lunes, 22 de junio de 2015

Juan José Hoyos_ Un fin de semana con Pablo Escobar

Era un sábado de enero de 1983 y hacía calor. En el aire se sentía la humedad de la brisa que venía del río Magdalena. Alrededor de la casa, situada en el centro de la hacienda, había muchos árboles cuyas hojas de color verde oscuro se movían con el viento. De pronto, cuando la luz del sol empezó a desvanecerse, centenares de aves blancas comenzaron a llegar volando por el cielo azul, y caminando por la tierra oscura, y una tras otra, se fueron posando sobre las ramas de los árboles como obedeciendo a un designio desconocido. En cosa de unos minutos, los árboles estaban atestados de aves de plumas blancas. Por momentos, parecían copos de nieve que habían caído del cielo de forma inverosímil y repentina en aquel paisaje del trópico.

Sentado en una mesa, junto a la piscina, mirando el espectáculo de las aves que se recogían a dormir en los árboles, estaba el dueño de la casa y de la hacienda, Pablo Escobar Gaviria, un hombre del que los colombianos jamás habían oído hablar antes de las elecciones de 1982, cuando la aparición de su nombre en las listas de aspirantes al Congreso por el Partido Liberal desató una dura controversia en las filas del Nuevo Liberalismo, movimiento dirigido entonces por Luis Carlos Galán Sarmiento.

—A usted le puede parecer muy fácil —dijo Pablo Escobar, contemplando las aves posadas en silencio sobre las ramas de los árboles. Luego agregó mirando el paisaje, como si fuera el mismo dios—: No se imagina lo verraco que fue subir esos animales todos los días hasta los árboles para que se acostumbraran a dormir así. Necesité más de cien trabajadores para hacer eso... Nos demoramos varias semanas.

Pablo Escobar vestía una camisa deportiva muy fina, pero de fabricación nacional según dijo con orgullo mostrando la marquilla. Estaba un poco pasado de kilos pero todavía conservaba su silueta de hombre joven, de pelo negro y manos grandes con las que había manejado docenas de autos cuando junto con su primo, Gustavo Gaviria, competía en las carreras del autódromo de Tocancipá y de la Plaza Mayorista de Medellín.

—Todo el mundo piensa que uso camisas de seda extranjeras y zapatos italianos, pero yo sólo me visto con ropa colombiana —dijo mostrando la marca de los zapatos.

Se tomó un trago de soda para la sed porque la tarde seguía muy calurosa y luego agregó:
—Yo no sé qué es lo que tiene la gente conmigo. Esta semana me dijeron que había salido en una revista gringa... Creo que, si no me equivoco, dizque era la revista People... oForbes. Decían que yo era uno de los diez multimillonarios más ricos del mundo. Les ofrecí a todos mis trabajadores y también a mis amigos diez millones de pesos por esa revista y ya han pasado dos semanas y hasta ahora nadie me la ha traído... La gente habla mucha mierda.

Pablo Escobar hablaba con seguridad, pero sin arrogancia. La misma seguridad con la que en compañía de su primo se montó en una motocicleta y se fue a comprar tierras por la carretera entre Medellín y Puerto Triunfo, cuando aún estaba en construcción la autopista MedellínBogotá. Después de comprar la enorme propiedad, situada entre Doradal y Puerto Triunfo, casi a orillas del río Magdalena, empezó a plantar en sus tierras centenares de árboles, construyó decenas de lagos y pobló el valle del río con miles de conejos comprados en las llanuras de Córdoba y traídos hasta la hacienda en helicópteros. Los campesinos, aterrados, dejaron durante un tiempo de venderle tantos conejos porque a un viejo se le ocurrió poner a correr el rumor de que unos médicos antioqueños habían descubierto que la sangre de estos animales curaba el cáncer. Escobar mandó a un piloto por el viejo y lo trajo hasta la hacienda para mostrarle lo que hacía con los animales: soltarlos para que crecieran en libertad. Ahora había conejos hasta en Puerto Boyacá, al otro lado del Magdalena.

