Interpretar la
realidad desde múltiples perspectivas. Observar, escuchar, investigar. Recorrer
los caminos de otros y los propios. Detenerse, devolverse, avanzar. Desde los
años sesenta, cuando María Teresa Uribe de Hincapié decidió sumergirse en el
mundo de las humanidades con sus estudios en Sociología, abrió una puerta que
la condujo por los más complejos senderos. Las viejas y las nuevas guerras, las
formas de la injusticia, las razones del desplazamiento y de las masacres; la
violencia y el orden, el ser que nos hace actuar de una forma específica, las
rupturas, las acciones contra los Derechos Humanos, han sido temas que ha
tratado desde un pensamiento donde sensibilidad e intelecto son inseparables
para alcanzar el conocimiento. Colombia ha sido su territorio y,
específicamente, Antioquia. En sus libros, documentos, publicaciones en
revistas, conferencias, conversaciones informales ha trazado una cartografía de
la violencia. Sus arriesgadas y valientes hipótesis han alertado, han puesto a
mirar desde otros ángulos.
Humanista, con
mayúscula, esa es la mejor palabra para definirla. Una lectora incansable que
tuvo la suerte de tener unos padres liberales que estimularon en ella el ansia
de conocimiento. Tenía una biblioteca inmensa que su padre, el médico y también
humanista, Eduardo Uribe Ruiz, le entregó sin egoísmo ni censuras. Ella
aprovechó. Comenzó así su primera formación, luego entró a estudiar en la
Universidad Pontificia Bolivariana, cuando ya estaba casada y tenía tres hijos,
y luego de trasladarse a Medellín, dejando su tierra natal, Pereira. “Esa fue
mi primera conexión con las ciencias sociales, con la literatura empezó mi afán
por conocer, por interpretar el mundo, por entender la condición humana, por explorar
los conflictos, las guerras, la violencia, creo que mi padre y el contacto con
la literatura influyeron en la elección”.
Generación habló
con ella. Estaba en la habitación de su casa, un lugar espacioso con terraza
que mira a un jardín con árboles y flores. Biblioteca, mapamundi en una
columna, portarretratos, mesa de trabajo, algunos objetos. Una habitación
inspiradora. La conversación fluye con esta mujer a quien, estando muy pequeña,
le tocó vivir los hechos del 9 de abril de 1948 y, desde entonces, una
violencia sin punto final. Por eso sueña con que las conversaciones de paz que
el gobierno de Juan Manuel Santos realiza con la guerrilla de las Farc den
resultados positivos.
Si mira hacia
atrás, ¿cómo ha visto los cambios sociales que hemos tenido?
“Cuando llegué a la
universidad, era una época de cambio: en el 68 había una revolución social y
sexual, el Mayo Francés, la lucha en Estados Unidos por los derechos civiles,
el feminismo, las mujeres luchaban por sus derechos y por su independencia. Los
momentos de cambio, con sus traumatismos, son muy ricos para la investigación
social, y esto fue bastante importante en mi vida. Fue un tiempo que nos
influyó poderosamente. Eso en lo local significó un cambio muy drástico, porque
la sociedad antioqueña era una de las más tradicionales de Colombia. Era una
sociedad muy cerrada, tradicional, conservadora, y ese cambio fue muy
traumático. Importante, pero traumático para muchas personas y familias que no
entendían que el tiempo era otro, que el mundo estaba evolucionando. A mí me
tocó ese momento, un mundo que se derrumba y un mundo que nace. Y eso tiene sus
implicaciones. Para un estudioso de las ciencias sociales es un laboratorio
ideal”.
Sigue siendo muy
conservadora esta sociedad.
“Me da la impresión
de que ha cambiado mucho esta sociedad paisa, aunque sigue siendo el centro de
la tradición colombiana, pues quedan algunos sectores todavía muy retardatarios
que quieren seguir haciéndonos vivir en el pasado. Es una sociedad a la que todavía
le falta abrir puertas y ventanas, ser más proclive a los aires que vienen de
afuera”.
Usted hablaba de modernidad y modernización.
“Creo que eso se ha
venido rompiendo en lo que tiene que ver con la tecnología, con los
emprendimientos, es decir, con la modernización, pero nos hace mucha falta la
modernidad. En la modernización económica y tecnológica, Antioquia va un paso
adelante de muchas regiones colombianas y creo que de Latinoamérica, sin
embargo, en las ideas, las costumbres, las tradiciones, las mentalidades, creo
que todavía nos hace mucha falta una buena dosis de modernidad”.
¿Por qué no se ha
dado? ¿Qué ha hecho que le dé miedo expandirse?
