LA CASA DE RESFA
Poemas de la vida
JUSTINIANA LA MADRE DE RESFA
Cómo me duele que una hija mía
haya terminado siendo capitana
de una casa de citas
donde todo el mundo viene a orinar.
Desde mi juventud en la finca La Amalia, en Venecia,
me consagré a las plegarias, al rosario en las noches,
a la misa diaria y a comulgar con el padre Astete.
Por eso cuando me dijeron que la Resfa estaba
embarazada
de las dos mellizas (Alicia y Rocío),
mi hijo Ernesto y yo la echamos de la casa.
Pero el tiempo que todo lo tasa y todo lo mide,
trajo consigo mi vejez,
debilitando mi voluntad y mi fuerza.
Por cuenta de la Resfa,
que un día envalentonada se alzó la falda para
enrostrarme su pecado,
gritando que de eso vivíamos,
me trajeron a la casa familiar del barrio Santa María,
de donde una noche de domingo de 1972 me sacarían
muerta.
EL PRESIDENTE DEL SINDICATO DE LA GRAN EMPRESA
Me perseguían con amenazas de muerte
para que no firmara la convención colectiva
de los trabajadores de la Compañía de Alimentos.
Llegaron a tal extremo,
que no contentos con amenazarme por teléfono
y mandarme sufragios,
me enviaron un ramo mortuorio,
y me llamaron para decirme que a mi hijo William
le quedaba muy bonita la camisa de cuadros negros.
Aquella noche en la casa de Resfa
me emborraché con los escoltas que me asignó el
gobierno
y me fui con Ángela a su cama.
En medio de la confusión que me invadía
tomé el revólver que había resguardado en el cajón de
la mesa
y lo disparé contra mi sien.
Sentí que la luz, el cuadro de la pared, la cama, la
puerta del cuarto,
la respiración, mi yo, mi Ángela, todo me abandonaba.
En aquella misma hora,
mientras el manantial de mi sangre se regaba por el
piso,
mi mujer y mi hijo pedían por mí,
sin saber que no regresaría.
El gerente de la empresa asistió con su comitiva a mi
funeral,
y pronunció el discurso de rigor ante mi mujer y mi
hijo.
Él, que todo lo dirigió,
es ahora el flamante presidente de la Compañía de Alimentos.
CARMEN LA GORDA
¡Vengan a comer!, llamaba Carmen la gorda,
que fue doméstica durante muchos años en la casa.
El eco se escucha todavía en los corredores de la
memoria.
Dicen que se dormía a Rubén el gato.
Sus grandiosas nalgas,
su caderamen guarachero
de mambo y chachachá
y sus pechos mundiales
perseguían a Rubén el
gato por toda la casa.
Le gustaba mandarles la mano a los varones.
Les robaba a los clientes y a las muchachas borrachas,
y cuando la sorprendían lloraba como una niña
inocente.
Con sigilo le pedía a alguien de vez en cuando
que le escribiera una carta
para la madre que cuidaba de su hija
en un pueblito lejano.
LA ESTRELLA DEL FÚTBOL
Jamás entré a la casa de Resfa.
La mejor, la más prestigiosa.
Mis amigos seleccionaban a las hembras,
las más bellas, cuatro o cinco.
Yo las esperaba al resguardo del coche,
y las invitábamos a mi chalet
en la autopista norte.
En la promiscua noche los hombres les pedíamos,
acuciados por vicios de sensual seducción,
que desnudas se amaran entre ellas.
Una a una
las llamaba después
para que de rodillas me lo mamaran.
Jamás quise penetrarlas, ni por el culo,
y a la última de ellas le regalaba mi semen.
Yo sentía lo mismo que sentía
cuando el equipo los miércoles y domingos
anotaba un goooooooooool.
Al oído te digo:
que no aparezca en mi biografía
la secreta historia de mis bacanales.
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