sábado, 3 de julio de 2021

Taller de Poesía 2021 07 03 Julio Biblioteca Pública Piloto de Medellín _ Recopilación JJEscobar X-504

 

JOSÉ LEZAMA LIMA

Cuba 1910 – 1976

 

El padre de los guerreros revisa la boca del caballo,

y entre las agudas precisiones la imprecisión de los recuerdos.

El cronológico teclado de las encías

se borra en los maullidos del amanecer.

Cambian así los colores de las encías, haciendo una ancianidad

bermeja de pesado palafrén y plata doble.

La boca parece que hunde un arbolillo como una ascua.

Los dientes los recuerda como una espina, amuleto

en la boca dura fregada por la tierra seca.

 

 

SONETO

 

Rompe empero la llave de ceniza;

donde abrió, donde abrió la hoja cierra.

El viento que se extiende en la repisa,

pisa el rabo del fuego que se encierra.

 

Ventura la salamandra en el bolsillo triza

el cristal hinchado al soplo de la perra.

Perra, la perra sin collera va a la guerra,

el cometa en el hilo del niño se esclaviza.

Se apuntaló en el centro inexistente,

cuando vuelve a la sierpe la corriente.

Dentro del fuego al rehusar, rehízo.

 

Viene la noche y se monta por la tabla

y el humo es el que escarba y el que habla.

Como necio el sol temprano quiso.

 

 

ELISEO DIEGO

La Habana 1920 – México 1994

 

ES UN DESCONOCIDO

 

Es un desconocido quien pregunta por la casa.

“Ah, sí –decimos– cómo no!”

El desconocido insiste cortésmente.

“Ah, sí –decimos– no faltaba más!”

Y el desconocido se inclina con cierta tristeza grave.

Y al irse nos irrita, sin entenderlo, que nos de esta pena su gastada espalda.

 

SUS SEDAS, SUS BROCADOS

 

Saca sus sedas, sus brocados enormes, sus oscuras felpas de abismo.

Saca sus copas labradas, sus tenedores de plata espesa, sus candelabros de trama dura.

Por fin la muerte, con una sonrisa vaga, hace caer, interminable, la cascadita de monedas de oro.

 

 

BUFÓN

 

“Córteme usted esta barba, señor barbero”, dice la muerte, “córteme usted esta barba”.

“Córteme usted este pelo”, dice la muerte, “córteme usted este pelo”.

“Péineme usted como nunca, señor”, dice la muerte, “péineme usted como nunca”.

Y con grosera reciedumbre la muerte rompe a reír.

 

 

QUE ESTÁ BIEN

 

Pide un poco más, y la muerte dice que está bien.

Arguyendo con delicadeza de ciego, con violencia de niño, con obstinación de pobre, pide un poco más, y la muerte dice que está bien.

Sonriendo, dudando, alentándose, creciéndose, pide aún un poco más, y la muerte dice que sí, que está bien.

Y por la quemada carretera sus dos sombras van hundiéndose, una suavísima, estirándose la otra, cayendo, aquietándose al fin entre las sombras más simples de los álamos.

 

 

LA ESFINGE

 

Su trabajo era el de vigilar el jardín todo el año. Tenía los ojos azules el viejo; el cuerpo frágil, el pelo sencillo.

Por la mañana cortaba la hierba con la máquina. El rumor de la máquina y el aroma de las hierbas entraban en los cuartos vacíos, en la sala y en los confusos corredores.

A veces se estaba largo rato inmóvil en un sitio cualquiera, apoyado en el rastrillo. Conoció todas las regiones del jardín sombrío, y supo que doblar el recodo de un seto puede ser el viaje más lejano.

Las lluvias y la luna rodaron sobre sus hombros lo mismo que los años frágiles. La ruina de los altos pinos y la muerte de las pocas vicarias apenas lograron rozar su indiferencia.

Él vivía en el jardín como la esfinge. Estaba en el jardín, sencillamente.

 

 

EN LAS PÉRGOLAS

 

Pequeño y pobre es el lagarto de los jardines, el paseador extraño de los sitios ocultos, de las ácidas pérgolas y las ruinas.

De amistad difícil, el asco lo aísla; y sólo unos pocos niños contemplan el repentino fulgor de su librea.