Igual que con los conejos, Pablo Escobar consiguió un ejército de trabajadores para plantar palmas y árboles exóticos por el borde de todas las carreteras de la hacienda. Las carreteras daban vueltas, e iban y venían de un lugar a otro de forma caprichosa porque ya Escobar tenía en mente la construcción de un gran zoológico con animales traídos de todo el mundo.

Él mismo, durante muchos meses, dirigió la tarea de poblar su tierra con canguros de Australia, dromedarios del Sahara, elefantes de la India, jirafas e hipopótamos del África, búfalos de las praderas de Estados Unidos, vacas de las tierras altas de Escocia y llamas y vicuñas del Perú. Los animales alcanzaron a ser más de 200. Cuando el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) se los decomisaba, por no tener licencia sanitaria, Escobar enviaba un amigo a los remates. Allí los compraba de nuevo y los llevaba de regreso a la finca en menos de una semana.

Durante varios años, Pablo Escobar dirigió personalmente las tareas de domesticar todas las aves, obligándolas con sus trabajadores a treparse a los árboles por las tardes cuando caía el sol. Cosas parecidas hizo con los demás animales, tratando de cambiar la naturaleza y hasta sus hábitos. Por ejemplo, a un canguro le enseñó a jugar fútbol y mandó a traer desde Miami, en un avión, a un delfín solitario envuelto en bolsas plásticas llenas de agua y amarrado con sábanas para evitar que se hiciera daño tratando de soltarse. Luego, lo liberó en un lago de una hacienda situada entre Nápoles y el Río Claro.
Fuente: http://www.elmalpensante.com/articulo/1920/un_fin_de_semana_con_pablo_escobar

Juan José Hoyos, una vida dedicada a contar historias

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"En el aire se sentía la humedad de la brisa que venía del río Magdalena. Alrededor de la casa, situada en el centro de la hacienda, había muchos árboles cuyas hojas de color verde oscuro se movían con el viento. De pronto, cuando la luz del sol empezó a desvanecerse, centenares de aves blancas comenzaron a llegar volando por el cielo azul, y caminando por la tierra oscura, y una tras otra, se fueron posando sobre las ramas de los árboles como obedeciendo a un designio desconocido. En cosa de unos minutos, los árboles estaban atestados de aves de plumas blancas. Por momentos, parecían copos de nieve que habían caído del cielo de forma inverosímil y repentina en aquel paisaje del trópico" (Juan José Hoyos. Un fin de semana con Pablo Escobar. El Malpensante No 44. Para leer el texto completo haz clic aquí)

Difícilmente al leer este fragmento uno podría imaginar que el autor hace referencia al centro de operaciones del Cartel de Medellín. Cuando se menciona la Hacienda Nápoles, imágenes fragmentadas pasan por nuestra cabeza: droga, cartel, muerte, motos, aviones, caletas, armas, zoológico, etc.; todo producto de un período de nuestra historia marcado por la vida y extravagancias de Pablo Escobar. Muchos periodistas, en su momento, registraron con sus cámaras y con sus palabras aquella finca, pero sólo uno se atrevió a dedicarle tiempo a describir el cielo, los árboles y el vuelo de las aves, que es en última, lo que aún sigue allí, lo demás pasó; ese periodista es Juan José Hoyos.


Juan José Hoyos es periodista graduado de la Universidad de Antioquia. Fue corresponsal y enviado especial del periódico El Tiempo; fue director y editor de la Revista Universidad de Antioquia, y es columnista del periódico El Colombiano. Al igual que a la mayoría le tocó "pagar servicio militar", como él mismo dice, hasta convertirse hoy en el "gran maestro del periodismo narrativo en Colombia", en palabras de Alberto Salcedo Ramos.


Pero no es gratuito aquel concepto. Juan José dejó en varios libros las historias que se iba encontrando en el camino, reportajes que, como él mismo dice, son "literatura de urgencia. Literatura escrita bajo la presión de los hechos, del tiempo, de los lectores"; pero antes de llegar a esa "literatura de urgencia" probó con la literatura de ficción, escribiendo la novela "Tuyo es mi corazón" que fue llevada a la televisión.


