superior, cuando se utiliza para despreciar otras identidades y no se entiende que en el contexto social la igualdad es una condición fundamental, independiente de las diferencias que tengamos de raza, de sexo, de condición social (...). De todas maneras, este pueblo tiene cosas muy valiosas y me parece importante rescatarlas y ponerlas presentes”.

Esos elementos que hoy nos definen hacen parte de un asunto fundacional, un propósito.
“Muchos de los mitos que acompañan la construcción de la identidad paisa fueron cultivados, difundidos en el siglo XIX y quizá en el siglo XVIII, cuando Antioquia era una región aislada, pobre, encerrada en las montañas, desarticulada del contexto nacional (...). Había enfrentamientos entre los pensadores antioqueños y los de la capital, en los periódicos bogotanos hablaban de la Paraguay colombiana, que estaba completamente aislada (...). Ellos se defendían de ese discurso discriminatorio y desde ahí se empiezan a forjar ciertos parámetros del trabajo como condición fundamental de la vida, la religiosidad que fue muy importante, la familia como primer baluarte de la sociedad, elementos que van construyendo una idea de lo que somos”.

Fue un proyecto de ciudad y del departamento: trabajo, religión, familia.
“En el libro Raíces del poder regional trato de plantear eso: digo que es el proyecto político de los intelectuales orgánicos de Antioquia que construyeron un espacio relativamente unificado, al tiempo que se defendían de las críticas externas. Tenían un proyecto social, económico, político, cultural...”.

Pasando a otro tema, ¿cómo analiza esta sociedad colombiana, sus guerras, su incapacidad para tomar decisiones frente a la paz?
“La guerra prolongada va generando cosas muy complicadas. Es distinta la guerra cuando se declara, se desarrolla y se acaba, bien por armisticio, rendición o por lo que sea, que es limitada en el tiempo, pero estas guerras nuestras parecen no tener límite en el tiempo y el estar en armas, para los que están y para el gobierno que trata de mantener el orden, es muy difícil. El uso prolongado de las armas descompone la sociedad, y esa descomposición genera otras manifestaciones violentas en la sociedad, así no estén ligadas al conflicto armado. Empieza a generar procesos de violencia, a mostrar que las armas son alternativa para la solución de problemas, entonces, los problemas normales de la sociedad, al no tener un cauce para resolverse, se resuelven por la vía de la violencia. Por eso digo, hay que luchar por este proceso de paz...”.

Es una sociedad muy fuerte que ha sobrevivido a una guerra tan desgastante.
“Es bien revelador la capacidad que tiene esta sociedad para sobrevivir. Yo traté de estudiar esos procesos de resistencia social, no solo desde las élites y desde el Gobierno que parece que la única alternativa que tienen es el uso de las armas, sino de poblaciones que están agobiadas por la lucha armada, que tuvieron la desgracia de estar en el lugar equivocado. Es impresionante esa capacidad de resistencia, de estar buscando alternativas para conjurar las situaciones de crisis y en algunos casos han logrado mantener a raya a los grupos armados. Me han sorprendido las mujeres, su capacidad para defender a sus hijos, a su familia. Sobre todo las mujeres desplazadas: cuando se llega el momento del desplazamiento son ellas las que toman la iniciativa de irse, las que son capaces de llegar a trabajar, a encontrar empleo, vivienda (...). En este país nos hace falta quitarnos el sombrero frente a lo que hacen estas mujeres. Algunas lo perdieron todo, a sus hijos, a sus maridos, y tienen esa capacidad de luchar por tener lo mejor en sus condiciones”.

¿Cree en el proceso de paz?
“Quiero creer, porque lo peor que le podría pasar a este país sería que ese proceso se rompiera. Pienso que todos los procesos de paz tienen grandes dificultades, tienen grandes escollos, se negocia en medio de la guerra, se negocia en medio del conflicto, hay demasiado dolor, demasiado odio, demasiada desconfianza, sin embargo, pienso que este es el proceso de paz que ha logrado más adelantos, con relación a otros procesos anteriores. Son dolorosísimas las cosas que pasan, pero no podemos bajarnos del carro, porque lo que tenemos que buscar es que no vuelvan a morir soldados (...). Pienso que la sociedad civil colombiana, todos nosotros, dentro de nuestros lugares, tenemos que hacerle fuerza a ese proceso para que no se vaya a romper”.

