sábado, 31 de julio de 2021

Mario Mendoza: "hay que aceptar este desastre con frialdad y sin esperanza"

 

Otro en el espejo

“Yo traía el duelo de las personas cercanas y luego el de mi propia madre, que fue muy duro, muy difícil, no había hornos crematorios disponibles en Bogotá en ese momento, dejar a tus muertos en una nevera o en un refrigerador por unas semanas era algo impensable, entonces tuve que mandar a cremarla por fuera de Bogotá a un pueblo y subir las cenizas. Luego tuve un accidente, yo vivo solo, y estaba cojo, con una férula, no podía dormir hacia la izquierda ni hacia la derecha porque me dolía, terminé durmiendo sentado. Cualquier ejercicio de la vida cotidiana se volvió una proeza, amarrarme los zapatos, lavar la loza, y al final tuve que pedir ayuda, a unas enfermeras que se turnaran en el apartamento y estar bajo su cuidado”. Ese diálogo con ellas, dice el escritor Mario Mendoza, le salvó la vida.

“Yo creo que no hay nada peor que el monólogo. Si algo me ha fatigado de la pandemia es esa sensación de estar tanto tiempo conversando conmigo mismo. Hay algo fantástico y maravilloso en la soledad, pero también un exceso de presencia que puede ser fatigante. Poco a poco empecé a ver esa transformación en el espejo. Las primeras semanas no podía afeitarme bien, cortarme el pelo, yo veía en mi reflejo a un tipo cojo, manco, sin afeitar, yo me afeitaba con la mano derecha y ese era el brazo que tenía destruido. Me fui convirtiendo como en un salvaje, en un troglodita prehistórico, que iba tomando notas de ese libro y fue muy difícil. Agradezco a los amigos y amigas que estuvieron pendientes, que me llamaron, esos diálogos me salvaron la vida, y a mis enfermeras, con las cuales tengo hoy en día una relación de amistad profunda”.

Así, dice Mario Mendoza se gestó su más reciente libro, ‘Bitácora del naufragio’, una serie de notas poco optimistas de lo que ha venido pasando a su alrededor, mientras en su opinión, el mundo naufraga.

Al publicar ‘Akelarre’ en 2019 anunció un receso narrativo, para dedicarse al proyecto gráfico, ¿qué lo hizo publicar estos 46 relatos que hablan de nuestra realidad?

Pensé que no iba a volver a hacer literatura, tenía claro que una ficción o novela para mí es imposible. Pero las circunstancias de hace un año fueron tremendas, las primeras cuarentenas y noticias que hablaban de una pandemia alrededor del mundo, implicaban un cuestionamiento muy profundo y es que yo venía hablando de eso tiempo atrás, en ‘El libro de las revelaciones’ solo la carátula es más que anticipatoria y reveladora, el ‘Diario del fin del mundo’ tenía unas páginas finales donde hablaba de un patógeno, en la saga juvenil, en el volumen quinto, está la explicación de una pandemia que estaba ad portas, yo sentía que estábamos muy cerca.

Había leído todos los informes de la OMS y ellos hablaban de ese patógeno y cuando llegó la noticia internacional, dije: ‘Se cumplió todo lo que venía anticipando’. No sé si haya muchos escritores que vayan a tomar nota o a intentar un diario durante la pandemia. En los primeros meses solo vi un libro, que me encantó, ‘Los días de la fiebre’, de Andrés Felipe Solano, quien vive en Seúl, Corea del Sur, y su tono me pareció extraordinario. Empecé a llevar un diario y a estar atento de lo que iba sucediendo. No estaba seguro si iba a publicarlo o no, lo trabajé con Andrés Grillo, mi editor, lo conversamos y al final del año vi que no había tantos libros literarios del tema. Escribí el prólogo en enero y decidimos publicar.

El caos lo inspira a escribir?

Uno es atravesado por fuerzas extrañas, raras, hay un lado del oficio racional, pero hay una buena parte irracional, que está en el inconsciente y funciona de maneras misteriosas. Lo que me mueve es dar un testimonio fehaciente y lúcido del misterio de estar viviendo en este tiempo.

