lunes, 13 de septiembre de 2021

Falleció el poeta nadaísta Jaime Jaramillo Escobar, conocido como X-504

Con gran pesar, el mundo de la poesía colombiana recibió la noticia del fallecimiento del escritor nadaísta Jaime Jaramillo Escobar, a los 89 años, mejor conocido como X-504, en su residencia de Medellín.


La noticia la confirmaron familiares suyos y el taller de poesía que dirigió en la Biblioteca Pública Piloto por más de 30 años Jaramillo (Pueblorrico, 25 de mayo de 1932) fue cofundador, junto con el poeta fallecido Gonzalo Arango, Eduardo Escobar, Elmo Valencia, Jotamario Arbeláez y otros escritores, del nadaísmo, movimiento de índole contestataria que cambió la percepción de la literatura y el arte colombianos a mediados de los años 60.

Siempre con ese humor sarcástico a flor de piel, Jaramillo se autodenominó el poeta X-504, que aludía a una placa de carro. Su obra se caracterizó por la ironía, el sarcasmo, los juegos paródicos del lenguaje popular, la irreverencia y el tono sentencioso con el que satirizaba la sociedad, sus costumbres y sus instituciones.

Alguna vez el poeta Elkin Restrepo escribió que “a los poetas como que los leen más cuando se mueren que cuando están vivos”, frase a la que se le puede replicar con una cita de Cicerón: “La vida de los muertos está en la memoria de los vivos”.

En esta conversación, una de las últimas que le dio a EL TIEMPO hace unos años, Jaramillo demuestra que en este oficio no es él quien importa, son sus poemas o, mejor, aquellos que fueron y han sido capaces de adquirir vida propia.

¿Ha pensado en si lo leerán cuando muera?

Una vez publicado no vuelvo a meterme con eso, ya no es mío. Soy muy libre.

Yo no vivo pendiente de ser un poeta, ni de ser escritor, ni nada. Tengo el taller de poesía (Biblioteca Pública Piloto) porque se ha formado y yo puedo decir algunas cosas sobre literatura, pero el taller no lo hago yo, se hace entre todos.

Me sorprende que algunos poemas, casi todos los que he escrito, hayan sobrevivido hasta ahora. Pero yo no me voy a quedar toda la vida pendiente de un poema que escribí hace más de 20 años, eso es una estupidez.

Aquí en Medellín había una poeta que tenía un secretario para que leyera todos los días en revistas y periódicos a ver si ella figuraba, y si sí, entonces que lo recortara para pegarlo en un álbum.

¿Quién?

Ah, no te voy a decir porque todavía está viva. Es una vanidad en principio femenina y, segundo, que da risa.

¿Y lo juzga o le es indiferente?

Lo que hagan los demás me es indiferente, cada uno tiene su forma de ser. Es que si el poema tiene capacidad de andar solo, que vaya hasta donde pueda…

–Perdón, por la mañana me cogió una alergia, creo que fue alergia a la poesía–. (Ríe).

¿Nunca le ha pasado?

No sé, de pronto sí.

Me preocupa hacer lo que hago porque es lo que me gusta y a veces puedo. Y si se publica, pues muy bien, y si no, pues me da lo mismo.

Me interesa tratar de escribir bien porque eso es un vicio que adquirí de niño: escribir. Mi padre era maestro de escuela y en la escuela tenían una buena biblioteca; era un pueblo pequeño y nadie la consultaba, únicamente yo, en Altamira, Antioquia.

¿Era más famoso X504 que Jaime Jaramillo Escobar?

En ese tiempo apareció alguien en El Espectador que firmaba como X505 y luego apareció X506, y todavía existe un X505, pero diferente, es el perrito del Teatro Matacandelas que Cristóbal Peláez lo bautizó Jaime Jaramillo Escobar X505.

Cuando se publicó el primer libro, que lo hizo Tercer Mundo, Los poemas de la ofensa (1968), yo ya le quise poner Jaime Jaramillo Escobar y el editor me dijo que no, que debíamos conservar el pseudónimo porque mucha gente sabía quién era X504, y nadie, quién era Jaime Jaramillo Escobar.

Pero no he buscado publicidad, eso me parece muy tonto. De pronto una entrevista –uno tiene que aclarar–.

Lo único que me interesa es estar con mis libros, los que tenga, leer lo que alcance; si me provoca escribir algo, lo escribo, pero lo hago sin ningún interés de nada. Si se publica me interesa, pero es siempre para mí lo secundario; lo importante es hacerlo, por el resto no me preocupo.

Cuando uno publica un poema ya no es de uno, es del público. Y el público puede hacer con él lo que quiera, a mi modo de ver.

¿Por qué reveló su nombre si es de los que piensa que si alguien escribe y llega a publicar algunas cosas, lo importante es lo que escribe y no el autor?

Por cuestiones prácticas, más que todo. Porque llega un momento en el que uno tiene que ser responsable de lo que escribe... No tiene ningún misterio. Además, porque es la costumbre y es una universal: siempre hay alguien que si dice cosas para un público, pues, responde por lo que dijo, bien sea para sostenerlo, para explicarlo, para retractarse.

¿Entonces es algo así como lo que escribió José Emilio Pachecho?

Sí. Si alguien escribe, lo importante es lo que escribe, no el autor.

Se publica un poema o un texto; si sirve, alguien lo verá. Pero el que debe viajar es el poema, no quien lo escribe. A no ser que uno salga y se encuentre con Miguel de Cervantes Saavedra en persona. En ese caso sí sería un acontecimiento.

¿Pero sí admira a autores?

Uno admira a los escritores que dejaron una obra importante y en ella siguen presentes. Eso es todo. No es más.

Hacer afirmaciones es muy complicado porque puede que no perduren, pueden ser cosas de momento. Cada quien tiene sus opiniones y ve todo a su manera. Hay cosas que se dicen desprevenidamente y por alguna razón quedan en la memoria de alguien y después aparecen.

Claro que cuando es un gran autor, pues, entonces uno quiere tener su obra y un retrato. Eso es natural.

¿Qué poetas admira, por ejemplo?

No admiro poetas, admiro poemas.

Pero los de la antigüedad eran mejores que los de ahora. Hindúes, chinos, griegos… Los pueblos que tienen una gran literatura. Porque ellos eran artistas o historiadores.

Ahora hay una cantidad de gente que quiere escribir y no sabe nada, escriben y publican boberías, pero hacen una ‘lagartería’ y una serie de manejos para figurar, porque ellos creen que si figuran esa es la gloria.

Pobrecitos, no se dan cuenta de que lo que importa es el texto escrito, no la persona. Si publica una bobada, bobada se queda. Si el texto es malo, es malo, y entre más lo exhiba, peor queda.

¿Con los antiguos no pasaba eso?

No eran comerciantes de la literatura, eran sabios. Nadie sabe si Homero existió o no existió o quién fue o quiénes fueron. Parece que esos fueron los homéridas.

Ahora son comerciantes de la literatura, hacen un esfuercito para escribir alguna cosa e inmediatamente le quieren hacer más publicidad a eso. Los libros no producen dinero, ni antes ni ahora. A algunas personas sí, me refiero a grandes novelistas que tienen una gran obra: García Márquez, por ejemplo, o José María Vargas Vila, que llegó a ser un hombre muy rico y conocido en el mundo.

Pero los antiguos no eran comerciantes, eran maestros porque esa sabiduría que ellos tenían, y que expusieron en sus obras, todavía existe. En cambio ahora hay gente que escribe y que si sale en un periódico y una revista hoy, mañana nadie se acuerda.

Por eso me parece que los antiguos son más importantes y después de ellos vienen los grandes de la época clásica y moderna. Y ahora también hay buenos escritores, claro está.

Eran maestros que enseñaban lo que sabían y todavía seguimos estudiando en ellos, o sea que no era literatura propiamente, era pensamiento.

Hábleme de un poema que ame.

No sé, eso es según el clima, el estado de humor, tantas cosas. Un día nos gusta uno, al otro día no nos gusta. Los poemas son así, inasibles. Admiro a algunos poetas solo por esa costumbre de que todavía haya quienes hacen poesía.

