El título de «El Gaviero», no hace alusión al personaje del escritor colombiano Álvaro Mutis, «Maqroll el Gaviero», viejo marino, extraño y errabundo «alter ego» del poeta. El nombre se origina en un término usado en la marina, la gavia, que etimológicamente proviene a su vez de gaviota. Es la parte más alta de un barco, en donde se aposta un hombre que otea, aguza y escudriña el horizonte. Una metáfora, si se quiere. Contacto: elgavieroperiodicoliterario@gmail.com
lunes, 28 de junio de 2021
miércoles, 16 de junio de 2021
La rebelión espiritual de Colombia _ Faber Cuervo
Llegué a pensar que
me iba a morir sin ver la rebelión de la dignidad en mi país. Ahora, que soy
testigo de ella, me siento orgulloso de una juventud inteligente que florece
como un jardín de esperanzas en medio de un desierto infértil. La generación de
cristal brilla como un sol en el horizonte anubarrado de esta trágica nación.
Sueños legítimos y sagrados toman alas en multitudinarias movilizaciones día
tras día. Las voces adolescentes llenan el aire de las ciudades con la dulce
inocencia de quienes apenas empiezan la aventura de la vida. Por fin, el pueblo
comprende que si se une puede ir por todo. Un torbellino incontenible exclama
en las calles ¡No más corrupción! ¡Cambio ya! Jóvenes populares,
universitarios, campesinos, indígenas, negritudes, trabajadores, profesionales,
profesores, académicos, pequeños comerciantes, camioneros, vendedores
informales, madres, etc., defienden en largas caminatas los derechos a comer
tres veces al día, a estudiar en una buena universidad, a trabajar con buena
paga, a una salud de calidad, a la libertad, a una vida digna. Los chicos no
quieren resignarse al falso dilema de elegir entre un trabajo de rebusque y el
estudio con hambre y sin pasajes.
Un estallido social sacude a Colombia desde la
Guajira hasta el Amazonas. Es una rebelión contra el hambre, contra la miseria,
contra la falta de oportunidades, la violencia y la corrupción. Nada de
“vándalos”, ni de “vagos”, ni de “bloqueadores”. Son los muchachos que se
movilizan como bandadas de pájaros al rescate de la libertad; son los polluelos
que no quieren repetir la miserable vida de sus padres; saben con prístina
claridad los derechos que defienden, saben también sus deberes. No piden que
les regalen nada, tampoco que les reformen algunas leyes. Ellos piden que les dejen
reconstruir este desfondado país que le heredamos; anhelan ser los
protagonistas en la reelaboración de un país que no les sirve; tienen toda la
intención, el firme deseo y la energía para mejorar este vetusto corral de
desigualdades e ignominias. El 28 de abril del año 2021 surgió un sujeto
político nuevo en esta nación: los jóvenes populares a quienes le arrebataron
todo hasta el miedo a morir. Este sujeto exige ser escuchado, quiere
transformar las instituciones de Colombia, el podrido y obsoleto sistema
político, social y económico. Quieren reescribir la historia de este país. No
quieren más guerra, ni más violencia económica institucional, ni exclusión
social; no quieren más atentados a la madre naturaleza, tampoco más saqueo a
los dineros públicos. La lista de lo que quieren es nutrida. Revela todo el
aberrante edificio que le dejamos. Sí, nosotros, generaciones anteriores,
fuimos cómplices por omisión y por acción de una decadente y ominosa estructura
que ellos con contundentes argumentos rechazan.
La rebelión espiritual de Colombia es el alma
hablante de los tambores, las cornetas, las flautas, los cánticos, los títeres,
los atuendos, las danzas, las coplas, los grafitis, los murales, los símbolos,
las marchas, los plantones, las velatones, las mingas, las piedras, las ollas
comunitarias, las asambleas populares, los payasitos, los malabaristas, los
tragafuegos. Los indígenas están derribando estatuas y momias que sostienen una
narrativa colonialista, racista, clasista; historia falsa que justifica la
pretendida superioridad de gobernantes y “gente de bien”. Esta
colorida y multidiversa conjunción de expresiones está haciendo mudar la piel
de la serpiente. Y todavía preguntan: ¿Para qué sirve la poesía en tiempos de
crisis? Otros ilustres aliados del carnaval rebelde son los niños, los
extranjeros, comunidades de la Colombia profunda, adultos mayores, saberes
ancestrales.
