miércoles, 1 de mayo de 2019

Réquiem por un amigo _ Juan José Hoyos, de… El libro de la vida.

Dicen que murió el poeta José Manuel Arango. Yo, 
con todo respeto por los que creen en la muerte, 
pienso que no es verdad. Cuando empezaba a
agonizar en una clínica helada de Medellín, él mismo
lo discutió conmigo y yo le dije, como decía Andrei
Tarkovski, el inolvidable director ruso de cine que los
dos tanto amamos: «José Manuel, la muerte no existe».
Debo explicar cómo entré a la sala de cuidados
intensivos: esa tarde, debido a la gravedad del paciente,
habían sacado de allí a toda su familia. Yo me puse serio,
abrí todas las puertas sin preguntar nada a nadie y llegué
al puesto de enfermería y pedí la historia clínica de José
Manuel. Cuando él me vio junto a la camilla, donde
empezaba a entregarse a la muerte en esa noche de su
pasión, me dijo:
—¿Y vos cómo hiciste para entrar aquí?
—José Manuel, los periodistas somos muy
peligrosos... —le contesté.
Entonces nos pusimos a hablar de la muerte, y no
sé por qué se me vino a la memoria el epígrafe de una
novela que estoy escribiendo y que José Manuel me iba
a corregir. Son unos versos de Emily Dickinson. Él hizo
las que son, sin lugar a dudas, las mejores traducciones
de ella al español. Los versos dicen así:
Incapaces son de morir los amados,
pues el amor es inmortalidad.
Incapaces son los que aman de morir,
pues el amor transforma la vida en eternidad.
Él sonrió con tristeza cuando me oyó balbucear el
poema junto a sus orejas. Me lo sabía de memoria porque
decidí incluirlo también en el recordatorio de la muerte
de Anita, mi madre, una mujer a la que él también amó.
—Yo no sabía que un infarto duele tanto —dijo de
pronto.
—Por eso le aplicaron morfina.
—Tengo una trabita más buena... —dijo después.
Todo esto sucedió el jueves cuatro de abril por
la noche. José Manuel y yo íbamos a vernos al día
siguiente en la Universidad de Antioquia para revisar
unos manuscritos.
En medio de los sopores de la morfina, él insistió,
cuando ya empezaba a entregarse a la muerte, con la
misma sonrisa triste en los labios:
—Juan, yo pienso que ya nunca más volveremos
a vernos...
Tragué saliva para no llorar y me armé de valor:
—José Manuel —le dije—, otro error. Primero que
todo, vos no te podés morir. Y segundo, los hombres
como vos nunca mueren.

Y para corroborar mi tesis peregrina le cité de
memoria un poema suyo sobre su padre, como diciéndoselo a mi propio padre. José Manuel era para mí algo
como eso, o para decirlo de modo más preciso: era mi
hermano mayor. El poema dice así:
A veces
veo en mis manos las manos
de mi padre y mi voz
es la suya.
Un oscuro terror
me toca.
Quizá en la noche
sueño sus sueños.
Y la fría furia
y el recuerdo de lugares no vistos
son él, repitiéndose.
Soy él, que vuelve.
Cara detenida de mi padre
bajo la piel, sobre los huesos de mi cara.
Él volvió a sonreír, descoyuntado sobre la cama,
como un trapo, mientras yo sostenía entre mis manos
su mano fría y depositaba en ella uno que otro beso
porque se me habían agotado las palabras. Lo hacía sin
pena de las enfermeras y los médicos que nos miraban
asombrados. ¿Un tipo medio loco recitándole poemas y
dándole besos a un hombre moribundo en una sala de
cuidados intensivos? Claro que ellos no sabían que los
poemas eran del agonizante.
Saboreando las sílabas, como hacen los fumadores
empedernidos, José Manuel dijo:

—Juan, tal vez vos seás el que tiene la razón.
Volví a tomar entre mis manos su mano derecha,
que era la única que estaba libre de catéteres y monitores,
y la besé un montón de veces, como hacemos los
borrachos paisas con los amigos del alma cuando nos
hemos tomado una botella de aguardiente.
Nos despedimos sin llanto. Es difícil describir lo
que yo sentía esa noche: era una especie de paz. Una
especie de alivio.

José Manuel entró en coma al amanecer. Yo
entonces no lo sabía, pero lo que habló conmigo fue lo
último que dijo, él que hablaba tan poco. Murió después
del mediodía del cinco de abril. Paz a su alma y a sus
cenizas, porque mientras Clara y nosotros, sus amigos,
estemos vivos, él jamás tendrá una tumba.

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