Ágil trepa las paredes más blancas, alucinante asciende como arrastrándose, como si casi el horror lo alcanzara. Pero él ignora estos misterios; es el ágil, el pobre, el risueño lagarto de los jardines.

Entre las santas piedras venerables y calvas, las que han hecho voto de pobreza, repite las pocas suertes que aprendiera, el lagarto de los jardines.

 

 

DE LA PENUMBRA

 

Las excelentes cacatúas pasean por los balcones y se indignan de pronto.

La cólera de la cacatúa es repentina y voraz como la llama de un fósforo en el miércoles. No se conoce caducidad semejante.

Las más antiguas son razonables y necias. Miran con el ojillo brillante, se contonean augustas.

Ésta se mece suspendida del horcón, en la penumbra marchita que huele a humo. Mientras hacen el café, ¿ha estado allí siempre?

La gran cacatúa ha estado allí siempre.

 

 

QUEJA

 

He visto al fin –dijo el más humilde de los animales– he visto al fin que mis hermanos prosperan a costa mía.

Basta mi techo apenas, sobran mis armas, y cuando llego es tarde, o soy mal recibido.

Y si clamo no escuchan, y si me escuchan tiemblo, y todos prosperan a costa mía.

Hiciérame yo de nuevo –dijo el más humilde de los animales– y prosperara luego a costa mía.

 

 

EN EL FULGOR DEL MONTE

 

Los importantes cochinitos gruñen junto a la pared ahumada.

El gato de ojos lívidos los mira desde el ocio.

Los importantes cochinitos corren de una parte a otra y se encolerizan magníficamente.

Pero el gato de ojos lívidos les vuelve la espalda, y a cada paso apaga, en el fulgor del monte, los sonidos oscuros.

 

 

LAS FAMILIAS

 

Otra costumbre es que se reúnen las familias por las tardes.

Forman una rueda, procurando que al centro figure algún objeto, una mesa, y los brebajes de sabor tan breve.

Entonces las mujeres hablan de telas y alimentos. Los hombres, entre el humo, escuchan o arguyen en voz baja.

Todos se levantan cuando aparece en el aire el primer animal de la noche, e inclinándose cordialmente, deshacen el círculo.

Entonces, en la mesa, quedan las heces amargas.

 

 

 

LA ESTANCIA

 

Hay en Ur una casa con una estancia que da a un patio pequeño –en Ur de los caldeos.

Dentro de la estancia, sobre una esterilla, un hombre mira el sol vivísimo en el patio.

Afuera se oye un carro enorme –dónde, si no lejos– y un perro ladra muy abajo en el día, y una mujer grita algo que el hombre simula no entender.

De pronto el viento barre el sol con sus grandes hojas, y es otro perro el que ladra en lo más hondo del tiempo, y otra mujer quien grita algo que yo simulo no entender.

 

LA COCINA

 

Se sentaba la española en la cocina como una reina. A su espalda el fogón echaba sobre la pared sus espesos tapices. Y la española sentada en la cocina como una reina.

El murmullo de la casa se deshacía en torno a sus rodillas. Su silencio era más poderoso que el agua. Sus cortas manos eran más fuertes que el tedio. Y sus ojos de ámbar eran más ciegos que la luz más ciega.

Si la señora entraba en la cocina se fragmentaba su voz en horrendas dulzuras. Sus manos se crecían como pájaros grotescos. Y los calderos cantaban vivamente el coro de las burlas.

La grasa ungió su rostro inmóvil como un óleo, aunque el aire logró conmover las hebras grisáceas en la sombra.

Y mientras a su espalda movía el fuego de prisa sus trapos espesos, se sentaba la española en la cocina como una hechicera, y en torno a sus pies se echaban las cosas lo mismo que los animales todos de la tierra.

 

 

EN LO ESTRECHO DEL PUENTE

 

El negro viejo a quien, en lo estrecho del puente, no apuramos con la estúpida trompa de la máquina, se ha detenido al fin y nos ha dicho: gracias, señor, –con ademán ligero.

Es así que por primera vez lo hemos visto en el sitio que le es propio: a la cabeza del puente y al inicio de sus misterios.

Con la piel de una bestia al hombro, o la camisa de azul grueso; y volviéndose para decir: “gracias, señor”, a quien le cede el paso –con ademán ligero.

 

LA NARIZ

 

La nariz está henchida de tiniebla, la dolorosa nariz del hombre.

Su forma es tan grotesca que reventaríamos si pudiésemos contemplarla. ¡Ah de su gruesa piel, ah de la dolorosa nariz del hombre!

Pero está henchida de tiniebla, es rica en tinieblas, abastada de tinieblas como la noche. Como el aliento mismo, como la noche.

Así es de tenebrosa la doliente nariz del hombre.

 

 

 

LAS PAUSAS

 

Sentado el padre a la cabecera, la madre a su derecha, un hijo a la izquierda y el primogénito frente al padre.

Tal es el buen orden da cada día, cuyo cumplimiento aligera el aire de la estancia, no importa cuáles sean los cuidados del tiempo.

Si la risa de la madre precede a la pregunta del hijo menor, y el despacioso asentimiento del mayor a la pregunta del padre, ¿el azar de la fiesta no pasea bajo la constelación de sus cuatro puestos?

Luego cruzan las fuentes como barcos, en las pausas.

 

 

LA CASA DEL PAN

 

Entra en la nave blanca: mira la mesa donde está la harina –la harina blanca.

Fuera del pueblo, apenas tuerce el camino a la intemperie, allí está la casa del pan –la nave blanca.

Donde un negro de sonrisa vaga saca del horno las palas con el pan crujiente. saca del horno inmenso, quieto, las palas con el pan crujiente.

¿Desde cuándo estás tú aquí –se le pregunta– desde cuándo estás entre la harina?

Responde con veloces zumbas: desde las ceremonias y las máscaras, desde el velamen y las fugas, desde las candelillas y las máquinas, desde los circos y las flautas.

Desde que se encendió el fuego en el horno.

 

FANTASMAGORÍAS

 

Desde muy joven –lo confieso– me han gustado los fantasmas. Me apasionaban las historias de sus desventuras. Hoy –lo confieso– aproximándose la hora de convertirme en uno, ya no me gustan tanto.

 

 

EL JUEGO DE CARTAS

 

Tres señores están jugando a las cartas.

¿Por qué juegan a las cartas los tres señores?

¿Qué juegan los tres señores a las cartas?

¿Y qué son cartas?

¿Y qué los tres señores?

Los tres señores que están jugando a las cartas.

 

Fernando Charry Lara

 

NOCHE DESIERTA

Ronda en la noche a veces un sordo rumor de bosques

y de raudas sombras girantes y vientos fatigados.

¿Dónde oír, dónde oírte, delirante gavilla de sueños,

sino en esta silenciosa, honda penumbra de la noche?

Rondan bosques, polvo de secas hojas y rumores, viejos caminos,

y una canción, clamante luz que descendió a los labios,

cruza de melodías extrañas y temores este sueño de piedra

de las formas dormidas. Un rudo viento y en el viento la canción.

 

Crece, crece el sonido de la sombra insistente.

Una brisa, una hoja resuenan en el alma con extendido eco,

y aparece un recuerdo entre mil nombres, tal un aproximar

de mariposas en las horas que llegan de las distancias a la noche.

 

Esta es la noche, suave mujer de quien quisiéramos rescatar

un amor antiguo, una caricia, un deseo misterioso y ardiente.

Como mujer debiera tenderse eternamente al lado

y serían de su cuerpo los perfumes nocturnos, los aromas lunares.

 

Algo hay sobre la tierra: olvido y esperanza, la vida,

y un sueño crece de lo perdido, de la infancia remota

que avanza bella y lentamente, como con paso de mujer enferma,

brotando vagas voces, palabras y siluetas de humo en la memoria.

 

Algo hay sobre la tierra: la vida, esperanzas y olvido.

Sobre la noche un hondo, sordo rumor de bosques

que llega al corazón desierto con parajes recónditos

de maderas nocturnas, viejas ramas, aves desconocidas o siniestras.

 

Después todo es silencio. La noche, cerca del mar,

no dejará, contra las rocas, contra la playa, su dramático acento

de desbordantes aguas batir espuma blanca y soñolienta.