Colombia entró en una fase de remodelación
profunda en virtud de este estallido social que se juntó con un paro nacional aplazado
desde el año 2019 por la aparición de la pandemia. ¿Hasta donde irán sus
efectos? No lo saben ni los más prestigiosos oráculos y gurúes. Ya han caído
dos reformas (tributaria y salud), dos ministros (Hacienda y Canciller), un
embajador (el de EEUU), una Copa América. A los muchachos artífices de esta
rebelión espiritual los han tratado de “terroristas” y otras descalificaciones.
Dicen que sus “bloqueos” perjudican a todos los sectores productivos, y que los
pobres campesinos no pueden sacar los productos de sus regiones. Ahora sí se
acuerdan de los labriegos a los que siempre ha abusado un empresariado
intermediario ventajoso. La prensa tradicional, de propiedad de las cuatro
familias más ricas de Colombia, ha criminalizado la protesta social. Líderes
del partido de gobierno, piden más sangre y mano dura. El gobierno da
tratamiento de guerra a la protesta pacífica. Ya van 75 jóvenes caídos por la
brutal represión, entre ellos dos policías. Pueblo contra pueblo. Y los dueños
del poder, viendo noticias mientras beben vino tinto.
Una falsa narrativa propagandizada por los
usufructurarios de este modelo de país, no sintoniza con la rebelión espiritual
que está creciendo en los hogares colombianos. Los muchachos han desnudado las
bisagras que sostienen el andamiaje de la infamia y corrupción, verdaderas
destructoras del progreso colectivo y causantes del bloqueo que arrastra este
país desde hace 50 años:
1. Los peajes. 2. Las cámaras fotomultas. 3. El 4 x 1.000. 4. Las notarías.
5. Las cámaras de comercio. 6. Las interventorías de obras públicas. 7. La
contratación pública. 8. Los patios de tránsito donde se pudren los vehículos
inmovilizados. 9. Las pensiones vitalicias de expresidentes. 10. Los exagerados
sueldos de congresistas y funcionarios públicos. 11. El elevado IVA de bienes y
servicios. 12. Las importaciones de alimentos que se pueden producir en
Colombia. 13. El fracking y las licencias ambientales que destruyen paramos,
ríos, selvas, bosques. 14. Los Tratados de Libre Comercio que enriquecen
franquicias empresariales y desestimula la producción, la tecnología y ciencia
nacional. 15. La compra de votos para elegir presidentes y congresistas. 16. El
tráfico de influencias de los políticos. 17. Las actividades que producen
dinero fácil. 17. Las multinacionales, empresariado y terratenientes que no
pagan impuestos. 18. El robo de las obras macro de infraestructura. 19. La
tercerización del empleo. 20. La burocracia de instituciones inútiles.
Instituciones creadas para fines “altruistas”
se convirtieron en trincheras de clientelismo, compra de votos, nepotismo. Son
regidas por una burocracia corrupta vividora del Estado, es decir de los
impuestos que todos pagamos. Sus costos de funcionamiento son de varios billones
de pesos anuales. Si se eliminan o reducen esas inservibles instituciones
resultaría un presupuesto para hacer universidades para todos los jóvenes que
no tienen cómo pagar sus estudios profesionales. Y sobraría para construir
nuevos hospitales y mejorar la dotación insuficiente para atender la crisis del
Covid.
Colombia no despega porque la tiene bloqueada
una clase política corrupta que atiende las demandas de “cacaos” y grupos
empresariales parasitarios y voraces. En lugar de una democracia impera una
plutocracia, es decir un Estado donde el gobierno legisla a favor de los más
ricos. Las ganancias de los banqueros al final de cada año, aún en pandemia,
son escandalosas. Los sueldos de los funcionarios suben por encima de los
salarios de los trabajadores. El gasto militar está por encima de las
inversiones en salud y educación. Este país es un feudo manejado por
despojadores de tierras en compañía del binomio político empresarial corrupto.
El avance de monocultivos y ganadería en las selvas del amazonas, Guaviare y
Vichada, está destruyendo los activos naturales más importantes de Colombia. El
desvío de ríos para fincas privadas, macro proyectos energéticos y
multinacionales mineras, está robándole agua y alimento a los campesinos,
pescadores, mineros artesanales, afrodescendientes, indígenas. Se están
bloqueando las fuentes de subsistencia del pueblo más pobre y excluido. Todo
para los privilegiados, nada para los excluidos.
