miércoles, 16 de junio de 2021

La rebelión espiritual de Colombia _ Faber Cuervo

Llegué a pensar que me iba a morir sin ver la rebelión de la dignidad en mi país. Ahora, que soy testigo de ella, me siento orgulloso de una juventud inteligente que florece como un jardín de esperanzas en medio de un desierto infértil. La generación de cristal brilla como un sol en el horizonte anubarrado de esta trágica nación. Sueños legítimos y sagrados toman alas en multitudinarias movilizaciones día tras día. Las voces adolescentes llenan el aire de las ciudades con la dulce inocencia de quienes apenas empiezan la aventura de la vida. Por fin, el pueblo comprende que si se une puede ir por todo. Un torbellino incontenible exclama en las calles ¡No más corrupción! ¡Cambio ya! Jóvenes populares, universitarios, campesinos, indígenas, negritudes, trabajadores, profesionales, profesores, académicos, pequeños comerciantes, camioneros, vendedores informales, madres, etc., defienden en largas caminatas los derechos a comer tres veces al día, a estudiar en una buena universidad, a trabajar con buena paga, a una salud de calidad, a la libertad, a una vida digna. Los chicos no quieren resignarse al falso dilema de elegir entre un trabajo de rebusque y el estudio con hambre y sin pasajes.  

 

Un estallido social sacude a Colombia desde la Guajira hasta el Amazonas. Es una rebelión contra el hambre, contra la miseria, contra la falta de oportunidades, la violencia y la corrupción. Nada de “vándalos”, ni de “vagos”, ni de “bloqueadores”. Son los muchachos que se movilizan como bandadas de pájaros al rescate de la libertad; son los polluelos que no quieren repetir la miserable vida de sus padres; saben con prístina claridad los derechos que defienden, saben también sus deberes. No piden que les regalen nada, tampoco que les reformen algunas leyes. Ellos piden que les dejen reconstruir este desfondado país que le heredamos; anhelan ser los protagonistas en la reelaboración de un país que no les sirve; tienen toda la intención, el firme deseo y la energía para mejorar este vetusto corral de desigualdades e ignominias. El 28 de abril del año 2021 surgió un sujeto político nuevo en esta nación: los jóvenes populares a quienes le arrebataron todo hasta el miedo a morir. Este sujeto exige ser escuchado, quiere transformar las instituciones de Colombia, el podrido y obsoleto sistema político, social y económico. Quieren reescribir la historia de este país. No quieren más guerra, ni más violencia económica institucional, ni exclusión social; no quieren más atentados a la madre naturaleza, tampoco más saqueo a los dineros públicos. La lista de lo que quieren es nutrida. Revela todo el aberrante edificio que le dejamos. Sí, nosotros, generaciones anteriores, fuimos cómplices por omisión y por acción de una decadente y ominosa estructura que ellos con contundentes argumentos rechazan.   

 

La rebelión espiritual de Colombia es el alma hablante de los tambores, las cornetas, las flautas, los cánticos, los títeres, los atuendos, las danzas, las coplas, los grafitis, los murales, los símbolos, las marchas, los plantones, las velatones, las mingas, las piedras, las ollas comunitarias, las asambleas populares, los payasitos, los malabaristas, los tragafuegos. Los indígenas están derribando estatuas y momias que sostienen una narrativa colonialista, racista, clasista; historia falsa que justifica la pretendida superioridad de gobernantes y “gente de bien”.  Esta colorida y multidiversa conjunción de expresiones está haciendo mudar la piel de la serpiente. Y todavía preguntan: ¿Para qué sirve la poesía en tiempos de crisis? Otros ilustres aliados del carnaval rebelde son los niños, los extranjeros, comunidades de la Colombia profunda, adultos mayores, saberes ancestrales.  