Dos pasiones marcaron su vida: La literatura y la docencia. Desde 1981 hasta 2010 estuvo vinculado con la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia como docente. ¡29 años! Durante esos años fue periodista raso, libretista, novelista, reportero, "el mejor cronista de Colombia" según Germán Castro Caycedo; pero no dejó de ser nunca el docente, el investigador. Dentro de los muchos libros que publicó, en el último tiempo se dedicó a reflexionar en torno a esa "literatura de urgencia": el periodismo narrativo, y es, de lejos, el académico que mejor ha documentado y teorizado sobre el tema en Colombia. Dos libros dan fe de ello: "El arte y el oficio de narrar en el periodismo" y "La pasión de contar. El periodismo narrativo en Colombia 1638-2000", libro que contiene una profunda investigación y una selección de textos de más de cien autores.


Quizás la palabra más repetida de Juan José Hoyos en las aulas de clase de la Universidad de Antioquia era: Imágenes. "Hile el texto a punta de imágenes", decía en sus clases. Y a eso ha dedicado gran parte de su vida: a contar historias. "Las ratas salen de sus madrigueras y tratan de cruzar las calles, desafiando los carros que pasan, en busca de comida. Algunas mueren en su intento, bajo las ruedas de un taxi. Otras logran refugiarse en algún lote abandonado, en una bodega o en un parque. Pero las ratas no son las únicas que se han quedado solas en el barrio desde el día que se fueron los vendedores de alimentos de "El Pedrero": asomadas desde los balcones de los hoteles o las ventanas de las pensiones, las prostitutas miran la gente que pasa. Algunas leen fotonovelas, sentadas en las escaleras que dan a la calle" (Juan José Hoyos. La última muerte en Guayaquil . El Tiempo, 16 de septiembre de 1984)
Fuente:http://www.colombiaaprende.edu.co/html/competencias/1746/w3-article-308887.html 

domingo, 7 de junio de 2015

Pablo Montoya, el escritor colombiano que ganó el premio Rómulo Gallegos

Brilla un nuevo talento de la literatura nacional


Con la novela ‘Tríptico de la infamia’, se da a conocer con este reconocimiento.
 Pablo Montoya. Foto: Penguin Random House.
Una nueva joya de la literatura nacional comenzó a brillar. 

El escritor colombiano Pablo Montoya ganó este jueves el premio Rómulo Gallegos. Con eso pasó de ser uno de los secretos mejor guardados de la literatura nacional ocupar espacios en decenas de medios que hoy replican su nombre. 

Nacido en 1963 en el conflictivo puerto petrolero de Barrancabermeja, el autor se mostró genuinamente sorprendido tras conocer la noticia. En diálogo con EFE declaró su “perplejidad y asombro” al saber que sería  galardonado con el premio Rómulo Gallegos por su obra Tríptico de la infamia. El 2 de agosto a Montoya acudirá a Caracas a recibir el galardón, dotado con US$100.000.

“Soy un escritor muy poco visible en el ámbito de la literatura latinoamericana, un poco más visible en la literatura colombiana. Mis libros no se consiguen en ningún otro país fuera de Colombia, entonces no pensé que me iban a dar ese premio”, admitió.

“De alguna manera, uno siempre piensa qué pasaría si se ganara ese premio. Me siento muy contento y muy honrado de haber ganado este premio tan importante”, aseguró Montoya desde la ciudad argentina de La Plata, donde se encuentra para un evento universitario.

El escritor cree que el jurado vio “la originalidad del tema” enTríptico de la infamia, su más reciente novela, que narra la historia de tres pintores protestantes que se convierten en testigos e intérpretes de los horrores cometidos en la Europa del siglo XVI en nombre de la religión. Cada parte está dedicada a uno de estos pintores: Jacques Lemoine, Francois Dubois y Théodore de Bry.

Como toda buena historia, no fue producto sólo del talento sino del esfuerzo. “En esta novela trabajé fuertemente, no es que me la sacara del bolsillo”, dijo Montoya, profesor de literatura en la Universidad de Antioquia (Medellín), en una entrevista con AP minutos después de saberse ganador del reconocimiento.

“Es una novela muy visual, afianzada profundamente en el poder de las imágenes. Creo que eso convenció al jurado”, reflexionó.

