Otro en el espejo
“Yo traía el duelo de las personas cercanas y luego el de mi propia madre, que fue muy duro, muy difícil, no había hornos crematorios disponibles en Bogotá en ese momento, dejar a tus muertos en una nevera o en un refrigerador por unas semanas era algo impensable, entonces tuve que mandar a cremarla por fuera de Bogotá a un pueblo y subir las cenizas. Luego tuve un accidente, yo vivo solo, y estaba cojo, con una férula, no podía dormir hacia la izquierda ni hacia la derecha porque me dolía, terminé durmiendo sentado. Cualquier ejercicio de la vida cotidiana se volvió una proeza, amarrarme los zapatos, lavar la loza, y al final tuve que pedir ayuda, a unas enfermeras que se turnaran en el apartamento y estar bajo su cuidado”. Ese diálogo con ellas, dice el escritor Mario Mendoza, le salvó la vida.
“Yo creo que no hay nada peor que el monólogo. Si algo me ha fatigado de la pandemia es esa sensación de estar tanto tiempo conversando conmigo mismo. Hay algo fantástico y maravilloso en la soledad, pero también un exceso de presencia que puede ser fatigante. Poco a poco empecé a ver esa transformación en el espejo. Las primeras semanas no podía afeitarme bien, cortarme el pelo, yo veía en mi reflejo a un tipo cojo, manco, sin afeitar, yo me afeitaba con la mano derecha y ese era el brazo que tenía destruido. Me fui convirtiendo como en un salvaje, en un troglodita prehistórico, que iba tomando notas de ese libro y fue muy difícil. Agradezco a los amigos y amigas que estuvieron pendientes, que me llamaron, esos diálogos me salvaron la vida, y a mis enfermeras, con las cuales tengo hoy en día una relación de amistad profunda”.
Había leído todos los informes de la OMS y ellos hablaban de ese patógeno y cuando llegó la noticia internacional, dije: ‘Se cumplió todo lo que venía anticipando’. No sé si haya muchos escritores que vayan a tomar nota o a intentar un diario durante la pandemia. En los primeros meses solo vi un libro, que me encantó, ‘Los días de la fiebre’, de Andrés Felipe Solano, quien vive en Seúl, Corea del Sur, y su tono me pareció extraordinario. Empecé a llevar un diario y a estar atento de lo que iba sucediendo. No estaba seguro si iba a publicarlo o no, lo trabajé con Andrés Grillo, mi editor, lo conversamos y al final del año vi que no había tantos libros literarios del tema. Escribí el prólogo en enero y decidimos publicar.
Ir a hacer mercado y ver gente con mascarillas, caretas, guantes y trajes especiales, hacía que uno se sintiera viviendo en una película de ciencia ficción. Quise contar cómo se experimenta eso a nivel psíquico.
2. Libros que salvan
Mario Mendoza Zambrano nació el 10 de enero de 1964 en Bogotá. Coqueteó con la medicina, “sublimando la imagen de mi padre, médico veterinario, biólogo de la Universidad Nacional. Yo tenía cierta atracción por la siquiatría”. Pero fue gracias “a un profesor de literatura extraordinario que tuve en el Colegio Refous, Eduardo Jaramillo, gran crítico, ensayista y gran académico, que decidí que escribir era para lo que servía. Él creó tres escritores en el aula de clase: Ramón Cote Baraibar, hijo del gran poeta de la publicación Mito; Eduardo Cote Lamus, y Santiago Gamboa que está publicando Mondadori, con Random House, extraordinario escritor compañero mío de generación”.
Mario había advertido la magia de la lectura, a sus 7 años, postrado en un hospital por peritonitis gangrenosa. “En siete meses me llevaban balones, juguetes que no podía usar, y una tía me lleva cuentos de hadas franceses, la habitación de la clínica cambia y salgo con mi primera biblioteca de allí, a quien iba le pedía un libro”.
Empezó a calentar la mano a los 16 años. A los 18 renunció a privilegios de la clase media y vivió en una pensión en La Candelaria. “La pobreza da templaza, carácter y sensibilidad”. Se culpa de haber sido engreído y ególotra por no ser más amoroso con su padre en su enfermedad: “Mi viejo, mi gran amigo y compañero, muere en 2003 por un cáncer de médula ósea. A partir de allí me sentí frágil, eso me ha sensibilizado para comprender el dolor de los otros”.
