domingo, 11 de agosto de 2024

Poesía La sabiduría de una niña de catorce años

 

Poesía

La sabiduría de una niña de catorce años

Andrea Lucía Bohórquez Pupo

Estudiante de noveno grado de un colegio público de Medellín.

El espejismo de la humanidad

En la vasta sombra de la mente errante, se despliega un teatro de absurdos actos, donde el hombre, creyéndose gigante, es apenas eco de sus propios pactos.

Con furia insensata y ciega ambición, arrasamos bosques, ensuciamos mares, ignoramos el llanto, el dolor, la canción de la Tierra herida y sus viejos altares.

Construimos murallas, alzamos fronteras, en nombre de dioses de oro y papel, y en guerras sin causa, borramos banderas, desgarrando el alma y manchando nuestra piel.

El saber lo estamos olvidando en cada pantalla, navegando en mares de superficialidad, la verdad se distorsiona, la mentira estalla, y se pierde el valor de la sinceridad.

¿Qué dirán los niños, herederos de un mundo donde la codicia es norma y virtud? Les dejamos un legado absurdo y profundo, un futuro oscuro sin fe ni salud.

Despertemos ahora antes del abismo, rescatemos la esencia, el amor, la razón, que la vida es más que este fatal espejismo, y donde la llave está en nuestro propio corazón...

Ecos del alma profunda...

En la penumbra donde el alma se esconde, donde los días se tornan grises y mudos, surgen susurros que nadie responde, ecos de la melancolía en mares oscuros.

El viento lleva consigo lamentos viejos, canciones tristes de tiempos idos, y el corazón, en sus latidos lentos, busca consuelo en sus sueños perdidos.

Las estrellas parecen lágrimas en el cielo, testigos mudos de un dolor profundo, y la luna, con su rostro de hielo, contempla el abismo que envuelve al mundo.

Las sombras se alargan en la fría noche, abrazando el espíritu en su soledad, y cada suspiro es un tenue reproche, un eco más de la melancolía y su verdad.

El silencio grita con voz ensordecedora, llenando el vacío con su amarga canción, y el alma, en su tristeza abrumadora, se pierde en un mar de desolación.

Las lágrimas caen como lluvia sagrada, dibujando ríos en un rostro marchito, y el tiempo, con su marcha callada, deja huellas de un dolor infinito.

Cada amanecer es un combate arduo, una lucha contra la sombra interna, y el alma, en su fragilidad y desamparo, busca un rayo de luz en su caverna.

Pero en medio de la noche más oscura, donde la esperanza parece ausente, hay una chispa de luz, pequeña y pura, que susurra al corazón que aún es valiente.

Porque en la tristeza se encuentra la fuerza, en el dolor, la semilla de la redención, y aunque el alma sienta que perece, siempre hay un resquicio para la sanación.

Así, en cada lágrima y en cada suspiro, en cada sombra que el alma enfrenta, hay una lección, un motivo, para seguir, aunque la tristeza aprieta.

Pues en los ecos de la melancolía, resuena también una canción de esperanza, y el alma, aunque perdida, algún día, hallará en la oscuridad su balanza.

Y así, con cada amanecer nuevo, el corazón, aunque herido, sigue, porque en el duelo y en el miedo, nace una fuerza que no se rinde.

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