“Hay una cosa que
me preocupa y es que creemos que todo lo hacemos muy bien, seguramente hacemos
muchas cosas muy bien, pero hay mucho qué aprender de afuera (...). Hemos sido
un poco resistentes y un poco soberbios, porque nos creemos lo máximo. Somos
muy importantes y tenemos una historia muy linda, pero, ojo, hay que
reflexionar sobre lo que somos y lo que hemos sido y cambiar cosas que
definitivamente son más un lastre que una posibilidad de desarrollo”.
¿Hubiéramos
avanzado más si hubiéramos soltado ese lastre?
“Hemos avanzado,
creo que hemos soltado mucho lastre, eso no quiere decir que no nos quede mucho
por soltar. Si uno compara lo que era Medellín en los años sesenta, cuando yo
vine a vivir aquí, y lo que es hoy, hay un abismo muy grande, pero eso no
quiere decir que las tengamos todas con nosotros. Tenemos muchas cosas por
mejorar, sobre todo en lo que tiene que ver con la inclusión social, con el
reconocimiento a la diferencia, con el respeto a los Derechos Humanos, con la
tolerancia social, que son los elementos constitutivos de la modernidad y que
creo que están todavía en buena parte por transformarse”.
Tenemos unas
perspectivas limitadas: somos tacita de plata, eterna primavera, los mejores...
“Eso hay que
mirarlo con un doble filo porque eso ha producido también efectos positivos que
no podemos desconocer: ha generado una fuerte identidad regional, y la
identidad es una condición del ser humano fundamental, uno se tiene que saber
de alguna parte, saber de dónde viene (...). La identidad es muy importante en
los procesos sociales y políticos, lo grave de la identidad es cuando tú la
pones encima de otras identidades, cuando te crees superior, cuando se utiliza
para despreciar otras identidades y no se entiende que en el contexto social la
igualdad es una condición fundamental, independiente de las diferencias que
tengamos de raza, de sexo, de condición social (...). De todas maneras, este
pueblo tiene cosas muy valiosas y me parece importante rescatarlas y ponerlas
presentes”.
Esos elementos que
hoy nos definen hacen parte de un asunto fundacional, un propósito.
“Muchos de los
mitos que acompañan la construcción de la identidad paisa fueron cultivados,
difundidos en el siglo XIX y quizá en el siglo XVIII, cuando Antioquia era una
región aislada, pobre, encerrada en las montañas, desarticulada del contexto
nacional (...). Había enfrentamientos entre los pensadores antioqueños y los de
la capital, en los periódicos bogotanos hablaban de la Paraguay colombiana, que
estaba completamente aislada (...). Ellos se defendían de ese discurso
discriminatorio y desde ahí se empiezan a forjar ciertos parámetros del trabajo
como condición fundamental de la vida, la religiosidad que fue muy importante,
la familia como primer baluarte de la sociedad, elementos que van construyendo
una idea de lo que somos”.
Fue un proyecto de
ciudad y del departamento: trabajo, religión, familia.
“En el libro Raíces
del poder regional trato de plantear eso: digo que es el proyecto político de
los intelectuales orgánicos de Antioquia que construyeron un espacio
relativamente unificado, al tiempo que se defendían de las críticas externas.
Tenían un proyecto social, económico, político, cultural...”.
Pasando a otro
tema, ¿cómo analiza esta sociedad colombiana, sus guerras, su incapacidad para
tomar decisiones frente a la paz?
“La guerra
prolongada va generando cosas muy complicadas. Es distinta la guerra cuando se
declara, se desarrolla y se acaba, bien por armisticio, rendición o por lo que
sea, que es limitada en el tiempo, pero estas guerras nuestras parecen no tener
límite en el tiempo y el estar en armas, para los que están y para el gobierno
que trata de mantener el orden, es muy difícil. El uso prolongado de las armas
descompone la sociedad, y esa descomposición genera otras manifestaciones
violentas en la sociedad, así no estén ligadas al conflicto armado. Empieza a
generar procesos de violencia, a mostrar que las armas son alternativa para la
solución de problemas, entonces, los problemas normales de la sociedad, al no
tener un cauce para resolverse, se resuelven por la vía de la violencia. Por
eso digo, hay que luchar por este proceso de paz...”.
Es una sociedad muy
fuerte que ha sobrevivido a una guerra tan desgastante.
“Es bien revelador
la capacidad que tiene esta sociedad para sobrevivir. Yo traté de estudiar esos
procesos de resistencia social, no solo desde las élites y desde el Gobierno
que parece que la única alternativa que tienen es el uso de las armas, sino de
poblaciones que están agobiadas por la lucha armada, que tuvieron la desgracia
de estar en el lugar equivocado. Es impresionante esa capacidad de resistencia,
de estar buscando alternativas para conjurar las situaciones de crisis y en
algunos casos han logrado mantener a raya a los grupos armados. Me han
sorprendido las mujeres, su capacidad para defender a sus hijos, a su familia.
