viernes, 31 de julio de 2015

Libros con más vidas que un gato.

  • Libros con más vidas que un gato | En este lugar de la noche, la librería fundada por José Manuel Arango frente a la U. de A., hace 12 años, es administrada por Gustavo Zuluaga, el Hamaquero FOTO HERNÁN VANEGAS
    Libros con más vidas que un gato | En este lugar de la noche, la librería fundada por José Manuel Arango frente a la U. de A., hace 12 años, es administrada por Gustavo Zuluaga, el Hamaquero FOTO HERNÁN VANEGAS

Como en Este lugar de la noche hay libros del suelo al techo, de la puerta del frente a la trastienda, en la entrada del baño, en mesas, en armarios, en un murito, en las escalitas de la entrada, acostados, parados, viejos, no tan viejos, tantos que no tienen contadero, cuando una chica universitaria entró ayer a preguntar por la novela Cecilia Valdés o La loma del ángel, la obra romántica del cubano Cirilo Villaverde, el Hamaquero le contestó: "Sé que sí está: deme dos días para encontrársela".

Este lugar de la noche es el título de una de las obras poéticas de José Manuel Arango. 

"Como este sitio existe en homenaje al poeta, pensé que lo mejor sería ponerle de nombre el título de uno de sus libros".

No muchos saben que el Hamaquero se llama Gustavo Zuluaga. Fue Alberto Aguirre, el periodista, quien lo bautizó con este apodo que se apoderó de su nombre, cuando este hombre de barba larga que recuerda a Carlos Marx, uno de los autores con más títulos en su librería, vendía hamacas.

Antiguo vendedor de libros en el suelo de las afueras de la biblioteca de la Universidad de Antioquia, tuvo la fortuna de que el autor del poema El Poseído, cuyo texto se ve en un retablo de la venta de libros (A veces/ siento en mis manos las manos/ de mi padre y mi voz/ es la suya/ un oscuro terror/ me toca/ quizá en la noche/ sueño sus sueños/ y la fría furia/ y el recuerdo de lugares no vistos/ son él repitiéndose/ soy el que vuelve/ cara detenida de mi padre/ bajo la piel sobre los huesos de mi cara),tuvo la fortuna, repito de que ese poeta, "que era mejor persona que escritor", decidiera conseguirle un local frente a ese centro de educación, para que no siguiera tirado en el suelo. "Eso fue un año antes de su muerte: en 2001". 

Como esta es la casa museo que no tiene José Manuel Arango, su fotografía, algunos poemas y objetos que lo recuerdan están diseminados por el recinto.

Libros marxistas, de la revolución china, de literatura hacen parte de su fondo. Y para sobrevivir, best sellers y libros que suelen llamar de superación.

Cerca al Parque del Periodista, Los libros de Juan es una librería distinta. Distinta a cualquier librería. Incluso distintos a los de cualquier anticuaria. Allí se hallan joyas bibliográficas. Libros antiguos, primeras ediciones, descartados, perseguidos, incunables, rarezas. Juan Hincapié, el librero, ha sido bibliófilo por 40 años. "Hace unos días, me llegó el primer libro ilustrado por el maestro Fernando Botero. Él tenía 18 años. Es un libro de poemas de Fausto Cabrera". 

Tiene también el primer libro editado en Colombia, El cristo paciente, de 1787. La edición guatemalteca de Rosas negras, de Porfirio Barba Jacob. 

Y dice que la respuesta de por qué es librero se parece a la de Paul McCartney cuando le preguntaron por qué los cuatro de Liverpool hacían música: porque no sabían hacer nada más

Fuente: http://www.elcolombiano.com/libros_con_mas_vidas_que_un_gato-FAEC_279729

domingo, 26 de julio de 2015

Fernando González, el existencialista antioqueño que buscaba a Dios_Por: Yeison Gualdrón

Muchas leyendas se tejieron sobre este filósofo colombiano nominado al Premio Nobel en 1956.



