martes, 29 de julio de 2014

Ledo Ivo - poemas - Brasil

Los pobres en la estación de autobuses
 
Los pobres viajan. En la estación de autobuses
levantan los pescuezos como gansos para
.........mirar
los letreros del autobús. Sus miradas
son de quien teme perder alguna cosa:
la maleta que guarda un radio de pilas y una
.........chaqueta
que tiene el color del frío en un día sin
.........sueños,
el sandwich de mortadela en el fondo de la
.........mochila,
y el sol del suburbio y polvo más allá de los
.........viaductos.
Entre el rumor de los alto-parlantes y el
.........traqueteo de los autobuses
temen perder su propio viaje
escondido en la neblina de los horarios.
Los que dormitan en las bancas despiertan
.........asustados,
aunque las pesadillas sean un privilegio
de los que abastecen los oídos y el tedio de
.........los psicoanalistas
en consultorios asépticos como el algodón
.........que tapa
la nariz de los muertos.
En las filas los pobres asumen un aire grave
que une temor, impaciencia y sumisión.
¡Qué grotesco son los pobres! ¡Y cómo
.........molestan sus olores aun a la distancia!
No tienen la noción de los conveniente, no
.........saben portarse en público.
El dedo sucio de nicotina restriega el ojo
.........irritado
que del sueño retuvo apenas la legaña.
Del seno caído e hinchado un hilillo de leche
escurre hacia la pequeña boca habituada al
lloriqueo.
En los andenes van y vienen, saltan y
aseguran maletas y paquetes,
hacen preguntas impertinentes en las
.........ventanillas, susurran palabras misteriosas
y contemplan las portadas de las revistas con
aire espantado
de quien no sabe el camino del salón de la
.........vida.
¿Por qué ese ir y venir? ¿Y esas ropas
.........extravagantes,
esos amarillos de aceite de dendé que lastiman
.........la vista delicada
del viajero obligado a soportar tantos olores
.........incómodos,
y esos rojos chillantes de feria y parque de
.........diversiones?
Los pobres no saben viajar ni saben vestirse.
Tampoco saben vivir: no tienen noción del
.........confort
aunque algunos de ellos tengan hasta televisión.
Verdaderamente los pobres no saben ni morir.
(Tienen casi siempre una muerte fea y de mal
.........gusto)
Y en cualquier lugar del mundo molestan,
viajeros inoportunos que ocupan nuestros
.........lugares
aun cuando vayamos sentados y ellos viajen
.........de pie
©Ledo Ivo
De: La noche misteriosa
 
 
 
 
Vals fúnebre para hermengarda
 
Heme aquí junto a tu sepultura, Hermengarda,
para llorar tu carne pobre y pura, que nadie
..........de nosotros vio pudrirse.
Otros vendrán lúcidos y enlutados,
sin embargo yo vengo borracho, Hermengarda,
..........yo vengo borracho.
Y si mañana encuentran la cruz de tu tumba
..........caída en el suelo
no fue la noche, Hermengarda, ni fue el viento.
Fui yo.
Quise amparar mi ebriedad en tu cruz
y rodé por el suelo donde reposas
cubierta de margaritas, triste todavía.
Héme aquí junto a tu tumba, Hermengarda,
para llorar nuestro amor de siempre.
No es la noche, Hermengarda, ni es el viento.
Soy yo.
©Ledo Ivo
De: Las imaginaciones
 
 
 
 
Los murciélagos
 
Los murciélagos se esconden tras las cornisas
del almacén. ¿Pero dónde se esconden los
.........hombres,
que vuelan la vida entera en la oscuridad,
chocando contra las paredes blancas del amor?
La casa de nuestro padre estaba llena de
.........murciélagos
colgados, como luminarias, de las viejas vigas
que apuntalaban el tejado amenazado por las
.........lluvias.
"Estos hijos nos chupan la sangre", suspiraba
mi padre.
¿Qué hombre tirará la primera piedra a ese
.........mamífero
que, como él, se nutre de la sangre de los
.........otros animales
(¡hermano mío! ¡hermano mío!) y,
.........comunitario, exige
el sudor de su semejante aun en la oscuridad?
En el halo de un seno joven como la noche
se esconde el hombre; en el algodón de su
.........almohada, en la luz del farol
el hombre guarda las doradas monedas de su
.........amor.
Pero el murciélago, durmiendo como un
.........péndulo, sólo guarda el día ofendido.
Al morir, nuestro padre nos dejó (a mis
.........ocho hermanos y a mí)
su casa donde de noche llovía por las tejas
.........rotas.
Pagamos la hipoteca y conservamos los
.........murciélagos.
Y entre nuestras paredes se debaten: ciegos
.........como nosotros.
©Ledo Ivo
De: Finisterra
 
