viernes, 20 de julio de 2018

Jaime Jaramillo Escobar: la poesía no es para todos

Medellín
Óscar Domínguez G.
Especial para Palabra&Obra

A sus primeros 85 años, el poeta Jaime Jaramillo Escobar, (Pueblorrico, Antioquia, mayo 25 de 1932) es un bicho raro: no habla mal de nadie pero todos hablan bien de él. Es diminuto como un haikú. Tiene listo su epitafio y, en lugar de sonreír a manos llenas, prefiere hacer versos desnudo.

Distintos ismos literarios, empezando por el Nadaísmo, se lo disputan. A X-504, su alias, ni le va ni le viene que se lo peleen. Se deja querer y admirar. Eso es gratis.
Con sus apellidos de ministro de hacienda o de agricultura, el decano de la pandilla Nadaísta, merca en el Éxito de Laureles como cualquier mortal, y tiene cuenta bancaria en Bancolombia. Alguna prosaica gripa le ha de dar. A la salida del banco dan ganas de atracarlo con un estribillo alejado del manual: ”Poeta, bájase de sus últimos versos, pero quédese con el billete y con su gorra de pensionado”.

A lo mejor, mientras hace fila, evoca este verso de su colega y viejo conocido León de Greiff, de quien fue compilador en el período bogotano de ambos creadores: “Mi flaca bolsa de irónica aritmética…”.

Aunque nadie le crea, predica que ser poeta es tirado. Eafit le publicó un libro: Método fácil para ser poeta. No en vano tira línea literaria hace 35 años en su Taller de la Biblioteca Pública Piloto. Por estos días despacha desde la Torre de la Memoria por labores de embellecimiento lícito del viejo edificio.
Le dijo en una entrevista a  Fernando Mora Meléndez que publicó la revista El Malpensante que “la poesía es la voz del pueblo, y pienso que debe ser útil. Por eso le puse Poemas útiles a un libro de Geraldino Brasil que traduje”. La entrevista ganó Premio Simón Bolívar en el 2013. Las fotos del “rasta” Juan Fernando Ospina no se le quedan atrás a la entrevista.

En otra coyuntura, Jaramillo Escobar dejó dicho para la posteridad: “Nada más escaso que la buena poesía. No es para todos. Se necesita tener ángel. El ángel también es escaso”.

Los amigos no se prestan
No le gustan las bibliotecas públicas pero asegura que la Piloto es la biblioteca personal de los lectores que la frecuentan. Me lo dijo en una vieja charla: “Nunca me han gustado los libros en préstamo. Porque un libro es un amigo y a un amigo nunca se presta. Ir a conversar con un libro en una biblioteca pública es como ir a hacerle la visita a un señor todo protocolario y limitado. Los señores no dan su corazón en las visitas. Para que te dé su corazón tienes que salir con él de paseo, e invitarlo a dialogar al calor de tu chimenea con un coñac en la mano y el gato ronroneando sobre el tapiz, muy cerca de la lumbre. ¿Cómo puedo yo ir a ver a Thomas Mann en la biblioteca pública? Ambos nos sentiremos molestos y no tendremos nada que decirnos. Para mí, las bibliotecas públicas no tienen ningún encanto. Pero la Biblioteca Pública Piloto de Medellín no es como una biblioteca pública, sino como la biblioteca particular de cada uno de sus usuarios”.

El kínder de Jaime
Al presentar un libro con textos de sus catecúmenos, dejó claro: “Ellos son conscientes de que los textos propios deben examinarse como si fueran del peor enemigo, y sólo publicarlos si pasan esa prueba… Escribir bien es agregar a la literatura páginas que no sobren”.

El poeta Verano Brisas, uno de su cofradía es, según Jaramillo Escobar, “hombre de mar, del aire y de la selva, viajero, teatrero, duende y poeta”. Su entorno sabe que también es su ángel guardián y quien le muele el aire en asuntos prácticos.