 

Colombia entró en una fase de remodelación profunda en virtud de este estallido social que se juntó con un paro nacional aplazado desde el año 2019 por la aparición de la pandemia. ¿Hasta donde irán sus efectos? No lo saben ni los más prestigiosos oráculos y gurúes. Ya han caído dos reformas (tributaria y salud), dos ministros (Hacienda y Canciller), un embajador (el de EEUU), una Copa América. A los muchachos artífices de esta rebelión espiritual los han tratado de “terroristas” y otras descalificaciones. Dicen que sus “bloqueos” perjudican a todos los sectores productivos, y que los pobres campesinos no pueden sacar los productos de sus regiones. Ahora sí se acuerdan de los labriegos a los que siempre ha abusado un empresariado intermediario ventajoso. La prensa tradicional, de propiedad de las cuatro familias más ricas de Colombia, ha criminalizado la protesta social. Líderes del partido de gobierno, piden más sangre y mano dura. El gobierno da tratamiento de guerra a la protesta pacífica. Ya van 75 jóvenes caídos por la brutal represión, entre ellos dos policías. Pueblo contra pueblo. Y los dueños del poder, viendo noticias mientras beben vino tinto.  

 

Una falsa narrativa propagandizada por los usufructurarios de este modelo de país, no sintoniza con la rebelión espiritual que está creciendo en los hogares colombianos. Los muchachos han desnudado las bisagras que sostienen el andamiaje de la infamia y corrupción, verdaderas destructoras del progreso colectivo y causantes del bloqueo que arrastra este país desde hace 50 años:  

 

1.    Los peajes. 2. Las cámaras fotomultas. 3. El 4 x 1.000. 4. Las notarías. 5. Las cámaras de comercio. 6. Las interventorías de obras públicas. 7. La contratación pública. 8. Los patios de tránsito donde se pudren los vehículos inmovilizados. 9. Las pensiones vitalicias de expresidentes. 10. Los exagerados sueldos de congresistas y funcionarios públicos. 11. El elevado IVA de bienes y servicios. 12. Las importaciones de alimentos que se pueden producir en Colombia. 13. El fracking y las licencias ambientales que destruyen paramos, ríos, selvas, bosques. 14. Los Tratados de Libre Comercio que enriquecen franquicias empresariales y desestimula la producción, la tecnología y ciencia nacional. 15. La compra de votos para elegir presidentes y congresistas. 16. El tráfico de influencias de los políticos. 17. Las actividades que producen dinero fácil. 17. Las multinacionales, empresariado y terratenientes que no pagan impuestos. 18. El robo de las obras macro de infraestructura. 19. La tercerización del empleo. 20. La burocracia de instituciones inútiles. 

 

Instituciones creadas para fines “altruistas” se convirtieron en trincheras de clientelismo, compra de votos, nepotismo. Son regidas por una burocracia corrupta vividora del Estado, es decir de los impuestos que todos pagamos. Sus costos de funcionamiento son de varios billones de pesos anuales. Si se eliminan o reducen esas inservibles instituciones resultaría un presupuesto para hacer universidades para todos los jóvenes que no tienen cómo pagar sus estudios profesionales. Y sobraría para construir nuevos hospitales y mejorar la dotación insuficiente para atender la crisis del Covid.  

 

Colombia no despega porque la tiene bloqueada una clase política corrupta que atiende las demandas de “cacaos” y grupos empresariales parasitarios y voraces. En lugar de una democracia impera una plutocracia, es decir un Estado donde el gobierno legisla a favor de los más ricos. Las ganancias de los banqueros al final de cada año, aún en pandemia, son escandalosas. Los sueldos de los funcionarios suben por encima de los salarios de los trabajadores. El gasto militar está por encima de las inversiones en salud y educación. Este país es un feudo manejado por despojadores de tierras en compañía del binomio político empresarial corrupto. El avance de monocultivos y ganadería en las selvas del amazonas, Guaviare y Vichada, está destruyendo los activos naturales más importantes de Colombia. El desvío de ríos para fincas privadas, macro proyectos energéticos y multinacionales mineras, está robándole agua y alimento a los campesinos, pescadores, mineros artesanales, afrodescendientes, indígenas. Se están bloqueando las fuentes de subsistencia del pueblo más pobre y excluido. Todo para los privilegiados, nada para los excluidos. 