El bloqueo estructural de Colombia fue el que
provocó el estallido social y el paro nacional. Ahora se sienten incómodos los
que han tenido todas las oportunidades, y son indolentes con los que nada
tienen. La propaganda oficial crea la narrativa de que son más perjudiciales
los “bloqueos” del paro, por tanto, se debe volver a la normalidad. Esto
significa aceptar vivir con resignación la desgracia histórica de Colombia. Y
si la rebelión espiritual de los jóvenes tiene algo bien claro es que no desean
volver a la normalidad del hambre, del atraso, de la exclusión, los privilegios,
la guerra, los despojos, la corrupción, la precarización del empleo, el
narcotráfico, el paramilitarismo, etc. Los muchachos quieren tejer otra
Colombia. Quieren que el país haga un alto, y a través del diálogo, se empiecen
a derribar todos los muros que bloquean el despegue de la sociedad en conjunto.
Su lucha en la que arriesgan y entregan sus vidas, es una lucha por todos, sin
excepciones. Favorece hasta a los que produjeron este infierno, los que ni
siquiera se sonrojan.
De no emprenderse los urgentes cambios
estructurales que reclama la rebelión espiritual, vamos para un abismo peor.
Nos estamos suicidando sin darnos cuenta. La pobreza aumenta cada 24 horas
durante la pandemia. El hambre asola millones de colombianos. El estancamiento
de la pírrica industria no abre puertas a quienes llegan a la edad laboral. El
trabajo informal crece, la sobrevivencia es el pan de cada aciago día. La
tierra fértil productora de alimentos se dedica a otras rentas. Las ciudades
macrocefálicas atraen más población marginada con falsas ofertas. Están
preparando su colapso. El cambio climático ya está generando tragedias en
nuestras urbes mercantiles, lugares no aptos e inseguros para vivienda. El
cemento invasivo y las basuras producen cada vez más inundaciones y desastres.
En los campos, los ejércitos armados privados y públicos son amos y señores de
las agendas. El Estado no existe en muchos lugares. Y donde hace presencia es a
través de las armas, que defienden clanes politiqueros mafiosos.
Una de las realidades entre muchas que ha
evidenciado este estallido social es la inexistencia del Estado Social de
Derecho. En Colombia, no hay autoridad independiente que defienda a los
ciudadanos víctimas de vejámenes del Estado. Todos los organismos de
investigación y protección ciudadana están controlados por una presidencia
interesada en hostigar cualquier oposición y hacer trizas los Acuerdos de paz
con los alzados en armas. Los desmanes de la fuerza pública contra los
manifestantes gozan de patente de corso. La división de poderes públicos es
precisamente para evitar la parcialidad de la justicia. Pero, aquí no opera.
Entre los requerimientos de los jóvenes está hacer una reforma a la policía y
al Esmad para que sean protectores de los ciudadanos y no sus asesinos; también
independizar la Fiscalía, la Procuraduría, la Contraloría y la Defensoría del
Pueblo, de la influencia del presidente y de quienes están detrás de éste.
Premisa fundamental para garantizar la paz y la vida, asegurar los Acuerdos de
Paz.
Los gestores de la rebelión espiritual quieren
cambiar el chip de la sociedad ante flagelos que nos han castigado durante
décadas. Quieren quitarle espacios a la violencia, a la exclusión, a la
corrupción. La corrupción es quizás la enfermedad que más aniquila y daño hace.
No puede seguir viéndose como paisaje natural este fenómeno en nuestro país.
Desterrarla es indispensable para voltear la eterna tragedia nacional, para
encontrar un nuevo rumbo en el uso de los dineros de todos, en la eficacia de
sus inversiones en los derechos constitucionales negados. La cooperación y la
solidaridad que emergen con fuerza en las jornadas del paro nacional
contribuyen a crear una nueva comunidad donde impere realmente la común
unidad.
Hay un nuevo amanecer. Colombia es un carnaval
rebelde, una fiesta de transformación. Las tribus urbanas de jóvenes
apropiándose de las calles son semillas que traerán remozados frutos. El cambio
es irreversible. Están desbloqueando un país atrasado, con un capitalismo de
minorías, donde las oportunidades se concentran en abolengos privilegiados y en
los de abajo comprados con sobornos. La rebelión de los jóvenes quiere
desbloquear este territorio de tanta cizaña. Colombia no soporta más
el bloqueo histórico de la corrupción que carcome la institucionalidad.
