miércoles, 26 de junio de 2024

El peso de una bala y un libro_ CMGT

 

El peso de una bala y un libro

(Los dos hombres más famosos de Colombia)

Carlos Mario Garcés Toro

Toda batalla o acto se puede analizar como si se mirara a través de un laboratorio de Rayos X, capaz de originar y revelar impresiones diversas según los intereses de cada individuo. Tal es el caso de la batalla de Bosworth, donde Ricardo III, el mata príncipes, viéndose asediado por el filo de la espada, gritó: «Un caballo, un caballo. ¡Mi reino por un caballo!». Borges debió haber pensado en la bruma de sus sombras iluminadas, como si de la niebla salieran rostros de caballo: «Lo cambio todo por un libro, extensión de mi consciencia, paraíso figurado por donde transito y entro al mundo de la imaginación, que escapa al mundo de la locura». En cambio, Pablo Escobar, el capo, un catador del bandidaje, un esnobista de la muerte, proclamaba en una de sus máximas, que hacía eco entre su capilla de seguidores: «Siempre quise ser un bandido, y a María Auxiliadora oraba y le pedía: ¡que nunca faltara en la recámara de mi pistola una bala!».

En el laboratorio de Rayos X, encontramos en las impresiones interiores las visitas que hacen los extranjeros al país, especialmente los gringos, quienes tienen dos lugares marcados en los mapas de viaje, con sus respectivas rutas y destinos: la ciudad de Medellín y el municipio de Aracataca. La primera, con el objetivo de conocer el centro de operaciones del capo de capos. La segunda, con el fin de conocer el corazón de Macondo, su realismo mágico y la casa donde habitó el mago de la más bella prosa poética. Las visitas entre una y otra son notorias, de acuerdo con las estadísticas que se tienen: mientras que a Medellín la visitaron el año pasado, 1 400 000 visitantes, Aracataca solo alcanzó el 2 % de la cifra anterior.

En la balanza se ponen en los dos platos una bala y un libro. Los visitantes que vienen a Medellín se desplazan a los predios de la antigua cárcel de La catedral para observar, desde lo alto de la finca, con la mano como visera, la panorámica de la ciudad de matices inexplicables en su realidad, y para preguntar a los lugareños sobre la arqueología de la cárcel y de su estado una vez que fue demolida por las autoridades y saqueada por los buscadores de tesoros y coleccionistas de dosieres: una carcomida tiza de billar, una leporina canilla de lavamanos, un cable sin cobre de un televisor, un patinado papel de archivo con una notas descoloridas, un pedazo de espejo que reflejó el rostro de barba tozuda y la luna en las noches; un baldosín suelto, un trozo de tela de camisa mugrienta, una barra de lapicero con estertóreos de tinta y autógrafos físicos o fisiológicos del capo en las paredes o en algún sucio papel olvidado en un rincón de los muros del baño. No faltó quien quisiera llevarse el espíritu y la respiración del lugar, como no faltó que los lugareños contaran a los visitantes que una vez demolida La catedral, y solo quedaran partes o restos de esta, llegaron incluso a filmar una película de porno en el lugar que fuera la cama del capo, donde reinas, modelos y presentadoras de televisión le hicieron la felatio.

En los mismos predios donde funcionó la cárcel, se levantó un monasterio de religiosos, como si con esto estuvieran buscando que la agüita amarilla de los monjes hiciera abluciones de limpieza en el lugar, donde la realidad supera la ficción en cuanto a la saturación de crímenes en cada rincón del aire.

Desde La catedral, los visitantes en peregrinación, como si estuvieran en Tierra Santa, son guiados con un sentido de orgullo por los detalles hacia el famoso barrio El poblado. Aquí se encuentra el museo Pablo Escobar, donde encontrarán motivos alusivos al capo: carros baleados, motos, piezas de avión, pistolas en vitrinas, esculturas de caballos, portadas de revistas y fotografías desde su juventud hasta su adultez. Destaca especialmente la icónica imagen donde aparece con su primo Gustavo, ambos vestidos con sombrero de paño, frac, chaleco, leontina, pistolas, una ametralladora y una botella de tequila en la mano. Además, en una pared se destaca una pintura del capo junto a Víctor Corleone, el padrino.

En cambio, aquellos pocos que visitan a Aracataca lo hacen buscando la casa museo donde Gabo pasó sus primeros años. Dentro de la inmensa casa, los visitantes encuentran las salas y habitaciones amuebladas con objetos de la época, como un susurro de voces del pasado que parecen deambular por el aire. En las paredes cuelgan fragmentos del mago de las palabras que asombró al mundo con su magia. En cada estancia hay un jarrón con flores amarillas. En los corredores, y a lo largo del recorrido perfumado, nos encontramos con nardos, rosas de alabastro, petunias y anturios. Al llegar a la habitación de Gabo, encontramos la cama de barandas de metal, una bacinilla en el piso; sobre una mesa circular reposa una ponchera de peltre que contiene una palangana, y sobre la cama cuidadosamente tendida, un libro de una edición inencontrable de Las mil y una noches, que el visitante puede abrir en cualquier página empatinada de tiempo y observar las ilustraciones de uno de los libros más influyentes en la imaginación humana, del cual Gabo aprendió los secretos de su poético oficio. Al fondo, se encuentra el taller de Aureliano Buendía, el hombre hecho leyenda, que fabricaba pescaditos de oro y logró hacer una transmutación alquímica en su interior para producir en moldes sintácticos de oro letras y palabras de una cadencia y eufonía que escapan al tiempo y se suman a lo maravilloso. Al salir al solar, nos encontramos con el castaño bicentenario, cuyas raíces y frondoso follaje fueron testigos de las conversaciones del niño con el árbol y las estrellas. Del solar emana un olor a guayaba, mezclado con fragancias de romero, lavanda y menta, como si alguien, con amor y sin hacer daño, estrujara con suavidad las flores y las plantas. Al abandonar la casa, uno siente que no debe mirar atrás, para que el encanto de ser despedido por mariposas amarillas no se rompa.

Es ahí donde uno entiende que el metal favorito de muchos es el plomo. El planeta de su influencia es Marte, con todo su sequito de muerte, que apunta la bala al pecho, y no el libro al corazón y cerebro humano. Sumadas las visitas y vistas las impresiones interiores en los Rayos X: para la mayoría, simbólicamente, pesa más en la balanza una bala que un libro.

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