jueves, 18 de octubre de 2012

LA CASA DE RESFA No 11: Poemas de la vida, Carlos Mario Garcés Toro...

LA CASA DE RESFA
 
Poemas de la vida

 


 

A TRAVÉS DE LA PARED

 

 

A ninguna de las muchachas espiábamos tanto como a Gloria.

Tenía la piel de golosina tersa y blanca,

ojos verdeazules como el mar,

ojos de gata marina.

Le gustaba siempre pistonear encima,

y cuando un cliente la medía en deseo,

se movía con él adentro, los ojos entrecerrados,

estrujaba sus pechos con las manos

y lanzaba un largo y pluralizado gemido

con el labio entre los dientes.

Era una bomba de placer.

No necesitábamos ir al teatro Olympia

en busca de La Tongolele, de Margot Serrano,

o María Antonieta Pons.

Esto era en pantalla real.

 

Mirando a través de la pared,

alegremente nos masturbábamos,

si quiere saber quiénes,

Willian, Hugo, Héctor y yo.

 


 

LA RUBIECITA
 
 
Yo era la más joven en la casa de Resfa.
Tenía trece años.
Cuando llegaba la policía,
nada más de visita, sólo por saludar,
me escabullía por la puerta falsa.
No faltó el cliente con el que me marchara.
 
Una noche no regresé.
Me violaron y mutilaron,
y mi cadáver apareció disperso
en un paraje del norte.
A los que me hicieron esto,
un tal Willy, un Alex y un Michael,
los mataron después.
 
En el Cementerio Universal
los cuatro estamos enterrados
sin una laja, sin una cruz.
La cruz se la llevó el diablo.

 

TAMBAR EL CONDUCTOR

 

 

Yo fui por cuarenta años el chofer de la casa de Resfa.

Me decían marinero por la pinta de aguerrido lobo de mar,

y por el uniforme blanco y la visera negra.

También me llamaban Nabal, Chepe o Pescado,

un nombre para cada quién.

Estacionaba el auto frente a la casa,

un Ford blanco que reunía todos mis afectos,

y esperaba tranquilamente las órdenes.

A las muchachas adormecidas o ebrias,

sin alas para volar en la noche,

las conducía a su casa amorosamente

mientras la luna resbalaba blanca, plena,

por el vidrio del parabrisas.

 

Entre el amor y el odio pasaron cuarenta años.

Yo las quise a todas. No todas me quisieron.

Algunas decían que me gustaba hablar mal de las mujeres,

pero sólo hacía la clase de bromas propias del lugar,

sin propósito de ofender, únicamente por diversión.

 

La que más me gustaba era Marta Caballo,

una hembrota grande y acuerpada

que se me montaba encima

y hacía girar el mundo

con sólo mover una palanca.

 

Yo que llegué a ser uno más de la casa,

en tantos años de esmerado servicio,

vine a morir a los setenta y cinco,

decían que todavía enamorado de doña Resfa.

 


 

RUBÉN EL GATO
 
 
Lo llamaban El Gato por sus ojos amarillos.
Era voluntarioso y guapo al comienzo.
 
Fue el quinto o sexto marido de la dueña.
 
Se conocieron una noche en el negocio.
 
Él la maltrataba a ella y a sus hijos.
A pesar de todo ella intentó suicidarse por su amor.
 
Hasta la noche en que Humberto se vengó con treinta y ocho puñaladas.
 
El cuchillo y la sangre le midieron el coraje y la voluntad.
 
Con la merma del valor ya no volvió a ser el mismo.
Sin embargo continuó viniendo a la casa,
 
envejeciendo como un amigo.
 
Se encargaba de las diligencias del negocio.
 
A su muerte ella lo lloró sinceramente,
 
y depositó la urna en Campos de Paz.

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