 
 
El sueño de los peces

No puedo admitir que los sueños
sean privilegio de las criaturas humanas.
Los peces también sueñan
En el lago pantanoso, entre pestilencias
que aspiran a la densa dignidad de la vida,
sueñan con los ojos abiertos siempre.

Los peces sueñan inmóviles, la bienaventuranza
del agua fétida. No son como los hombres, que se agitan
en sus lechos estropeados. En verdad,
los peces difieren de nosotros, que todavía no aprendemos a soñar.
Y nos debatimos como ahogados en el agua turbia
entre imágenes hediondas y espinas de peces muertos.

Junto al lago que yo mandé cavar,
volviendo la realidad a un incómodo sueño de infancia
pregunto al agua oscura. Las tilapias se ocultan
de mi sospechoso mirar de propietario
y se resisten a enseñarme cómo debo soñar.
©Ledo Ivo
Traducción: Carmen Gloria Rodríguez y Vania Torres
 
 
 
 
El sol de los amantes


El oficio de quien ama es ver
un sol oscuro sobre el lecho,
y en el frío, nacer al fuego
de un verano que no dice su nombre.

Es ver, constelación de pétalos,
la nieve caer sobre la tierra,
algodón del cielo, aire del silencio
que nace entre dos espaldas.

Es morir claro y secreto
cerca de tierras absolutas,
del amor que mueve las estrellas
y encierra a los amantes en un cuarto.
©Ledo Ivo
Traducción: Carmen Gloria Rodríguez y Vania Torres
 
 
 
 
 
Asilo Santa Leopoldina
 
Todos los días vuelvo a Maceió.
Llego en navíos desaparecidos, en trenes sedientos.
En aviones ciegos que sólo aterrizan al anochecer.
En los estrados de las plazas blancas pasean cangrejos.
Entre las piedras de las calles escurren ríos de azúcar
fluyendo dulcemente de los sacos almacenados
en los trapiches
y clarean la sangre vieja de los asesinados.
Luego que desembarco tomo el camino del hospicio.
En la ciudad donde mis ancestros reposan en
cementerios marinos
sólo los locos de mi infancia continúan vivos a mi espera.
Todos me reconocen y me saludan con gruñidos
y gestos obscenos o ruidosos.
Cerca, en el cuartel. La corneta que chilla
separa la puesta del sol de la noche estrellada.
Los locos lánguidos bailan y cantan entre las gradas
. ¡Aleluya! ¡Aleluya! Más allá de la piedad
el orden del mundo brilla como una espada.
Y el viento del mar océano inunda mis ojos de lágrimas.
©Ledo Ivo
Traducción: Stefan Baciu y Jorge Lobillo
 
 
 
 
Canto Grande

Não tenho mais canções de amor.
Joguei tudo pela janela. 
Em companhia da linguagem 
fiquei, e o mundo se elucida.

Do mar guardei a melhor onda
que é menos móvel que o amor.
E da vida, guardei a dor
de todos os que estão sofrendo.

Sou um homem que perdeu tudo
mas criou a realidade, 
fogueira de imagens, depósito
de coisas que jamais explodem.

De tudo quero o essencial:
o aqueduto de uma cidade, 
rodovia do litoral, 
o refluxo de uma palavra.

Longe dos céus, mesmo dos próximos,
e perto dos confins da terra, 
aqui estou. Minha canção
enfrenta o inverno, é de concreto.

Meu coração está batendo
sua canção de amor maior.
Bate por toda a humanidade,
em verdade não estou só.

Posso agora comunicar-me
e sei que o mundo é muito grande.
Pela mão, levam-me as palavras
a geografias absolutas.
©Ledo Ivo
 
 
 
 
 
Soneto Presunçoso

Que forma luminosa me acompanha
quando, entre o lusco e o fusco, bebo a voz
do meu tempo perdido, e um rio banha
tudo o que caminhei da fonte à foz?

Dos homens desde o berço enfrento a sanha
que os difere da abelha e do albatroz.
Meu irmão, meu algoz! No perde-e-ganha
quem ganhou, quem perdeu, não fomos nós.

O mundo nada pesa. Atlas, sinto
a leveza dos astros nos meus ombros.
Minha alma desatenta é mais pesada.

Quer ganhe ou perca, sou verdade e minto.
Se pergunto, a resposta é dos assombros.
No sol a pino finjo a madrugada.
©Ledo Ivo

Fuente: http://www.artepoetica.net/Ledo_Ivo1.htm

jueves, 24 de julio de 2014

Poemas _ José Manuel Arango

HAY GENTES QUE LLEGAN PISANDO DURO

Hay gentes que llegan pisando duro
que gritan y ordenan
que se sienten en este mundo como en su casa
Gentes que todo lo consideran suyo
que quiebran y arrancan
que ni siquiera agradecen el aire
Y no les duele un hueso no dudan
ni sienten un temor van erguidos
y hasta se tutean con la muerte
Yo no sé francamente cómo hacen
cómo no entienden
 
 
       
PRESENCIA
     

Cien pasos doy de para atrás
pero la muerte los advierte.

ROGELIO ECHAVARRÍA
I
Si estoy, está conmigo.
Si me atareo en mis asuntos,
me sigue.
Ojea por sobre mi hombro si leo,
atisba por sobre mi hombro si hago.

2
Acaso, cuando giro
sobre mi calcañar,
gira también
con una pirueta,
con un esguince silencioso.
3
Con un sobresalto,
de un salto,
me pongo de pies.
¿Quién era?
Miro en torno mío.
Nadie, nada.
4
Y si voy va detrás,
si vengo viene,
si me detengo se detiene.
Siento sus artejos en mi nuca,
su acezo en mi oreja.
5
Hago, pues, que voy y vengo,
hago que estoy,
hago que hago,
que me atareo en mis asuntos.
6
Y si también esto que digo,
este verso que hago
fuera tan sólo,
y de nuevo, la vieja
mentira del lobo?


VIENDO DORMIR AL HIJO1
Qué bello cuando duerme:
de costado, una rodilla recogida,
indefenso.

La mano palma arriba
abierta,
el pelo enmarañado.

2
Pero ahora comienza a agitarse.
La respiración se le ataranta.
Es que sueña.

3
Y esa queja en el sueño,
desconsolada:
¿en qué sueña?
¿de qué se duele?

Yo que soy su padre,
no sé de qué se duele.

4
Es sobre todo, hermosa
su mano palma arriba:
abierta,
vacía.
 

ESCRITURA

la noche, como animal
dejó su vaho en mi ventana
por entre las agujas del frío
miro los árboles
y en el empañado cristal
con el índice, escribo
esta efímera palabra

X

como para cruzar un río
me desnudo junto a su cuerpo riesgoso
como un río en la noche


CANTIGA DE AMIGO
 
Y tras la incertidumbre de un instante
frente al desconocido
que luego por virtud del gesto recordado
vuelve a ser el amigo que después de la lluvia
llama a la puerta
lo ayudamos a desnudarse
colgamos sus ropas a secar junto al fuego

y oímos el relato de su viaje
reconociéndonos en sus maneras
de náufrago

Fuente: http://ingenieria.udea.edu.co/~marthac/poesia/jose_poemas.html

miércoles, 16 de julio de 2014

Recordar_ El penal mas largo del mundo_Oswaldo Soriano_ escritor y periodista argentino

Para quienes tienen la dicha de no haberlo leído aún -y para quienes tienen la fortuna de poder ‘redegustarlo’ todavía-, va este cuento ‘mundialista’, de uno de los máximos cracks de la ‘literatura futbolera’, el argentino, el gran ‘Gordo’ Osvaldo Soriano.

EL PENAL MAS LARGO DEL MUNDO

Por Osvaldo soriano

       El penal más fantástico del que yo tenga noticia se tiró en 1958 en un lugar perdido del valle de Río Negro, en Argentina, un domingo por la tarde en un estadio vacío. Estrella Polar era un club de billares y mesas de baraja, un boliche de borrachos en una calle de tierra que terminaba en la orilla del río. Tenía un equipo de fútbol que participaba en el campeonato del valle porque los domingos no había otra cosa que hacer y el viento arrastraba la arena de las bardas y el polen de las chacras. Los jugadores eran siempre los mismos, o los hermanos de los mismos. Cuando yo tenía quince años, ellos tendrían treinta y me parecían viejísimos. Díaz, el arquero, tenía casi cuarenta y el pelo blanco que le caía sobre la frente de indio araucano. En el campeonato participaban dieciséis clubes y Estrella Polar siempre terminaba más abajo  del décimo puesto. Creo que en 1957 se habían colocado en el decimotercer lugar y volvían a sus casas cantando, con la camiseta roja bien doblada en el bolso porque era la única que tenían. En 1958 empezaron ganándole a Escudo Chileno, otro club de miseria. 


       A nadie le llamo la atención eso. En cambio, un mes después, cuando habían ganado cuatro partidos seguidos y eran los punteros del torneo, en los doce pueblos del valle empezó a hablarse de ellos. 


       Las victorias habían sido por un gol, pero alcanzaban para que Deportivo  Belgrano, el eterno campeón, el de Padini, Constante Gauna y Tata Cardiles, quedara relegado al segundo puesto, un punto más abajo. Se hablaba de 
Estrella Polar en la escuela, en el ómnibus, en la plaza, pero no imaginaba todavía que al terminar el otoño tuvieran 22 puntos contra 21 de los nuestros. 


      Los terrenos se llenaban para verlos perder de una buena vez. Eran lentos como burros y pesados como roperos, pero marcaban hombre a hombre y gritaban como marranos cuando no tenían la pelota. El entrenador, un tipo de traje negro, bigotitos recortados, lunar en frente y pucho apagado entre los labios, corría junto a la línea de toque y los azuzaba con una vara de mimbre cuando pasaban a su lado. El público se divertía con eso y nosotros, que por ser menores jugábamos los sábados, no nos explicábamos como ganaban si eran tan malos. Daban y recibían golpes con tanta lealtad y entusiasmo, que terminaban apoyándose unos sobre otros para salir de la cancha mientras la gente les aplaudía el 1 a 0 y les alcanzaba botellas de vino refrescadas en la tierra húmeda. Por las noches celebraban en el prostíbulo de Santa Ana y la Gorda Leticia se quejaba de que se comieran los restos del pollo que ella guardaba en la heladera. Eran la atracción y en el pueblo se les permitía todo. Los viejos les recogían de los bares cuando tomaban demasiado y se ponían pendencieros; los comerciantes les regalaban algún juguete o caramelos para los hijos y en el cine, las novias les consentían caricias por encima de las rodillas. Fuera de su pueblo nadie los tomaba en serio, ni siquiera cuando le ganaron a Atlético San Martín por 2 a 1. En medio de la euforia perdieron, como todo el mundo, en Barda del Medio y al terminar la primera rueda dejaron el primer puesto cuando Deportivo  Belgrano los puso en su lugar con siete goles. Todos creímos, entonces, que  la normalidad empezaba a restablecerse.

       Pero el domingo siguiente ganaron 1 a 0 y siguieron con su letanía de laboriosos, horribles triunfos y llegaron a la primavera con apenas un punto menos que el campeón. 


       El último enfrentamiento fue histórico por el penal. El estadio estaba  repleto y los techos de las casas también. Todo el mundo esperaba que  Deportivo Belgrano repitiera los siete goles de la primera rueda. El día era  fresco y soleado y las manzanas empezaban a colorearse en los árboles. Estrella Polar trajo más de quinientos hinchas que tomaron una tribuna por asalto y los bomberos tuvieron que sacar las mangueras para que se quedaran quietos. 


       El referí que pitó el penal era Herminio Silva, un epiléptico que vendía las  rifas del club local y todo el mundo entendió que se estaba jugando el  empleo cuando a los cuarenta minutos del segundo tiempo estaban uno a uno y  todavía no había cobrado la pena por más que los de Deportivo Belgrano se  tiraran de cabeza en el área de Estrella Polar y dieran volteretas y malabarismos para impresionarlo. Con el empate el local era campeón y Herminio Silva quería conservar el respeto por sí mismo y no daba penal porque no había infracción. 