Según Sebastian Urrego, que administra las cuentas de @LectoresMarioMendoza en redes sociales (Twitter 19,4 K. Instagram 47,7 mil. Facebook 177 mil), “él nos enseña lo cruda que es la realidad mediante su ‘catarsis’, que está reflejada en cada una de sus obras”. Mendoza estudió literatura en la Universidad Javeriana del año 83 al 87. Pasó la masacre de Pozzetto y habiendo conocido al asesino: Campo Elías Delgado, escribe la novela ‘Satanás’, premio Biblioteca Breve de España. En ese país hace un posgrado en Literatura Hispanoamericana. Vive en Israel donde termina en prisión -“mi físico y nacionalidad generaron sospecha”- y pensó: “voy a morirme a los 24 años sin escribir nada”. Regresa a su país y es profesor de pregrados en la Javeriana, en los 90. En 1998 enseña en Virginia, pero no quiere ser académico, rechaza un doctorado, renuncia y escribe ‘Relato de un asesino’, su primera novela. Con ‘La travesía del vidente’, obtiene el premio nacional de literatura, dice que siendo escritor “debes sacrificar hasta la felicidad, el dinero, el estatus” y que “debemos nacer y morir varias veces, sino te repites”.
3. Vivir el duelo
Las primeras noticias le hablaron a Mario Mendoza de Luis Sepúlveda, escritor chileno que vivía en España y uno de los primeros sacrificados de la pandemia. “Me dolió mucho, tenía muy buenos recuerdos de él. Luego empezó esa avalancha de gente conocida, una novia de uno de nuestros ilustradores del Proyecto Frankenstein entra a cuidados intensivos, es entubada, sedada. Luego, muere mi madre, no de Covid, pero sí por su efecto colateral: la soledad de los abuelos en los hogares geriátricos”.
Nadie contempló el efecto de la pandemia en los ancianos, dice: “las medidas de la Secretaría de la Salud de ‘no visitas’ eran comprensibles, pero no buscamos otras formas en vez de la telellamada; a esa edad uno depende de las visitas, de los abrazos, de los besos compartidos. Mi madre cumplió años en junio pasado junto a las enfermeras del hogar, aunque con la familia hicimos lo posible para que le llegara la torta y los regalos, no está el cara a cara”. Él mismo sufrió un accidente. “Tuve que recluirme en casa herido, cojo, manco, eso sumaba dolor. ‘Bitácora del naufragio’ es un ejercicio de aprendizaje de la impermanencia, eso es el duelo”. Para el periodista Gerardo Quintero, “este libro es de los mejores que él ha escrito. Muy revelador, contundente, fuerte, con reflexiones profundas. Es uno de los escritores colombianos que más acude a la realidad y toca los límites sensibles del ser humano”.
Mendoza, quien ha anticipado en sus obras varios desastres, advierte que “sobresaturamos el planeta, que no puede integrarse a espacios cercanos, no podemos enviar gente a la luna, a Marte o a Venus y eso genera una línea de entropía, como en la red, a mayores autopistas de información, menos nos comunicamos —anhelamos no comunicarnos más y tener tiempo para nosotros—. Analistas advirtieron de la bomba demográfica, más peligrosa que la bomba atómica. La pandemia fue la línea de entropía”.
Y no tiene noticias que justifiquen la esperanza, “quisiera decirles que estamos contaminando menos, pero desde el Protocolo de Kioto, los mandatarios han hecho tramoyas, incluso se han retirado como Trump de la Convención de París y de Marruecos, sobre cambio climático. Quisiera que los científicos del fin del mundo, 15 premios Nobel que se reúnen anualmente, dijeran que estamos resolviendo los conflictos, pero sus informes son desesperanzadores. Van ganando los nepotismos, las prácticas mafiosas, vamos acercándonos más a los totalitarismos. No es para arrojarnos a llorar y decir ‘se acerca el fin’, es para hacer resistencia desde lo minoritario, en clubes de lectura, bibliotecas públicas. Soy hiperrealista, pero no me doy golpes de pecho, mi resistencia es desde leer y escribir”.
Algunas obras
- Mensajero de Agartha.
- Satanás.
- La importancia de morir a tiempo.
- Akelarre.
- El libro de las revelaciones.
- La Melancolía de los feos.
Fuente : https://www.elpais.com.co/entretenimiento/mario-mendoza-hay-que-aceptar-este-desastre-con-frialdad-y-sin-esperanza.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario