martes, 23 de septiembre de 2025

La Literatura ya NO viaja hacia el interior.

 Carlos Mario Garcés Toro


La mayoría de escritores actuales escriben muy bien, desde un estilo preciso en su lenguaje, estructura, sintaxis, prosodia, tono, ritmo y extensión narrativa en sus personajes. Tienen carpintería. Dominan muy bien la técnica. Escriben muy bonito… sobre la realidad en su superficie, sin verdadera profundidad. Escriben sobre un inmenso mar de tres metros de hondo. Escriben sin escuchar los avatares del alma. Escriben sin revelación, sin emoción, sin intuición, sin imaginación. Escriben muy bien, con la gramática y la sola razón literal, pero sin tener un lenguaje poético. La gran literatura es la que se acerca a la magia de la poesía.

En la nueva literatura (hija legítima de la ciencia que levantó sus estandartes a comienzos del siglo XVII y del positivismo lógico racional), solo se mira el afuera, rompiendo el puente que lo unía con el mirar adentro. Este proceso llevó lentamente a que se fueran apartando de la senda del lenguaje connotativo, que está más cerca de lo metafórico o del sentido figurado, para dar paso únicamente a la vía de lo literal: el lenguaje literal es el del cerebro, que a su vez encierra un significado único. En cambio, el lenguaje metafórico o figurado corresponde al inconsciente imaginativo, que encierra múltiples significados. Ya lo dijo Vicente Huidobro: “Existe una gramática cerebral y una gramática de magia”.

La nueva literatura niega lo mítico, lo simbólico, lo subjetivo. Borges decía que “un artista debe ser leal a su imaginación y no a las circunstancias efímeras que forman la realidad”. Hoy, esa realidad impera por encima de la imaginación y la intuición. Hoy, la literatura son fotografías literales de la realidad, una simple cámara de vigilancia de lo inmediato. Una realidad que solo mira hacia afuera, que solo otea con su catalejo, con su prisma literal, buscando explicar los aconteceres físicos y racionales desde la exteligencia, que solo destila lo pragmático, donde solo queda la narrativa exterior en todos sus órdenes.

La nueva literatura informa sobre hechos cotidianos en su sola apariencia: la vida de una estrella de la farándula, el bebé de la sobrina cuando empezó a gatear, las matas en el balcón de la abuela, veinticuatro horas en la vida de un hombre que solo vive en las redes sociales, los migrantes, los homosexuales, las violencias de todo género, tratados solo con el prisma de lo literal. Pero lo literal, no lo olvidemos, no tiene imaginación. Una cosa es como sucedieron los hechos, y otra bien distinta es cómo imaginamos esos mismos hechos.

La nueva literatura ha dejado el otro camino: el de mirar hacia adentro, leerse a sí mismo, liberar su interior y despertar su conciencia, en una nueva visión del mundo y de sí mismo, a través de los cuatro pilares de la unidad: la imaginación, la intuición, la razón y la emoción. Cabe recordar que ambos caminos no se excluyen; partieron desde el comienzo desde un mismo vértice, o, como a bien lo aclaró Goethe, cuando manifestó que “lo que está dentro y lo que está afuera son meros polos de una misma cosa”.

Hoy impera en la modernidad y en la posmodernidad –que es lo mismo con su rigor pragmático y sus héroes detectivescos que solo deducen a través del algoritmo lógico racional– el “reino de la cantidad”, de lo mesurable, de la imagen superficial, de lo medible y lo viral; cuya vía lleva al conocimiento, pero aleja cada vez más de la otra vía, que es un espejo del alma o una brújula hacia la sabiduría interior. Por esa calzada transitaron en su viaje escritores como Kafka, Paul Celan, Borges, Rulfo y Pessoa, que otearon desde un alto promontorio las dos vías de viaje con sus dos ojos abiertos que miran desde afuera y desde adentro.

Si solo miramos un camino, el hombre será un tuerto que ve con el ojo de la razón, en desventaja para el espíritu y para la cultura.

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