Verano resumió certeramente el sentir del Taller en pleno sobre su maestro-amigo: “Sus virtudes como coordinador del Taller son muchas: respeto por las diferentes voces literarias, generosidad, nobleza, simpatía, bondadoso con rigor, una que otra ironía, mucha imaginación, desbordada fantasía y un ojo clínico para descubrir poetas y narradores de todas las edades y condiciones”.

No tiene discípulos sino devotos, admiradores perplejos, agradecidos, que lo miran con “un aire de perrito de la Víctor”.

El entrecomillado es parte de una traducción que hizo del brasileño Mario Quintana. El verso completo que tradujo dice: “Mi primera novia me escuchaba con un aire de perrito de la Víctor”.

Jaramillo Escobar también tradujo (1982) a Geraldino Brasil quien le agradeció que le mejorara sus textos. Como este tomado de un poema llamado Noticias de la paz:
“No sé si al periódico le gustaría una paz de la que no podría vivir, esa paz insoportable sin las noticias de la guerra”.

A la publicidad por la poesía
A lo mejor, Jaramillo Escobar llegó a la poesía por la vía de la publicidad. O al contrario. Para comer fue publicista en Sancho Publicidad, de Bogotá, y en Publicidad Nova, de Barranquilla. Para vivir, escribe, edita y compila, se luce como ensayista, cuentista, prologuista, conferencista, tallerista, y un largo ista.
Y si lo cogen con los calzones abajo, presenta libros. Me consta la presentación de dos: uno de su colega Eduardo Escobar y una antología de Darío Jaramillo Agudelo, sobre León de Greiff, editado con cargo a la caja menor del Fondo de Cultura Económica.

Jaramillo Agudelo contó en su autobiografía, Historia de una pasión, que alguna vez quedaron de publicar a cuatro manos un libro que se llamaría Poesía y cartas. No pasaron del título. De pronto se reúnen y retoman la idea. Los dos tienen con qué. Las  musas siguen de su lado.

Eso sí, deja claro que la gloria no es el fuerte del pueblorriquense. Ni en la publicidad ni en la poesía. Se lo confesó a Gonzalo Arango quien finalmente le arrancó una entrevista para la Revista Cromos: “La gloria me importa un pito. Mi triunfo va por otro camino… Yo, solo, compitiendo conmigo mismo. Yo solo, porque Dios murió en una tragedia de Shakespeare disfrazado de mujer”.

Bueno, no sólo le jaló a la publicidad por aquello del diario yantar. X-504 también fue empleado de la Administración de Impuestos en Cali.  “Como era empleado público, aunque de ínfima categoría, me parecía mejor que apareciera con un seudónimo y no con mi nombre, por eso la x. Y el 504 proviene de mi cédula: 504.547. Inicialmente puse el nombre completo, pero Gonzalo González, Gog, director del suplemento  literario de El Espectador, me recomendó abreviarlo”.Se le contó a la revista El Malpensante para la que se empelotó en la entrevista mencionada; solo se tapó las partes pudendas con algún endecasílabo ajeno.


Las llaves de la noche
En su andadura no escapó al frío bogotano. Allí le montó la perseguidora a León de Greiff para una antología que preparaba para una fábrica de empaques, sí de empaques. Los pasos lo llevaron al apartamento de De Greiff en el barrio Santa Fe, adonde iba a parar después de tirar línea en El Automático. Un tal García Márquez bebió en su fuente.
En el barrio Santa Fe, Jaramillo vio gatear a De Greiff  hasta encontrar el libro que necesitaba en el apocalipsis de su estudio.

Por esas fechas, estaba en su furor el café. Su dueño de entonces, Enrique Sánchez, jericaono, se lo encontró una noche en pleno Parque de Santander. Se le arrodilló para expresarle admiración por sus versos nadaístas. Y a manera de homenaje trató de entregarle las llaves del café. Jaramillo logró escapar al asedio. Tal vez la hubiera aceptado si hubiera sabido que era las del ladrón que se robó las llaves de la noche, como se lee en un poema que anda suelto por ahí.