Es una época convulsa, rara, extraña, muy misteriosa y que a veces quizás la velocidad y el vértigo de las redes sociales y de los canales, de las pantallas y de las autopistas de información parecería obnubilarnos y no nos damos cuenta de lo que estamos viviendo. A veces la literatura tiene un tono más pausado, reflexivo, es más lenta y al mismo tiempo ingresa con mayor hondura y profundidad. Eso me mueve, ese tono, ese viaje al otro lado de lo real.

¿A qué se debe la otra pandemia, la de la soledad?

Sentía que había una pandemia dentro de la pandemia. Iba sintiendo, incluso en mí mismo que mis estados de ánimo fluctuaban, subían, bajaban, era muy difícil ubicarnos en las primeras cuarentenas, fue un golpe terrible para todos. Dije ‘hay una pandemia dentro de la pandemia, que es mental, psíquica’; una cosa es el virus, la afectación, cuántas camas de UCI hay por ciudad, las vacunas funcionan o no, ese es un punto, el del universo físico, pero quizás a los escritores nos corresponde ingresar al universo psíquico, ver qué pasaba en nuestras mentes, qué venía sucediendo en las nuevas generaciones, si ya veníamos en crisis, acabábamos de marchar en 2019, había una revuelta social, una indignación en aumento, y de pronto, nos quedamos encerrados con un enemigo invisible. Ese es el deseo de entrar a esos personajes y navegar por sus delirios, sus anhelos, sus tristezas, sus ganas de partir o de suicidarse.

Fui reuniendo varios registros, estaba atento de lo que le sucedía a mis amigos, a los hijos de mis amigos, teníamos una red tejida durante los primeros días de cuarentena, iba siguiendo la crónica en los periódicos, tomándole la temperatura a la época. Yo creo que el tiempo se aceleró, la realidad se ejecutó a una velocidad terrible.

Me da la impresión de que el pasado está muy lejos. Me preguntaba cuándo había metido mis pies por última vez en el mar, me parecía que habían pasado diez años y eran nueve meses. El pasado se nos alejó, siento que estoy viviendo en el futuro y que no tengo presente.

Ir a hacer mercado y ver gente con mascarillas, caretas, guantes y trajes especiales, hacía que uno se sintiera viviendo en una película de ciencia ficción. Quise contar cómo se experimenta eso a nivel psíquico.

¿Cómo logra recuperarse del vaciamiento emocional que le deja el libro?

No me he recuperado, no he tenido tiempo, con este vértigo de lo ocurrido en las últimas semanas y en los últimos meses. Hemos entrado en otra época. Si ya veníamos entrando en un túnel, la oscuridad ahora es mayor. Me parecía rara esa expresión de la gente “se ve la luz al final del túnel” o “vamos a salir, ya llegan las vacunas, reactivación económica”, yo veía todo lo contrario.

A veces me miran como a un pesimista irredento y no, lo que pasa es que era fácil leer los informes de Naciones Unidas y de la FAO que hablaban de “una hambruna de proporciones bíblicas”, ellos no usan esas metáforas, pero esta vez la usaron. Yo sabía lo que se anticipaba, el estallido social, acá y en Medio Oriente. No veo una solución pronta, la crisis va en aumento.


Si el sistema está sobresaturado y se pasó la línea de no retorno, hay que enfrentarlo de la manera más lúcida, eso es lo que está por verse, si seremos capaces de entrar o no en esa inteligencia.

2. Libros que salvan

Mario Mendoza Zambrano nació el 10 de enero de 1964 en Bogotá. Coqueteó con la medicina, “sublimando la imagen de mi padre, médico veterinario, biólogo de la Universidad Nacional. Yo tenía cierta atracción por la siquiatría”. Pero fue gracias “a un profesor de literatura extraordinario que tuve en el Colegio Refous, Eduardo Jaramillo, gran crítico, ensayista y gran académico, que decidí que escribir era para lo que servía. Él creó tres escritores en el aula de clase: Ramón Cote Baraibar, hijo del gran poeta de la publicación Mito; Eduardo Cote Lamus, y Santiago Gamboa que está publicando Mondadori, con Random House, extraordinario escritor compañero mío de generación”.

Mario había advertido la magia de la lectura, a sus 7 años, postrado en un hospital por peritonitis gangrenosa. “En siete meses me llevaban balones, juguetes que no podía usar, y una tía me lleva cuentos de hadas franceses, la habitación de la clínica cambia y salgo con mi primera biblioteca de allí, a quien iba le pedía un libro”.