Miró a la ternera a los ojos. Suspiró, y con tristeza le dijo: “los animales humanos se robaron a tu mamá”.
Ese es uno de los últimos recuerdos que conserva Ligia Zuluaga González de su tío Fernando González. Esa mañana -meses antes del fatídico 16 de febrero de 1964, cuando murió el filósofo colombiano-, se hurtaron una vaca a la que quería con toda el alma de su emblemática finca Otraparte, en Envigado.
Según Ligia, su tío, uno de los escritores latinoamericanos más originales del siglo XX, era un enamorado de la naturaleza: “Lo recuerdo hurgando los hormigueros con su bastón. Cuidando las plantas de su jardín. Hablándole al ganado mientras ordeñaba”, dice.
Esa faceta del maestro, conocida solo por especialistas, es para Javier Henao Hidrón, amigo y biógrafo de González, la extensión filosófica de su obra.
“Era un estudioso de la botánica y la homeopatía. Amando a la naturaleza hizo filosofía”, asegura.
Pero al hombre que escribió  Viaje a pie  (1929) no le bastaba solo contemplar.
Con las plantas que sembraba en Otraparte y las que encontraba en sus interminables caminatas por el campo de Envigado preparaba bebidas y ungüentos. Esa actividad le dio la efímera fama de curandero.
“Lo hacía ocasionalmente con personas de su confianza. Iban allá (a la finca) y le comentaban sobre sus dolencias. Él acudía a las plantas”, recuerda Henao Hidrón.
Esas anécdotas las confirma Sergio Restrepo, exdirector cultural de la Casa Museo Otraparte y conocedor de la obra del escritor. “Algunos cuentan que él los curó de su úlcera y otras enfermedades”, dice.
Ese apego, según Henao Hidrón, lo adquirió el filósofo a finales de 1930 cuando regresó a Colombia de Europa y alquiló la finca Bucarest, también en Envigado. “Fue una afición de su vejez”, añade.
Además, en la biblioteca que se conserva intacta en la Casa Museo -dice Restrepo- hay dos libros de botánica que el escritor consultaba con frecuencia. 
Pero aunque algunos le atribuyan el talento con las hierbas, González no hizo referencia explícita de su faceta homeópata en sus obras.
Lo que sí confesó en sus libros fue el entrañable afecto por los animales que compartieron con él.
No en vano en 1934 escribió  Salomé , una suerte de diario de su gata: “ Salomé no sabe aún de qué se trata. Anda asustada y atraída. Ayer subió a una banca, en el corredor del jardín y el gato negro de madame Rousseau le pasaba por debajo; ella brincaba y sacaba las uñas y alborotaba la cola. Tiene miedo, y no sabe y está atraída ”. Así describió González el celo de su mascota.
Pero lo que no hizo, quizá por el dolor que le ocasionó o porque decidió cumplir el papel de madre y padre, o porque simplemente no encontró palabras, fue escribirle un libro a la ternera huérfana.
Un hombre de Dios
Las historias que se han tejido en la infinita red filosófica de González sobrepasan la realidad. Una de las más controvertidas   -y según quienes lo conocieron, la más falsa- es el ateísmo del hombre de boina. 
“Fue un buscador de Dios toda su vida. Solo que era un crítico de la sociedad de su época, la prueba de esto -manifiesta Henao Hidrón- es el último párrafo de  La Tragicomedia del padre Elías  (1962), considerada la culminación de su obra metafísica”.
“—Y, finalmente, la única lección de esta Tragicomedia es: No lo busques ni en este librito ni en ningún otro. Lo hallarás en ti mismo. Él es lo más cercano de ti, lector; es más cercano que tu yo; pero es lo más lejano de ti, a causa de tu yo. Búscalo muriendo: ¡Leve cadáver en insomne vida!”.
Lo que no se puede negar es que era punzante con la iglesia. “Un día una prima que estaba de visita en Otraparte iba para la iglesia y él dijo: ‘¿Van para misa? Fíjense bien, a ver si el padre Villegas se me robó los zapatos. Es que no los encuentro’, así los criticaba”, recuerda entre risas su sobrina. 
Y tenía otros métodos para sacar de casillas a los obispos antioqueños. El más recordado fue cuando trabajaba como Juez de Circuito de Medellín, entre 1923 y 1929.
Allí –recuerda Henao Hidrón-- le llegó la sucesión de una señora adinerada que había acabado de morir. Ella quería repartir equitativamente su herencia.
El testamento decía que la mitad y una cuarta parte eran para los legitimarios y la última se las dejaba –como era costumbre en esa época— a las ánimas del purgatorio y al Niño Jesús de Praga o sea a la Iglesia, y claro que intentaron reclamarla. 
“Él lo resolvió así: ‘la parte de las benditas ánimas del purgatorio será entregada cuando ameriten personería jurídica. La del Niño Jesús de Praga cuando cumpla la mayoría de edad, mientras tanto paso esta herencia a sus legítimos herederos’. La Iglesia protestó”, anota Henao Hidrón.
Premio Nobel que no tuvo
Otra leyenda que se estancó en la memoria de los lectores de González fue la supuesta nominación al Premio Nóbel de Literatura en 1956.
Tras exhaustivas pesquisas, Henao Hidrón logró confirmar la veracidad del relato que en el país algunos quisieron negar.
Fue Guillermo Mora Londoño, embajador de Colombia en Suecia en esa época, quien le contó lo sucedido: “En Estocolmo (Suecia) hubo una reunión de diplomáticos. A Mora le presentaron uno de los miembros del jurado del Nóbel, quien tan pronto le saludó le dijo: ‘Señor, lo quiero felicitar por ser Embajador de Colombia porque hace unos cinco años un coterráneo suyo, Fernando González, fue candidato al Premio Nóbel de Literatura’”, relata.
El investigador asegura que la nominación la hicieron –un año antes– dos de los intelectuales de mayor influencia del siglo XX: el existencialista francés Jean Paúl Sartre y el escritor norteamericano Thornton Wilder.
A Sartre solo le bastó leer una traducción al francés de Viaje a pie para considerar al escritor colombiano como un “existencialista” merecedor del Nóbel. Y Wilder, más que conocer al filósofo de Otraparte, era gran amigo suyo y ferviente admirador de su obra.
“Ellos dos se reunieron en Paris en 1955 y en medio de unos tragos de wiski seleccionaron a 15 escritores dentro de los que estaba González”, asegura Henao Hidrón.
Según el periodista e investigador Ernesto Ochoa Moreno, quien torpedeó esa nominación fue el filólogo jesuita Félix Restrepo, presidente de la Academia Colombiana de la Lengua en ese año.
“La Academia Sueca consultó a Restrepo y este dijo que no se le podía dar el premio porque era un autor vitando, rebelde y de lenguaje escandaloso. Por eso, en su lugar nominó al español Ramón Menéndez Pidal (de 80 años). Pero quien ganó finalmente fue el poeta Juan Ramón Jiménez”, dice Ochoa.
Aunque la pelea con la iglesia dejó al filósofo sin Nóbel, –quizá el primero que hubiese tenido Colombia antes del de García Márquez– González, recibió la muerte con la tranquilidad que le daba ser él mismo: el ‘brujo de Otraparte’.
Fuente: http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-11519261

miércoles, 22 de julio de 2015

Ernesto Cardenal

(Granada, Nicaragua, 1925) Poeta nicaragüense. Poeta revolucionario y sacerdote católico, se dio a conocer con la obra El corno emplumado. Comprometido políticamente con los conflictos sociales de su país, desde 1954 participó en las luchas contra el dictador Somoza, y posteriormente fue ordenado sacerdote, tras lo cual residió durante un tiempo en un monasterio de Estados Unidos. Esta reclusión religiosa supuso para el poeta un oasis de serenidad frente a la deslumbrante ciudad moderna. De regreso en Nicaragua fundó una comunidad en la isla de Solentiname. Su poesía, reflejo de su radicalismo personal, denunció el sufrimiento y la explotación de las llamadas repúblicas bananeras, temática que centra su Canto nacional. También se aproximó a las ideas de la teología de la liberación, las cuales se dejan entrever en sus poemarios Salmos, de 1964, y Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, de 1965.


Ernesto Cardenal
Ernesto Cardenal ingresó en 1935 en el Colegio Centro América de los Jesuitas en Granada, donde estudió el bachillerato. Cursó luego filosofía y letras en la Universidad Nacional Autónoma de México, graduándose en 1947. Entre 1948 y 1949 hizo el posgrado en la Universidad de Columbia, Nueva York. Discípulo de J. Coronel Urtecho, integró la llamada "Generación del 40" junto con los poetas E. Mejía Sánchez y C. Martínez Rivas. Viajó por Europa y en 1950 regresó a Nicaragua. Empezó a escribir sus poemas históricos y a traducir con Coronel Urtecho poesía norteamericana, hasta formar una voluminosa antología.
En 1952 fundó una editorial exclusiva del género, El hilo azul, y en 1954 participó en un movimiento armado que intentó asaltar el Palacio Presidencial, que fue conocido como la Rebelión de Abril. En 1956 escribió su extenso poema político "Hora cero". Pero ese año cambió el rumbo de su vida: resolvió profesar e ingresó al Monasterio de Nuestra Señora de Gethsemani, en Kentucky, Estados Unidos, donde Thomas Merton fue su maestro y mentor espiritual. Continuó sus estudios religiosos en México y en Colombia.
Ordenado sacerdote en Managua en 1965, viajó a Estados Unidos para planear la creación de una pequeña comuna contemplativa en Nicaragua, que fundó al año siguiente en el archipiélago de Solentiname. En 1970 visitó Cuba, relatando su experiencia de la revolución en el libro En Cuba. También conoció los procesos del Perú y Chile. En octubre de 1977, cuando se inició la primera ofensiva insurreccional, participaron en ella como guerrilleros un grupo de jóvenes de Solentiname, que asaltaron el cuartel San Carlos, por lo que la Guardia somocista destruyó su comunidad y Cardenal fue condenado en ausencia a muchos años de prisión. En 1979, con el triunfo de la Revolución Sandinista, fue nombrado ministro de Cultura, cargo que desempeñó hasta 1988.
La obra de Ernesto Cardenal es coloquialista y a la vez profundamente lírica. Su poesía, una de las más sólidas y reconocibles de América Latina, se sustenta en el legado del modernismo norteamericano (sobre todo Pound y Williams), pero con otras influencias como la cultura popular o las tradiciones religiosas y científicas, a través de un verso claro pero de gran impacto.
Perteneciente a un brillante grupo de poetas entre los que destacan Coronel Urtecho, P. A. Cuadra y Joaquín Pasos, ya en sus primeros libros, La ciudad deshabitada(1946) y El conquistador (1947), muestra su inclinación hacía una poesía narrativa y épica. Fue decisiva, para su futura poesía, su lectura de Ezra Pound. En verso libre, con una ironía y un sentido mágico de lo cotidiano, su mejor poesía capta la intensidad alucinante de la vida moderna y se inspira en motivos de su compromiso cívico y en sus experiencias religiosas: Hora cero (1960), Epigramas (1961),Gethsemani Ky (1960) Salmos (1964), Oración por Marilyn Monroe y otros poemas(1965), El estrecho dudoso (1966) y Homenaje a los indios americanos (1969).
A partir de los años setenta su poesía se radicaliza y se vuelve primordialmente instrumento de la acción política: Canto nacional (1972), Oráculo sobre Managua(1973), Tocar el cielo (1981) y Vuelos de victoria (1984). Entre sus últimos libros de poesía se encuentran Cántico cósmico (1989), Los ovnis de oro (1992),Telescopio en la noche oscura (1993), Antología nueva (1996) y Vida en el amor(1997). Como ensayista son destacables el volumen dedicado a La poesía nicaragüense de Pablo Antonio Cuadra (1973) y Cristianismo y revolución (1974). En 1998 se publicó el primer volumen de su autobiografía.
Fuente: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/cardenal.htm