Literatura por kilos
No hay que presentar carné de Sherlock Holmes para concluir que el más que octogenario Jaramillo optó por las letras desde cuando estudiaba primaria en Betulia, de la mano de su maestro Gabriel Cano Urrego. (Betulia también se disputa el honor de ser su cuna).

El niño Jaime se pilló que al tendero de la localidad le llegaban los periódicos. Pues aquí que no peco, pensó, y en menos que escribiría  los poemas de la ofensa, le estaba comprando los suplementos literarios de El Colombiano.

Ese fue el ábrete sésamo de su oficio de escritor. Y de nadaísta. Una vez le pregunté por el movimiento que creó su amigo Gonzalo Arango: “El Nadaísmo es una filosofía y por consiguiente determina una actitud ante la vida, la sociedad, el arte. Evoluciona con el pensamiento y se enriquece con el aporte de las nuevas generaciones. Adóptelo el que quiera y sírvase de él. El Nadaísmo no tiene dueños porque el pensamiento corresponde a la especie, y, al individuo, sólo el honor de proclamarlo. Pero no se olvide nunca que el Nadaísmo es de la esencia de la libertad. Hay escritores y artistas que piden libertad, como si la libertad se mendigara, como si pudiera esperarse un regalo tan precioso. La libertad hay que conquistarla; hay que arrebatarla. Y sólo el verdadero artista es capaz de eso. Resulta oportuno repetir esto”.

Dios también canta
Se ha ganado todos los premios habidos y por haber. Pero ni así se deja perder por la vanidad. Me lo confesó en la entrevista que le hice.

“Carezco de vanidad y ni siquiera me envanezco de ella. Por eso me asombra y avergüenza encontrarme a veces con la envidia. Lo único que deseo es escribir unos poemas porque ese es mi canto y creo que todos los seres humanos vinimos a cantar. Si canta Dios que debería ser el más atribulado –pero en las noches se le oye cantar-, si toda la creación es un canto, el poeta es una ranita que canta al compás del universo. El canto de la rana es el que más le gusta a Dios porque él está contento de ver que la rana también canta. No importan los diversos conceptos acerca de Dios. Todos se pueden sumar y el resultado siempre es uno. La vanidad es vecina de la ignorancia. Su diccionario dice que la vanidad es una forma inferior del orgullo. ¿Por qué cree usted que yo debería tener eso? Nunca olvidé a Ovidio: ‘Observa al pavo real: si oye alabanzas de su plumaje, lo extiende con orgullo; si lo contemplas en silencio, cierra su espléndido abanico antiguo’”.
 
Dejemos al poeta tranquilo en sus 85 años pero digamos adiós con esta confesión sobre su vida y milagros:En mis libros hay poemas muy alegres y también los hay tristes porque la vida es así. Y porque deben existir cantos para la alegría y la tristeza. En rigor, no puede decirse que la vida le tenga “bronca” a nadie. Y nadie está contento con su vida todo el tiempo. Unas son de cal y otras de arenas. Es la medida. El contemplativo desconoce la palabra ‘bronca’. Está en paz con el universo y consigo mismo. No está en pugna con nada, e invadido de serenidad, disfruta de la más perfecta alegría”.

Cuando Jaime Jaramillo muera, “y el día esté lejano” para decirlo con su par, Barba Jacob, a quien también le dedicó antología, empezará a disfrutar del epitafio que le confesó a Gonzalo Arango: Aquí vive Jaime Jaramillo Escobar.

Fuente: http://www.elmundo.com/noticia/Jaime-Jaramillo-Escobar-la-poesia-no-es-para-todos/353793

domingo, 15 de julio de 2018

Mario Escobar Velásquez, un escritor ciruela ...




Un jugo de ciruela
Ese día hacía un calor intenso (no sé si endiablado, porque he sabido de diablos que son fríos) y Bolombolo, el real y el inventado y adulterado por León de Greiff (hay mucho aguardiente en ese Relato de Ramón Antigua), ardía a la orilla del Cauca. Lo que se tocaba estaba hirviendo, las mujeres parecían más anchas, las ventanas y las puertas estaban dilatadas y, a través de los vidrios, el sol entraba golpeando de knock-out. Y no sé de dónde veníamos, si de Jardín o Jericó, de Hispania o de Tarso. ¿De dónde viene uno cuando hace un calor enfurecido?, no se sabe.  El caso es que Mario Escobar Velásquez detuvo su jeep Lada (creo que era un Lada) frente a una tienda. Y yo que venía detrás en otro carro (un Fiat 147 que Reinaldo Spitaletta me dijo que debía fotografiar para que los de la Fábrica de automóviles de Turín supieran a dónde llegaban sus carros y así, quizás, nos dieran uno nuevo), frené. Y como ya Mario estaba afuera y nos hacía señas, nos bajamos.
-Los invito a jugo de ciruelas- nos dijo. Y si nos hubiera dicho que voláramos, lo habríamos hecho. El calor estaba repleto de diablitos calientes, que son peores que los mosquitos y los chismes. 
Ese día, conocí el jugo de ciruela. De esa ciruela nuestra que, si está madura, es tan grande como un dátil, tiene la cáscara blanda y una capa delgada de pulpa dulce, a veces acuosa, que envuelve una semilla recia. Esas ciruelas las había comido una por una, sacándolas de un paquete de papel. Nunca en jugo.
¿Cuántas ciruelas se necesitan para un vaso?, no lo sé. Solo sé que la ciruela de estas tierras es más semilla que pulpa, y que esa semilla es dura, a veces suelta fibra como la del mango, aunque más dura y molesta cuando se mete entre los dientes. Y si hacen jugo con ella, quizá cociéndolas hasta que ya solo queda la semilla o tajándolas con un cuchillo de filo fino, al lado de la olla o de la licuadora deben quedar montañas de semillas, algunas secas para que los perros se entretengan con ellas. Eso he pensado siempre y quizá esté errado. Lo importante es que bebí el jugo y me supo a algo. El calor no me dejó percibir más. 
De Mario Escobar Velásquez recuerdo el jugo de ciruelas al que invitó en Bolombolo. También su biblioteca en estantes de hierro y aluminio que tenía en su casa, en Manrique. Y sus sarcasmos y cinismos, que salían por entre su risa de boca grande. Con los días, leyendo algunos de sus libros (los que más me gustan son los que narran animales), supe que era un escritor ciruela, maduro, dulce por fuera y duro por dentro. De los animales dijo: “son como uno, solo que no hablan como nosotros y entonces los matamos”. Prefería dos libros: Servidumbre humana y Diez grandes novelas y sus autores, ambos de William Somerset Maugham.
Un escritor con territorio
Maestro, finquero fracasado, negociante a medias, editor de revistas, compilador de cuentos antioqueños, se asoció con Reinaldo Spitaletta para escribir un libro sobre las putas (Vida puta, puta vida), que salió “putiado” debido a las bajas ventas. Los que publicó en su vida también, porque a pesar de haberse ganado el premio de literatura de la revista Vivencias, las editoriales grandes le hicieron el quite. No fue a reírles, no fue a pedirles, no buscó padrinos, no tuvo críticos de revista. Lo que más sufrió fue envidias ajenas, que es el caldo que más se toma entre los intelectuales que, sin leer las obras de los autores locales, los desprecian. Debe ser un vicio, una perversión, alguna aberración. Miedo.