Si sus poemas perdurarán 100 años, no lo sabremos, lo sabrán quienes vivan entonces. Eso le queda a la posteridad; dejará perder algunas cosas, reservará otras, pero si uno escribe pensando en si lo van a leer luego de 100 años, creo que no podría escribir.


¿Está escribiendo algún libro ahora?

Estoy preparando dos libros, uno de cuentos y uno de poemas, porque ya están contratados con un editor de Bogotá. Pero no he tenido mucho tiempo, porque en realidad escribir requiere de mucho tiempo.

Llega un momento en el que uno acepta que a algunas personas les pueden interesar cosas que uno escribió o escribe. Entonces lo hace, pues de la misma manera que uno puede ir a jugar un partido de fútbol o a un baile o a hacer cualquier otra cosa.

No considero que eso sea algo excepcional. Eso no tiene trascendencia, pero me gusta hacerlo, sí, y por qué, porque sí. No tiene otra explicación.

Es una costumbre ponerle cierto misterio a las cosas. Pero cuando uno ve exactamente por qué es, y cómo es, se da cuenta de que eso no tiene ningún misterio.

Como en su poesía...

Sí, yo creo.

Hay que desmitificar muchas cosas.

Yo lo estoy desmitificando a usted, no sabía que era un hombre tan sonriente.

Uno debe ser cortés y delicado con las personas. Sería maleducado no serlo. No hay ninguna razón para no ser sencillo.

Sé que hay quienes se endiosan, pero eso es ridículo. Uno es un trabajador. No es más. Eso no es porque lo haya pensado o decidido, yo siempre he sido así. Pero es que todos somos iguales y todos están haciendo lo que tienen que hacer.

Para qué se va a poner uno a decir que es poeta, no. El primer libro que se publicó fue porque el nadaísmo hizo un concursito y yo participé y entonces yo lo había ganado y se publicó en Bogotá.

De ahí en adelante es porque los han pedido, pero yo no he hecho la gestión porque sé que hay otros escritores mejores que tienen todo el derecho de buscar.

No tengo pretensiones de ser poeta, es que eso es una tontería, ridículo, cursi; si hay en la historia verdaderos y grandes poetas que todos admiramos, cómo va a venir uno a decir “es que yo soy poeta, pues, ¡qué ridiculez!”.

(Ríe).

Pero tiene un número considerable de obras publicadas...

Les ha interesado publicarlas, pero yo nunca creo que esté terminado nada, ni un poema.

Te pongo un ejemplo: hay un poemita que se ha hecho conocido que habla de las frutas y porque aparece una negra muy sensual: ‘Alheña y Azúmbar’. Alguien se me acercó y me dijo "vea, usted no puso en el poema el mamoncillo", y yo le dije, ah pues, se me pasó, pero póngalo. Y me dijo "pero yo solo no lo sé poner", entonces le dije:

Encontrémonos, miramos el poema y entre los dos acordamos dónde ponemos el mamoncillo y cuando lo volvamos a publicar sale la fruta que usted quiere.

Ya el poema no es mío, es de los dos. Ya el poema es del pueblo. Porque el poema no se puede apartar de lo popular, el origen de la poesía es popular; si se aleja, yo creo que ya no es poesía.

La poesía antigua es la más popular que se ha hecho; eran los rapsodas que andaban cantando con una vihuela e iban por los caminos.

Y para terminar, con los vivos es mejor no meterse, y con los muertos… bueno, es que los muertos no protestan.

Un poema: Coplas de la muerte

La Muerte me coge el pie,
yo la cojo del cabello;
si se queda con mi pie,
me quedo con su cabeza.

La Muerte me coge un brazo,
yo la agarro con el otro;
cuando amanezca estaremos
dando vueltas en redondo.

Si la Muerte entra a mi alcoba,
me arrojo por la ventana;
y si sale y me persigue
corro al río y me echo al agua.

Si me encuentro con la Muerte
¡qué susto le voy a dar!
Le diré que en la otra esquina
me acaban de asesinar.

Manuela Saldarriaga H.
Para EL TIEMPO
Medellín

No hay comentarios: