Murió el intelectual antioqueño Jorge Alberto Naranjo
Jorge Alberto Naranjo,
reconocido intelectual antioqueño que dedicó su vida a la docencia,
falleció
En un artículo publicado en EL
COLOMBIANO en 2010 se dijo sobre el maestro: “Naranjo Mesa es uno de los
intelectuales más brillantes de Antioquia. Pensar que ha vivido de la docencia
por más de 35 años; ganado reconocimientos en la Universidad Nacional como
mejor profesor en varios años, el cual otorgan, básicamente, los estudiantes;
dictado centenares de conferencias ¡y no tiene cartones! Sí, en esta sociedad
que ha hecho de la educación un negocio basado en diplomas como si éstos fueran
los que dictaran las clases, él ha sobrevivido sin ellos”.
En el mismo artículo, Óscar González, profesor de literatura en la
Universidad de Medellín, se refirió a Naranjo como el último humanista de esta
ciudad.
Hace casi un mes, el columnista
del diario El Mundo, José Hilario López, le dedicó una columna en la
que lo llamó “un verdadero humanista de estirpe renacentista”, y contaba sobre
el homenaje que él y un grupo de amigos (Darío Valencia, Eufrasio Guzmán y Elkin Restrepo) contemplaban realizarle; además, buscaban
hacer partícipes a directivos de las universidades Nacional-Sede Medellín
(Unal), de Antioquia (U. de A.) y de la Autónoma Latinoamericana (Unaula). El
propósito era “reconocer la obra y el legado cultural” de Naranjo.
“Un hombre genial que cree en
la educación, sin renunciar a su irreverencia, melancólico superado mediante la
incesable búsqueda del conocimiento, afable en su trato con sus estudiantes y
amigos, así me atrevería a describir a Jorge Alberto. Liberal contestatario, a
pesar de pertenecer a la tradicional y culta familia conservadora antioqueña de
los Naranjo Villegas”, escribió el columnista López en El Mundo.
Sobre él, la Universidad
Nacional señala que era ingeniero civil y Doctor honoris causa en ciencias
sociales de esa institución. Profesor del Departamento de Hidráulica de la
Facultad de Minas de la Universidad Nacional de Colombia, profesor de la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana y
profesor de la Facultad de Sociología de la Universidad Autónoma Latinoamericana.
Naranjo también fue columnista
y autor de varios libros, entre ellos: Poemas (1999) Las ideas estéticas de Carrasquilla (2008),
Antología del temprano relato antioqueño (2013)
Eufrasio Guzmán Mesa, profesor Instituto de
Filosofía de la Universidad de Antioquia escribió sobre él en 2017: “ha sido
una vida dedicada al conocimiento, la investigación y la escritura. Sus campos
de trabajo son literalmente innumerables, su curiosidad ha recorrido los
senderos de las letras, las artes, las ciencias y su historia”.
Fuente: https://www.elcolombiano.com/cultura/muere-jorge-alberto-naranjo-intelectual-antioqueno-FG10342340
Con un oído oye a Newton y con el otro, a Carrasquilla
Fue viendo
a una viejecita llena de achaques, con una asfixia ruidosa y habitante de un
cuarto lleno de humo, que Jorge Alberto Naranjo, a sus doce años, decidió que
no quería ser médico. Y se lo dijo a su papá: "no quiero ser médico; yo no
sé vivir entre médicos y enfermedades". Alfredo, Hijo de Hipócrates que se
esforzaba por contagiar a Jorge y a sus demás hijos el afecto por su profesión,
respondió apenas resignado que hiciera lo que quisiera.
Es que a él no podían afectarle los fluidos; no podían causarle
asco ni terror: con los años llegó a especializarse en fluidos y a convertirse
en profesor de ese tema en la Facultad de Minas. Fluidos de la Naturaleza.
Gases, líquidos. Fluidos newtonianos y no newtonianos. Y entre éstos están los
del cuerpo humano, me cuenta, así como las cremas, los plásticos, las plantas
de tratamiento, los de estrellas y galaxias. Ahora él quisiera dictar algunas
charlas sobre este asunto "porque en eso, en Colombia estamos en
pañales".
Naranjo Mesa es uno de los intelectuales más brillantes de
Antioquia. Pensar que ha vivido de la docencia por más de 35 años; ganado
reconocimientos en la Universidad Nacional como mejor profesor en varios años,
el cual otorgan, básicamente, los estudiantes; dictado centenares de conferencias
¡y no tiene cartones! Sí, en esta sociedad que ha hecho de la educación un
negocio basado en diplomas como si éstos fueran los que dictaran las clases, él
ha sobrevivido sin ellos. "Él es el último de los mohicanos", dice
Óscar González, profesor de literatura en la Universidad de Medellín, por
significar que es el último humanista de esta ciudad y el último profesor de
los que pueden contar este cuento. González encuentra en ese hombre genial, un
ser que cree en la educación sin renunciar a su irreverencia. Lo que lo
respalda, para darle de comer a ese sistema que engulle títulos, es un grado en
Ingeniería Civil de la Universidad Nacional y un doctorado de la Autónoma
Latinoamericana, ambos honoris causa. Y qué más que sus investigaciones que se
cuentan por decenas porque él, en todo, habita la desmesura.
"Yo era estudiante de civil y por hacer investigaciones y
dictar clases fui postergando la graduación", explica.
Pero diga la verdad: ¿al principio no fue difícil que las
directivas universitarias entendieran que podía ser bueno en campos
aparentemente disímiles: la ciencia, el arte y la literatura?
"Sí. Les costaba a esos superiores, desde la feudalidad de la
Universidad, reconocer que una persona pudiera tener un buen desempeño en un
campo y en otro. Por ejemplo, en Bolivariana y la Autónoma dictaba filosofía,
historia de la ciencia, antropología, psicoanálisis, sociología. A los de
ingeniería, donde daba clases de física, eso les costaba aceptarlo".
Los otros
Es tan huraño,
dice, que si por él fuera, habría sido anacoreta. Le seducía la vida en
solitario. En un tiempo vivía con un libro de vidas de santos bajo el brazo. Lo
que no tenía era vocación de monje.
Es tan sociable, dicen, o al menos lo fue, que tuvo un grupo
musical que si bien no podían encasillarlo en un un género musical específico,
al decir de Nicolás Naranjo, uno de sus hijos, era más bien roquero. Lo
integraban Pilar y Andrés Posada, Fernando Isaza, Mónica Boza y Jorge Alberto.
Fernando y Jorge eran los vocalistas. Cuentan -aunque no él- que cantaban
canciones de Paul Simon y otras propias. Fusionaban ritmos universales con autóctonos
y la gente aplaudía con furor a ese grupo sin nombre.
Es que ese hombre melancólico en general, es también alegre. Mejor
dicho, es un tipo raro. "Cuando era niño era la sensación -recuerda su
mamá, Alicia Mesa, de 86 años-. Tenía la voz más hermosa del mundo. Cantaba en
la iglesia de San Joaquín, donde vivimos. Cantaba: 'ya llegó la fecha dulce y
bendita...', ¿conoce esa canción? Pero cuando creció fue como si hubieran
volteado el plato al revés. Tal vez por su intelectualidad...".
Marina Barrera, su tercera esposa con quien lleva 30 años y tiene
tres hijas y un nieto -con las dos primeras, Mónica Boza y Mónica Villa, tiene
de a dos hijos-, confirma que es huraño. "Tiene dos amigos -uno del tiempo
del colegio; otro, un alumno de ingeniería que ya poco le consulta- y él
prefiere que ellos vengan a la casa a saludarlo que salir por ahí". Y pone
otro ejemplo: "le encantan la comida de mar, los postres, el dulce, los
chocolates y para disfrutarlos hay que traérselos a la casa".
Jorge Alberto Naranjo no se explica por qué, cuando era profesor en
la Facultad de Minas de la Universidad Nacional, lo llamaban El Siete Mujeres,
"si apenas tenía una novia: Marina, la que hoy es mi esposa". Sin
embargo, reconoce que cuando era más muchacho, sí era mujeriego.