       Pero a los 42 minutos, todos nos quedamos con la boca abierta cuando el puntero izquierdo de Estrella Polar clavó un tiro libre desde muy lejos y se pusieron arriba 2 a 1. Entonces sí, Herminio Silva pensó en su empleo y alargó el partido hasta que Padín entró en el área y ni bien se le acercó un defensor pitó. Ahí nomás dio un pitazo estridente, aparatoso y sancionó el penal. En ese tiempo el lugar de ejecución no estaba señalado con una mancha blanca y había que contar doce pasos de hombre. Herminio Silva no alcanzó siquiera a recoger la pelota porque el lateral derecho de Estrella Polar, el Coló Rivero, lo durmió de un cachetazo en la nariz. Hubo tanta pelea que se hizo de noche y no hubo manera de despejar la cancha ni de despertar a Herminio Silva. El comisario, con la linterna encendida, suspendió el partido y ordenó disparar al aire. Esa noche el comando militar dictó estado de emergencia, o algo así, y mandó a enganchar un tren para expulsar del pueblo a toda persona que no tuviera apariencia de vivir allí. 


Según el tribunal de la Liga, que se reunió el martes, faltaban jugarse veinte segundos a partir de la ejecución del tiro penal y ese match aparte entre Constante Gauna, el shoteador y el gato Díaz al arco, tendría lugar el domingo siguiente, en el mismo estadio a puertas cerradas. De manera que el penal duro una semana y fue, si nadie me informa lo contrario, el más largo de toda la historia.

       El miércoles faltamos al colegio y nos fuimos al pueblo vecino a curiosear. El club estaba cerrado y todos los hombres se habían reunido do en la cancha, entre las bardas. Formaban una larga fila para patearle penales al Gato Díaz y el entrenador de traje negro y lunar trataba de explicarles que ésa era la mejor manera de probar al arquero. Al final, todos tiraron su penal y el Gato atajó unos cuantos porque le pateaban con alpargatas y zapatos de calle. Un soldado bajito, callado, que estaba en la cola, le tiró un puntazo con el borceguí militar y casi arranca la red.

       Al caer la tarde volvieron al pueblo, abrieron el club y se pusieron a jugar a las cartas. Díaz se quedó toda la noche sin hablar, tirándose para atrás el pelo blanco y duro hasta que después de comer se puso un escarbadientes en la boca y dijo: 

       -Constante los tira a la derecha. 
       -Siempre -dijo el presidente del club. 
       -Pero él sabe que yo sé. 
       -Entonces estamos jodidos. 
       -Sí, pero yo sé que él sabe -dijo el Gato. 
       -Entonces tírate a la izquierda y listo -dijo uno de los que estaban en la mesa. 
       -No. Él sabe que yo sé que él sabe -dijo el Gato Díaz y se levantó para ir a  dormir. 
       -El Gato está cada vez más raro -dijo el presidente el club cuando lo vio 
salir pensativo, caminando despacio. 


       El martes no fue a entrenar y el miércoles tampoco. El jueves, cuando lo encontraron caminando por las vías del tren estaba hablando solo y lo seguía 
un perro con el rabo cortado. 

       -¿Lo vas a atajar?- le preguntó, ansioso, el empleado de la bicicletería. 
       -No sé. ¿Qué me cambia eso?- preguntó. 
       -Que nos consagramos todos, Gato. Les tocamos el culo a esos maricones de 
Belgrano. 
       -Yo me voy consagrar cuando la rubia de Ferreira me quiera querer -dijo y 
silbó al perro para volver a su casa. 


       El viernes, la rubia de Ferreira está atendiendo la mercería cuando el intendente del pueblo entró con un ramo de flores y una sonrisa ancha como una sandía abierta. 
       -Esto te lo manda el Gato Díaz y hasta el lunes vos decís que es tu novio. 
       -Pobre tipo -dijo ella con una mueca y ni miro las flores que habían llegado de Neuquén por el ómnibus de las diez y media. 


       A la noche fueron juntos al cine. En el entreacto el Gato salió al hall a fumar y la rubia de los Ferreira se quedó sola en la media luz, con la cartera sobre la falda, leyendo cien veces el programa sin levantar la vista. 