 

El bloqueo estructural de Colombia fue el que provocó el estallido social y el paro nacional. Ahora se sienten incómodos los que han tenido todas las oportunidades, y son indolentes con los que nada tienen. La propaganda oficial crea la narrativa de que son más perjudiciales los “bloqueos” del paro, por tanto, se debe volver a la normalidad. Esto significa aceptar vivir con resignación la desgracia histórica de Colombia. Y si la rebelión espiritual de los jóvenes tiene algo bien claro es que no desean volver a la normalidad del hambre, del atraso, de la exclusión, los privilegios, la guerra, los despojos, la corrupción, la precarización del empleo, el narcotráfico, el paramilitarismo, etc. Los muchachos quieren tejer otra Colombia. Quieren que el país haga un alto, y a través del diálogo, se empiecen a derribar todos los muros que bloquean el despegue de la sociedad en conjunto. Su lucha en la que arriesgan y entregan sus vidas, es una lucha por todos, sin excepciones. Favorece hasta a los que produjeron este infierno, los que ni siquiera se sonrojan.  

De no emprenderse los urgentes cambios estructurales que reclama la rebelión espiritual, vamos para un abismo peor. Nos estamos suicidando sin darnos cuenta. La pobreza aumenta cada 24 horas durante la pandemia. El hambre asola millones de colombianos. El estancamiento de la pírrica industria no abre puertas a quienes llegan a la edad laboral. El trabajo informal crece, la sobrevivencia es el pan de cada aciago día. La tierra fértil productora de alimentos se dedica a otras rentas. Las ciudades macrocefálicas atraen más población marginada con falsas ofertas. Están preparando su colapso. El cambio climático ya está generando tragedias en nuestras urbes mercantiles, lugares no aptos e inseguros para vivienda. El cemento invasivo y las basuras producen cada vez más inundaciones y desastres. En los campos, los ejércitos armados privados y públicos son amos y señores de las agendas. El Estado no existe en muchos lugares. Y donde hace presencia es a través de las armas, que defienden clanes politiqueros mafiosos. 

 

Una de las realidades entre muchas que ha evidenciado este estallido social es la inexistencia del Estado Social de Derecho. En Colombia, no hay autoridad independiente que defienda a los ciudadanos víctimas de vejámenes del Estado. Todos los organismos de investigación y protección ciudadana están controlados por una presidencia interesada en hostigar cualquier oposición y hacer trizas los Acuerdos de paz con los alzados en armas. Los desmanes de la fuerza pública contra los manifestantes gozan de patente de corso. La división de poderes públicos es precisamente para evitar la parcialidad de la justicia. Pero, aquí no opera. Entre los requerimientos de los jóvenes está hacer una reforma a la policía y al Esmad para que sean protectores de los ciudadanos y no sus asesinos; también independizar la Fiscalía, la Procuraduría, la Contraloría y la Defensoría del Pueblo, de la influencia del presidente y de quienes están detrás de éste. Premisa fundamental para garantizar la paz y la vida, asegurar los Acuerdos de Paz.   

 

Los gestores de la rebelión espiritual quieren cambiar el chip de la sociedad ante flagelos que nos han castigado durante décadas. Quieren quitarle espacios a la violencia, a la exclusión, a la corrupción. La corrupción es quizás la enfermedad que más aniquila y daño hace. No puede seguir viéndose como paisaje natural este fenómeno en nuestro país. Desterrarla es indispensable para voltear la eterna tragedia nacional, para encontrar un nuevo rumbo en el uso de los dineros de todos, en la eficacia de sus inversiones en los derechos constitucionales negados. La cooperación y la solidaridad que emergen con fuerza en las jornadas del paro nacional contribuyen a crear una nueva comunidad donde impere realmente la común unidad.  

 

Hay un nuevo amanecer. Colombia es un carnaval rebelde, una fiesta de transformación. Las tribus urbanas de jóvenes apropiándose de las calles son semillas que traerán remozados frutos. El cambio es irreversible. Están desbloqueando un país atrasado, con un capitalismo de minorías, donde las oportunidades se concentran en abolengos privilegiados y en los de abajo comprados con sobornos. La rebelión de los jóvenes quiere desbloquear este territorio de tanta cizaña.  Colombia no soporta más el bloqueo histórico de la corrupción que carcome la institucionalidad. Colombia está bloqueada hace décadas por la falta de vías para sacar los productos agrícolas y manufacturas, por la precaria red hospitalaria en las ciudades, por déficit de cupos universitarios, por excesiva burocracia y corrupción, por la abundancia de peajes que encarecen el transporte. ¿Por qué empresarios privados cobran peajes si desde el año 1985 pagamos un impuesto a la gasolina para construir carreteras? El 4 x 1.000 temporal que enriquece a los banqueros se quedó para siempre. Los contratos leoninos de obras públicas desangran los presupuestos que se van para paraísos fiscales.  

 

La rebelión espiritual de Colombia ha logrado cosas inimaginables hace unos meses. Consiguió unir a las hostiles barras futboleras. Ya se encuentran en las marchas y plantones, las barras del deportivo Cali y el América, de Millonarios y Santafé, de Nacional y Medellín. Los hinchas saben que los colores principales a defender son el amarillo, el azul y el rojo de la bandera de Colombia. Que, si bien es importante apoyar a la selección, es más importante apoyar al pueblo colombiano que sufre hambre y privaciones. La rebelión espiritual también ha logrado desaparecer las fronteras invisibles en barrios de las ciudades, esos límites que decretaban la muerte de los “enemigos”, aquellos que no pertenecían al combo, dueño territorial. Otro logro es el empoderamiento popular en los barrios de las grandes y pequeñas ciudades. Se respiran aires de ciudadanía a lo largo y ancho del territorio nacional. El pueblo se politiza y empieza a debatir en asambleas populares las necesidades de las comunidades. Un CAI de Cali ha sido convertidos en biblioteca popular. En ese lugar ya no se tortura a los jóvenes, sino que sirve para la formación ciudadana, filosófica y política. En varios parques y espacios públicos, se han establecido jornadas de aprendizaje artístico y cultural. En ellos, acuden profesores que donan su tiempo para enseñar habilidades en títeres, teatro, circenses, yoga, grafiti, murales y otros. En algunas ciudades empiezan a crear las huertas comunitarias; se genera una apreciación de producir lo que comemos para cogerlo directamente de nuestro entorno. Varios puntos de resistencia en Cali, Medellín, Bogotá y otras, despliegan ollas comunitarias atendidas por madres de los jóvenes de las Primeras Líneas que lideran las resistencias.  

 

Explotan verdades en muros y paredes, enarboladas con colores, grafitis, pinturas simbólicas, palabras. Brotan humos de un nuevo porvenir en las ollas comunitarias, en las huertas urbanas barriales, en los puestos de salud y bibliotecas populares, en los títeres en los parques, en las enseñanzas circenses y actividades artísticas. Un espíritu solidario resplandece en los puntos de resistencia. Allí llegan las donaciones de alimentos, insumos médicos, materiales, prendas. Las traen comerciantes, tenderos, padres de familia, comunidades religiosas, organizaciones benefactoras, simpatizantes de clase media, pueblo cooperante. Todas estas acciones están poniendo las bases a otro edificio social, fundado en valores que fueron expulsados por las dinámicas salvajes de sobrevivencia que nos impusieron. Sólo el pueblo salva al pueblo, es un axioma que orienta la inmensa red social que se teje al calor de la lucha y las demandas. Vientos alentadores cruzan el firmamento de las ciudades y campos. Los campesinos venden sus productos directamente a los consumidores. Los vendedores ambulantes venden más en las marchas que en las aceras. Los artistas y gestores culturales extienden una enorme telaraña donde los sueños cogen vuelo. Los apoyos abundan entre distintas agremiaciones. Las universidades empiezan a apoyar y vincular las dinámicas populares en sus proyectos académicos. Empresarios humanitarios se acercan a concretar propuestas con los jóvenes barriales.  

 

Un nuevo país está naciendo. Las calles están pariendo una criatura, una República para todos. Son embriones de construcción colectiva desde los barrios, los parques simbólicos de resistencia, las bibliotecas improvisadas, las brigadas de salud, los mercados comunitarios. Nuestros jóvenes empoderados saben con claridad el país que les sirve; no piden dádivas, quieren edificar una nueva casa donde quepan con sus sueños e ilusiones. Piden no se les eche zancadilla a su impulso que es potente y lleno de futuro distinto.  