Pero la obra de Mario Escobar Velásquez se mantuvo en una pequeña editorial, Thule (de su propio bolsillo, siempre magro), demostrando su maestría de escritor con territorio, lo que implica que leerlo es saber sobre unas tierras, sus gentes y animales, sus árboles y desmesuras; adentrándose ahí para que el mundo sea lo que es y no otra cosa. Un hombre rudo Mario, narrador de Urabá, sus plataneras, los hombres negros y los chilapos, los antioqueños perdidos y los aparecidos, las ciénagas y los ríos, el mar con sus rutas de contrabando, los caños silenciosos, las mujeres resistiendo y D’s por ninguna parte. 
La última fase de la colonización antioqueña fue Urabá, que nunca estuvo sola sino con indios e ingleses delirantes (Leonel Waffer, por ejemplo), alemanes plataneros, gringos filibusteros, negros cimarrones y gentes casi enanas de color diverso provenientes de váyase a saber qué lugares (el infierno podría ser uno), siempre acaloradas y buscadoras impenitentes de sexo (le llegaron a hacer el amor a una mata de plátano, como pasó con Tereso), listos a matarse o a morir sintiendo que al fin les llegaba el descanso. Gentes con miedo y viviendo en él. Y ese Urabá, que siempre fue una niebla que olía a boleja (banano podrido), esto pasó todavía cuando llegaron las bananeras, tuvo al fin un escritor: Mario Escobar Velásquez, que no llegó de sopero sino a meterse ahí, a sentir el calor y mirar con atención los animales, la selva, las talas de árboles para la construcción de potreros, los hombres y los ruidos de la noche, que incluyen quejidos placenteros de mujer. Y que desarrolló con su literatura lo que en palabras de Salvador de Madariaga fue una sentencia: “los hombres no toman posesión de la tierra hasta que la tierra no toma posesión de los hombres”. Ya, en las novelas de Mario, la tierra se apodera de los hombres y, siguiendo al marqués de Sade, la tierra es perversa cuando la tratan como no es. De ahí en adelante, nada que no se sepa.    
Sí, las novelas de un autor son una misma novela, cuando el escritor tiene territorio su narración es cielo y tierra, agua y fuego, demonios y apariciones, y donde hay tierra hay cementerios y bares, casas  que esconden palabras y bocas que tienen adentro mucha historia que, cuando se suelta, abre escondrijos y de ahí, como en un carnaval desbordado, sale la desmesura sin respetar puntos cardinales. Es como cuando hay un incendio, que todo lo que se mueve sale corriendo y saltando, dando gritos y echando chispas.  
Volviendo a la ciruela
Mario Escobar Velásquez fue el escritor de las tierras de Urabá, de las preguntas de Urabá, de los inicios de Urabá. Por eso dijo: “muy caribe está el español que se metió a estas selvas, consiguió india y supo que ya no venía de ninguna parte sino que estaba ahí y ya no tenía más alternativa que vivir la vida donde el cielo era distinto y la tierra estaba por nombrar”. Y, como ese jugo de ciruela al que invitó en una tarde calurienta y desmedida, lo que hay es eso: lo que no se conocía y, probándolo, comienza a ser conocido.  
Era una ciruela Mario, dulce por fuera, recio por dentro. Y su literatura fue recia, dura, sin licencias, para que recordarlo sea dulce, pulpa y cáscara dulce con semilla dura. Alguien tenía que decirlo, y él lo dijo: “lo que pasa es esto, qué le podemos hacer”. Palabras precisas, verdes de selva y plateado de piel de pescado, que a veces tiene la carne amarilla o rosada. Y también negra cuando por ahí pasaron los miedos. Y ya  sin estos o sufriéndolos al escondido, al fin reconocen su obra, después de muerto, después de que estuvo en el alma del monte y los ríos bravos. Estas cosas pasan entre nosotros, donde nos tapamos los ojos hasta que la venda se pudre y entonces tenemos que ver. El verbo tener es un verbo modal, que significa estar obligados a. Como pasa con la buena literatura, con esas historias del bosque hondo, con el griterío de los marimondas, con esos alguienes que vienen con uno y hacen lo que quieren.
Fuente: http://www.elmundo.com/noticia/Mario-Escobar-Velasquez-un-escritor-ciruela/355677