lunes, 20 de julio de 2015

Poeta y Poemas _ José Manuel Arango

HAY GENTES QUE LLEGAN PISANDO DURO
 

Hay gentes que llegan pisando duro
que gritan y ordenan
que se sienten en este mundo como en su casa
 
Gentes que todo lo consideran suyo
que quiebran y arrancan
que ni siquiera agradecen el aire
 
Y no les duele un hueso no dudan
ni sienten un temor van erguidos
y hasta se tutean con la muerte
Yo no sé francamente cómo hacen
cómo no entienden
 
 
       PRESENCIA
     
Cien pasos doy de para atrás
pero la muerte los advierte.
ROGELIO ECHAVARRÍA
I
Si estoy, está conmigo.
Si me atareo en mis asuntos,
me sigue.
Ojea por sobre mi hombro si leo,
atisba por sobre mi hombro si hago.
2
Con un sobresalto,
de un salto,
me pongo de pies.
¿Quién era?
Miro en torno mío.
Nadie, nada.

3
Acaso, cuando giro
sobre mi calcañar,
gira también
con una pirueta,
con un esguince silencioso.
4
Y si voy va detrás,
si vengo viene,
si me detengo se detiene.
Siento sus artejos en mi nuca,
su acezo en mi oreja.
 
5
Hago, pues, que voy y vengo,
hago que estoy,
hago que hago,
que me atareo en mis asuntos.
 
6
Y si también esto que digo,
este verso que hago
fuera tan sólo,
y de nuevo, la vieja
mentira del lobo?
VIENDO DORMIR AL HIJO1
Qué bello cuando duerme:
de costado, una rodilla recogida,
indefenso.

La mano palma arriba
abierta,
el pelo enmarañado.

2
Pero ahora comienza a agitarse.
La respiración se le ataranta.
Es que sueña.

3
Y esa queja en el sueño,
desconsolada:
¿en qué sueña?
¿de qué se duele?

Yo que soy su padre,
no sé de qué se duele.

4
Es sobre todo, hermosa
su mano palma arriba:
abierta,
vacía.
 
ESCRITURA
.
la noche, como animal
dejó su vaho en mi ventana
.
por entre las agujas del frío
miro los árboles
.
y en el empañado cristal
con el índice, escribo
esta efímera palabra

X
.
como para cruzar un río
me desnudo junto a su cuerpo
.
riesgoso
como un río en la noche

CANTIGA DE AMIGO
 
Y tras la incertidumbre de un instante
frente al desconocido
que luego por virtud del gesto recordado
vuelve a ser el amigo que después de la lluvia
llama a la puerta
lo ayudamos a desnudarse
colgamos sus ropas a secar junto al fuego