Empezó a calentar la mano a los 16 años. A los 18 renunció a privilegios de la clase media y vivió en una pensión en La Candelaria. “La pobreza da templaza, carácter y sensibilidad”. Se culpa de haber sido engreído y ególotra por no ser más amoroso con su padre en su enfermedad: “Mi viejo, mi gran amigo y compañero, muere en 2003 por un cáncer de médula ósea. A partir de allí me sentí frágil, eso me ha sensibilizado para comprender el dolor de los otros”.

Según Sebastian Urrego, que administra las cuentas de @LectoresMarioMendoza en redes sociales (Twitter 19,4 K. Instagram 47,7 mil. Facebook 177 mil), “él nos enseña lo cruda que es la realidad mediante su ‘catarsis’, que está reflejada en cada una de sus obras”. Mendoza estudió literatura en la Universidad Javeriana del año 83 al 87. Pasó la masacre de Pozzetto y habiendo conocido al asesino: Campo Elías Delgado, escribe la novela ‘Satanás’, premio Biblioteca Breve de España. En ese país hace un posgrado en Literatura Hispanoamericana. Vive en Israel donde termina en prisión -“mi físico y nacionalidad generaron sospecha”- y pensó: “voy a morirme a los 24 años sin escribir nada”. Regresa a su país y es profesor de pregrados en la Javeriana, en los 90. En 1998 enseña en Virginia, pero no quiere ser académico, rechaza un doctorado, renuncia y escribe ‘Relato de un asesino’, su primera novela. Con ‘La travesía del vidente’, obtiene el premio nacional de literatura, dice que siendo escritor “debes sacrificar hasta la felicidad, el dinero, el estatus” y que “debemos nacer y morir varias veces, sino te repites”.

3. Vivir el duelo

Las primeras noticias le hablaron a Mario Mendoza de Luis Sepúlveda, escritor chileno que vivía en España y uno de los primeros sacrificados de la pandemia. “Me dolió mucho, tenía muy buenos recuerdos de él. Luego empezó esa avalancha de gente conocida, una novia de uno de nuestros ilustradores del Proyecto Frankenstein entra a cuidados intensivos, es entubada, sedada. Luego, muere mi madre, no de Covid, pero sí por su efecto colateral: la soledad de los abuelos en los hogares geriátricos”.

Nadie contempló el efecto de la pandemia en los ancianos, dice: “las medidas de la Secretaría de la Salud de ‘no visitas’ eran comprensibles, pero no buscamos otras formas en vez de la telellamada; a esa edad uno depende de las visitas, de los abrazos, de los besos compartidos. Mi madre cumplió años en junio pasado junto a las enfermeras del hogar, aunque con la familia hicimos lo posible para que le llegara la torta y los regalos, no está el cara a cara”. Él mismo sufrió un accidente. “Tuve que recluirme en casa herido, cojo, manco, eso sumaba dolor. ‘Bitácora del naufragio’ es un ejercicio de aprendizaje de la impermanencia, eso es el duelo”. Para el periodista Gerardo Quintero, “este libro es de los mejores que él ha escrito. Muy revelador, contundente, fuerte, con reflexiones profundas. Es uno de los escritores colombianos que más acude a la realidad y toca los límites sensibles del ser humano”.

Mendoza, quien ha anticipado en sus obras varios desastres, advierte que “sobresaturamos el planeta, que no puede integrarse a espacios cercanos, no podemos enviar gente a la luna, a Marte o a Venus y eso genera una línea de entropía, como en la red, a mayores autopistas de información, menos nos comunicamos —anhelamos no comunicarnos más y tener tiempo para nosotros—. Analistas advirtieron de la bomba demográfica, más peligrosa que la bomba atómica. La pandemia fue la línea de entropía”.

Y no tiene noticias que justifiquen la esperanza, “quisiera decirles que estamos contaminando menos, pero desde el Protocolo de Kioto, los mandatarios han hecho tramoyas, incluso se han retirado como Trump de la Convención de París y de Marruecos, sobre cambio climático. Quisiera que los científicos del fin del mundo, 15 premios Nobel que se reúnen anualmente, dijeran que estamos resolviendo los conflictos, pero sus informes son desesperanzadores. Van ganando los nepotismos, las prácticas mafiosas, vamos acercándonos más a los totalitarismos. No es para arrojarnos a llorar y decir ‘se acerca el fin’, es para hacer resistencia desde lo minoritario, en clubes de lectura, bibliotecas públicas. Soy hiperrealista, pero no me doy golpes de pecho, mi resistencia es desde leer y escribir”.

