En
la literatura antioqueña de principios del siglo pasado, hay un personaje que
casi se hace invisible, la Sulamita, en poetas de diverso caletre es mencionada
con cierto gracejo como una manera de hacerle un guiño al lector, ya que el
escritor le quiere decir a este que él la conoció, o al menos a una de ellas.
Entonces era tal la percepción de una de estas mujeres, que se le daba ese
toque bíblico al deseo para no quedar amparados bajo la señalización de los
lectores como alguien mundano. Así esta mujer que se le resiste a Salomón, en
el Cantar de los cantares, pasa a formar uno de los primeros iconos
eróticos de la región, junto al exceso de poemas a la madre.
Cuando Medellín se hace moderna, a principios del
1930, hay una de ellas Helena, en Una mujer de cuatro en conducta, que pasa de
servir como domestica a trabajar en cafés del centro de la ciudad para terminar
regentando una casa de citas muy elegante en Prado. Esta novela terminó
cautivando a las estudiantes cuando las colocaban a leer ese libro como una
manera de aleccionarlas, y era leído como un manual de iniciación erótica.
Carrasquilla,
mas cauto, sitúa una de esa casas de madamas, a lo largo de la Calle Arriba, La
Playa, pero nunca las describe en su interior.
Al final de la calle de Óscar Hernández, este
narra la vida no solo de las putillas que llegan de los pueblos para alimentar
el deseo de los medellinenses, sino que alrededor narra toda la cáfila de
personajes alrededor de este ambiente
Hay
una novela del médico Jorge Franco Vélez, Hildebrando, donde se
sitúa la vida de los estudiantes y sus ritos de iniciación no solo etílica sino
amatoria por los lados de Guayaquil y de Lovaina.
Manuel Mejía las hace visibles como las Barbaritas
en La casa de las dos palmas y en Aire de tango las visibiliza junto a aquel
que nunca pudo ser Gardel, Jairo, el amante de tangos y de los cuchillos.
También
en algunos cuentos Darío Ruiz sitúa estas mujeres por la calle Junín en los
bares de prestigio. Mario Rivero las vive a su manera de idílico poeta, y el
Profeta Gonzalo Arango en Antes del Hombre, visita una putilla que le canta
canciones y lo hace casi feliz con sus ganancias, gigoló literario, mientras
este nihilista de postín creaba todo un movimiento poético y una manera de ser,
a partir del fuego de esa vida disoluta.
Mientras tanto, el deseo proscrito a las afueras de
la ciudad, es decir a la antigua salida de la llamada carretera vieja situada
en Las camelias, nombre que evocaba a una de las putas de renombre y a una
novela de Dumas, la Dama de las camelias.
Luego
Lovaina se convierte en el sitio obligado de políticos, de poetas, de
recibimiento a visitante ilustres que querían conocer a la Vila, a la manera de
Burton, para conocer una ciudad es imperioso conocer primero a sus mujeres.
Todo lo anterior para hablar de un libro escrito
desde el interior, dentro del corazón, de ellas, así como de esa vida sentida
como contemporánea desde la infancia; La Casa de Resfa, de Carlos Mario, nos da
una certera definición de lo que es en realidad esa vida donde muchos naufragan
por curiosidad, otros buscan allí su resorte vital y muchos poetas imaginan la
marginalidad de una vida soñada con el placer a la mano, ante pupilas hermosas
donde las palabras solo tiene una equivalencia: el dinero
Con
La casa de Resfa, conocedor de la materia, Carlos Mario Garcés nos adentra en
su interior de esa casa de putas tan visitada como manera de inicio o
configuración de entrada para apaciguar los dolores del amor, buscar el placer
como emético. Él nos lleva a cuestionar algo, hay que vivir allí para conocer
sus secretos. Carlos Mario lo ha escrito, lo evidencia la textura de los
personajes ya que cada uno de ellos cumple una función en la casa, cada uno de
ellos hace parte de ese mundo, tan personal, revisitado por medio de la memoria
y que lo instala da de una manera tal, que su poder de evocación los hace
reales. Sueños derrumbados, frustraciones, tiempo inútil del places debido a la
pérfida carne son la materia del libro.
También hay algo que desnuda, y nos deja absortos,
y es el paso no solo del tiempo sino del placer por la vida de cada una de
estas mujeres. es como la culpa que se hace perenne como una manera de reclamo
desde su interior. Porque eligieron esta vida y no la otra, pregunta que nunca
se hizo en el omento de su mayor esplendor cuando nadie se atrevió a pensar que
casa uno de nosotros tiene una posibilidad de saber, de vivir y de tener el
placer como una manera de sospechar que es necesario, como una válvula de
escape, con el placer en si. Y que estas casan distribuidas a lo largo y ancho
del territorio de la ciudad, servía como catarsis a que los matrimonios no se
dañaran. Si bien estas casas fueron reubicadas, el paso del cementerio de san
Pedro hasta el barrio Antioquia. Estos lupanares sirven para mantener intacta
la presión y desalojo afectivo del hogar.
Después
de que algunos de los escritores mencionados dijeron algo sobre esta zona donde
se podía ir a buscar placer, resulta que llegaron los historiadores y los
sociólogos a buscar una explicación a este fenómeno. Pero Carlos Mario ha
regresado y nos ha dejado con un palmo de narices al contarnos desde la
intimidad de quien conoció este lugar, y nos describe cómo es en realidad, cada
uno de ellos.
Hay
un territorio de nadie para los poetas y las putas la marginalidad, el tiempo
sin sosiego, el deseo de vivir de otros, el deseo de soñar en utopías, el paso
del tiempo y las costuras del alma vuelta otra vez añicos, Carlos Mario nos ha
llevado de visita al interior de sus recuerdos, a la presencia de su élan vital.
Para
decirnos: y ninguna de ellas fue tan vilmente saqueada.
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