Colombia está bloqueada hace décadas por la falta de vías para sacar los
productos agrícolas y manufacturas, por la precaria red hospitalaria en las
ciudades, por déficit de cupos universitarios, por excesiva burocracia y
corrupción, por la abundancia de peajes que encarecen el transporte. ¿Por qué
empresarios privados cobran peajes si desde el año 1985 pagamos un impuesto a
la gasolina para construir carreteras? El 4 x 1.000 temporal que enriquece a
los banqueros se quedó para siempre. Los contratos leoninos de obras públicas
desangran los presupuestos que se van para paraísos fiscales.
La rebelión espiritual de Colombia ha logrado
cosas inimaginables hace unos meses. Consiguió unir a las hostiles barras
futboleras. Ya se encuentran en las marchas y plantones, las barras del
deportivo Cali y el América, de Millonarios y Santafé, de Nacional y Medellín.
Los hinchas saben que los colores principales a defender son el amarillo, el
azul y el rojo de la bandera de Colombia. Que, si bien es importante apoyar a
la selección, es más importante apoyar al pueblo colombiano que sufre hambre y
privaciones. La rebelión espiritual también ha logrado desaparecer las
fronteras invisibles en barrios de las ciudades, esos límites que decretaban la
muerte de los “enemigos”, aquellos que no pertenecían al combo, dueño
territorial. Otro logro es el empoderamiento popular en los barrios de las
grandes y pequeñas ciudades. Se respiran aires de ciudadanía a lo largo y ancho
del territorio nacional. El pueblo se politiza y empieza a debatir en asambleas
populares las necesidades de las comunidades. Un CAI de Cali ha sido
convertidos en biblioteca popular. En ese lugar ya no se tortura a los jóvenes,
sino que sirve para la formación ciudadana, filosófica y política. En varios
parques y espacios públicos, se han establecido jornadas de aprendizaje
artístico y cultural. En ellos, acuden profesores que donan su tiempo para
enseñar habilidades en títeres, teatro, circenses, yoga, grafiti, murales y
otros. En algunas ciudades empiezan a crear las huertas comunitarias; se genera
una apreciación de producir lo que comemos para cogerlo directamente de nuestro
entorno. Varios puntos de resistencia en Cali, Medellín, Bogotá y otras,
despliegan ollas comunitarias atendidas por madres de los jóvenes de las
Primeras Líneas que lideran las resistencias.
Explotan verdades en muros y paredes,
enarboladas con colores, grafitis, pinturas simbólicas, palabras. Brotan humos
de un nuevo porvenir en las ollas comunitarias, en las huertas urbanas
barriales, en los puestos de salud y bibliotecas populares, en los títeres en
los parques, en las enseñanzas circenses y actividades artísticas. Un espíritu
solidario resplandece en los puntos de resistencia. Allí llegan las donaciones
de alimentos, insumos médicos, materiales, prendas. Las traen comerciantes,
tenderos, padres de familia, comunidades religiosas, organizaciones
benefactoras, simpatizantes de clase media, pueblo cooperante. Todas estas
acciones están poniendo las bases a otro edificio social, fundado en valores
que fueron expulsados por las dinámicas salvajes de sobrevivencia que nos
impusieron. Sólo el pueblo salva al pueblo, es un axioma que orienta la inmensa
red social que se teje al calor de la lucha y las demandas. Vientos alentadores
cruzan el firmamento de las ciudades y campos. Los campesinos venden sus
productos directamente a los consumidores. Los vendedores ambulantes venden más
en las marchas que en las aceras. Los artistas y gestores culturales extienden
una enorme telaraña donde los sueños cogen vuelo. Los apoyos abundan entre
distintas agremiaciones. Las universidades empiezan a apoyar y vincular las
dinámicas populares en sus proyectos académicos. Empresarios humanitarios se
acercan a concretar propuestas con los jóvenes barriales.
Un nuevo país está naciendo. Las calles están
pariendo una criatura, una República para todos. Son embriones de construcción
colectiva desde los barrios, los parques simbólicos de resistencia, las
bibliotecas improvisadas, las brigadas de salud, los mercados comunitarios.
Nuestros jóvenes empoderados saben con claridad el país que les sirve; no piden
dádivas, quieren edificar una nueva casa donde quepan con sus sueños e
ilusiones. Piden no se les eche zancadilla a su impulso que es potente y lleno
de futuro distinto.
