LA CASA DE RESFA
Poemas de la vida
ROBERT EL PORTERO DE LA CASA
Fue doña Alicia, la hija de doña Resfa
(que junto con su hermana Rocío se convertirían
después
en las administradoras del negocio),
la que me trajo a la casa.
Inspiraba respeto en el pórtico
con mis dos metros de estatura.
Yo, que fui un gran patinador
de piruetas de fantasía
y carreras de fondo y resistencia.
Una noche en que Carlos Tinoco, el marido de doña
Alicia,
llegó a la casa borracho,
dispuesto a agredirla a ella y a buscar pendencia,
de un golpe lo arrojé por la escalera
y con una varilla de hierro le abrí una larga herida
en la cabeza.
No quedamos muy amigos. Me lo recordaba en ocasiones.
Ya me lo habían advertido,
que no fuera avieso con las mujeres,
y sobre todo con mujeres casadas, como Paula,
que recién por mi culpa había dejado a su marido.
Esa noche temprano fui al barrio a visitarla,
y en la tienda de la esquina me distraje con un
helado.
La bala entró caliente por detrás de mi oreja.
El asesino fue Elmer, el marido de Paula.
En mi funeral cinco mujeres lloraron
con mis hijos todavía en sus brazos.
FABIOLA LA COJA
A las tres de la tarde,
después del baño y los sahumerios para la buena suerte,
me sentaba a peinar mi largo y sedoso cabello castaño
ante el tocador de caoba.
El fino y coqueto lápiz que delineaba mis cejas
ponía encima de la comisura de mi labio carmesí
una pequeña luna negra.
Y deslizando el fragante pomo
sobre el rubor de mis mejillas,
con un ligero beso al espejo
me disponía a empezar mi rutina.
Me despojaba del peinador
frente al espejo en que flotaban los cristales de las
lámparas.
Quizás no por casualidad, sino por una cita, cuyo
pretexto era nominal,
hombres atravesaban el salón de baile. Con su sal, sus
humores,
la noche se mezclaba. Con sus risas. Con sus fuertes
piernas. Con sus sombreros.
Con el zapateo. Con el amanecer. Cansados, entre nubes
soñolientas, amanecía.
Miro mi pierna lesionada, maldita pierna
que se arrojó borracha de un taxi
y en la gran sala baila tango persiguiendo a los
hombres
con su ritmo descaderado de la vida a la muerte.
Vine a la casa de Resfa
tras mucho rodar entre noches desaforadas.
Con Alexa, mi hermano menor,
huimos de la casa paterna una noche llena de ladridos
de vacas y mugidos de perros.
Un cura de la parroquia de Andes había abusado de él,
mi hermano que convertido en travesti famoso
años después murió de la nueva enfermedad en los
Estados Unidos.
Los dos éramos hermosos como recentales,
hijos de un colérico hacendado
de ojos claros y mejillas rojas,
que se enriqueció con la política
y la ley de trabajo para los campesinos.
Yo, que amaba a los jóvenes peones en un recodo de la
fuente,
a los agregados en el trapiche que goteaba miel y
medía el tiempo,
al mayordomo en la casa, cuando salía mi padre de viaje,
y embriagada en el pueblo algunos tuvieron noticia de
mi cuerpo,
yo que fui entregada al placer.
Hoy, después de los años,
vivo sola en este apartamento que mi hija reserva para
mí.
Jovenzuelos de labios rojos
a quienes retribuyo en dinero
vienen subrepticiamente e impiden
que la luz de los días se apague.
MARTA
PEDREGAL
Siendo
la mujer de Humberto,
entró
una noche a la sala de música donde yo estaba.
Era
ya tarde,
tenía
quince años y no había conocido hembra,
y
la casa estaba cerrada.
Me
pidió que le ayudara a apagar la luz del salón,
que
no la dejaba dormir.
Fui
con ella, subí a una mesa y empinándome desconecté la bombilla.
En
la oscuridad sentí que su boca
besaba
mis piernas y subía por mis muslos hasta el sexo.
Antes
de bajar de la mesa me aflojó la ropa
y
me condujo como cordero hasta el sofá grande de terciopelo púrpura
donde
se despojó de su moral,
con
admirable maestría abrió las piernas,
tomó
mi sexo y lo colocó imprudentemente en su ávido centro.
Corazón
a corazón, sangre a sangre, resuello a resuello,
el
salón dio la vuelta, el mundo desapareció,
y
mis quince años desaparecieron también.
Aquello
fue una obra maestra de la artística seducción,
porque
para apagar la luz
bastaba
el interruptor en la pared.
EL
REGRESO DE MARTA
Fuimos
amantes por mucho tiempo,
hasta
que ella se marchó de la casa.
Un
día, después de años de ausencia, regresó.
Le
pedí que entráramos inmediatamente en intimidad.
Luego
comprendí
que
para siempre se había marchado.
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