y oímos el relato de su viaje
reconociéndonos en sus maneras
de náufrago

Fuente: http://ingenieria.udea.edu.co/~marthac/poesia/jose_poemas.html

jueves, 16 de julio de 2015

El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince

De Agamenón para acá, padre es el que hace la guerra, el orden frente al caos, la autoridad frente a la desobediencia. Y si no es el mismo Dios, pues es el que negocia con los dioses. El ateniense sacrifica a Ifigenia para que el viento inflame las velas; el patriarca propone y dispone, el padre es la ley y la patria su territorio. Y sin embargo hasta el orden simbólico sufre sus cimbronazos.
Matar al padre, predestinó el psicoanálisis. Y Alexander Mitscherlich, de la Escuela de Frankfurt, exploró la ausencia de la paternidad en la sociedad alemana de posguerra. Genio sin imagen, a la deriva de una teoría que lo recupere y lo salve, el relato del padre en Occidente intenta reflejar su complejidad desde la tragedia, aún antes de la escritura. Por la carga ideológica en torno a esta figura, a menudo densa y en estrecha relación con el rol autoritario de los patriarcas –léase dictadores– latinoamericanos, cualquier versión en contrario no sólo llama la atención, también es bienvenida, porque la paternidad suele brillar por su ausencia, según las estadísticas, en el fragor cotidiano de la vida familiar.
En ese sentido, El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince (Medellín, 1958) es un libro “padre” como dirían en México –que es así como la lengua popular define todo aquello más que bueno–, por su calidad narrativa y sobre todo porque el protagonista de la historia es el doctor Héctor Abad (1921-1987), un progenitor diferente: “Cristiano en religión, marxista en economía y liberal en política”.
El médico Héctor Abad, en efecto, era un convencido de la necesidad del compromiso social de la medicina en países devastados por la pobreza como Colombia. Durante toda su vida batalló por la paz, la tolerancia y la justicia, se encerraba en su estudio a oír a Bach y Beethoven para sanar su pena y su rabia, y confiaba en el amor a rajatabla, el amor por la vida, por los hijos, por el arte y por la justicia. Lo amenazaron muchas veces pero él no quiso exiliarse ni tampoco calló, en sus audiciones radiales y en sus escritos siguió denunciando a los ejecutores de la violencia que desgarraba a su país, a sus cómplices y a sus mentores. Hasta el 25 de agosto de 1987 en que dos sicarios vaciaron los cargadores sobre su cuerpo frente al Sindicato de Maestros de Medellín. Tenía 65 años, vestía saco y corbata, y en el bolsillo de su pantalón llevaba un soneto de Borges, “Epitafio”, acaso un apócrifo, y cuyo primer verso reza: “Ya somos el olvido que seremos...”
La mano, la memoria, el alma del escritor necesitaron cincelarse durante dos décadas para abordar la escritura de esta pérdida. “Me saco de adentro estos recuerdos como se tiene un parto, como uno se saca un tumor”, cuenta Héctor Abad Faciolince, quien escribió entre otras las novelas Basura (2000, Premio Narrativa Innovadora Casa de América) y Angosta (2003). Y no hay duda que el tiempo ayudó no sólo a madurar el trazo sino también a encontrar el tono adecuado en una tradición literaria donde prevalecen el padre autoritario, el tirano y el patriarca. Mientras la figura del padre de Kafka se impone sobre su labor y sobre su existencia, y Joseph Roth confiesa: “Yo no tuve padre, en el sentido que nunca conocí al mío...”, el narrador colombiano en cambio escribe: “Amaba a mi padre por sobre todas las cosas... Amaba a mi papá con un amor animal. Me gustaba su olor, y también el recuerdo de su olor... Me gustaba su voz, me gustaban sus manos, la pulcritud de su ropa y la meticulosa limpieza de su cuerpo”.
Por eso quizá el relato El olvido que seremos cobra grandeza a partir de la extrañeza. ¿Es posible este padre amoroso? Se carcajea más que sus hijos, llora a mares cuando está triste, canta tangos y escribe poemas. Tampoco es el sostén económico de la familia –al igual que en la antigua Grecia, en el gineceo de la familia Abad, del dinero y el presupuesto familiar se encargó la madre por vocación, en una división de roles totalmente atípica. O por lo menos a contramano de la estadística, que si bien incorpora la jefatura de familia en la mujer en los hogares con ausencia del padre, éste no era el caso del médico Abad. Esta madre entiende además su función de proveedora como un acto más de amor hacia su esposo y a su prole, convencida que de esa forma el médico puede dedicar más tiempo a sus ideales. Por si fuera poco el doctor Abad educa a su prole a fuerza de abrazos, con amor protege y rodea esa familia en una caricia permanente, como un útero placentero y seguro en medio de una sociedad atravesada por la violencia intrafamiliar, política, institucional e histórica.
“La idea más insportable de mi infancia era imaginar que mi papá se pudiera morir, y por eso yo había resuelto tirarme al río Medellín si él llegaba a morirse”. Hay que imaginar al escritor, adulto, “nunca tanta sangre” en sus manos como la que brotó aquel día del cuerpo inánime de su padre. Imaginarlo durante años escribiendo otras novelas, hasta que un día decide ya no tirarse al río Medellín y en cambio relatar la vida de ese hombre amado hasta poner orden en los cajones, cicatrizando la herida desde la memoria. Un poco como quería Nietzche escribir “para sobreponerse a la realidad”. El resultado es la historia verídica del médico Héctor Abad contada con los recursos de la novela y que a la vez es carta, testimonio, documento, ensayo y biografía; cuarenta y dos capítulos que son la saga de la familia del escritor, iluminando la historia de Colombia de las últimas décadas desde el lugar del amor y la justicia, aunque sin poder evitar la pregunta con la que comienza y termina el libro. El por qué de la muerte.  
La vida es una herida absurda, dice el tango, ése que tanto le gustaba cantar al doctor Abad. Pero la vida no tiene cura. Ya lo dijo Artaud. 
Fuente: http://www.letraslibres.com/revista/libros/el-olvido-que-seremos-de-hector-abad-faciolince

lunes, 13 de julio de 2015

Homenaje a Estanislao Zuleta, el filósofo colombiano

Hay quienes consideran que en Colombia ha habido apenas un puñado de filósofos. Es probable que Estanislao Zuleta esté entre ellos. Este filósofo y pedagogo de origen antioqueño vivió rodeado de ideas y libros, también de desorden y alcohol. Antes de cumplir un año de nacido su padre murió en un accidente aéreo en el que también falleció el cantante Carlos Gardel. Desde entonces se hizo discípulo del “filósofo de Otraparte”, el antioqueño Fernando González Ochoa.