Pero lejos, entre ciudades sin orillas, un trémulo silencio arde sin fin.

 

 

Jacques Prévert

 

LA GLORIA

 

Coronada con una diadema de espinas

Y con los tacones cargados de espuelas

Desnuda bajo su manto de armiño

La mujer barbuda entra en el salón

Soy la grandeza del alma

Doy lecciones de dicción

Lecciones de predicación de claudicación de predicción de maldición de persecución de sustracción de multiplicación de bendición de crucifixión de moralización de movilización de distinción de mutilación de autodestrucción y de imitación de Nuestro Señor Jesucristo con el programa completo del espectáculo y la foto de todos los grandes hombres que actuaron en la obra y como premio doy el código de los monos publicado bajo la dirección de un célebre antropopiteco nacional

Y también el manual del perfecto soldado

El Kamasutra expurgado

Y la lista completa y oficial

De todos los lotes no reclamados

Y también un catecismo de perseverancia

Y doce botellas de agua mineral

Con la llavecita especial para destaparlas.

 

Jorge Luis Borges

Prólogo a HERMAN MELVILLE

Hay escritores cuya obra no se parece a lo que sabemos de su destino; tal no es el caso de Herman Melville, que padeció rigores y soledades que serían la arcilla de los símbolos de sus alegorías. Nació en New York en 1819. Vástago de una gran familia venida a menos, de severa tradición calvinista, perdió a su padre a los trece años. A los diecinueve emprendió la primera de sus largas navegaciones; fue como marinero a Liverpool. En 1841 se alistó en una ballenera que zarpó de Nantucket. El capitán era muy duro con su gente; Melville desertó en una de las islas del Pacífico. Los isleños, que eran caníbales, lo acogieron. Cien días y cien noches pasaron y lo rescató una nave australiana. A bordo de esa nave, Melville capitaneó un motín. Hacia 1845 volvería a New York.

Typee, su primer libro, data de 1846. En 1851 publicó la novela Moby Dick, que pasó casi inadvertida. La crítica la descubriría hacia 1920. Ahora es famosa; la ballena blanca y Ahab tienen su lugar en esa heterogénea mitología que es la memoria de los hombres. Abunda en frases misteriosamente felices: “El predicador, de rodillas, rezó con tanta devoción que parecía un hombre arrodillado y rezando en el fondo del mar”. La noción de que el blanco puede ser un color terrible ya estaba en Poe. También las sombras de Carlyle y de Shakespeare andan por ese volumen.

Melville tenía, como Coleridge, el hábito de la desesperación. Moby Dick es, de hecho, una pesadilla.

El amor a la Biblia lo induciría a emprender el último de sus viajes. En 1855 anduvo por tierras de Egipto y de Palestina.

Nathaniel Hawthorne fue su amigo. Murió, casi olvidado, en New York, en 1891.

Bartleby, que data de 1856, prefigura a Franz Kafka. Su desconcertante protagonista es un hombre oscuro que se niega tenazmente a la acción. El autor no lo explica, pero nuestra imaginación lo acepta inmediatamente y no sin mucha lástima. En realidad son dos los protagonistas: el obstinado Bartleby y el narrador que se resigna a su obstinación y acaba por encariñarse con él.

Billy Budd puede resumirse como la historia de un conflicto entre la justicia y la ley, pero ese resumen es harto menos importante que el carácter del héroe, que ha dado muerte a un hombre y que no comprende hasta el fin por qué lo juzgan y condenan.

Benito Cereno sigue suscitando polémicas. Hay quien lo juzga la obra maestra de Melville y una de las obras maestras de la literatura. Hay quien lo considera un error o una serie de errores. Hay quien ha sugerido que Herman Melville se propuso la escritura de un texto deliberadamente inexplicable que fuera un símbolo cabal de este mundo, también inexplicable.

 

 

 

Octavio Paz

ELOGIO

 

Como el día que madura de hora en hora hasta no ser sino un instante inmenso,

Gran vasija de tiempo que zumba como una colmena, gran mazorca compacta de horas vivas,

Gran vasija de luz hasta los bordes henchida de su propia y poderosa sustancia,

Fruto violento y resonante que se mece entre la tierra y el cielo, suspendido como el trueno,

Entre la tierra y el cielo abriéndose como una flor gigantesca de pétalos invisibles,

Como el surtidor que al abrirse se derrumba en un blanco clamor de pájaros heridos,

Como la ola que avanza y se hincha y se despliega en una ancha sonrisa,

Como el perfume que asciende en una columna y se esparce en círculos,

Como una campana que tañe en el fondo de un lago,

Como el día y el fruto y la ola, como el tiempo que madura un año para dar un instante de belleza y colmarse a sí mismo con esa dicha instantánea,

La vi una tarde y una mañana y un mediodía y otra tarde y otra y otra

(porque lo inesperado se repite y los milagros son cotidianos y están a nuestro alcance

como el sol y la espiga y la ola y el fruto: basta abrir bien los ojos) y desde entonces creo en los árboles

Y a veces, bajo su sombra, he comido sin miedo los frutos de una amistad parecida a las manzanas,

Y he conversado con ella y con su marido y su cuñado como hablan entre sí el agua y las hojas y las raíces.

 

PABLO NERUDA

Chile, 1904 – 1973

 

ODA A LA SANDÍA

 

El árbol del verano

intenso,

invulnerable,

es todo cielo azul,

sol amarillo,

cansancio a goterones,

es una espada

sobre los caminos,

un zapato quemado

en las ciudades:

la claridad, el mundo

nos agobian,

nos pegan

en los ojos

con polvareda,

con súbitos golpes de oro,

nos acosan

los pies

con espinitas,

con piedras calurosas,

y la boca

sufre

más que todos los dedos:

tienen sed

la garganta

la dentadura,

los labios y la lengua:

queremos

beber las cataratas,

la noche azul,

el polo,

y entonces

cruza el cielo

el más fresco de todos

los planetas,

la redonda, suprema

y celestial sandía.

 

Es la fruta del árbol de la sed.

Es la ballena verde del verano.

El universo seco

de pronto

tachonado

por este firmamento de frescura

deja caer

la fruta

rebosante:

se abren sus hemisferios

mostrando una bandera

verde, blanca, escarlata,

que se disuelve

en cascada, en azúcar,

en delicia.

 

Cofre del agua, plácida

reina

de la frutería,

bodega

de la profundidad, luna

terrestre.

Oh pura,

en tu abundancia

se deshacen rubíes

y uno

quisiera

morderte

hundiendo

en ti

la cara,

el pelo,

el alma.

Te divisamos

en la sed

como

mina o montaña

de espléndido alimento,

pero

te conviertes

entre la dentadura y el deseo

en sólo

fresca luz

que se deslíe

en manantial

que nos tocó

cantando.

Y así

no pesas

en la siesta

abrasadora,

no pesas,

sólo

pasas

y tu gran corazón de brasa fría

se convirtió en el agua

de una gota.

 

Oda al verano

 

Verano, violín rojo,

nube clara,

un zumbido

de sierra

o de cigarra

te precede,

el cielo

abovedado,

liso, luciente como

un ojo,

y bajo su mirada,

verano,

pez del cielo

infinito,

élitro lisonjero,

perezoso

letargo,

barriguita

de abeja,

sol

endiablado,

sol terrible y paterno,

sudoroso

como un buey trabajando,

sol seco

en la cabeza

como un inesperado

garrotazo,

sol de la sed

andando

por la arena,

verano,

mar desierto,

el minero

de azufre

se llena

de sudor amarillo,

el aviador

recorre

rayo a rayo

el sol celeste,

sudor

negro

resbala

de la frente

a los ojos

en la mina

de Lota,

el minero

se restriega

la frente

negra,

arden

las sementeras,

cruje

el trigo,

insectos

azules

buscan

sombra,

tocan

la frescura,

sumergen

la cabeza

en un diamante.

Oh verano

abundante,

carro

de

manzanas

maduras,

boca

de fresa

en la verdura, labios

de ciruela salvaje,

caminos

de suave polvo

encima

del polvo,

mediodía,

tambor

de cobre rojo,

y en la tarde

descansa

el fuego,

el aire

hace bailar

el trébol, entra

en la usina desierta,

sube

una estrella

fresca

por el cielo

sombrío,

crepita

sin quemarse

la noche

del verano.

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