       El sábado a la tarde el Gato Díaz pidió prestadas dos bicicletas y fueron a pasear a las orillas del río. Al caer la tarde la quiso besar, pero ella dio vuelta la cara y dijo que el domingo a la noche, tal vez, después que atajara el penal, en el baile. 
       -¿Y yo cómo sé? -dijo él. 
       -¿Cómo sabés qué? 
       -Si me tengo que tirar para ese lado. 
La rubia Ferreira lo tomó de la mano y lo llevó hasta donde habían dejado las bicicletas. 
       -En esta vida nunca se sabe quién engaña a quién -dijo ella. 
       -¿Y si no lo atajo? -preguntó él. 
       -Entonces quiere decir que no me querés -respondió la rubia, y volvieron al pueblo. 


       El domingo del penal salieron del club veinte camiones cargados de gente, pero la policía los detuvo a la entrada del pueblo y tuvieron que quedarse a un costado de la ruta, esperando bajo el sol. En aquel tiempo y en aquel lugar no había emisoras de radio, ni forma de enterarse de lo que ocurría en una cancha cerrada, de manera que los de Estrella Polar establecieron una posta entre el estadio y la ruta. 


       El empleado del bicicletero subió a un techo desde donde se veía el arco del Gato Díaz y desde allí narraba lo que ocurría a otro muchacho que había quedado en la vereda que a su vez transmitía a otro que estaba a veinte metros y así hasta que cada detalle llegaba a donde esperaban los hinchas de Estrella Polar. 


       A las tres de la tarde, los dos equipos salieron a la cancha vestidos como si fueran a jugar un partido en serio. Herminio Silva tenía un uniforme negro, desteñido pero limpio y cuando todos estuvieron reunidos en el centro de la cancha fue derecho hasta donde estaba el Colo Rivero que le había dado el cachetazo el domingo anterior y lo expulsó de la cancha. Todavía no se había inventado la tarjeta roja, y Herminio señala la entrada del túnel con una mano temblorosa de la que colgaba el silbato. Al fin, la policía sacó a empujones al Coló que quería quedarse a ver el penal. Entonces el árbitro fue hasta el arco con la pelota apretada contra una cadera, contó doce pasos y la puso en su lugar. El Gato Díaz se había peinado a la gomina y la cabeza le brillaba como una cacerola de aluminio. 


       Nosotros los veíamos desde el paredón que rodeaba la cancha, justo detrás del arco, y cuando se colocó sobre la raya de cal y empezó a frotarse las manos desnudas, empezamos a apostar hacía dónde tiraría Constante Gauna. 


       En la ruta habían cortado el tránsito y todo el Valle estaba pendiente de ese instante porque hacía diez años que el Deportivo Belgrano no perdía un  campeonato. También la policía quería saber, así que dejaron que la cadena 
de relatores se organizara a lo largo de tres kilómetros y las noticias llegaban de boca en boca apenas espaciadas por los sobresaltos de la respiración. 


       Recién a las tres y media, cuando Herminio Silva consiguió que los dirigentes de los dos clubes, los entrenadores y las fuerzas vivas del pueblo abandonaran la cancha, Constante Gauna se acercó a acomodar la pelota. Era flaco y musculoso y tenía las cejas tan pobladas que parecían cortarle la cara en dos. Había tirado ese penal tantas veces -contó después- que volvería a patearlo a cada instante de su vida, dormido o despierto. 


       A las cuatro menos cuarto, Herminio Silva se puso a medio camino entre el arco y la pelota, se llevó el silbato a la boca y sopló con todas sus fuerzas. Estaba tan nervioso y el sol le había machacado tanto sobre la nuca, que cuando la pelota salió hacía el arco, el referí sintió que los ojos se reviraban y cayó de espalda echando espuma por la boca. Díaz dio un paso al frente y se tiró a su derecha. La pelota salió dando vueltas hacía el medio del arco y Constante Gauna adivinó enseguida que las piernas del Gato Díaz llegarían justo para desviarla hacia un costado. El gato pensó en el baile de la noche, en la gloria tardía y en que alguien corriera a tirar la pelota al córner porque había quedado picando en el área. 


       El petiso Mirabelli llegó primero que nadie y la sacó afuera, contra el alambrado, pero el árbitro Herminio Silva no podía verlo porque estaba en el suelo, revolcándose con su epilepsia. Cuando todo Estrella Polar se tiró sobre el Gato Díaz, el juez de línea corrió hacía Herminio Silva con la bandera parada y desde el paredón donde estábamos sentados oímos que gritaba “¡no vale, no vale!”.
 

