domingo, 13 de agosto de 2017

Gonzalo Arango la pena y la gloria __Jotamario Arbeláez

“ Toda ciudad es Gomorra, porque para sobre vivir en ella, hay que prostituir a Dios”. G.A



Muerto y sepultado, descendió a los infiernos el 25 de septiembre de 1976, varones ilustres y piadosos, esos mismos que se ofendieron por su afán desacralizador, comentaron en sus páginas fúnebres que debieran canonizarlo. En verdad fue lo más parecido a un santo por su cara de palo, sus bendiciones a la vida, su renunciamiento a las pompas y los faroles y sus actos fallidos pero sinceros en aras de la salvación del mundo. Para la hora de su muerte había apagado en su corazón la brasa
satánica y predicaba un raro c a t e c i s m o d e a s c e s i s y desprendimiento.


Me parece hoy sentir a Gonzalo Arango haciendo crujir sus huesos en su campo de aterrizaje, porque su amigo el poeta Jota Mario insiste en exponer sus cueros al sol de la eternidad, publicando esos textos perdidos que tanto conmovieron en su momento los pálidos corazones de su generación.


Porque fue toda una generación la que este nuevo flautista de Hamelin atrajo hacia el camino que no
conduce a ninguna parte, y aún no acabamos de llegar.


Si Gonzalo Arango en vez de pensador hubiera sido asesino como  Barba Azul, ladrón como Genet,
traficante de armas como Rimbaud, para no hablar de otros delitos no por atroces menos impunes, no habría dado con su saco de huesos en la cárcel en tres ocasiones, para enfrentarse a las terribles torturas físico patológicas que se dan en nuestras guandocas, la sociedad medellinenses y la apatía nacional permitieron que nuestro profeta se fuera de bruces contra la sordidez del hampa criolla en purgación de penas, por el delito múltiple de haber concebido, redactado, firmado l a c ó n i c a m e n t e p o r L O S N A D A I S T A S , i m p r e s o e n mimeógrafo y distribuido en una sesión académica, un manifiesto cargado en contra de la solemnidad vociferante de whisky con agua
bendita de los escritores católicos del sacro Lar, en la por entonces ciudad de la eterna primavera y no del  verano sangriento. Menos mal que la voz vibrante de Alberto Zalamea en un editorial de la revista Semana y las gestiones de abogado de Alberto Aguirre lo salvaron a tiempo de ser pasado por las armas de los atorrantes, aunque no alcanzaron a impedir que fuera despojado de la pana de su
chaqueta.


Pero como no hay condena que dure cien años ni escritor que se resista a la tentación de contar su experiencia, el trauma carcelario de Gonzalo que tantas secuelas dejó en su buena memoria, le sirvió para escribir estas en 160 páginas por encargo para el semanario contrapunto, de Jaime Soto. Este defensor de la moral y de la fe pública se echó la bendición, se lavó las manos, pero publicó los catorce capítulos del folletón hasta que a la propia revista le pusieron su tate quieto. Con el producto de su prosa tuvo Gonzalo para comer durante cuatro meses lo que no comió en prisión. Y de paso aprovechó para enjuiciar a Colombia, a sus jueces y carceleros. Ocasión feliz además para escribir algunas de las mejores páginas elegiacas del idioma, como las dedicadas a su padre caminando de
madrugada por las calles sin Dios con una maleta, o aquel las socarronas de  emocionada gratitud hacia el barroso, su defensor eficaz contra los conatos de violación y posterior ejecución de los hermanolos.


En 1972 Jaime Jaramillo Escobar me hizo donación de sus celosos archivos del nadaismo, que el había compuesto y guardado con su proverbial rigor durante los trece años que llevaba el “inventico”
en funcionamiento. Carpetas rotuladas año por año, periódico por periódico y poeta por poeta del movimiento, y naturalmente la obra publicada en prensa y revistas por Gonzalo era la más copiosa.

Con ella preparé la antología de la obra iconoclasta del profeta, publicada por Carlos Lohlé en Buenos Aires hace quince años, y que hoy se vende en Medellín como “Basuco” en la puerta de
una escuela en impecable edición pirata bajo los semáforos. Trataba con este libro  titulado Obra Negra , en momentos en que se nos resbala hacia una literatura y preñada de buenas nuevas, de rescatar para el mundo que iba quedando atrás la parte de la obra que los nadaistas remachados consideramos eficaz de nuestro demoledor amigazo.


Dentro de esas carpetas venían las páginas recortadas con la cfónica íntegra – aunque a decir verdad interrupta por la quiebra editorial- del paso apabullante del profeta por ese infierno que los presos
llamaban la ladera. En otra carpeta aparecía una hoja con el tronco de Gonzalo pintado por Fernando Botero, su  compañero en la universidad de Antioquia y Lovaina, que se había quedado en turno de publicación en la revista Nadaísmo, con el producto de la venta de esa hoja, que días pasados descubrí en la casa de un pintor avaluada en varios millones, pagué tres meses de arrendamiento de una choza en el parque nacional, compré una máquina de escribir igualita a la del profeta, que le envidiaba, dispuse para el alimento y me dediqué de lleno a pasar en blanco la mentada obra negra.


Han pasado 18 años - de los cuales el profeta lleva trece en la eternidad- y aquí estoy otra vez sentado sobre las mismas posaderas, frente a la máquina de escribir original de Gonzalo que terminé por
heredarle, preparando la edición de las Memorias de un presidiario Nadaista, como en aquellos días, los ojos se me llenan de nubes al contemplar en perspectiva a toda esta generación nadaista que la vida se ha ido llevando en los cuernos. 

Ya corneó al profeta, a Amilkar Osorio y a Darío Lemos, y se abren las apuestas a cerca de a quién
apunta la próxima embestida. Que en este libro vea Medellín como escarneció a su profeta. “Medellín, a la que tanto amo, por la que tanto muero”. Y como él, en medio de su amor la maldijo
entre dientes tras las rejas de su alma. Y como no hay rueda ni pena que nos cumplan ni se apaguen, somos ahora testigos del karma urbano. Una ciudad que condena a su poeta a la irrisión, está condenada a su vez a ser pasto de las fieras. Bogotá julio del 90

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