Sobre todo las mujeres desplazadas: cuando se llega el momento del
desplazamiento son ellas las que toman la iniciativa de irse, las que son
capaces de llegar a trabajar, a encontrar empleo, vivienda (...). En este país
nos hace falta quitarnos el sombrero frente a lo que hacen estas mujeres.
Algunas lo perdieron todo, a sus hijos, a sus maridos, y tienen esa capacidad
de luchar por tener lo mejor en sus condiciones”.
¿Cree en el proceso
de paz?
“Quiero creer,
porque lo peor que le podría pasar a este país sería que ese proceso se
rompiera. Pienso que todos los procesos de paz tienen grandes dificultades,
tienen grandes escollos, se negocia en medio de la guerra, se negocia en medio
del conflicto, hay demasiado dolor, demasiado odio, demasiada desconfianza, sin
embargo, pienso que este es el proceso de paz que ha logrado más adelantos, con
relación a otros procesos anteriores. Son dolorosísimas las cosas que pasan,
pero no podemos bajarnos del carro, porque lo que tenemos que buscar es que no
vuelvan a morir soldados (...). Pienso que la sociedad civil colombiana, todos
nosotros, dentro de nuestros lugares, tenemos que hacerle fuerza a ese proceso
para que no se vaya a romper”.
¿Será que hay que
confiar...?
“Yo por lo menos lo
siento así. Yo nací en la violencia de los años cincuenta, a mí me tocó el 9 de
abril, estaba muy pequeña, tenía seis años, lo recuerdo como nada, y ya me voy
a morir, yo sí quiero antes de morir decir que vivo en un país en paz”.
Hay cadenas de
odio. ¿Cree en el perdón y el olvido?
“Es muy complicado
porque el perdón es un acto individual, el Estado da perdones jurídicos, pero
el perdón social es un acto individual, es un acto de cada persona. Es muy
difícil intervenir, y me parece que éticamente es incorrecto, porque, cómo le
digo yo a una mujer que ha perdido a su hijo que perdone, a nombre de qué o
porqué. Me parece que lo más importante antes de perdón y olvido, es pensar en
verdad y reparación porque nos están llamando al perdón y al olvido sin verdad
y sin reparación. Lo primero es la verdad, yo he trabajado con muchas víctimas
de la violencia, de los guerrilleros, de los paramilitares, de la violencia
estatal, y lo primero que a uno le preguntan esas víctimas es por qué lo
mataron. La gente necesita primero que todo la verdad, si a las víctimas les
aclaran qué fue lo que pasó, quién dio la orden, por qué se hizo esa acción tan
terrible, ese es un primer momento de claridad y en la medida que se entienda
puede en un futuro perdonar (...). La gente está ávida de contar su historia,
pero no hay quien escuche. Lo primero que tenemos que hacer es conocer la
verdad, pero ese es un proceso muy difícil”.
Hay muchos actores.
“Sí, las dictaduras
de Chile y Argentina contaron con esa ventaja porque había un solo actor, el
Estado. Pero aquí tenemos actores ilegales y actores legales, tenemos gente
armada y gente desarmada que se aprovecha de los armados para lograr beneficios
personales (...).
Solamente cuando
seamos capaces de decirnos la verdad y de mirarnos a los ojos, en ese momento,
será posible hablar de perdón. Así tu no seas una víctima directa, todos somos
víctimas indirectas, la sociedad necesita saber qué pasó. Ese es un proceso muy
doloroso, y yo francamente no veo que se hayan hecho muchas cosas, porque si
nos destapamos a decir la verdad, muchas cumbres morales van a quedar prendidas
en el camino”.
Ese proceso de
encontrar la verdad, en el posconflicto, será muy difícil.
“Es más difícil el
posconflicto. Necesita tiempo y mucha pedagogía y trabajo colectivo. Es más
fácil firmar un papel que enfrentar las verdades, porque las verdades son muy
dolorosas y no es fácil que se acepten y se digan, pero es fundamental que
podamos tener una historia nacional de verdad, la historia que cuentan las
víctimas, y también los victimarios, a mí me gustaría saber por qué lo
hicieron, por qué llegaron a eso”.
En sus
investigaciones alcanzó a descubrir muchas verdades, ¿cómo siente ahora ese paso
por la investigación y lo que usted logró descubrir en sus trabajos?