Precisamente, es ese diálogo entre la imagen y la pintura uno de los puntos fuertes de Tríptico de la infamia, en la que, según su autor, “prevalece la capacidad de asombrarse y de dialogar desde la poesía con la imagen”.

Para Montoya, el jurado también valoró la extensa investigación que sustenta la historia de la novela y “la actualidad del tema”, que reflexiona sobre “la persistencia de los extremismos religiosos”.

“Esta novela dialoga mucho con este momento actual que vive Occidente enfrentado con esos extremismos”, consideró Montoya.

Casado con la editora y profesora de literatura Alejandra Tora, y padre de dos hijas, Montoya se define como “un colombiano híbrido” debido a que nació en Barrancabermeja, se crió en Medellín y estudio en Bogotá y París. Ahora se esperanza con que este reconocimiento influya para sumar nuevos lectores en la región. 

El premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos es uno de los más prestigiosos de las letras hispanas y reconoce las novelas ya publicadas. Lo han ganado escritores tan reconocidos como los nobeles de Literatura Gabriel Garcia Márquez (1972) y Mario Vargas Llosa (1967), el mexicano Carlos Fuentes (1977) y el colombiano Fernando Vallejo (2003).

Entre los finalistas este año figuraban también la chilena Diamela Eltit; el mexicano Dante Medina; el costarricense Carlos Cortés, y los colombianos Héctor Abad Faciolince, Piedad Bonnett y el recién fallecido Óscar Collazos. “Yo era el menos visible”, dijo con humildad el ganador.

“Todo depende de la editorial. Vamos a ver qué sucede, pero inicialmente pienso que la edición se hará en otras partes de América Latina porque es un premio con resonancia internacional”, concluyó.
Fuente: http://www.semana.com/cultura/articulo/pablo-montoya-expresa-asombro-tras-ganar-premio-romulo-gallegos/430270-3

lunes, 1 de junio de 2015

Porfirio Barba Jacob


Fue un conocido poeta oriundo de Colombia, nacido en Santa Rosa de Osos en el año 1883 y fallecido en Ciudad de México en 1942. Se conoce que fue criado por sus abuelos y que cuando tenía tan sólo 12 años de edad comenzó un viaje por distintos puntos de su país y, una década más tarde, llegó hasta Norteamérica. 

En medio de esta larga y particular travesía, fue fundador de un diario de interés cultural llamado "El Cancionero Antioqueño", del cual fue asimismo director. 

Como otros escritores, no escondió su homosexualidad, aunque esto le trajo consecuencias negativas en varias ocasiones; un ejemplo fue la censura de su primera novela, la cual jamás se publicó. A lo largo de su vida, este autor adoptó diversos seudónimos, siendo el presentado en esta biografía el que mantuvo por más tiempo; otros de ellos fueron Marín Jiménez y Ricardo Arenales.


Su obra es el reflejo de su vida: apasionada y nostálgica, en constante movimiento. Entre sus libros publicados encontramos "Campiña Florida", "Canciones y Elegías" y "Rosas negras". Para conocer su peculiar estilo poético, contamos con una selección con títulos como "Canción de la vida profunda

El hombre es una cosa vana, variable y ondeante...

MONTAIGNE

Hay días en que somos tan móviles, tan móviles,
como las leves briznas al viento y al azar.
Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe.
La vida es clara, undívaga, y abierta como un mar.

Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.

Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,
como la entraña obscura de oscuro pedernal:
la noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,
en rútiles monedas tasando el Bien y el Mal.

Y hay días en que somos tan plácidos, tan plácidos...
(¡niñez en el crepúsculo! ¡Lagunas de zafir!)
que un verso, un trino, un monte, un pájaro que cruza,
y hasta las propias penas nos hacen sonreír.

Y hay días en que somos tan lúbricos, tan lúbricos,
que nos depara en vano su carne la mujer:
tras de ceñir un talle y acariciar un seno,
la redondez de un fruto nos vuelve a estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.

Mas hay también ¡Oh Tierra! un día... un día... un día...
en que levamos anclas para jamás volver...
Un día en que discurren vientos ineluctables
¡un día en que ya nadie nos puede retener!


Fuente:http://www.poemas-del-alma.com/porfirio-barba-jacob-el-corazon-rebosante.htm