¿Será que hay que confiar...?
“Yo por lo menos lo siento así. Yo nací en la violencia de los años cincuenta, a mí me tocó el 9 de abril, estaba muy pequeña, tenía seis años, lo recuerdo como nada, y ya me voy a morir, yo sí quiero antes de morir decir que vivo en un país en paz”.

Hay cadenas de odio. ¿Cree en el perdón y el olvido?
“Es muy complicado porque el perdón es un acto individual, el Estado da perdones jurídicos, pero el perdón social es un acto individual, es un acto de cada persona. Es muy difícil intervenir, y me parece que éticamente es incorrecto, porque, cómo le digo yo a una mujer que ha perdido a su hijo que perdone, a nombre de qué o porqué. Me parece que lo más importante antes de perdón y olvido, es pensar en verdad y reparación porque nos están llamando al perdón y al olvido sin verdad y sin reparación. Lo primero es la verdad, yo he trabajado con muchas víctimas de la violencia, de los guerrilleros, de los paramilitares, de la violencia estatal, y lo primero que a uno le preguntan esas víctimas es por qué lo mataron. La gente necesita primero que todo la verdad, si a las víctimas les aclaran qué fue lo que pasó, quién dio la orden, por qué se hizo esa acción tan terrible, ese es un primer momento de claridad y en la medida que se entienda puede en un futuro perdonar (...). La gente está ávida de contar su historia, pero no hay quien escuche. Lo primero que tenemos que hacer es conocer la verdad, pero ese es un proceso muy difícil”.

Hay muchos actores.
“Sí, las dictaduras de Chile y Argentina contaron con esa ventaja porque había un solo actor, el Estado. Pero aquí tenemos actores ilegales y actores legales, tenemos gente armada y gente desarmada que se aprovecha de los armados para lograr beneficios personales (...).

Solamente cuando seamos capaces de decirnos la verdad y de mirarnos a los ojos, en ese momento, será posible hablar de perdón. Así tu no seas una víctima directa, todos somos víctimas indirectas, la sociedad necesita saber qué pasó. Ese es un proceso muy doloroso, y yo francamente no veo que se hayan hecho muchas cosas, porque si nos destapamos a decir la verdad, muchas cumbres morales van a quedar prendidas en el camino”.

Ese proceso de encontrar la verdad, en el posconflicto, será muy difícil.
“Es más difícil el posconflicto. Necesita tiempo y mucha pedagogía y trabajo colectivo. Es más fácil firmar un papel que enfrentar las verdades, porque las verdades son muy dolorosas y no es fácil que se acepten y se digan, pero es fundamental que podamos tener una historia nacional de verdad, la historia que cuentan las víctimas, y también los victimarios, a mí me gustaría saber por qué lo hicieron, por qué llegaron a eso”.

En sus investigaciones alcanzó a descubrir muchas verdades, ¿cómo siente ahora ese paso por la investigación y lo que usted logró descubrir en sus trabajos?
“Muchas verdades, pero son verdades que le cuentan a uno y uno no tiene manera de saber si eso es verdad o no. Algunas quedan escritas, sin embargo, es la sociedad la que tiene que dar su última palabra, no un investigador. Uno a veces se siente abrumado, yo, por lo menos, me sentía a veces desbordada. Pensaba, no puedo tener eso conmigo porque yo a quién se lo cuento, no lo puedo publicar porque no tengo cómo comprobarlo. Son verdades que me quemaban. Sabes que no es nada fácil la investigación de la violencia, es muy dolorosa, muy angustiosa, sobre todo cuanto tú te pones en relación con las víctimas, uno tiene que ser muy cuidadoso, y siendo cuidadoso y todo, a mí me costó el exilio, en España, en Barcelona, un tiempo corto, como seis meses. Luego dije, vuelvo a Colombia, ese es mi país, voy a seguir haciendo lo que estoy haciendo, pienso que lo que estoy haciendo está bien... Fue en el 98 - 99”.

