“No hay cultura, sólo
tradición.
No hay independencia,
sólo costumbre”.
Cesar Marineche
Para el año de 1958,
Colombia era un país inmerso en una cultura tradicional y un ritmo atrasado en
su vivencia, de escasa imaginación y una ignorancia atroz, semiurbano y parroquial, anclado en el pasado de un orden
establecido que multiplicaba individuos de espíritu pasivo, indolentes y
cauterizados en su vitalidad, actitud y conciencia, que entraba en la
alternancia del poder político durante cada cuatro años, entre liberales y
conservadores; acuerdo que se suscribió con un brindis y una sonrisa bajo el
reiterado sol de la veraniega ciudad de Benidorm,
España, entre los dirigentes Laureano Gómez del partido Conservador, y Alberto
Lleras Camargo del partido Liberal.
El acuerdo, llamado
Frente Nacional, se promovió con la bendición de la iglesia, y con el
beneplácito de los falsificadores de democracias, porque las democracias pueden
falsificarse y ser seudoparticipativas, seudorepresentativas, como también
dictaduras democráticas que se amparan en un ideal bellamente escrito en la
constitución, pero que no son consecuentes con un beneficio común y concreto en
la práctica. En su mayoría sólo embudos llenos de retóricas palabras, obras no
consumadas, mucho menos hechos o acciones democráticas.
Dicho acuerdo, fue
además, avalado todo por el ejercito nacional, que un año antes, una junta
militar de gobierno había derrocado a Rojas Pinilla: el mismo Rojas Pinilla que
el día trece de junio de 1953 había servido de comodín al bipartidismo como
tercera fuerza para desviar la atención de la violencia que se cernía sobre el
país.
Lo que ellos no
midieron ni tuvieron en cuenta, fue que Rojas Pinilla tenía madera, talante de
líder para apoltronarse en el poder. Sin embargo, pueden sucederse
históricamente varios Golpes de Estado, pero sino se cambian las estructuras,
todo continuará igual, todo seguirá igual en dichos bloques de poder y orden,
los mismos que han propiciado la sumisión, el control de los pensamientos y
emociones a través de la imposición de una cultura tradicional recibida, una
política, una economía, una religión, una educación, un arte, un rígido
lenguaje (que es el vehículo del pensamiento) y una forma en el contenido del
pensar a su manera, lo cual, moldea en el colectivo espíritus pasivos, pero en
ciertos sectores de la población crea a su vez, que paradoja, los antagonismos
de violencia que generan la intimidación, la usurpación de las tierras, los secuestros,
las torturas, los asesinatos, los desplazados, los exiliados, y la rebatiña por
el poder económico y político del que se derivan las normas que en última
instancia son las que determinan el horizonte por vivir.
Nosotros,
colectivamente hablando, somos un país inmaduro, porque históricamente venimos
de una forma impuesta, una forma que se expresa en la exterioridad, por eso
somos inauténticos, deformes, torcidos, sin identidad social, menos individual.
Incluso lo que la escuela
enseña es una exteligencia: leer la exterioridad. No una inteligencia, que etimológicamente
significa leer el interior. Es más, si habláramos de Modernidad, Colombia ha
entrado en ella desde la materialidad exterior: o r g a n i z a c i ó n d e l E s t a d o, industrialización del país
y asimilación tecnológica.
Más no una Modernidad
entendida desde la racionalización como norma trascendental a la solución del conflicto
heredado, que derive o permita un porvenir que reemplace al pasado taimado,
insensible, hacedor de muerte, una Modernidad, que en términos sociales, o
parafraseando al sociólogo Michel Freitag; “racionalice el juicio de la acción
asociada a los hombres, en la cual, además el conjunto de las condiciones históricas,
espirituales y materiales, permitan pensar en la emancipación unánime de las
tradiciones, las doctrinas o ideologías heredadas, y no cuestionadas ni
problematizadas por una cultura tradicional impuesta”. O como lo ha expresado
Darcy Ribeiro, en una cita deCobo Borda: “Mientras la tradición puede una norma
haciéndola parecer la única admisible, la razón tiene que argumentar con
soluciones alternativas”.
En otras palabras, el
pueblo colombiano no ha entrado en una sensibilidad totalmente moderna o
contemporánea, salvo contadas excepciones
en lo individual.
Es precisamente ante
ese horizonte cerrado, ante ese panorama cuadrado de esa sociedad, de esa cultura
tradicional recibida desde estructuras de poder, orden y mentalidad dominante
contra las cuales, entraron de lleno, a cuestionar, a oponerse y desvirtuar sus
modos Gonzalo Arango (nacido en 1931, Andes-Antioquia), y un grupo de audaces
muchachos, lectores de Kierkegaard, Sartre,Miller, Jean Genet y
Fernando González entre otros. Irrumpieron en la escena con su vitalismo, su actitud,
su toma de conciencia, porque ante todo eso fue el Nadaísmo: vitalismo, actitud
y conciencia para señalar una sociedad constreñidora entre la forma y el contenido,
la misma, que le sirve como filtro, sucedáneo y amarre para a adormecer el espíritu,
el pensamiento y la emoción.
Así lo señalaba Gonzalo Arango en el primer
manifiesto del grupo, publicado en 1958, en una imprenta de Medellín: “El
Nadaísmo, en un concepto muy limitado, es una revolución en la forma y en el contenido
del orden espiritual imperante en Colombia.
Para la juventud es
un estado (...) consciente contra los estados pasivos del espíritu y la
cultura”. En otras palabras, El Nadaísmo fue un cuestionamiento y una oposición
a la cultura tradicional recibida, fue un oponerse a las estructuras o bloques
de poder y orden, que se han impuesto y se han sucedido en aparente cambio: se
había expulsado al opresor español, pero sus mismas estructuras, se habían
implantado desde la naciente República en 1810, las cuales no difieren, ni de
las estructuras coloniales ni de las actuales o ¿en qué difiere aquella época
republicana del Frente Nacional de 1958, o de esta primera década del siglo XXI, continuadora en su
historia sangrienta? Se le podrá cambiar el decorado, el rótulo, “la guasca” si
es necesario; se le podrá adicionar la modernidad material, la era del deporte,
el cuerpo y el consumismo desmedido, el simbolismo que degeneró en moda y
adorno; pero su trasfondo continuará prácticamente en el mismo punto: espíritus
pasivos, indolentes y cauterizados en su pensamiento y emoción (en el fondo carentes
de culpa, culpa que sobreviene por la forma y el contenido impuestos desde
siempre).
Entonces a la
pregunta, ¿qué nos queda del Nadaísmo cincuenta años después?
Podemos responder que
en la línea de la literatura quedan Los Poemas de la Ofensa y algunos textos
más de Jaime Jaramillo Escobar, Vana Stanza de Amilcar Osorio, algunos textos
de Gonzalo Arango, de Darío Lemos, de Alberto Escobar Ángel, de Eduardo Escobar,
de Jotamario Arbeláez y Jaime Espinel, no sabemos si de Elmo Valencia y
Humberto Navarro.
De la otra línea volitiva
no queda nada, nada, porque el Nadaísmo fue ante todo un Despierten, Despierten.
Un vitalismo, una actitud, una toma de conciencia, y eso hoy entre nosotros
escasea, es materia y espíritu digno, insobornable y costoso.
Por eso del Nadaísmo
no queda Nada, Nada, Nada...
COMITÉ EDITORIAL
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