       La noticia corrió de boca en boca, jubilosa. La atajada del Gato y el desmayo del árbitro. Entonces en la ruta todos abrieron las damajuanas de vino y empezaron a festejar, aunque el “no vale” llegara balbuceado por los mensajeros como una mueca atónita. 


       Hasta que Herminio Silva no se puso de pie, desencajado por el ataque, no hubo respuesta definitiva. Lo primero que preguntó fue “qué pasó” y cuando se lo contaron sacudió la cabeza y dijo que había que patear de nuevo porque él no había estado allí y el reglamento decía que el partido no puede jugarse con un árbitro desmayado. Entonces el Gato Díaz apartó a los que querían pegarle al vendedor de rifas de Deportivo Belgrano y dijo que había que apurarse porque esa noche él tenía una cita y una promesa y fue otra vez bajo el arco. 

      
 Constante Gauna debía tenerse poca fe, porque le ofreció el tiro a Padini y recién después fue hacía la pelota mientras el juez de línea ayudaba a Herminio Silva a mantenerse parado. Afuera se escuchaban bocinazos de festejo y los jugadores de Estrella Polar empezaron a retirarse de la cancha rodeados por la policía. 


       El pelotazo salió hacía la izquierda y el Gato Díaz se fue para el mismo lado con una elegancia y una seguridad que nunca más volvió a tener. Costante Gauna miró al cielo y después se echó a llorar. Nosotros saltamos del paredón y fuimos a mirar de cerca a Díaz, el viejo, el grandote, que miraba la pelota que tenía entre las manos como si hubiera sacado la sortija de la calesita. 


       Dos años más tarde, cuando el gato era una ruina y yo un joven insolente, me lo encontré otra vez, a doce pasos de distancia y lo vi inmenso, agazapado en punta de pie, con los dedos abiertos y largos. En una mano llevaba un anillo de matrimonio que no era de la rubia de los Ferreira sino del hermano del Coló Rivero, que era tan india y tan vieja como él. Evité mirarlo a los ojos y le cambié la pierna; después tiré de zurda, abajo, sabiendo que no llegaría porque estaba un poco duro y le pesaba la gloria. Cuando fui a buscar la pelota dentro del arco, el Gato Díaz estaba levantándose como un perro apaleado. 


       -Bien, pibe -me dijo-. Algún día, cuando seas viejo, vas a andar contando por ahí que le hiciste un gol al Gato Díaz, pero para entonces ya nadie se va a acordar de mí. 

jueves, 10 de julio de 2014

El fútbol: ¿deporte de ignorantes?

En época de Mundial, revive la polémica entre los intelectuales que denigran del deporte más popular del planeta y los que lo consideran una expresión del espíritu.


El fútbol: ¿deporte de ignorantes?. Jorge Luis Borges: “Once jugadores contra otros once 
corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos. Mucho más lindas son las riñas de gallos”.

Jorge Luis Borges: “Once jugadores contra otros once corriendo detrás de una pelota no son especialmente hermosos. Mucho más lindas son las riñas de gallos”.


Aún mucho cuentan esta historia como quien recita la alineación de un inolvidable equipo de fútbol. Jorge Luis Borges, durante la final del Mundial de Argentina 1978, cometió una de las más grandes ‘herejías’ que recuerden ese deporte y aquel país:organizó una conferencia sobre la inmortalidad en pleno partido. Y en Buenos Aires, aquella tarde del 25 de junio de 1978, se llenaron tanto el estadio como su biblioteca, lugar de la charla. El escritor no ocultó así su odio hacia un deporte sobre el cual él explicó de forma memorable la razón de su éxito: “El fútbol es popular porque la estupidez es popular”.