Algunas obras

- Mensajero de Agartha.
- Satanás.

- La importancia de morir a tiempo.

- Akelarre.
- El libro de las revelaciones.

- La Melancolía de los feos. 

Fuente : https://www.elpais.com.co/entretenimiento/mario-mendoza-hay-que-aceptar-este-desastre-con-frialdad-y-sin-esperanza.html





sábado, 3 de julio de 2021

Taller de Poesía 2021 07 03 Julio Biblioteca Pública Piloto de Medellín _ Recopilación JJEscobar X-504

 

JOSÉ LEZAMA LIMA

Cuba 1910 – 1976

 

El padre de los guerreros revisa la boca del caballo,

y entre las agudas precisiones la imprecisión de los recuerdos.

El cronológico teclado de las encías

se borra en los maullidos del amanecer.

Cambian así los colores de las encías, haciendo una ancianidad

bermeja de pesado palafrén y plata doble.

La boca parece que hunde un arbolillo como una ascua.

Los dientes los recuerda como una espina, amuleto

en la boca dura fregada por la tierra seca.

 

 

SONETO

 

Rompe empero la llave de ceniza;

donde abrió, donde abrió la hoja cierra.

El viento que se extiende en la repisa,

pisa el rabo del fuego que se encierra.

 

Ventura la salamandra en el bolsillo triza

el cristal hinchado al soplo de la perra.

Perra, la perra sin collera va a la guerra,

el cometa en el hilo del niño se esclaviza.

Se apuntaló en el centro inexistente,

cuando vuelve a la sierpe la corriente.

Dentro del fuego al rehusar, rehízo.

 

Viene la noche y se monta por la tabla

y el humo es el que escarba y el que habla.

Como necio el sol temprano quiso.

 

 

ELISEO DIEGO

La Habana 1920 – México 1994

 

ES UN DESCONOCIDO

 

Es un desconocido quien pregunta por la casa.

“Ah, sí –decimos– cómo no!”

El desconocido insiste cortésmente.

“Ah, sí –decimos– no faltaba más!”

Y el desconocido se inclina con cierta tristeza grave.

Y al irse nos irrita, sin entenderlo, que nos de esta pena su gastada espalda.

 

SUS SEDAS, SUS BROCADOS

 

Saca sus sedas, sus brocados enormes, sus oscuras felpas de abismo.

Saca sus copas labradas, sus tenedores de plata espesa, sus candelabros de trama dura.

Por fin la muerte, con una sonrisa vaga, hace caer, interminable, la cascadita de monedas de oro.

 

 

BUFÓN

 

“Córteme usted esta barba, señor barbero”, dice la muerte, “córteme usted esta barba”.

“Córteme usted este pelo”, dice la muerte, “córteme usted este pelo”.

“Péineme usted como nunca, señor”, dice la muerte, “péineme usted como nunca”.

Y con grosera reciedumbre la muerte rompe a reír.

 

 

QUE ESTÁ BIEN

 

Pide un poco más, y la muerte dice que está bien.

Arguyendo con delicadeza de ciego, con violencia de niño, con obstinación de pobre, pide un poco más, y la muerte dice que está bien.

Sonriendo, dudando, alentándose, creciéndose, pide aún un poco más, y la muerte dice que sí, que está bien.

Y por la quemada carretera sus dos sombras van hundiéndose, una suavísima, estirándose la otra, cayendo, aquietándose al fin entre las sombras más simples de los álamos.

 

 

LA ESFINGE

 

Su trabajo era el de vigilar el jardín todo el año. Tenía los ojos azules el viejo; el cuerpo frágil, el pelo sencillo.

Por la mañana cortaba la hierba con la máquina. El rumor de la máquina y el aroma de las hierbas entraban en los cuartos vacíos, en la sala y en los confusos corredores.

A veces se estaba largo rato inmóvil en un sitio cualquiera, apoyado en el rastrillo. Conoció todas las regiones del jardín sombrío, y supo que doblar el recodo de un seto puede ser el viaje más lejano.

Las lluvias y la luna rodaron sobre sus hombros lo mismo que los años frágiles. La ruina de los altos pinos y la muerte de las pocas vicarias apenas lograron rozar su indiferencia.

Él vivía en el jardín como la esfinge. Estaba en el jardín, sencillamente.

 

 

EN LAS PÉRGOLAS

 

Pequeño y pobre es el lagarto de los jardines, el paseador extraño de los sitios ocultos, de las ácidas pérgolas y las ruinas.

De amistad difícil, el asco lo aísla; y sólo unos pocos niños contemplan el repentino fulgor de su librea.

Ágil trepa las paredes más blancas, alucinante asciende como arrastrándose, como si casi el horror lo alcanzara. Pero él ignora estos misterios; es el ágil, el pobre, el risueño lagarto de los jardines.

Entre las santas piedras venerables y calvas, las que han hecho voto de pobreza, repite las pocas suertes que aprendiera, el lagarto de los jardines.

 

 

DE LA PENUMBRA

 

Las excelentes cacatúas pasean por los balcones y se indignan de pronto.

La cólera de la cacatúa es repentina y voraz como la llama de un fósforo en el miércoles. No se conoce caducidad semejante.

Las más antiguas son razonables y necias. Miran con el ojillo brillante, se contonean augustas.

Ésta se mece suspendida del horcón, en la penumbra marchita que huele a humo. Mientras hacen el café, ¿ha estado allí siempre?

La gran cacatúa ha estado allí siempre.

 

 

QUEJA

 

He visto al fin –dijo el más humilde de los animales– he visto al fin que mis hermanos prosperan a costa mía.

Basta mi techo apenas, sobran mis armas, y cuando llego es tarde, o soy mal recibido.

Y si clamo no escuchan, y si me escuchan tiemblo, y todos prosperan a costa mía.

Hiciérame yo de nuevo –dijo el más humilde de los animales– y prosperara luego a costa mía.

 

 

EN EL FULGOR DEL MONTE

 

Los importantes cochinitos gruñen junto a la pared ahumada.

El gato de ojos lívidos los mira desde el ocio.

Los importantes cochinitos corren de una parte a otra y se encolerizan magníficamente.

Pero el gato de ojos lívidos les vuelve la espalda, y a cada paso apaga, en el fulgor del monte, los sonidos oscuros.

 

 

LAS FAMILIAS

 

Otra costumbre es que se reúnen las familias por las tardes.

Forman una rueda, procurando que al centro figure algún objeto, una mesa, y los brebajes de sabor tan breve.

Entonces las mujeres hablan de telas y alimentos. Los hombres, entre el humo, escuchan o arguyen en voz baja.

Todos se levantan cuando aparece en el aire el primer animal de la noche, e inclinándose cordialmente, deshacen el círculo.

Entonces, en la mesa, quedan las heces amargas.

 

 

 

LA ESTANCIA

 

Hay en Ur una casa con una estancia que da a un patio pequeño –en Ur de los caldeos.

Dentro de la estancia, sobre una esterilla, un hombre mira el sol vivísimo en el patio.

Afuera se oye un carro enorme –dónde, si no lejos– y un perro ladra muy abajo en el día, y una mujer grita algo que el hombre simula no entender.

De pronto el viento barre el sol con sus grandes hojas, y es otro perro el que ladra en lo más hondo del tiempo, y otra mujer quien grita algo que yo simulo no entender.

 

LA COCINA

 

Se sentaba la española en la cocina como una reina. A su espalda el fogón echaba sobre la pared sus espesos tapices. Y la española sentada en la cocina como una reina.

El murmullo de la casa se deshacía en torno a sus rodillas. Su silencio era más poderoso que el agua. Sus cortas manos eran más fuertes que el tedio. Y sus ojos de ámbar eran más ciegos que la luz más ciega.

Si la señora entraba en la cocina se fragmentaba su voz en horrendas dulzuras. Sus manos se crecían como pájaros grotescos. Y los calderos cantaban vivamente el coro de las burlas.

La grasa ungió su rostro inmóvil como un óleo, aunque el aire logró conmover las hebras grisáceas en la sombra.

Y mientras a su espalda movía el fuego de prisa sus trapos espesos, se sentaba la española en la cocina como una hechicera, y en torno a sus pies se echaban las cosas lo mismo que los animales todos de la tierra.

 

 

EN LO ESTRECHO DEL PUENTE

 

El negro viejo a quien, en lo estrecho del puente, no apuramos con la estúpida trompa de la máquina, se ha detenido al fin y nos ha dicho: gracias, señor, –con ademán ligero.

Es así que por primera vez lo hemos visto en el sitio que le es propio: a la cabeza del puente y al inicio de sus misterios.

Con la piel de una bestia al hombro, o la camisa de azul grueso; y volviéndose para decir: “gracias, señor”, a quien le cede el paso –con ademán ligero.

 

LA NARIZ

 

La nariz está henchida de tiniebla, la dolorosa nariz del hombre.

Su forma es tan grotesca que reventaríamos si pudiésemos contemplarla. ¡Ah de su gruesa piel, ah de la dolorosa nariz del hombre!

Pero está henchida de tiniebla, es rica en tinieblas, abastada de tinieblas como la noche. Como el aliento mismo, como la noche.

Así es de tenebrosa la doliente nariz del hombre.

 

 

 

LAS PAUSAS

 

Sentado el padre a la cabecera, la madre a su derecha, un hijo a la izquierda y el primogénito frente al padre.

Tal es el buen orden da cada día, cuyo cumplimiento aligera el aire de la estancia, no importa cuáles sean los cuidados del tiempo.

Si la risa de la madre precede a la pregunta del hijo menor, y el despacioso asentimiento del mayor a la pregunta del padre, ¿el azar de la fiesta no pasea bajo la constelación de sus cuatro puestos?

Luego cruzan las fuentes como barcos, en las pausas.

 

 

LA CASA DEL PAN

 

Entra en la nave blanca: mira la mesa donde está la harina –la harina blanca.

Fuera del pueblo, apenas tuerce el camino a la intemperie, allí está la casa del pan –la nave blanca.

Donde un negro de sonrisa vaga saca del horno las palas con el pan crujiente. saca del horno inmenso, quieto, las palas con el pan crujiente.

¿Desde cuándo estás tú aquí –se le pregunta– desde cuándo estás entre la harina?

Responde con veloces zumbas: desde las ceremonias y las máscaras, desde el velamen y las fugas, desde las candelillas y las máquinas, desde los circos y las flautas.

Desde que se encendió el fuego en el horno.

 

FANTASMAGORÍAS

 

Desde muy joven –lo confieso– me han gustado los fantasmas. Me apasionaban las historias de sus desventuras. Hoy –lo confieso– aproximándose la hora de convertirme en uno, ya no me gustan tanto.

 

 

EL JUEGO DE CARTAS

 

Tres señores están jugando a las cartas.

¿Por qué juegan a las cartas los tres señores?

¿Qué juegan los tres señores a las cartas?

¿Y qué son cartas?

¿Y qué los tres señores?

Los tres señores que están jugando a las cartas.

 

Fernando Charry Lara

 

NOCHE DESIERTA

Ronda en la noche a veces un sordo rumor de bosques

y de raudas sombras girantes y vientos fatigados.

¿Dónde oír, dónde oírte, delirante gavilla de sueños,

sino en esta silenciosa, honda penumbra de la noche?

Rondan bosques, polvo de secas hojas y rumores, viejos caminos,

y una canción, clamante luz que descendió a los labios,

cruza de melodías extrañas y temores este sueño de piedra

de las formas dormidas. Un rudo viento y en el viento la canción.

 

Crece, crece el sonido de la sombra insistente.

Una brisa, una hoja resuenan en el alma con extendido eco,

y aparece un recuerdo entre mil nombres, tal un aproximar

de mariposas en las horas que llegan de las distancias a la noche.

 

Esta es la noche, suave mujer de quien quisiéramos rescatar

un amor antiguo, una caricia, un deseo misterioso y ardiente.

Como mujer debiera tenderse eternamente al lado

y serían de su cuerpo los perfumes nocturnos, los aromas lunares.

 

Algo hay sobre la tierra: olvido y esperanza, la vida,

y un sueño crece de lo perdido, de la infancia remota

que avanza bella y lentamente, como con paso de mujer enferma,

brotando vagas voces, palabras y siluetas de humo en la memoria.

 

Algo hay sobre la tierra: la vida, esperanzas y olvido.

Sobre la noche un hondo, sordo rumor de bosques

que llega al corazón desierto con parajes recónditos

de maderas nocturnas, viejas ramas, aves desconocidas o siniestras.

