LA CASA DE RESFA
Poemas de la
vida
DIRECCION DE LA CASA
La casa estaba
ubicada al sur de Medellín,
en la calle
8ª,.número 52-41,
entrando por el
antiguo callejón
frente a la fábrica
de detergentes Inextra.
Se distinguía por el
balcón de azulejos blancos y negros,
y las dos palmas que
sobrepasaban por encima del tejado.
Por eso la casa en un
tiempo se llamó Las Palmitas.
Sólo después vino a
llamarse La casa de Resfa.
Al subir las amplias
escaleras
nos encontrábamos con
una espaciosa sala bien amoblada,
con dominio de los
tonos cálidos y acogedores.
En los divanes
conversaban las parejas
bajo alegres lámparas
circulares,
en las paredes
exóticos gobelinos,
y pinturas de mujeres
entre pavos irreales.
Cruzando el pasillo
se distribuían
la segunda y tercera
salas,
que daban acceso a
catorce estancias.
Si se giraba a la
derecha,
se encontraban dos
habitaciones suplementarias con delgados tabiques.
Por disimulados
orificios
se podía mirar a los
que dejaban luces encendidas.
Al gordo Juancho le
vimos follar:
tenía un culo grande
y peludo,
que mecía como una
batea.
Le gustaba poner a sus
queridas
en la posición de
monje.
El atractivo balcón
exhibía a las muchachas,
que esperaban como en
un puerto, el puerto de la noche,
a ver quién atracaba
con sus distintas luces.
En un costado el
despacho de la administración,
donde se seleccionaba
la música
y las chicas entraban
contoneándose,
con sus labios de
brandy,
a pedir una canción,
o pagar la tarifa.
Por esas escaleras
vimos subir desde famosos políticos,
deportistas,
empresarios,
humoristas,
hasta curas y señoras
extraviados en la noche.
MÓNICA LA BELLA
Tuve la fuerza de la belleza que poco a poco
fueron limando
el bar y las horas de trabajo.
Por mi atractiva
figura pude elegir con quiénes iba a la cama.
Pero Fabio fue mi
único amor.
Lo mataron con otros la
noche que robaban en el almacén eléctrico
de Carabobo con
Juanambú.
Durante largo tiempo
me pareció verlo que llegaba en la noche,
vestido con su
pantalón blanco (que tanto me gustaba),
su barba bien
afeitada,
y entraba a la sala
donde las muchachas esperábamos.
Ahora que estoy vieja
y sola
(hijos no tuve),
acostumbro entrar en
la tienda de licores
que queda detrás de
la iglesia de La Veracruz,
donde las coquetas intentan
atraer a los transeúntes
con sus caderas pálidas
y sus ojeras de caballo.
Dibujo frente al
espejo con el lápiz la raya de mis cejas
y salgo a la calle.
La misma calle Boyacá
donde ya nadie me
recuerda.
Tres cuadras abajo
hace más de cuarenta
años yo era la reina.
Los amigos con los
que me gustaría hablar ya están muertos.
C.M.G.T.
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