LA CASA DE RESFA
Poemas de la vida
EL CURA Y SU SOBRINO
Volvían todos los sábados a las dos de la tarde.
Siempre venían de viaje,
y reservaban una habitación con vista al jardín
posterior.
Los muchachos íbamos a gatearlos
por un agujero disimulado en la pared.
El cura le hacía la fellatio a su sobrino
y después se lo metía por el culo.
Dos veces lo hacían en la tarde.
El muchacho era el primero
en levantarse, bañarse y vestirse.
El cura le entregaba unos billetes
y lo besaba largamente en la boca.
Después salían del cuarto muy serios
y cruzaban el patio hablando de teología.
DARÍO PATILLAS
Yo era un mágico para el dinero.
Proveía de nieve
a las mujeres de la casa,
hasta que mataron a Danilo, mi patrón.
Después el tiempo se ensañó conmigo,
y terminé recogiendo desperdicios
en las calles con un costal.
Cuando pasaba por la heladería La Montaña,
frente al parqueadero de autos,
recordaba con amargura las ya lejanas fiestas
en que matábamos marrano
y repartíamos mercados a los pobres.
En la pared de la oficina del centro de operaciones
seguía entronizado el gran óleo donde el patrón y yo
vestidos de etiqueta fumábamos habanos.
MYRIAM LA VIRGEN
Me llamaban Myriam la Virgen
por mi belleza clara y mi larga cabellera, rubia y
sedosa,
que bajaba como una cascada hasta la cintura.
Manos amigas se detuvieron a jugar con ella,
en lentas tardes y lentas madrugadas.
Tuve un hijo, a quien llamé Wilson como su padre.
Me vi obligada a entregarlo en manos de la casa
cuando la enfermedad empezó a oscurecer mis ojos
y dispersaba mis cabellos sobre la almohada.
Me marché de la casa
para esconder mi vergüenza,
y vine a trabajar en La última lágrima,
sucio bar de despedidas contra el cementerio de Itagüí.
Una noche de tragos, Héctor el hijo de doña Resfa,
apareció con unos amigos para mi pasmo y sorpresa.
Si me hubiera reconocido, lo habría notado en sus
ojos.
Pero yo ya estaba desaparecida
en el tiempo, el dolor y el olvido.
Gentes caritativas hicieron una colecta pública
para enterrarme en el cementerio,
detrás del muro del bar.
LUISA LA DE LA FOTO EN EL CIRCO
Me dijo que me fuera con él,
y así lo hice.
Me convertí en trapecista,
y recorrimos el mundo con el circo.
Los artistas de circo
son como los marineros en tierra,
que en cada puerto olvidan
un amor de pasada.
Después él desapareció, dejándome colgada del trapecio.
Rodé sobre las pistas de varios circos,
cada vez más reducidos,
hasta que fue desapareciendo la fiebre circense.
Parches se les ponían a las carpas raídas,
como parches tenía que ponerle a mi vida.
Mi desolación aumentaba
con la tristeza del artista
que mira a las gradas
donde nadie viene.
Desaparecieron los aplausos,
la belleza y la ternura que iluminaban los reflectores,
las flores del público enamorado,
la malla de lentejuelas y el delicado maquillaje.
En abrumadores momentos de soledad y de olvido
sólo me queda para mi consuelo
esta foto desvaída en la maroma del circo,
de la cual también huyeron los colores.
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