jueves, 11 de octubre de 2012

LA CASA DE RESFA No 4: Poemas de la vida, Carlos Mario Garcés Toro...


 

LA CASA DE RESFA
 
Poemas de la vida

 

AMADOR
 
 
Muchas rameras me recordarán por mis maniobras y peticiones en la cama.
Me gustaba darles el beso negro y excitarlas con mi lengua;
me gustaba que al momento de follarlas me metieran y sacaran con fuerza
un dedo por el culo.
Yo, que era un cliente de élite en la lista del negocio,
me quedaba hasta tres y cuatro días encerrado en la casa,
fumando base y soplando coca.
En medio de estos trances me cagaba
en los rincones y detrás de las cortinas,
donde algunas de las muchachas desnudas y borrachas me encontraban
y corrían tras de mí gritándome cochino, cochino.
Eso me deleitaba, me causaba placer.
Parecía recordarme la casa grande de la infancia,
con su alta puerta de roble
mirando hacia el jardín de las hortensias y astromelias,
donde se conservaba la serenidad y la belleza que sólo invadía mi madre
al perseguirme con sus gritos estentóreos.
Yo, que tuve haciendas y peones,
que fui dueño de retroescavadoras y máquinas pesadas
que taladraban el asfalto y levantaban altas torres en esta ciudad,
un importante hombre de la construcción.
 


 

ALFONSO

 

 

Tenía apenas quince años.

No había conocido hembra,

hasta la noche en que Sandra entró a mi cuarto.

 

Dicen que cuando una mujer quiere algo, obra

y no hay barranca, cielo raso o muro que la detenga.

 

Las mujeres siempre están hilvanando

con el hilo, con el ojo húmedo de su aguja.

 

Si la historia se mirara desde un lecho

se comprenderían mejor las grandes hazañas y derrotas.

 

Mi derrota fue haber amado a Sandra,

que me contagió la sífilis.

Por inexperiencia y vergüenza guardé silencio,

pudriéndome y quedando casi ciego y estéril.

 


 

JORGE EL MARICA
 
 
Cuando mi hermano me gritó marica,
le dije que el marica era él,
que se lo habían culiado a la brava en la cárcel de Bella Vista.
 
Doña Resfa se negaba a dejarme conseguir en las noches,
diciendo que los maricas traíamos mala suerte para el negocio.
Por eso sólo me permitía trabajar en las mañanas, después de las seis,
cuando los borrachos y las putas tiraban el último polvo,
mientras yo barría y lavaba las sábanas sucias.
 
Mi peor infierno era sentirme mujer
en este cuerpo atlético,
con este rostro de bigote negro,
más grande que el de un charro mexicano.
 
Pero mi séptimo círculo en el infierno de fuego
fue haberme enamorado tiernamente de Pedro,
que odiaba a los maricas.
Se puso muy furioso, me golpeó en el pecho y me amenazó de muerte,
cuando le dije que lo amaba.
 

 

LUCERO

 

“Mañana amaneceré podrida”,

se decía en las madrugadas,

la boca oliéndole a ron.

 

 

Vine desde mi ciudad amurallada frente al mar,

a esta casa donde con el tiempo me convertiría

casi en una hija, casi en una hermana.

Decían que era una muchacha

que conquistaba con su corazón generoso y su belleza.

 

 

Pero algo en mi interior me oprimía.

No era miedo, era una terrible angustia

que como un barco enorme

se hundía en mi sangre

y golpeaba contra mi alma.

 

Por eso, cuando me embriagaba,

lloraba desconsolada,

destrozaba el dinero,

rechazaba a los clientes angustiada.

No pocas veces amanecí en el hospital,

con las venas rotas por mis propias manos.

 

Noche y día me parecía escuchar

en mi pecho el llamado incesante del mar

que me ofrecía su caracola de olvido

para navegar.

Por eso en mi delirio

desnuda y borracha penetré en sus aguas

del color de mis ojos,

en busca de la caracola gigante

que desde el fondo de la noche me llamaba.

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