Ángela Ospina Cárdenas, alumna suya en los ochenta y quien, además,
lo conocía a él, a su padre y a sus tíos desde Abejorral, de donde son oriundos
los Naranjo Villegas y ella también, recuerda: "el era un seductor. No sé
si era su erudición, su voz, su forma serena de enseñar o qué hacía que las
mujeres se fueran tras él". Pero él, ahora, no se vanagloria de esa
condición de donjuán.
El río
Este fumador
empedernido no es político. O, más bien "soy liberal y hasta comunista a
mi manera". Solo tiene claro que odia el conservatismo por considerarlo
retrógrado. Y eso que su papá y sus tíos eran ultrarreaccionarios que tenían en
Franco, Mussolinni y Pinochet sus ídolos.
La manera de "luchar" contra la melancolía, según Jorge
Alberto, es la desmesura. Escribía horas y horas seguidas. Artículos, ensayos,
novelas, más de cien cuadernos de poesía. Cuadernos, sí, porque él escribe a
mano todavía. Tuvo una época en la que dictaba hasta dos conferencias por día.
"Yo era un río". Se metió de lleno a estudiar la literatura temprana
antioqueña, desde el siglo XVIII hasta Carrasquilla. Y todo, para no estar
triste.
"Creo importante apuntar que esa prolijidad de mi papá ha
estado estimulada por el uso de café, cigarrillo y marihuana -comenta Nicolás
Naranjo-. Ya no consume más ésta, que le ayudó tanto a superar los cuadros de
epilepcia de hace unos años; las otras dos, sí".
Tras pedirle a la empleada doméstica que cambie el cenicero para
encender el sexto cigarrillo de la charla, dice que después de la cirugía de
corazón, sufrida hace dos años, siente desaliento. Ya no hace tantas cosas como
antes. "Lo que uno escribe no es casual -reflexiona Óscar González-. Una
bella novela de Naranjo es Los caminos del corazón, del que ahora sufre".
Por cierto, González recuerda el momento en que vio por primera vez
a ese hombre genial nacido el 28 de febrero de 1949, en Bogotá -porque su papá
estaba prestando servicio militar-. "Yo era un muchacho de 18 años. Fui a
la Feria del Libro que se hacía en el Parque de Berrío y el Pasaje Boyacá.
Ambos llegamos por distinto lado a tomar el mismo libro: El tiro al arco en el
budismo zen, de Eugen Herrigel. Se encontraron las dos manos en el lomo del libro
y eso hizo que habláramos un momento". Pero no fue entonces cuando se
hicieron amigos. "Lo cierto es que de no haber existido el arte, él y yo
no hubiéramos hablado nunca".
Fuente: https://www.elcolombiano.com/historico/con_un_oido_oye_a_newton_y_con_el_otro_a_carrasquilla-LDEC_110128
“El arte es una estrategia del conocimiento distinta a la ciencia…”
12 marzo de 2019 - 10:12 AM
En honor al gran profesor e intelectual Jorge Alberto Naranjo Mesa, publicamos en forma póstuma esta entrevista realizada por el ensayista y profesor Óscar Jairo González.
¿Considera usted que es
importante hacer filosofía, literatura y ciencia en el mundo de hoy, donde la
utilidad prima, prevalece y determina nuestras relaciones?
Hay aspectos del conocimiento que
no son de la ciencia, son de un conocimiento distinto de la
filosofía o del arte. Recuerdas las hermosas tesis de Deleuze sobre eso en
el libro con Güattari: ¿Qué es la filosofía? El
arte es una estrategia del conocimiento distinta de la ciencia; no se puede
reducir. A eso haría que sumarle que la función del escritor en
la sociedad no la reemplaza nadie. Es que ser escritor es ser ciudadano
de cierta manera particular. El que se coloque allí tiene que escribir, es
una conciencia crítica, un ser plenamente integrado a su tiempo; que no
pertenece a ninguna clase social, al que todo le atañe, que le da la palabra a
lo invisible, a lo inaudible, a los que no pueden hablar y como decía
hermosamente Canetti, es el que va contra la sociedad siempre, porque es el que
la está incomodando, el que está mostrando sus inconsciencias, sus tácitos. Y
eso es importante siempre. Yo creo que una clase de conocimiento de esa, no la
da ni siquiera las ciencias sociales, eso lo hace directamente el arte y
muy en particular la literatura. Ahora la filosofía, toca también
reconocerlo, no necesariamente la filosofía analítica, de
cierto tipo de escuela, o la filosofía espistémica de cierto
otro tipo de escuela. Yo lo que veo allí es que tanto el arte como la
filosofía también van modificándose, enriqueciendo territorios, por
ejemplo, en el caso particular de la filosofía, una filosofía de las ciencias
como la que se puede ofrecer hoy, sencillamente no se podía ofrecer hace cien
años, sencillamente; porque es que el panorama es distinto, la
propiedad de la ciencia, el modo como las comunidades científicas viven la
ciencia, la situación de la ciencia ante el campo social.
¿Cómo experimenta usted, desde su formación esa posibilidad; no son y
poseen la filosofía y la literatura unas técnicas?
Yo creo que hay como dos aspectos en la pregunta; claro, la
filosofía, la literatura, el arteponen en acción técnicas que son las
propias de sus modos de conocimiento, de sus modos de reflexión, de sus
criterios lógicos, de razonamiento, de manejo de las percepciones o de
modulación de la sensibilidad, la emoción. Esos son técnicas evidentemente y
las tienen propias; pero hay otro aspecto en la pregunta que me pareció
entender y es la relación que la filosofía o las artes deben emprender
con el fenómeno de la techné humana. Yo creo que en eso la filosofía va muy
atrás; una de las tareas en que vengo embarcado por ahí hace veinte años es
mostrar que humanismo sin techné es como humanismo sin calinismo o sin
cerealismo. Y a menudo se cree que el aspecto humano se resalta hablando de
la componente humanística, del arte, de la plástica, de la danza. Y no se ve
que el aspecto humano es más conmovedor, que esta imbricado en la techné. Nos
hemos hecho hombres al lado de la técnica, como encabalgados en la técnica.
Cada conquista desde el fuego era una manera nueva de conquistar lenguaje, de
conquistar imaginación, de ligarnos distinto, de adquirir más lugar, más
costumbres humanas. Entonces a mí me da la impresión que ese tema lo han venido
manejando bien los historiadores positivistas de la ciencia. Digo laxamente los
historiadores ingleses, norteamericano. En nuestra cultura ese campo
referencial ha estado cohercionado dolorosamente; entonces nos hemos puesto a
hacer metadiscurso acerca del problema de la técnica, en lugar de
ver la técnica en vivo y en directo, como algo que acompaña la erección de esta
criatura desde el cuadrúpedo.
En su extenso ensayo sobre Leonardo da Vinci, incluido en su libro Filosofía
del arte, habla usted de la melancolía ¿Qué es en este instante para usted,
la melancolía, el drama, el duelo?
Leonardo proponía que para que las matemáticas no se quedaran girando en
el vacío tenían que tener como un anclaje en una fenomenología como la de la
mecánica, es decir, la mecánica como el paraíso de la matemática. Y era para
eso, en ese momento el tema de la melancolía y la locura cabalga por toda
Europa. Recuerda los bellos textos de Foucault, de lo que es el quiebre de mil
cuatrocientos y pico a mil quinientos; un poco un fin medio de milenio; algo
pasaba en el ambiente. Pero es que no es solo ahí, por ejemplo, el caso de él
famoso Agrippa; el caso de las melancolías que teorizan poco más tarde
Cervantes y Shakespeare o las que en el pleno renacimiento está pensando
Durero, tan conmovedora. Entonces para mí el tema ha sido personal, ha sido una
enfermedad con la que he cargado la vida entera y luchando contra ella. Y
Leonardo, Durero, Panofsky me fueron un empujón, una aliciente enorme de cómo
modular esa espantosa enfermedad. En cierto modo, es duro decirlo, pero, en mí
estaba experimentándose un fenómeno que dos décadas después es cada vez más
general; que es una desolación ante las ilusiones de la existencia.
Este concepto no es leonardesco es de Maimonides, pero lo capté en relación con
esa reflexión. Una perplejidad ante lo que nos acontece, una fatiga de los
jóvenes a los treinta años; un miedo ante la existencia: ¿Qué les ofrece? ¿Qué
va a ser la vejez? ¿Sí llegaran a ella con fuerzas y energías? No les dan
opción, ese no saber qué hacer cuando este débil. Entonces ve uno crecer las
anoxerias nerviosas, las depresiones. Los alumnos “sobrados”, que de verdad son
constantes, estudiosos, pero pagando “prozak” pues, para medicarse, por así
decirlo. Esta es la vida, eso es lo que esta sociedad puede hacer con la
melancolía y la depresión. Y me parece que es una señal quizá de la muerte de
una época. En tantos sentidos estamos viendo que el mundo está cambiando, que
el orden en que nos criamos ya no es el orden en que hay que desempeñarnos; ha
entrado una especie de nivel mular, a operar. La separación entre lo privado y
lo público se ha modificado drásticamente; los mismos medios de comunicación
son otra cosa, las guerras, el desbalance humano. Todo esto es como que estamos
teniendo una conciencia de tiempos de crisis y de tiempos de cambio enorme y
yo creo que eso lleva a la melancolía, por lo que se entierra y lo que
desaparece allí. Hay algo de sentimiento colectivo en esa dirección.
Para mí se ha vuelto una tarea política el combate
contra la melancolía. Desde melancólicos como Nietzsche, esa lucha era contra
eso, contra los melancólicos, los depresivos; afirmar la vida es muy duro,
porque como te digo en mí esta eso, no me lo inventé ahorita, sino que llevo
cincuenta años de sobrellevar eso y sin embargo no quiero “contemplar” al que
ésta deprimido; lo quiero ayudar a salir de las propensiones nihilistas y de
falta de esperanza. Y creo que eso me lo enseñó el Renacimiento.
Me está sirviendo, para dedicarme a otras tareas. Recuerdas la teoría de
Panofsky de los grados de la melancolía. Él sostiene que hay tres
grados y en Melancolía I, la que grabó Durero, es la melancolía de
los que tienen habilidades para el arte, para la arquitectura. Hay otros grados
más altos y Durero plantea que precisamente hay que hacer cosas. Por eso estoy
todo el tiempo proponiendo hacer pequeñas tareas, como no contentarse mucho,
que no haya tiempo de pensar en los vacíos sino que uno este ocupado haciendo
cosas que se alcance fácilmente realizarlas y que por un ratico le hagan puente
sobre esos hiatos tan espantosos.
¿Cómo fue eso que podríamos llamar, la contemplación de esa revelación
duradera?
Prácticamente desde la infancia me crié entre música, literatura;
en un respeto profundo por la cultura, enorme. A los once años estaba
escribiendo una novela; se llamaba Las memorias de William Hastings.
Hastings era por Hast, hastío, hastiándose. Por hastío y en gerundio, para que
fuera el que va en el hastío. Evidentemente sabrás que los referentes eran Mata
Hari y cualquier revista de esas de historietas. Eran las que me podían más o
menos armar un plan de novela de aventuras y de detective. Lo traigo a cuento
es para que te formes como una idea de cómo estaba de imbricado ya en eso,
desde chico. Los regalos de mi padre cada que había un cumpleaños o que
terminaba el colegio eran libros, era música y era en cierto modo muy
exigente. No eran cualquier clase de libros infantiles, sino los cuentos de
Andersen, de Perrault, las fábulas de La Fontaine. Entonces me embarcaba en
planes de lectura largos. Yo creo que tal vez, de lo más clave, fue él que él
nos acompañaba en nuestra lectura. Él nos leía los libros. Uno de los que más
recuerdo, era La Biblia al alcance de los niños de Daniel
Rops, cosas así; pero también era Mark Twain; por el lado de mi abuela.