Muy influido por González y por otros grandes como Baudelaire, Levi-Strauss, Freud, Marx y Nietzche, Estanislao escribió textos y dio conferencias que aún permanecen en la memoria de miles de personas. 

Jorge Vallejo Morillo escribió una fantástica biografía sobre él titulada La rebelión de un burgués. Según Vallejo, Zuleta murió desaudade, “esa enfermedad genética, inmutablemente fatal, que sólo les da a los grandes de espíritu”. 

Zuleta nació el 3 de febrero de 1935 y murió el 17 de febrero de 1990, a los 55 años. Este mes, entonces, se conmemorarían sus 80 años y se cumplen 25 de su deceso. 

Su vida de autodidacta (llegó hasta cuarto de bachillerato), en contra de la educación formal, inclusive de las aulas y las calificaciones, le valió el doctorado Honoris Causa que le otorgó la Universidad del Valle en 1980. En ese escenario dejó atónito al auditorio con su Elogio a la dificultad, un texto que aún hoy es lectura obligatoria en distintas facultades y universidades del país y que se podría considerar una guía de vida. No hay mejor forma para recordarlo que con uno de sus grandes textos. 

A continuación la transcripción de esta emblemática conferencia: 

Elogio de la dificultad

La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiestan de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de cucaña. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y por tanto también sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición. Metas afortunadamente inalcanzables, paraísos afortunadamente inexistentes. Todas estas fantasías serían inocentes e inocuas, si no fuera porque constituyen el modelo de nuestros anhelos en la vida práctica. Aquí mismo, en los proyectos de la existencia cotidiana, más acá del reino de las mentiras eternas, introducimos también el ideal tonto de la seguridad garantizada, de las reconciliaciones totales, de las soluciones definitivas. Puede decirse que nuestro problema no consiste sólo ni principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos: que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos, como en la forma misma de desear. Deseamos mal. En lugar de desear una relación humana inquietante, compleja y perdible, que estimule nuestra capacidad de luchar y nos obligue a cambiar, deseamos un idilio sin sombras y sin peligros, un nido de amor y por lo tanto, en última instancia un retorno al huevo.

En vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa sala-cuna de abundancia pasivamente recibida. En lugar de desear una filosofía llena de incógnitas y preguntas abiertas, queremos poseer una doctrina global, capaz de dar cuenta de todo, revelada por espíritus que nunca han existido o por caudillos que desgraciadamente sí han existido. Adán y sobre todo Eva, tienen el mérito original de habernos liberado del paraíso, nuestro pecado es que anhelamos regresar a él. 

Desconfiemos de las mañanas radiantes en las que se inicia un reino milenario. Son muy conocidos en la historia, desde la Antigüedad hasta hoy, los horrores a los que pueden y suelen entregarse los partidos provistos de una verdad y de una meta absolutas, las iglesias cuyos miembros han sido alcanzados por la gracia –por la desgracia– de alguna revelación.

El estudio de la vida social y de la vida personal nos enseña cuán próximos se encuentran una de otro la idealización y el terror. La idealización del fin, de la meta y el terror de los medios que procurarán su conquista. 

Quienes de esta manera tratan de someter la realidad al ideal, entran inevitablemente en una concepción paranoide de la verdad; en un sistema de pensamiento tal, que los que se atrevieran a objetar algo quedan inmediatamente sometidos a la interpretación totalitaria: sus argumentos no son argumentos sino solamente síntomas de una naturaleza dañada o bien máscaras de malignos propósitos. En lugar de discutir un razonamiento se le reduce a un juicio de pertenencia al otro –y el otro es, en este sistema, sinónimo de enemigo–, o se procede a un juicio de intenciones. Y este sistema se desarrolla peligrosamente hasta el punto en que ya no solamente rechaza toda oposición, sino también toda diferencia: el que no está conmigo está contra mí, y el que no está completamente conmigo, no está conmigo. Así como hay, según Kant, un verdadero abismo de la razón que consiste en la petición de un fundamento último e incondicionado de todas las cosas, así también hay un verdadero abismo de la acción, que consiste en la exigencia de una entrega total a la “causa” absoluta y concibe toda duda y toda crítica como traición o como agresión. 