Colombia inició una nueva República. La
República de las Primeras Líneas: la Primera Línea Defensiva de jóvenes con
cascos y escudos y gafas que protegen las multitudes en las avanzadas,
plantones y resistencias; la Primera Línea Jurídica conformada por abogados que
lideran procesos para sacar libres a los chicos injustamente detenidos; la
Primera Línea Periodística conformada por los comunicadores independientes que
cuentan la verdad que otros ocultan; la Primera Línea de Salud que está presta
a asistir a los heridos y enfermos por los enfrentamientos; las Primeras Líneas
en atención sicológica, logística, promoción cultural y artística. Las
Asambleas Populares se erigen como formas organizativas deliberantes y
vinculantes. Una vasta red de alianzas de organizaciones, colectivos, grupos
juveniles, universitarios, campesinos, productivos, culturales, cooperativos,
se extiende por todo el territorio. Es el país que muchos habíamos
soñado.
El odio pierde terreno en los imaginarios. Las
palabras que estigmatizan matan. La rebelión espiritual acude a los
sentimientos más armoniosos con la protección de la vida y el respeto a los
ideales justos. No obstante, es unánime la concepción que urge
desparamilitarizar el pensamiento promedio colombiano. Urge regurgitar esas
doctrinas de “enemigos internos”, de “revolución molecular disipada”, que le
han inoculado a las fuerzas policiales y militares para perseguir a quienes
piensan distinto como si fueran criminales. Una renovada institucionalidad no
puede permitirse criminalizar la protesta social, demonizar la oposición, dar
patente de corso para asesinar manifestantes. No se puede aplazar la
eliminación de todo residuo de lavado cerebral antidemocrático que convierte en
un aparato sicarial a la fuerza pública. Es un imperativo reeducar a la policía
y el Esmad, capacitarlos en el respeto a los derechos humanos. Si no se hace,
continuará la barbarie.
Colombia es un corazón unido contra la
indolencia, el egoísmo, el saqueo, la discriminación, la corrupción. Nadie
lucha por ningún socialismo ni comunismo. Aunque no lo crean, se pide más
capitalismo, pero democrático. Que los pobres tengan oportunidad de vivir rico;
no que solo sea un privilegio de los ricos. La principal enfermedad nuestra es
que sólo pensamos en nuestro confort, nada importa la suerte del otro. Los
jóvenes hacen la rebelión espiritual porque quieren bienestar material y ser
serviciales. Quieren ser ingenieros, arquitectos, administradores, médicos,
enfermeros, biólogos, comunicadores, artistas, panaderos, comerciantes,
emprendedores, gestores culturales. Quieren viajar por el mundo como cualquier
rico de Colombia. Quieren realizar sus sueños, sus proyectos, sus apuestas, sus
elegidos destinos. Si este país logra asegurarles sus deseos, habremos dado un salto
a la civilidad, a una sociedad del buen vivir, a una verdadera democracia.
Nada se obtiene gratuitamente. Los ideales más
apetecidos cuestan un gran esfuerzo. Esto lo sabe la generación de cristal. Y
como el acero, resiste todos los embates. Asume costos mortales. Pero, también
quiere minimizarlos. Por eso, empieza a cambiar la estrategia. Con la
inauguración del imponente y expresivo monumento a la resistencia en Puerto
Resistencia –Cali-, se inaugura también el tiempo de hacer pedagogía, de prepararse
para la participación política. Empiezan a profundizarse las asambleas
populares, el estudio de las ciencias políticas, filosóficas, literarias.
Empieza a debatirse la validez del voto, votar por partidos o nombres. Se
escuchan voces que considera inservible el voto en blanco porque es apoyar a
los corruptos, cuando hay tantos jóvenes talentosos y honestos que merecen ser
elegidos.
El cambio es ahora o nunca. Esta oportunidad,
este impulso portentoso no se da con frecuencia. El desgaste es la carta a la
que juega el tahúr tramposo que con mañas y demoras quiere siempre dominar al
contrincante. El camino ya está elegido. No hay otro que saque al pueblo del
infierno insoportable. Las hierbas refrescan las orillas. El jardín exhala
aromas en la floresta. Basta avanzar hacia la arboleda para disfrutar sus
promesas. La dignidad no se negocia. Los sueños son sagrados. El cambio es
irreversible.
Faber
Cuervo
Junio 15 de
2021