¿Hemos avanzado en la investigación en Colombia con respecto al momento en que usted comenzó a hacer su trabajo?
“Se ha avanzado una barbaridad, pero falta apoyo. Las universidades, por lo menos lo que conozco de la Universidad de Antioquia, han hecho grandes esfuerzos por financiar investigación, por colaborarle a los investigadores, sin embargo, usted sabe que la financiación de las universidades es muy precaria y lo que se hace a veces es con las uñas. Colciencias, que ha sido el ente financiador de la investigación, no ha tenido presupuesto tampoco, entonces, el mayor esfuerzo le toca a las universidades. Si bien se ha adelantado mucho, quisiera ver un mayor apoyo institucional del Gobierno... Yo le agradezco a la Universidad de Antioquia, porque siempre me apoyó en mi trabajo”.

¿La investigación se queda en los libros? ¿Cómo hacer para que se conozca?
“Hay un cuello de botella que es la divulgación, las universidades, que han hecho un gran esfuerzo para tener editoriales, tienen difícil la distribución. Además, el promedio de lectura de este país es muy bajo y más con libros de no ficción, que son densos. Sin embargo, se han logrado algunas cosas. Ya las investigaciones tienen una cierta capacidad divulgativa a través no solamente de los libros, sino de conferencias, de simposios. Pienso que nos falta a los investigadores una actitud más agresiva hacia los medios de comunicación de masas y, también, de los medios de comunicación hacia la divulgación de trabajos de investigación... Pero ese problema no es únicamente nuestro, ese es un problema mundial, en todos los países ocurre y eso es muy grave porque las investigaciones no les llegan a las personas realmente interesadas”.

El trabajo intelectual tienen repercusión en la academia, pero no hay manera de que les llegue a las personas que están en el Gobierno y que tienen poder de decisión. ¿Qué tanto caso se le hace a un intelectual, a un investigador? ¿Quiénes lo escuchan?
“Ha cambiado un poco. Hubo un tiempo en que había una ruptura entre la universidad y los gobiernos. El Gobierno no miraba a la universidad sino como fuente de problemas y la universidad miraba a los gobiernos como una parranda de clientelistas que no necesitaban que nadie les dijera nada. Eso ha venido cambiando, hoy, tanto el gobierno nacional como el departamental y el municipal han sabido rodearse de asesores e intelectuales que les ayudan, que conocen las problemáticas y son sensibles, y algunos han tenido la capacidad de contratar con las universidades temas específicos para el desarrollo de propuestas. Yo creo que esa ruptura cambió y en este momento hay más oídos del Gobierno hacia los intelectuales y un poco de acercamiento de los intelectuales a los sectores gubernamentales”.

¿Qué está haciendo ahora?
“Nada. Recibo a algunos estudiantes, les ayudo en sus tesis; me reúno con algunos amigos del Instituto en sus investigaciones, pero no como un compromiso oficial. No estoy escribiendo mayor cosa, nada que valga la pena, porque para eso se necesita moverse...”.
Como en su niñez y adolescencia María Teresa Uribe vive rodeada de libros. En su casa, que es como un oasis en medio del bullicio de la ciudad, tiene bibliotecas en distintos puntos. Lee prensa física y por internet, conserva su ánimo para la tertulia y para beber un buen café. Para encontrarse con gente joven, que es como un bálsamo y que le hace pensar en el buen futuro de la investigación en ciencias sociales en Colombia. Sigue triste por la muerte de Carlos Gaviria, el amigo, el magistrado, el humanista. El profesor que fundó el Instituto de Estudios Políticos y Regionales que ella lideró cuando él lo dejó en sus manos y desde el que hizo y hace escuela, con investigadores que han seguido sus pasos... “Pienso que ya hice lo que pude y en este momento les toca a ellos”, dice.


Fuente: http://m.elcolombiano.com/maria-teresa-uribe-habla-sobre-los-cambios-sociales-en-colombia-DE6251036