 

Colombia inició una nueva República. La República de las Primeras Líneas: la Primera Línea Defensiva de jóvenes con cascos y escudos y gafas que protegen las multitudes en las avanzadas, plantones y resistencias; la Primera Línea Jurídica conformada por abogados que lideran procesos para sacar libres a los chicos injustamente detenidos; la Primera Línea Periodística conformada por los comunicadores independientes que cuentan la verdad que otros ocultan; la Primera Línea de Salud que está presta a asistir a los heridos y enfermos por los enfrentamientos; las Primeras Líneas en atención sicológica, logística, promoción cultural y artística. Las Asambleas Populares se erigen como formas organizativas deliberantes y vinculantes. Una vasta red de alianzas de organizaciones, colectivos, grupos juveniles, universitarios, campesinos, productivos, culturales, cooperativos, se extiende por todo el territorio. Es el país que muchos habíamos soñado.  

 

El odio pierde terreno en los imaginarios. Las palabras que estigmatizan matan. La rebelión espiritual acude a los sentimientos más armoniosos con la protección de la vida y el respeto a los ideales justos. No obstante, es unánime la concepción que urge desparamilitarizar el pensamiento promedio colombiano. Urge regurgitar esas doctrinas de “enemigos internos”, de “revolución molecular disipada”, que le han inoculado a las fuerzas policiales y militares para perseguir a quienes piensan distinto como si fueran criminales. Una renovada institucionalidad no puede permitirse criminalizar la protesta social, demonizar la oposición, dar patente de corso para asesinar manifestantes. No se puede aplazar la eliminación de todo residuo de lavado cerebral antidemocrático que convierte en un aparato sicarial a la fuerza pública. Es un imperativo reeducar a la policía y el Esmad, capacitarlos en el respeto a los derechos humanos. Si no se hace, continuará la barbarie. 

 

Colombia es un corazón unido contra la indolencia, el egoísmo, el saqueo, la discriminación, la corrupción. Nadie lucha por ningún socialismo ni comunismo. Aunque no lo crean, se pide más capitalismo, pero democrático. Que los pobres tengan oportunidad de vivir rico; no que solo sea un privilegio de los ricos. La principal enfermedad nuestra es que sólo pensamos en nuestro confort, nada importa la suerte del otro. Los jóvenes hacen la rebelión espiritual porque quieren bienestar material y ser serviciales. Quieren ser ingenieros, arquitectos, administradores, médicos, enfermeros, biólogos, comunicadores, artistas, panaderos, comerciantes, emprendedores, gestores culturales. Quieren viajar por el mundo como cualquier rico de Colombia. Quieren realizar sus sueños, sus proyectos, sus apuestas, sus elegidos destinos. Si este país logra asegurarles sus deseos, habremos dado un salto a la civilidad, a una sociedad del buen vivir, a una verdadera democracia.

 

Nada se obtiene gratuitamente. Los ideales más apetecidos cuestan un gran esfuerzo. Esto lo sabe la generación de cristal. Y como el acero, resiste todos los embates. Asume costos mortales. Pero, también quiere minimizarlos. Por eso, empieza a cambiar la estrategia. Con la inauguración del imponente y expresivo monumento a la resistencia en Puerto Resistencia –Cali-, se inaugura también el tiempo de hacer pedagogía, de prepararse para la participación política. Empiezan a profundizarse las asambleas populares, el estudio de las ciencias políticas, filosóficas, literarias. Empieza a debatirse la validez del voto, votar por partidos o nombres. Se escuchan voces que considera inservible el voto en blanco porque es apoyar a los corruptos, cuando hay tantos jóvenes talentosos y honestos que merecen ser elegidos.  

 

El cambio es ahora o nunca. Esta oportunidad, este impulso portentoso no se da con frecuencia. El desgaste es la carta a la que juega el tahúr tramposo que con mañas y demoras quiere siempre dominar al contrincante. El camino ya está elegido. No hay otro que saque al pueblo del infierno insoportable. Las hierbas refrescan las orillas. El jardín exhala aromas en la floresta. Basta avanzar hacia la arboleda para disfrutar sus promesas. La dignidad no se negocia. Los sueños son sagrados. El cambio es irreversible.  

 

Faber Cuervo 

Junio 15 de 2021