lunes, 8 de octubre de 2012

LA CASA DE RESFA No 1: Poemas de la vida, Carlos Mario Garcés Toro...


LA CASA DE RESFA
Poemas de la vida

 

 
DIRECCION DE LA CASA

La casa estaba ubicada al sur de Medellín,

en la calle 8ª,.número 52-41,

entrando por el antiguo callejón

frente a la fábrica de detergentes Inextra.

Se distinguía por el balcón de azulejos blancos y negros,

y las dos palmas que sobrepasaban por encima del tejado.

Por eso la casa en un tiempo se llamó Las Palmitas.

Sólo después vino a llamarse La casa de Resfa.

 

Al subir las amplias escaleras

nos encontrábamos con una espaciosa sala bien amoblada,

con dominio de los tonos cálidos y acogedores.

En los divanes conversaban las parejas

bajo alegres lámparas circulares,

en las paredes exóticos gobelinos,

y pinturas de mujeres entre pavos irreales.

 

Cruzando el pasillo se distribuían

la segunda y tercera salas,

que daban acceso a catorce estancias.

Si se giraba a la derecha,

se encontraban dos habitaciones suplementarias con delgados tabiques.

Por disimulados orificios

se podía mirar a los que dejaban luces encendidas.

Al gordo Juancho le vimos follar:

tenía un culo grande y peludo,

que mecía como una batea.

Le gustaba poner a sus queridas

en la posición de monje.

 

El atractivo balcón exhibía a las muchachas,

que esperaban como en un puerto, el puerto de la noche,

a ver quién atracaba con sus distintas luces.

 

En un costado el despacho de la administración,

donde se seleccionaba la música

y las chicas entraban contoneándose,

con sus labios de brandy,

a pedir una canción, o pagar la tarifa.

 

Por esas escaleras vimos subir desde famosos políticos,

deportistas,

empresarios,

humoristas,

hasta curas y señoras extraviados en la noche.

MÓNICA LA BELLA

Tuve la fuerza de la belleza que poco a poco fueron limando
el bar y las horas de trabajo.
Por mi atractiva figura pude elegir con quiénes iba a la cama.
Pero Fabio fue mi único amor.
Lo mataron con otros la noche que robaban en el almacén eléctrico
de Carabobo con Juanambú.
Durante largo tiempo me pareció verlo que llegaba en la noche,
vestido con su pantalón blanco (que tanto me gustaba),
su barba bien afeitada,
y entraba a la sala donde las muchachas esperábamos.
 
Ahora que estoy vieja y sola
(hijos no tuve),
acostumbro entrar en la tienda de licores
que queda detrás de la iglesia de La Veracruz,
donde las coquetas intentan atraer a los transeúntes
con sus caderas pálidas y sus ojeras de caballo.
Dibujo frente al espejo con el lápiz la raya de mis cejas
y salgo a la calle. La misma calle Boyacá
donde ya nadie me recuerda.
 
Tres cuadras abajo
hace más de cuarenta años yo era la reina.
Los amigos con los que me gustaría hablar ya están muertos.
C.M.G.T.

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