domingo, 11 de agosto de 2024

Los Centenarios 2024

 

Los centenarios

Estamos invitados en este recorrido del 2024 a recordar, releer y volver a interiorizar dos grandes celebraciones: el centenario de la muerte de Franz Kafka y los cien años de la primera edición de La vorágine, de José Eustasio Rivera.

En el Callejón de Oro en Praga, República Checa, Kafka escribió sus mejores obras. Entre ellas está la novela El castillo. El nombre lo sacó del Castillo de Praga, ubicado en dicha calle. Hoy el edificio se ha convertido en una tienda de libros y otros artículos emblemáticos de este gran escritor y ser humano. Kafka murió hace cien años cerca de Viena. Millones de lectores de todo el mundo se sienten identificados por las inexplicables historias y textos que tocan nuestras preocupaciones más profundas. Los estudiosos de Kafka discuten sobre cómo interpretarlo; algunos dialogan sobre la posible influencia de algún pensamiento político antiburocrático, de una espiritualidad propia o de una reivindicación de su minoría etnocultural; mientras otros se fijan en el contenido psicológico de sus obras.

En El castillo se ve la influencia de la autoridad de su padre el que, no solo, generó mucha desesperanza en el día a día de Franz Kafka, sino que inspiró las aventuras de los personajes en sus cuentos, novelas y relatos cortos, en los que se ve, también, la influencia de escritores como Gabriel Garcia Márquez, Jean-Paul Sartre, Albert Camus y Jorge Luis Borges.

Hay una historia con el autor, que es de una enseñanza profunda en estos momentos de caos y desesperanza, cuando se encontraba paseando por el parque Steglitz, en Berlín, se encontró con una niña, que lloraba desconsoladamente porque acababa de perder su muñeca. El escritor, con el fin de calmar el llanto de la niña y como no sabía qué decirle, se inventó la historia que ha inspirado a Jordi Sierra i Fabra su libro Kafka y la muñeca viajera.

Kafka le dijo a la niña que su muñeca no se había perdido, sino que se había marchado de viaje y que él, que era cartero de muñecas, le llevaría al día siguiente una carta que, con toda seguridad, su muñeca le escribiría. De ese modo, empezó la historia que llevó al genial escritor a escribir cada día, durante tres semanas, una carta que él mismo leía a aquella niña.

Nunca se ha sabido el nombre de aquella niña ni nadie ha leído aquellas cartas, ni nadie tampoco ha sabido explicar la razón por la que Kafka inventó aquella historia y, sobre todo, por qué la mantuvo viva durante tantos días. En aquellas cartas, el escritor ponía en boca de la muñeca, que se había «perdido», aventuras, peripecias o vivencias que ella misma protagonizaba por diversos lugares del mundo (París, Venecia, el Nilo), de modo que la niña pudiera calmar la ausencia de su juguete.

Como nunca hemos sabido a ciencia cierta si la literatura, la poesía, el ensayo y, en algunos casos el periodismo, son un asunto de vocación o de oficio. La vorágine, de José Eustasio Rivera, en su cien años, nos recuerda la Colombia oculta polarizada, clasista, excluyente, arribista y sanguinaria. La vorágine es la gran novela de la selva amazónica más reeditada en la historia de la literatura nacional e hispanoamericana. En ella se trata de manera singular el tema de la violencia de ayer y confrontada con la de hoy con el desplazamiento, la violencia, el sometimiento, como hace cien años. Releer La vorágine es mirarnos como sociedad y concluir que todo continua igual. Colombia es el segundo país con más homicidios en América del sur; con violencia basada en género, representado en feminicidios, violencia sexual y violencia de pareja y una violencia política y de territorios.

La vorágine es una carta de Arturo Cova y comienza con el famoso «Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia». En esta extensa epístola se muestra la Colombia de hoy y es la Colombia de los últimos cien años. Abrimos las páginas de nuestro periódico, como una esperanza y una crítica al momento actual. Seguimos atravesando momentos difíciles, posturas radicales e intereses individualistas. Por lo que deseamos que sea la literatura ese espacio y la convicción para volver a recupera el humanismo con Kafka y desde la poesía de Eustasio Rivera contemplar cada momento con alas de seda.

Persiguiendo el perfume de risueño retiro, 

la fugaz mariposa por el monte revuela, 

y en esos aires enciende sutilísima estela 

con sus pétalos tenues de cambiante zafiro. 


En la ronda versátil de su trémulo giro 

esclarece las grutas como azul lentejuela;

 y al flotar en la lumbre que en los ámbitos riela, 

vibra el sol y en la brisa se difunde un suspiro.

(...).

(Fragmento. Poema XIII. José Eustasio Rivera).

Poesía La sabiduría de una niña de catorce años

 

Poesía

La sabiduría de una niña de catorce años

Andrea Lucía Bohórquez Pupo

Estudiante de noveno grado de un colegio público de Medellín.

El espejismo de la humanidad

En la vasta sombra de la mente errante, se despliega un teatro de absurdos actos, donde el hombre, creyéndose gigante, es apenas eco de sus propios pactos.

Con furia insensata y ciega ambición, arrasamos bosques, ensuciamos mares, ignoramos el llanto, el dolor, la canción de la Tierra herida y sus viejos altares.

Construimos murallas, alzamos fronteras, en nombre de dioses de oro y papel, y en guerras sin causa, borramos banderas, desgarrando el alma y manchando nuestra piel.

El saber lo estamos olvidando en cada pantalla, navegando en mares de superficialidad, la verdad se distorsiona, la mentira estalla, y se pierde el valor de la sinceridad.

¿Qué dirán los niños, herederos de un mundo donde la codicia es norma y virtud? Les dejamos un legado absurdo y profundo, un futuro oscuro sin fe ni salud.

Despertemos ahora antes del abismo, rescatemos la esencia, el amor, la razón, que la vida es más que este fatal espejismo, y donde la llave está en nuestro propio corazón...

Ecos del alma profunda...

En la penumbra donde el alma se esconde, donde los días se tornan grises y mudos, surgen susurros que nadie responde, ecos de la melancolía en mares oscuros.

El viento lleva consigo lamentos viejos, canciones tristes de tiempos idos, y el corazón, en sus latidos lentos, busca consuelo en sus sueños perdidos.

Las estrellas parecen lágrimas en el cielo, testigos mudos de un dolor profundo, y la luna, con su rostro de hielo, contempla el abismo que envuelve al mundo.

Las sombras se alargan en la fría noche, abrazando el espíritu en su soledad, y cada suspiro es un tenue reproche, un eco más de la melancolía y su verdad.

El silencio grita con voz ensordecedora, llenando el vacío con su amarga canción, y el alma, en su tristeza abrumadora, se pierde en un mar de desolación.

Las lágrimas caen como lluvia sagrada, dibujando ríos en un rostro marchito, y el tiempo, con su marcha callada, deja huellas de un dolor infinito.

Cada amanecer es un combate arduo, una lucha contra la sombra interna, y el alma, en su fragilidad y desamparo, busca un rayo de luz en su caverna.

Pero en medio de la noche más oscura, donde la esperanza parece ausente, hay una chispa de luz, pequeña y pura, que susurra al corazón que aún es valiente.

Porque en la tristeza se encuentra la fuerza, en el dolor, la semilla de la redención, y aunque el alma sienta que perece, siempre hay un resquicio para la sanación.

Así, en cada lágrima y en cada suspiro, en cada sombra que el alma enfrenta, hay una lección, un motivo, para seguir, aunque la tristeza aprieta.

Pues en los ecos de la melancolía, resuena también una canción de esperanza, y el alma, aunque perdida, algún día, hallará en la oscuridad su balanza.

Y así, con cada amanecer nuevo, el corazón, aunque herido, sigue, porque en el duelo y en el miedo, nace una fuerza que no se rinde.