Ahora sabemos, por una amarga experiencia, que este abismo de la acción, con sus guerras santas y sus orgías de fraternidad, no es una característica exclusiva de ciertas épocas del pasado o de civilizaciones atrasadas en el desarrollo científico y técnico; que puede funcionar muy bien y desplegar todos sus efectos sin abolir una gran capacidad de inventiva y una eficacia macabra. Sabemos que ningún origen filosóficamente elevado o supuestamente divino, inmuniza a una doctrina contra el riesgo de caer en la interpretación propia de la lógica paranoide que afirma un discurso particular –todos lo son– como la designación misma de la realidad y los otros como ceguera o mentira. 

El atractivo terrible que poseen las formaciones colectivas que se embriagan con la promesa de una comunidad humana no problemática, basada en una palabra infalible, consiste en que suprimen la indecisión y la duda, la necesidad de pensar por sí mismo, otorgan a sus miembros una identidad exaltada por la participación, separan un interior bueno –el grupo– y un exterior amenazador. Así como se ahorra sin duda la angustia, se distribuye mágicamente la ambivalencia en un amor por lo propio y un odio por lo extraño y se produce la más grande simplificación de la vida, la más espantosa facilidad. Desarrollo del tema mediante el planteamiento de una tesis o proposición que se sustenta mediante el uso de argumentos. En éste y los párrafos siguientes el autor esgrime argumentos históricos, filosóficos, sociológicos, psicológicos y políticos para sustentar su tesis en contra de las soluciones facilistas y a favor de las bondades del esfuerzo y el compromiso en la construcción tanto de la individualidad como de la sociedad. El autor despliega su reflexión mediante el uso del método de oposiciones argumentativas (método dialéctico): facilidad vs. esfuerzo, seguridad vs. riesgo, permanencia vs. Cambio, dogmatismo vs librepensamiento. Exposición de argumentos a favor de la tesis central de la disertación: el valor de la dificultad. El autor acude a la estrategia dialéctica de presentar las consecuencias negativas que se pueden derivar de adoptar las vías del facilismo, es decir el camino contrario al que está defendiendo en su ponencia. Y cuando digo aquí facilidad, no ignoro ni olvido que precisamente este tipo de formaciones colectivas, se caracterizan por una inaudita capacidad de entrega y sacrificios; que sus miembros aceptan y desean el heroísmo, cuando no aspiran a la palma del martirio. Facilidad, sin embargo, porque lo que el hombre teme por encima de todo no es la muerte y el sufrimiento, en los que tantas veces se refugia, sino la angustia que genera la necesidad de ponerse en cuestión, de combinar el entusiasmo y la crítica, el amor y el respeto. 

Un síntoma inequívoco de la dominación de las ideologías proféticas y de los grupos que las generan o que someten a su lógica doctrinas que les fueron extrañas en su origen, es el descrédito en que cae el concepto de respeto. No se quiere saber nada del respeto, ni de la reciprocidad, ni de la vigencia de normas universales. Estos valores aparecen más bien como males menores propios de un resignado escepticismo, como signos de que se ha abdicado a las más caras esperanzas. 

Porque el respeto y las normas sólo adquieren vigencia allí donde el amor, el entusiasmo, la entrega total a la gran misión, ya no pueden aspirar a determinar las relaciones humanas. Y como el respeto es siempre el respeto a la diferencia, sólo puede afirmarse allí donde ya no se cree que la diferencia pueda disolverse en una comunidad exaltada, transparente y espontánea, o en una fusión amorosa. 

No se puede respetar el pensamiento del otro, tomarlo seriamente en consideración, someterlo a sus consecuencias, ejercer sobre él una crítica, válida también en principio para el pensamiento propio, cuando se habla desde la verdad misma, cuando creemos que la verdad habla por nuestra boca; porque entonces el pensamiento del otro sólo puede ser error o mala fe; y el hecho mismo de su diferencia con nuestra verdad es prueba contundente de su falsedad, sin que se requiera ninguna otra. 

Nuestro saber es el mapa de la realidad y toda línea que se separe de él sólo puede ser imaginaria o algo peor: voluntariamente torcida por inconfesables intereses. Desde la concepción apocalíptica de la historia, las normas y las leyes de cualquier tipo son vistas como algo demasiado abstracto y mezquino frente a la gran tarea de realizar el ideal y de encarnar la promesa; y por lo tanto sólo se reclaman y se valoran cuando ya no se cree en la misión incondicionada. 

La argumentación se hace cada vez más fina. El autor, continuando con su estrategia dialéctica de presentar los efectos prácticos del facilismo, muestra los funestos resultados que dicha actitud puede acarrear en términos de la configuración de las relaciones sociales. A partir de aquí el autor comienza a presentar sus conclusiones. Estas expresan una valoración de lo expuesto en el desarrollo del tema, determinan el punto de vista del autor y anticipan las propuestas de solución. En el caso presente, el autor, apoyado en los argumentos discutidos durante el desarrollo del ensayo, establece una relación causal entre el facilismo y lo que él denomina la “desidealización” de la vida. Esta relación tiene consecuencias directas en la naturaleza de condiciones de vida individuales y sociales. 