Este acontecimiento, desde entonces, marcó visiblemente una frontera entre aquellos intelectuales que odian el fútbol y entre los que lo idolatran, una separación que revive cada cuatro años, cuando se realiza la Copa del Mundo. En algún lugar del planeta, por esta fecha, siempre habrá una resistencia encarnada en un escritor o en un pensador diciendo cosas como que el fútbol es enajenación, mercantilismo, agresividad, mafia, una forma de fomentar lo peor de los nacionalismos. Pero en la otra orilla estarán sus defensores que hablan de un mundo unido, de identidad, de héroes y de sublimes epopeyas.  De este lado, los adjetivos y la pasión no se ocultan, como lo hace Eduardo Galeano, el uruguayo autor de Las venas abiertas de América Latina, quien cada  vez que comienza un Mundial pega un cartel en la puerta de su casa que dice “Cerrado por fútbol”. 
Pero a veces la disputa pasa de la provocación al enfrentamiento, que no va más allá del papel. Hace unos años el diario La Razón de España reunió a un grupo de intelectuales (el escritor Fernando Sánchez Dragó,  el historiador Román Gubern y el filósofo Salvador Pániker) que declararon por qué no quieren al fútbol y de paso arremetieron contra aquellos eruditos que lo veneran. “Casi todos los intelectuales son ahora animalillos domésticos y apesebrados”, sentenció el escritor.  El filósofo, por su parte,  recalcó en que el balompié en una época fue denostado en ambientes cultos; ahora, en cambio, hay muchos intelectuales que presumen de sus camisetas. Y el historiador concluyó que  la pasión de los intelectuales por el fútbol forma parte de un esnobismo generalizado.

Nunca hubo señalamientos, nombres en particular, tampoco respuestas, pero sí unos sospechosos de siempre: Juan Villoro, Javier Marías, John Carlin, Nick Hornby y Manuel Vázquez Montalbán, entre otros. Todos ellos han visto en el fútbol inspiración, arte y cultura, como dice el escritor colombiano Juan Esteban Constaín, autor del libro Calcio: “Para algunos escritores el balompié llega a tal adoración que se vuelve tema  de sus creaciones. El fútbol es cultura y menospreciarlo sería también menospreciar a la cultura”.

Cuando nadie lo esperaba, del propio fútbol brotó un filósofo, el exgoleador argentino Jorge Valdano, que saltó de las canchas a la máquina de escribir. Y uno de sus propósitos ha sido zanjar esa brecha.  Su idea es que el fútbol estuvo alejado del pensamiento porque los intelectuales dejaron solo a este deporte. “Ahora empieza a dar la sensación de que ellos le perdieron el miedo al futbol, a reflexionar sobre el tema, al menos para intentar entender por qué mueve a tanta gente y por qué mueve tantas emociones”, le dijo este año al diario La Jornada de México. 

La otra vía

Así como Borges es el lado más radical de los que odian el fútbol, Albert Camus, el autor de La peste, nobel de literatura francés, lideró el grupo de los devotos. A los 16 años, cuando como arquero anunciaba una carrera profesional exitosa, tuvo que dejar el fútbol por una tuberculosis. Se perdía así a un deportista, pero se ganaba a un excepcional escritor, uno de los primeros en reflexionar sobre fútbol, en llevarlo a la academia y en dejar varias sentencias que se retoman hoy como referencia, como esa que dice que “un país es su selección de fútbol” o  “lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”. Antes de Camus, entre intelectuales, con pena se ocultaba el aprecio por el fútbol, era tan mal visto como seguir hoy un melodrama. 

En fin, esos años en los que  el fútbol era despreciado por los intelectuales parecen haber quedado en el pasado. El escritor y columnista Ricardo Silva Romero asegura que ya ha sido probado hasta la saciedad que el fútbol es una de las ocho artes.

Aun así, hay pensadores a los que el balompié jamás conquistará, como el periodista Antonio Caballero, quien considera muy monótono a este deporte y del cual no le interesaría escribir. “Los intelectuales –dice el columnista– lo miran porque está de moda, como en su momento lo fueron las carreras de carrozas bizantinas”.

Amor, odio, indiferencia, pasión, el fútbol es como la vida: nunca logrará que a su alrededor todos se pongan de acuerdo. Ni los más ilustrados han podido. 

Albert Camus: “Aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha”.

Jorge Valdano: “En ningún sitio aprendí tanto de mí y de los demás como en la cancha”.

Juan Villoro: “Elegir un equipo es una forma de elegir cómo transcurren los domingos”.

Rudyard Kipling: “Fútbol: las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”.

Umberto eco: “Yo no odio al fútbol, yo odio a los apasionados del fútbol. El aficionado tiene una extraña característica: no entiende por qué tú no lo eres, e insiste en hablar contigo como si tú lo fueras”.

Fuente: http://www.semana.com/cultura/articulo/el-futbol-deporte-de-ignorantes/393777-3