“Muchas verdades,
pero son verdades que le cuentan a uno y uno no tiene manera de saber si eso es
verdad o no. Algunas quedan escritas, sin embargo, es la sociedad la que tiene
que dar su última palabra, no un investigador. Uno a veces se siente abrumado,
yo, por lo menos, me sentía a veces desbordada. Pensaba, no puedo tener eso
conmigo porque yo a quién se lo cuento, no lo puedo publicar porque no tengo
cómo comprobarlo. Son verdades que me quemaban. Sabes que no es nada fácil la
investigación de la violencia, es muy dolorosa, muy angustiosa, sobre todo
cuanto tú te pones en relación con las víctimas, uno tiene que ser muy
cuidadoso, y siendo cuidadoso y todo, a mí me costó el exilio, en España, en
Barcelona, un tiempo corto, como seis meses. Luego dije, vuelvo a Colombia, ese
es mi país, voy a seguir haciendo lo que estoy haciendo, pienso que lo que
estoy haciendo está bien... Fue en el 98 - 99”.
¿Hemos avanzado en
la investigación en Colombia con respecto al momento en que usted comenzó a
hacer su trabajo?
“Se ha avanzado una
barbaridad, pero falta apoyo. Las universidades, por lo menos lo que conozco de
la Universidad de Antioquia, han hecho grandes esfuerzos por financiar
investigación, por colaborarle a los investigadores, sin embargo, usted sabe
que la financiación de las universidades es muy precaria y lo que se hace a
veces es con las uñas. Colciencias, que ha sido el ente financiador de la
investigación, no ha tenido presupuesto tampoco, entonces, el mayor esfuerzo le
toca a las universidades. Si bien se ha adelantado mucho, quisiera ver un mayor
apoyo institucional del Gobierno... Yo le agradezco a la Universidad de
Antioquia, porque siempre me apoyó en mi trabajo”.
¿La investigación
se queda en los libros? ¿Cómo hacer para que se conozca?
“Hay un cuello de
botella que es la divulgación, las universidades, que han hecho un gran
esfuerzo para tener editoriales, tienen difícil la distribución. Además, el
promedio de lectura de este país es muy bajo y más con libros de no ficción,
que son densos. Sin embargo, se han logrado algunas cosas. Ya las
investigaciones tienen una cierta capacidad divulgativa a través no solamente
de los libros, sino de conferencias, de simposios. Pienso que nos falta a los
investigadores una actitud más agresiva hacia los medios de comunicación de
masas y, también, de los medios de comunicación hacia la divulgación de
trabajos de investigación... Pero ese problema no es únicamente nuestro, ese es
un problema mundial, en todos los países ocurre y eso es muy grave porque las
investigaciones no les llegan a las personas realmente interesadas”.
El trabajo
intelectual tienen repercusión en la academia, pero no hay manera de que les
llegue a las personas que están en el Gobierno y que tienen poder de decisión.
¿Qué tanto caso se le hace a un intelectual, a un investigador? ¿Quiénes lo
escuchan?
“Ha cambiado un
poco. Hubo un tiempo en que había una ruptura entre la universidad y los
gobiernos. El Gobierno no miraba a la universidad sino como fuente de problemas
y la universidad miraba a los gobiernos como una parranda de clientelistas que
no necesitaban que nadie les dijera nada. Eso ha venido cambiando, hoy, tanto
el gobierno nacional como el departamental y el municipal han sabido rodearse
de asesores e intelectuales que les ayudan, que conocen las problemáticas y son
sensibles, y algunos han tenido la capacidad de contratar con las universidades
temas específicos para el desarrollo de propuestas. Yo creo que esa ruptura
cambió y en este momento hay más oídos del Gobierno hacia los intelectuales y
un poco de acercamiento de los intelectuales a los sectores gubernamentales”.
¿Qué está haciendo
ahora?
“Nada. Recibo a
algunos estudiantes, les ayudo en sus tesis; me reúno con algunos amigos del
Instituto en sus investigaciones, pero no como un compromiso oficial. No estoy
escribiendo mayor cosa, nada que valga la pena, porque para eso se necesita
moverse...”.
Como en su niñez y
adolescencia María Teresa Uribe vive rodeada de libros. En su casa, que es como
un oasis en medio del bullicio de la ciudad, tiene bibliotecas en distintos
puntos. Lee prensa física y por internet, conserva su ánimo para la tertulia y
para beber un buen café. Para encontrarse con gente joven, que es como un
bálsamo y que le hace pensar en el buen futuro de la investigación en ciencias
sociales en Colombia. Sigue triste por la muerte de Carlos Gaviria, el amigo,
el magistrado, el humanista. El profesor que fundó el Instituto de Estudios
Políticos y Regionales que ella lideró cuando él lo dejó en sus manos y desde
el que hizo y hace escuela, con investigadores que han seguido sus pasos...
“Pienso que ya hice lo que pude y en este momento les toca a ellos”, dice.
Fuente: http://m.elcolombiano.com/maria-teresa-uribe-habla-sobre-los-cambios-sociales-en-colombia-DE6251036
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