 

Después todo es silencio. La noche, cerca del mar,

no dejará, contra las rocas, contra la playa, su dramático acento

de desbordantes aguas batir espuma blanca y soñolienta.

Pero lejos, entre ciudades sin orillas, un trémulo silencio arde sin fin.

 

 

Jacques Prévert

 

LA GLORIA

 

Coronada con una diadema de espinas

Y con los tacones cargados de espuelas

Desnuda bajo su manto de armiño

La mujer barbuda entra en el salón

Soy la grandeza del alma

Doy lecciones de dicción

Lecciones de predicación de claudicación de predicción de maldición de persecución de sustracción de multiplicación de bendición de crucifixión de moralización de movilización de distinción de mutilación de autodestrucción y de imitación de Nuestro Señor Jesucristo con el programa completo del espectáculo y la foto de todos los grandes hombres que actuaron en la obra y como premio doy el código de los monos publicado bajo la dirección de un célebre antropopiteco nacional

Y también el manual del perfecto soldado

El Kamasutra expurgado

Y la lista completa y oficial

De todos los lotes no reclamados

Y también un catecismo de perseverancia

Y doce botellas de agua mineral

Con la llavecita especial para destaparlas.

 

Jorge Luis Borges

Prólogo a HERMAN MELVILLE

Hay escritores cuya obra no se parece a lo que sabemos de su destino; tal no es el caso de Herman Melville, que padeció rigores y soledades que serían la arcilla de los símbolos de sus alegorías. Nació en New York en 1819. Vástago de una gran familia venida a menos, de severa tradición calvinista, perdió a su padre a los trece años. A los diecinueve emprendió la primera de sus largas navegaciones; fue como marinero a Liverpool. En 1841 se alistó en una ballenera que zarpó de Nantucket. El capitán era muy duro con su gente; Melville desertó en una de las islas del Pacífico. Los isleños, que eran caníbales, lo acogieron. Cien días y cien noches pasaron y lo rescató una nave australiana. A bordo de esa nave, Melville capitaneó un motín. Hacia 1845 volvería a New York.

Typee, su primer libro, data de 1846. En 1851 publicó la novela Moby Dick, que pasó casi inadvertida. La crítica la descubriría hacia 1920. Ahora es famosa; la ballena blanca y Ahab tienen su lugar en esa heterogénea mitología que es la memoria de los hombres. Abunda en frases misteriosamente felices: “El predicador, de rodillas, rezó con tanta devoción que parecía un hombre arrodillado y rezando en el fondo del mar”. La noción de que el blanco puede ser un color terrible ya estaba en Poe. También las sombras de Carlyle y de Shakespeare andan por ese volumen.

Melville tenía, como Coleridge, el hábito de la desesperación. Moby Dick es, de hecho, una pesadilla.

El amor a la Biblia lo induciría a emprender el último de sus viajes. En 1855 anduvo por tierras de Egipto y de Palestina.

Nathaniel Hawthorne fue su amigo. Murió, casi olvidado, en New York, en 1891.

Bartleby, que data de 1856, prefigura a Franz Kafka. Su desconcertante protagonista es un hombre oscuro que se niega tenazmente a la acción. El autor no lo explica, pero nuestra imaginación lo acepta inmediatamente y no sin mucha lástima. En realidad son dos los protagonistas: el obstinado Bartleby y el narrador que se resigna a su obstinación y acaba por encariñarse con él.

Billy Budd puede resumirse como la historia de un conflicto entre la justicia y la ley, pero ese resumen es harto menos importante que el carácter del héroe, que ha dado muerte a un hombre y que no comprende hasta el fin por qué lo juzgan y condenan.

Benito Cereno sigue suscitando polémicas. Hay quien lo juzga la obra maestra de Melville y una de las obras maestras de la literatura. Hay quien lo considera un error o una serie de errores. Hay quien ha sugerido que Herman Melville se propuso la escritura de un texto deliberadamente inexplicable que fuera un símbolo cabal de este mundo, también inexplicable.