Pero lo que ocurre cuando sobreviene la gran desidealización no es generalmente que se aprenda a valorar positivamente lo que tan alegremente se había desechado o estimado sólo negativamente; lo que se produce entonces, casi siempre, es una verdadera ola de pesimismo, escepticismo y realismo cínico. Se olvida entonces que la crítica a una sociedad injusta, basada en la explotación y en la dominación de clase, era fundamentalmente correcta y que el combate por una organización social racional e igualitaria sigue siendo necesario y urgente. A la desidealización sucede el arribismo individualista que además piensa que ha superado toda moral por el sólo hecho de que ha abandonado toda esperanza de una vida cualitativamente superior. 

Lo más difícil, lo más importante, lo más necesario, lo que de todos modos hay que intentar, es conservar la voluntad de luchar por una sociedad diferente sin caer en la interpretación paranoide de la lucha. Lo difícil, pero también lo esencial es valorar positivamente el respeto y la diferencia, no como un mal menor y un hecho inevitable, sino como lo que enriquece la vida e impulsa la creación y el pensamiento, como aquello sin lo cual una imaginaria comunidad de los justos cantaría el eterno hosanna del aburrimiento satisfecho. Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades. 

Hay que observar con cuánta desgraciada frecuencia nos otorgamos a nosotros mismos, en la vida personal y colectiva, la triste facilidad de ejercer lo que llamaré una no reciprocidad lógica; es decir, el empleo de un método explicativo completamente diferente cuando se trata de dar cuenta de los problemas, los fracasos y los errores propios y los del otro cuando es adversario o cuando disputamos con él. En el caso del otro aplicamos el esencialismo: lo que ha hecho, lo que le ha pasado es una manifestación de su ser más profundo; en nuestro caso, aplicamos el circunstancialismo, de manera que aún los mismos fenómenos se explican por las circunstancias adversas, por alguna desgraciada coyuntura. Él es así; yo me vi obligado. Él cosechó lo que había sembrado; yo no pude evitar este resultado. 

El discurso del otro no es más que un síntoma de sus particularidades, de su raza, de su sexo, de su neurosis, de sus intereses egoístas; el mío es una simple constatación de los hechos y una deducción lógica de sus consecuencias. Preferiríamos que nuestra causa se juzgue por los propósitos y la adversaria por los resultados. Argumentación afirmativa. El autor no se limita a plantear la crítica al facilismo y sus consecuencias, sino que propone estrategias para intentar resolver el problema planteado. 

Y cuando de este modo nos empeñamos en ejercer esa no reciprocidad lógica que es siempre una doble falsificación, no sólo irrespetamos al otro, sino también a nosotros mismos, puesto que nos negamos a pensar efectivamente el proceso que estamos viviendo. La difícil tarea de aplicar un mismo método explicativo y crítico a nuestra posición y a la opuesta no significa desde luego que consideremos equivalentes las doctrinas, las metas y los intereses de las personas, los partidos, las clases y las naciones en conflicto. 

Significa por el contrario que tenemos suficiente confianza en la superioridad de la causa que defendemos, como para estar seguros de que no necesita, ni le conviene esa doble falsificación con la cual, en verdad, podría defenderse cualquier cosa. 

En el carnaval de miseria y derroche propios del capitalismo tardío se oye a la vez lejana y urgente la voz de Goethe y Marx que nos convocaron a un trabajo creador, difícil, capaz de situar al individuo concreto a la altura de las conquistas de la humanidad. Dostoievski nos enseñó a mirar hasta dónde van las tentaciones de tener una fácil relación interhumana: van sólo en el sentido de buscar el poder, ya que si no se puede lograr una amistad respetuosa en una empresa común se produce lo que Bahro llama intereses compensatorios: la búsqueda de amos, el deseo de ser vasallos, el anhelo de encontrar a alguien que nos libere de una vez por todas del cuidado de que nuestra vida tenga un sentido Dostoievski entendió, hace más de un siglo, que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. Amamos las cadenas, los amos, las seguridades porque nos evitan la angustia de la razón.

Pero en medio del pesimismo de nuestra época se sigue desarrollando el pensamiento histórico, el psicoanálisis, la antropología, el marxismo, el arte y la literatura. En medio del pesimismo de nuestra época surge la lucha de los proletarios que ya saben que un trabajo insensato no se paga con nada, ni con automóviles ni con televisores; surge la rebelión magnífica de las mujeres que no aceptan una situación de inferioridad a cambio de halagos y protecciones; surge la insurrección desesperada de los jóvenes que no pueden aceptar el destino que se les ha fabricado. Este enfoque nuevo nos permite decir como Fausto: 

También esta noche, Tierra, permaneciste firme. Y ahora renaces de nuevo a mi alrededor. Y alientas otra vez en mi la aspiración de luchar sin descanso por una altísima existencia””.

Fuente http://www.semana.com/cultura/articulo/homenaje-estanislao-zuleta-el-filosofo-colombiano/418262-3