Historias de esas me encantaban; viví entre cuentos; para mí fue muy fácil eso,
lo difícil en realidad fue el aspecto de la ciencia natural. Difícil no, porque
tuve también apoyos, pero era más natural por la familia de mi taita.
¿En qué momento percibe que ese es, podríamos decir su camino; siempre
relacionado con ese mundo del humanismo, de la sensibilidad crítica?
No, yo estuve instalado en eso; para mí por el contrario ha sido un
descubrimiento lentísimo el que podía desempeñarme en eso. ¿Cómo tomar
conciencia de que podía? No, eso ha sido muy tarde, eso ha sido de los últimos
años. En parte siempre soy un eterno estudiante, pero de verdad,
esa era mi atmósfera; me movía allí, era mí atmósfera así como uno se alimenta
en el mundo costeño del vallenato, yo me alimentaba de esas músicas, de esa
literatura; era mi manera de hablar, era de lo que se hablaba en la mesa.
¿Qué lo llevó a mediados de los 90, a realizar ese trayecto por la
literatura antioqueña: Emiro Kastos o Carrasquilla? ¿Qué es lo que intenta
resolver en esa perspectiva delTemprano relato antioqueño?
Lo uno no se opone a lo otro. Acabo de dar una conferencia sobre Kafka;
he dado recientemente otra sobre Artaud. No, no me he alejado sino que estoy
sintiendo ahora que debo volver a ellos que tan claves fueron para mi hace
treinta años; para acompañar mi juventud, mis soledades; los problemas que cada
uno tiene. Lo que sucede con la literatura antioqueña es que descubrí de
pronto, que sencillamente nos la habían silenciado, nos habían pintado cero
pasado y un azar feliz me mostró unas revistas de hace cien años, que con
abrirlas vi que eso era un universo cultural enorme. Como venía de trabajar con
mucho placer la teoría de Deleuze-Guattari de Por una literatura menor en
relación con el caso Kafka, se me fue planteando muy clara una metodología de
acercamiento a eso, en un campo que no estaba estudiado, así de sencillo.
Encontré allí también un sentido político nuevo, que se había creado una
disciplina en este campo de las humanidades, la ciudad. Porque es qué por fin
se vio, que estas revistas había que leerlas; estaban guardadas, es
impresionante. Fue una literatura y una cultura de grandes maestros; esto lo he
dicho muchas veces, pero es que hay que recalcarlo pues, nos enseñaron salto
mortal de Gutiérrez González a De Greiff; salto mortal de Sanín Cano a
Estanislao Zuleta; salto mortal de Carrasquilla a Mejía Vallejo. Y en el camino
no hubo nada y no había trabajadores ni revistas literarias ni lectores ni
críticos y resulta que sí los había y que simplemente estábamos sometidos a una
manera muy sesgada de hacer la historia de la cultura. Y esa es la que nos
sirve, para una sociedad como la que estamos añorando y deseando. Hay
que mostrar el aspecto colectivo, como una literatura se hace es necesitándose
los unos de los otros; hacer ver que un genio como puede ser Carrasco no
está sólo; hay otros espíritus ahí, circunscribiéndolo, de pronto puliéndolo,
de pronto dándole referencias. Y se pone uno a leer de esa manera la historia
de la literatura, de cualquiera y se da cuenta de que esos procesos
prácticamente los estamos haciendo gracias a Foucault, Deleuze, Canetti; por
ellos de cierta manera, los hemos vuelto pensables otra vez.
Canetti en ese bello y estremecedor libro La provincia del
hombre; ¿Por qué odiamos la provincia?
Por acomplejados, de verdad. Lo terrible es que al que habla así le caen
con el mito del “paisa”, “superpaisa”, “verraco” y no sé qué más. Y no se trata
de eso, se trata de mirar seriamente la provincia; la importancia de tu mundo,
de tu realidad. Es tan seria esta como la de Berlín o la de París. Es el mismo
reto para el buscador de conocimiento.
Usted siempre ha estado cercano al pensamiento de Deleuze y de Guattari,
desde la traducción que hizo de Rizoma; pero lo que nos interesa
ahora es hablar en el sentido de la Geofilosofía; cuando ellos
afirman que: “Pensar se hace más bien en la relación entre el territorio y la
tierra” ¿Qué le señala a usted esta cuestión?
El escritor no deja de ser un mediumm, en el sentido de un conector con
problemas cualificados históricamente, localmente, territorialmente. Es allí
donde está el trabajo del escritor y precisamente dar la palabra a eso. Yo
recuerdo hace unos años una discusión muy bonita de varios escritores
antioqueños con Manuel Mejía. Él insistía en que no había novela que no
estuviera ligada a la región y se le señalaron, recuerdo uno o dos
contraejemplos, fuertes y Manuel aceptó que sí, que en cierto modo había una
literatura que era capaz ya de desligarse de la región y hablar de una ciudad,
por así decir postmoderna; no está o aquella, sino de lo nuevo que se estaba
dibujando. En el fondo lo que estaban discutiendo era esas tesis de
Deleuze-Guattari, sin que se refirieran a ellos en absoluto. Yo comparto esa
idea y he visto que donde más la están desarrollando es en el campo de Las
tres ecologías de Guattari. Hay grupos aquí como en México que van muy
maduros en esa reflexión.
¿Cómo son y cómo operan
para usted estas relaciones? ¿En qué medida son distintas o las mismas, las
tribulaciones del ciudadano y las del profesor?
Te voy a contestar no
con el concepto de Deleuze-Guattari, sino más bien con un concepto muy
etológico. En tanto es un conjunto muy limitado de lugares con valores
especiales dentro de un campo de tierra mucho más amplio. La tierra incluye
paisajes, lugares imprevistos; el lugar que uno no ve, pero es el lugar de
descanso allá lejos, potencial. El territorio está marcado por hábitos, por
vías que uno recorre. Uno dice que vive en la ciudad, pero como lo decía
Levi-Strauss: en Nueva York en promedio la gente tiene unos veinte conocidos.
Uno va a los apartamentos de uno o dos amigos, tiene su parentela; ese es el
mundo. Y va a un supermercado, a unas ciertas farmacias; así se mueve la vida
de los seres humanos, también ahora. Nosotros somos seres de pequeños grupos.
La tierra es Antioquia, pero el territorio es la Carrera Ochenta, Robledo;
Robledo en la mañana, no necesariamente en la tarde; porque me acalora esa
atmósfera. Eso es lo que veo como territorio; los lugares de mis afinidades,
dos o tres de las bibliotecas de la ciudad, las universidades, las casas de dos
o tres amigos. Y digo que es etológico porque es más o menos lo mismo que
sucede con el perro. El perro es un animal de territorio y marca el territorio;
no le queda prohibido moverse de allí, pero es que los lugares por donde se
está moviendo son suficientes y termina moviéndose solo allí.
Y es
que mi ciudad en cierto modo es una ciudad académica, muy, muy vinculada con
eso. No quiere decir que no tenga excursiones a otra forma de ciudad, pero son
escasísimas. Realmente me muevo en la exposición, o en la conferencia o en una
reunión académica. Estos son ciertos edificios, ciertos lugares los que me
mueven. Y desde allí es desde donde he creído importante hacer literatura. No
podría hacerla muy lejos de esa experiencia y como no está enunciado, me puedo
mover allí cómodamente. Es desde ahí que estoy encontrando conexiones con la
ciudad global, desde mi punto de vista de académico. Pero hay otra cosa que
tiene que ver con la pregunta anterior: yo no quisiera moverme de mi ciudad, no
lo necesito para nada. Y saco fuerzas de ahí, como Anteo sacaba fuerzas de la
tierra, saco fuerzas de aquí, porque es aquí en esta ciudad en donde me muevo
como pez en el agua en este ambiente; saldría y me alterarían los climas, la
altitud, los nuevos ritmos de la ciudad, los nuevos tipos de sonido; entonces
mientras no lo necesite, no quiero moverme de esta cámara de creación que me
toco. Yo en este pedazo de la nada. Ahí estoy contento.
Fuente: https://www.elmundo.com/noticia/-El-arte-es-una-estrategia-del-conocimiento-distinta-a-la-ciencia/375986
Jorge Alberto Naranjo Mesa...
Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
27 abril de 2017 - 01:59 AM
Ha tenido en la autonomía radical su arma de combate que lo ha curado de modas intelectuales.
Puedo decir poco en el
espacio de una columna; ha sido una vida dedicada al conocimiento, la
investigación y la escritura. Sus campos de trabajo son literalmente
innumerables, su curiosidad ha recorrido los senderos de las letras, las artes,
las ciencias y su historia; la epistemología y la filosofía ha estado
siempre como referencia y espacio de sus preguntas. Sus trabajos sobre la
literatura antioqueña temprana hunden sus raíces en el reconocimiento del
español como una de las primeras lenguas indoeuropeas que tuvo literatura en el
sentido de cantares y tradición sólida.
La mayoría de sus
trabajos han sido resultado de una curiosidad minuciosa que lo ha llevó a pasar
de las ciencias humanas a la física y especialmente la hidráulica dentro de la
Universidad Nacional de Medellín que lo albergó durante sus últimos años.
Precoz en la labor de autodidacta ha tenido en la autonomía radical su arma de
combate que lo ha curado de modas intelectuales, conventillos y sectas; eso
también ha tenido un costo y un premio pues no han sido los cartones y los
títulos su escudo para el reconocimiento sino que ha sido su labor y
excepcional productividad lo que ha terminado por vencer toda resistencia al
reconocimiento.
Naranjo ha hecho un
esfuerzo muy significativo en cada uno de los temas; la literatura antioqueña
desde el siglo XIX, los cuatro volúmenes antológicos sobre el tema y la
edición de las obras completas de Carrasquilla son imprescindibles; la
física y en particular la hidráulica y la mecánica clásica le han ocupado lúcidas
horas de docencia que han estado acompañadas de registro minucioso de la
argumentación conceptual y el prolijo manejo del lenguaje matemático, pero
estos dos frentes no han excluido el ejercicio de la experimentación
que ha sido estimulante para sus alumnos que seguramente recuerdan con
admiración la reconstrucción de los trabajos experimentales de Galileo, con
ellos enfrentó a los historiadores, epistemólogos y filósofos de la ciencia que
siguen insistiendo en los experimentos mentales y en el juego de los conceptos,
rupturas y continuidades; esta reconstrucción que hizo repite la fascinación de
los grandes científicos en el juego donde los instrumentos y los sentidos
entran en acción con el intelecto para depurarlo y ponerlo a prueba.
Hablando con Naranjo uno
se encuentra con lo que los constructivistas contemporáneos han redescubierto
como el agua tibia: el conocimiento empieza con la emoción y la
curiosidad que un Manuel Uribe Ángel o un Joaquín Antonio Uribe fueron capaces
de ver en la maravilla de un insecto que pasa desapercibido para los demás.
Prodigios que me ha sido
dado ver en la vida, ver crecer obras como la de J.M. Roca o la de
Pablo Montoya, deslumbrante panorama el que me ha sido permitido al conocer a
Naranjo y ver su crecimiento que se ha desplegado por esos variados campos;
solamente enumerar los temas, hacer la bibliografía de sus trabajos publicados
ameritaría una investigación de cuidado; reseñar los contenidos de sus
manuscritos impecables y de excelso aparato matemático requeriría la conjunción
de varios especialistas en cosmología, mecánica clásica, física teórica y
experimental, la hidráulica, en fin. Él siempre se ha movido en esos frentes
con una sólida habilidad matemática y una sensibilidad al juego de los cuerpos
y la materia en su deslumbrante ser.
Mención aparte requiere
su trabajo sobre el arte, la estética, la literatura universal; sus escritos
sobre Kafka, Nietzsche o Deleuze y sus conocimientos que expone con una memoria
proustiana son ya el signo de que estamos frente a un intelecto
excepcional que en vida merece el reconocimiento como maestro del saber y
creador indeleble de cultura de alta calidad.
Fuente: https://www.elmundo.com/noticia/Jorge-Alberto-Naranjo-Mesa/351146
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