 

 

 

Octavio Paz

ELOGIO

 

Como el día que madura de hora en hora hasta no ser sino un instante inmenso,

Gran vasija de tiempo que zumba como una colmena, gran mazorca compacta de horas vivas,

Gran vasija de luz hasta los bordes henchida de su propia y poderosa sustancia,

Fruto violento y resonante que se mece entre la tierra y el cielo, suspendido como el trueno,

Entre la tierra y el cielo abriéndose como una flor gigantesca de pétalos invisibles,

Como el surtidor que al abrirse se derrumba en un blanco clamor de pájaros heridos,

Como la ola que avanza y se hincha y se despliega en una ancha sonrisa,

Como el perfume que asciende en una columna y se esparce en círculos,

Como una campana que tañe en el fondo de un lago,

Como el día y el fruto y la ola, como el tiempo que madura un año para dar un instante de belleza y colmarse a sí mismo con esa dicha instantánea,

La vi una tarde y una mañana y un mediodía y otra tarde y otra y otra

(porque lo inesperado se repite y los milagros son cotidianos y están a nuestro alcance

como el sol y la espiga y la ola y el fruto: basta abrir bien los ojos) y desde entonces creo en los árboles

Y a veces, bajo su sombra, he comido sin miedo los frutos de una amistad parecida a las manzanas,

Y he conversado con ella y con su marido y su cuñado como hablan entre sí el agua y las hojas y las raíces.

 

PABLO NERUDA

Chile, 1904 – 1973

 

ODA A LA SANDÍA

 

El árbol del verano

intenso,

invulnerable,

es todo cielo azul,

sol amarillo,

cansancio a goterones,

es una espada

sobre los caminos,

un zapato quemado

en las ciudades:

la claridad, el mundo

nos agobian,

nos pegan

en los ojos

con polvareda,

con súbitos golpes de oro,

nos acosan

los pies

con espinitas,

con piedras calurosas,

y la boca

sufre

más que todos los dedos:

tienen sed

la garganta

la dentadura,

los labios y la lengua:

queremos

beber las cataratas,

la noche azul,

el polo,

y entonces

cruza el cielo

el más fresco de todos

los planetas,

la redonda, suprema

y celestial sandía.

 

Es la fruta del árbol de la sed.

Es la ballena verde del verano.

El universo seco

de pronto

tachonado

por este firmamento de frescura

deja caer

la fruta

rebosante:

se abren sus hemisferios

mostrando una bandera

verde, blanca, escarlata,

que se disuelve

en cascada, en azúcar,

en delicia.

 

Cofre del agua, plácida

reina

de la frutería,

bodega

de la profundidad, luna

terrestre.

Oh pura,

en tu abundancia

se deshacen rubíes

y uno

quisiera

morderte

hundiendo

en ti

la cara,

el pelo,

el alma.

Te divisamos

en la sed

como

mina o montaña

de espléndido alimento,

pero

te conviertes

entre la dentadura y el deseo

en sólo

fresca luz

que se deslíe

en manantial

que nos tocó

cantando.

Y así

no pesas

en la siesta

abrasadora,

no pesas,

sólo

pasas

y tu gran corazón de brasa fría

se convirtió en el agua

de una gota.

 

Oda al verano

 

Verano, violín rojo,

nube clara,

un zumbido

de sierra

o de cigarra

te precede,

el cielo

abovedado,

liso, luciente como

un ojo,

y bajo su mirada,

verano,

pez del cielo

infinito,

élitro lisonjero,

perezoso

letargo,

barriguita

de abeja,

sol

endiablado,

sol terrible y paterno,

sudoroso

como un buey trabajando,

sol seco

en la cabeza

como un inesperado

garrotazo,

sol de la sed

andando

por la arena,

verano,

mar desierto,

el minero

de azufre

se llena

de sudor amarillo,

el aviador

recorre

rayo a rayo

el sol celeste,

sudor

negro

resbala

de la frente

a los ojos

en la mina

de Lota,

el minero

se restriega

la frente

negra,

arden

las sementeras,

cruje

el trigo,

insectos

azules

buscan

sombra,

tocan

la frescura,

sumergen

la cabeza

en un diamante.

Oh verano

abundante,

carro

de

manzanas

maduras,

boca

de fresa

en la verdura, labios

de ciruela salvaje,

caminos

de suave polvo

encima

del polvo,

mediodía,

tambor

de cobre rojo,

y en la tarde

descansa

el fuego,

el aire

hace bailar

el trébol, entra

en la usina desierta,

sube

una estrella

fresca

por el cielo

sombrío,

crepita

sin quemarse

la noche

del verano.